miércoles, octubre 22, 2025

Ceaucescu (3): Quiero rendirme




Rumania, ese chollo
A la sombra de los soviéticos en flor
Quiero rendirme
El largo camino hacia el armisticio
Conspirando a toda velocidad
El golpe
Elecciones libres; o no
En contra de mi propio gobierno
Elecciones libres (como en la URSS)
El último obstáculo, el rey
Con la Iglesia hemos topado
El calvario uniate
Securitate
Yo quiero ser un colectivizador como mi papá
Stefan Foris
Patrascanu y Pauker
La caída en desgracia de Lucretiu Patrascanu
La sombra del titoísmo
Gheorghiu-Dej se queda solo
Ana Pauker, salvada por un ictus
La apoteosis del primer comunista de Rumania
Hungría
Donde dije digo…
El mejor amigo del primo de Zumosol
Pilesti
Pío, pío, que yo no he sido
Trabajador forzado por la gracia de Lenin
Los comienzos de la diferenciación
Pues yo me voy a La Mutua (china)
Hasta nunca Gheorghe
El nuevo mando
Yo no fui
Yo no soy ellos
Enemigo de sus amigos
Grandeza y miseria
De mal en peor
Esos putos húngaros
El puteo húngaro
El maldito libro transilvano
El sudoku moldavo
La fumada de Artiom Lazarev
Viva Besarabia libre (y rumana)
Primeras disidencias
Goma
Los protestantes protestan
Al líder obrero no lo quieren los obreros
Brasov
No toques a Tokes
Arde Timisoara
El derrumbador de iglesias y monasterios
Qué mal va esto
Epílogo: el comunista que quiso sorber y soplar a la vez

 


Los rumanos no podían saberlo, pero al iniciarse el verano de 1940 se enfrentaban a una seria mutilación de su territorio. En junio, al calor de los pactos con Hitler, Stalin llevó a cabo su viejo sueño de aplicarse la Besarabia; y Hitler, algunas semanas después, ya en agosto, le adjudicó la Transilvania septentrional a Hungría. Algunas semanas antes, la Komintern le había exigido al PCR que enviase dos representantes a Moscú para informar de sus actividades. Los elegidos fueron Vasile Luca y Zighelboim Strul. Ambos, sin embargo, fueron detenidos cuando intentaban salir ilegalmente del país.

El Partido tuvo que improvisar, y decidió enviar a dos delegados nuevos: Stefan Foris y Teohari Georgescu. Ambos, aparentemente, lograron llegar a Moscú. Allí Foris fue nombrado secretario general del Partido, mientras que a Georgescu le dijeron que fuese calentando, que si cualquier cosa le pasaba a Foris, él sería el designado.

En los meses siguientes, una serie de comunistas rumanos fueron concentrándose en Moscú. Leonte Rautu y Alexandru Barladeanu  eran naturales de Besarabia; cuando la región fue anexada por la URSS, recibieron la nacionalidad soviética y se les ordenó mover el culo hacia la capital. Allí se les juntaron Valter Roman y Vasile Luca; a éste último ya hemos visto que lo habían detenido; pero había sido liberado tras la invasión soviética de Bukovina. Todos estos activistas quedaron, a partir del momento en que llegó a Moscú, bajo la tácita coordinación de Ana Pauker.

En junio de 1941, cuando Hitler atacó a la URSS, lo hizo contando entre sus efectivos a soldados rumanos que le había enviado Ion Antonescu, el líder pro nazi del país. De hecho, en la famosísima batalla de Stalingrado a las bajas alemanas se unieron muchas rumanas, ya que había soldados de dicha procedencia allí. Mientras tanto, Ana Pauker se ocuparía, ya en 1943, de crear una unidad rumana del ejército soviético, la llamada división Tudor Vladimirescu. Pero lo más importante, desde el punto de vista de la organización del Partido, es que éste consolidó dos polos que apenas se contactaban. Por un lado, estaba el grupo de Moscú, que ya hemos visto. Pero, por otro, estaban los comunistas de interior, por así decirlo; que eran aquéllos que habían sido apresados y metidos en prisiones y que fueron progresivamente trasladados a un centro de internamiento en Targu Jiu. Allí estaba Teohari Georgescu y estaba, sobre todo Gheorghiu-Dej, quien estaba adquiriendo cada vez más predicamento entre sus pares. Y aún quedaba el grupo de militantes que había conseguido permanecer en libertad, entre los cuales estaban Stefan Foris, Remus Koffler, Constantin Agiu, Lucretiu Patrascanu, Petre Gheorghe, Constantin Parvulescu o Iosif Ranghet.

De todos ellos, el más poderoso era lógicamente Foris, ya que era el secretario general, además nombrado con todos los predicamentos desde Moscú. Gheorghiu-Dej, sin embargo, se aplicó a segarle la hierba bajo los pies, sobre todo a causa de la actitud un tanto lenitiva de Foris hacia la participación de Rumania en la operación Barbarroja.

La vida carcelaria de los comunistas en una Rumania pro nazi era bastante dura; no sólo tenían condiciones muy duras y eran pobremente alimentados sino que, en algunos casos, incluso hubo miembros del Partido que resultaron asesinados sin garantías. Aquello, sin embargo, comenzó a cambiar después de Stalingrado. Los internados en Targu comenzaron a mejorar su capacidad de acción, y eso animó a Gheorghiu-Dej para diseñar el golpe final contra Foris. En abril de 1943 se reunieron en la prisión Gheorghiu-Dej, Emil Bondnaras, Parvulescu, Ranghet y Chivu Stoica; acordaron exigir el cese de Foris bajo los cargos de ser un informante policial. En su lugar se colocó a un secretariado provisional en plan gestora del que formaban parte Bodnaras, Parvulescu y Ranghet. Los conspiradores contra el secretario general nombrado por Moscú contaban con la ventaja de que el contacto con la capital soviética, en ese momento, era imposible. La URSS venía de tiempo atrás controlando el PCR a través de una serie de agentes soviéticos que residían en Sofía, y que se desplazaban a Bucarest cuando era necesario. Pero este viaje, desde el momento en que Rumania la declaró la guerra a la URSS tras la invasión alemana, ya no era posible.

De todas formas, parece que Gheorghiu-Dej tampoco montó la defenestración de Foris en total desconexión con Moscú. Algunos indicios apuntan a que la Komintern había decidido que los comunistas rumanos realizasen algunos actos de sabotaje dentro de su país; cuando Gheorghiu le trasladó la orden a Foris, éste se negó a llevarla a cabo, lo que le dio todo el margen a los conspiradores para decir que aquél no podía ser el secretario general del Partido. Foris fue cesado en abril de 1944 y, posteriormente, sería asesinado por