Estos son todos los capítulos de esta serie. Conforme se vayan publicando, irán apareciendo los correspondientes enlaces.
Calvi se hace grande, y Sindona pequeño
Nunca dejes tirado a un mafioso
Las edificantes acciones del socio del Espíritu Santo
El hombre siempre pendiente del dólar
Ride like the wind
Dios aparece en la ecuación
La historia detrás de la historia
Hacia afuera, Roberto Calvi se mostraba calmado y seguro de
sí mismo. Sin embargo, en realidad era un hombre acojonado que no paraba de
decirle a su familia que se fuera de Italia. Su mujer finalmente lo hizo, en
mayo de 1982. Cuando su marido se despidió de ella le anunció, lúgubremente,
que tal vez no volverían a verse; “me están matando”, le dijo.
A la convicción de que había gente que lo quería asesinar se
unía la angustia de regresar a la cárcel si no salía absuelto en apelación.
Pero, con todo, el principal problema que lo acuciaba era el calendario: antes
del 13 de junio, según su propia promesa, tenía que fregar con amoníaco el
balance del Banco Andino; y antes de las primeras semanas de 1983 tenía que
haber resuelto todo, pues entonces tendría que presentar balances consolidados
y auditados del grupo. Necesitaba que alguien pusiese 500 millones de dólares a
cambio de nada, pues ese dinero se iría a tapar agujeros.
En realidad, a Calvi sólo le quedaba una carta en la manga:
la implicación de la Iglesia católica, apostólica y romana. Dios es
todopoderoso, pero tal vez ni siquiera Él puede soportar dos escándalos
financieros casi seguidos. El IOR había estado implicado en las acciones de las
sociedades fantasma; estaba manchado. La idea de Calvi era conseguir que
hombres de negocios católicos accediesen a tapar el agujero del Ambrosiano no con
el incentivo de salvarle a él, sino el de salvar la reputación del Vaticano. El
espíritu de lo que buscaba es un poco lo que se trasluce en la conversación privada
que tienen el arzobispo Gilday y Michael Corleone en The Godfather III; cuando el cura fumador le dice todo eso de que
él no es financiero, que si invirtió mal, que si hay un agujero, que si podría
ser un escándalo para la Iglesia, bla.
Como ya sabemos, esto ya lo intentó Calvi en su momento
buscando directamente un aval por parte del IOR; sin embargo, Marcinckus le
hizo la cobra a medias. Por eso, el banquero decidió que había que apretarle
las tuercas al Vaticano. Flavio Carboni, su temerario asesor del momento,
seguro que le animó a hacerlo.
Carboni, entonces, buscó a un civil bien relacionado en Sant’Angelo,
y encontró a Luigi D’Agostini. D’Agostini tiró de agenda y puso en contacto a
los ambrosianos con el cardenal Pietro Palazzini, bastante respetado en la
Curia del polaco; Palazzini aceptó ayudar, pero no pudo. Según él mismo les
dijo, no había quien fuese capaz de penetrar en los secretos del IOR. Calvi,
entonces, decidió apelar a Hilary Franco, un monseñor, protegido de Palazzini,
que se decía era amiguete de Marcinckus y del propio Wojtyla. Calvi y Franco
tuvieron varias reuniones, y por esa época Calvi le dijo a su familia que
estaba trabajando en un plan de rescate en el que participaría el Opus Dei.
Según su relato, la Obra de Dios compraría a las sociedades oscuras las
acciones del Ambrosiano, asumiendo por lo tanto las pérdidas financieras que
pudieran ocurrir en el caso de una quiebra (y salvando al Vaticano de tener que
reconocerlas). Este plan, sin embargo, aparentemente recibió la oposición de
Agostino Casaroli, el secretario de Estado del Vaticano, quien probablemente
consideró que el Opus Dei reclamaría a cambio la, por así decirlo, dirección
ideológica de la Iglesia (eso, como poco). El Opus Dei, que yo sepa, siempre ha negado esta
especie y yo, la verdad, tiendo a creerles. O sea, el plan probablemente
existió; pero existió, fundamentalmente, en la mente de Calvi y Franco, pero no
más allá.
En mayo de 1982, el reloj hacía tic tac, tic tac, y a Calvi
se le acababa el tiempo. Juan Pablo II, santo de la Iglesia, se fue de viaje
Gran Bretaña, y Marcinckus, comme d’habitude,
lo acompañó como organizador. Carboni aprovechó la ausencia del jefe del IOR
para “atacar” a Mennini; pero el número dos del IOR no movió una ceja. Al
regresar del viaje, Marcinckus llamó a Calvi y le conminó a dejar de dar por
culo en el Vaticano porque, le dijo, el Vaticano no le iba a ayudar más.
Calvi, sin embargo, no tenía ya nada que perder. Lejos de
achantarse ante las veladas amenazas del estadounidense, contraamenazó con
empezar a soltar por la boca. En esos días le dijo a su gente que Marcinckus
había desviado dinero del Vaticano hacia el sindicato polaco Solidaridad, es
decir, que el Vaticano había financiado la erosión del comunismo en Polonia; y
que, si eso se acababa sabiendo, iba a ser un escándalo de dimensiones
internacionales. Calvi contó que se lo había dicho a Marcinckus a la cara.
El 31 de mayo llegó esa fecha que siempre le llega a todo
aquél que se dedica a engañar a todo el mundo todo el tiempo (salvo que sea
Papa, claro): el día en el que ya no se puede seguir mintiendo más. Con dicha
fecha, la filial milanesa del Banco de Italia le remitió una carta a Roberto
Calvi en la que le exigía que el consejo de administración explicase la
actividad exterior del Banco Ambrosiano. El Banco de Italia, decía la misiva de
cuatro páginas, quería explicaciones detalladas de los préstamos por valor de
1.400 millones de dólares que las subsidiarias del Ambrosiano en Perú,
Nicaragua y las Bahamas habían concedido, en su mayor parte, a sociedades fantasma.
La carta, ordenaba el supervisor bancario, debía ser leída en el consejo,
incluida en el acta, y cada miembro del mismo debería asumir responsabilidad
personal en cuanto a la explicación que se diese.
Se habían acabado las mandangas. El Banco de Italia sabía que el balance del Ambrosiano olía
a mierda.
Calvi, según los indicios, recibió la carta el viernes 4 de
junio. Con ella, se encerró en su casa, a esperar una llamada de Carboni. En la
madrugada del 4 al 5 despertó a su hija Anna, que se había negado a marcharse
del país por sus estudios, a la que le dijo que tenía que marcharse él de
Italia, para poder estar seguro. Asimismo, le dijo a Anna que ella también
tendría que irse.
El día 7, lunes, catorce consejeros se reunieron en el Ambrosiano con Calvi.
Eran industriales y profesionales, la mayoría de los cuales habían apoyado a
Calvi, que me perdonen ellos y sus familias, como borregas. Pero ese día no era
ése el guion que querían escribir. El líder de la rebelión era Bagnasco. Ya he
dicho que las gentes como Bagnasco sólo entran en los accionariados atraídos
por el beneficio (bueno, en algunos casos son utilizados por los políticos para
esconder su influencia; pero ésa es otra movida). El empresario había entrado
en un banco que estaba triplicando beneficios y cuyos dividendos eran un Kinder
Sorpresa; ahora despertaba a la realidad de que el banco era una puta mierda y
estaba muy, muy cabreado. Calvi leyó la carta del
Banco de Italia; no le quedaba otra: de no haberlo hecho, habría incumplido la
ley. Bagnasco exigió que se le diese copia de la documentación relativa a los
préstamos de los que hablaba la carta.
El martes por la mañana, Calvi volvió a presionar a su hija
para que dejase el país, y le anunció que él también se iría; de hecho, el día
antes le había dado sus dos maletas a Carboni, delante de ella. “Si las cosas
empeoran”, le dijo, “empezaré a revelar todo lo que sé”. El miércoles a las
nueve de la mañana, Calvi dejó su casa y se despidió de su hija, que se iba a
Suiza. Ese día, sin embargo, fue al banco, desde donde habló con ella y
le dijo que no estaba seguro de irse del país todavía. Alguien lo llamó dándole esperanzas que, como ahora mismo veremos, quedarían en nada.
La noche del 9 de junio, Roberto Calvi cenó en la propia
sede el banco. Lo hizo con tres comensales invitados por Francesco Micheli
quien, recordaréis, fue el muñidor del acuerdo para la entrada de De Benedetti
en el banco. Esos comensales eran: Florio Fiorini, director financiero de la
ENI; Pierre Moussa, que había presidido la Banque Paribas hasta que Mitterrand
la nacionalizó; y Karl Kahane, un hombre de negocios austríaco. El tema de la
cena fue la eventual compra por parte de estos tres inversores de las
sociedades extranjeras del Ambrosiano.
Calvi, sin embargo, no mostró interés por aquella oferta. A las once, se escabulló rápidamente. O era
consciente de que la operación era imposible, o lo que le pedían esos tres
tiburones (alguno de los cuales, como Fiorini, da para contar y no parar) era
demasiado.
El jueves, día 10, Calvi se reunió con sus abogados para estudiar
su apelación. Después voló a Roma, donde llegó a las ocho de la tarde. Allí lo
recogió Tito, su chófer, quien le llevó a su apartamento en la capital. Le
pidió que desconectase la alarma porque, dijo, esperaba amigos. Le ordenó que
se marchase y regresase a las seis y media.
A las seis y media del 11 de junio, Tito estaba allí como un
clavo.
Pero quien no estaba era Calvi.
El sábado, el Banco de Italia recibió la información de que
Roberto Calvi había huido y estaba en paradero desconocido. Inmediatamente,
ordenó una inspección sobre el Ambrosiano aquel mismo lunes, e instó al consejo
de administración a celebrar una reunión urgente. Increíblemente, aquel domingo
por la tarde, en lugar de consumirse en la búsqueda de documentación o en
contactos con familiares o amigos a ver si alguien sabía dónde estaba Calvi, se
consumió en un larga pelea entre Rosone y Bagnasco, los dos vicepresidentes,
para ver cuál de los dos asumiría la presidencia. El lunes 14 de junio, a primera hora de la mañana, el que
era ya el verdadero presidente del banco, el Banco de Italia, tomó el control
del Ambrosiano mediante la acción de seis inspectores (los hombres de negro; aunque, conociendo el gusto del italiano medio, es más que probable que vistieran con otros colores más vistosos) que llegaron a la sede.
Aquel día, por cierto, el arzobispo Paul Marcinckus envió una carta al Banco
Ambrosiano Overseas dimitiendo de su puesto en el consejo de administración. Se suele decir eso de que cuando una puerta se cierra, Dios abre una ventana; pero, ¿qué decir de cuándo Dios sale por patas por la ventana?
Los nuevos ejecutivos de
facto del grupo eran Rosone, que había ganado la partida a Bagnasco; y
Michel Leemans, quien siempre había sido el gerente de La Centrale. Entraron a
saco en la documentación que encontraron, y rápidamente descubrieron que el
banco tenía un imponente deudor individual. Un prestamista que le había avalado
préstamos del banco nada menos que por valor de 1.000
millones de dólares para que pudiera hacer las operaciones de compra de acciones
a través de sociedades fantasma que habían recibido esos recursos.
Ese deudor era el Creador del Cielo y de la Tierra, de todo lo visible e invisible. Los Francisquitos del Vaticano.
Conocedores los gestores del Ambrosiano de la existencia de las tres cartas que, en su
día, los ejecutivos del IOR le habían firmado a Calvi, a la par que conscientes de que eran su única tabla de salvación (provisional; la eterna ya es otra cosa), se apresuraron a obtener
dichas cartas. Con esa documentación, ambos estuvieron de acuerdo en que el
siguiente paso era viajar a Roma y reclamarle al Vaticano la ejecución del
aval. Sí, el aval que Marcinckus se había negado a reconocer explícitamente en
las cartas.
Hasta ese punto, cuando menos, todos los indicios son de que
los nuevos, y desesperados, responsables del Banco Ambrosiano creían estar
jugándose la tostada con unos socios legales; gente de ésa que cumple su
palabra.
Ese tipo de rigores éticos, sin embargo, no rigen con el
Espíritu Santo, Señor y Dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que
con el Padre y el Hijo recibe la misma adoración y gloria, y que habló con los
Profetas.
Hola, Juan. Me sorprende, sinceramente, el detalle que manejas sobre la intrahistoria de Calvi y el ambrosiano. SiSinceramente, sorprendido y agradecido.
ResponderBorrarAgradecido yo, Diego. ¿Me creerías si te dijera que, en realidad, es que soy arzobispo? :-D
BorrarJajaja, ¡no te creo! Es un ardid para no rebelar tus fuentes... ddd
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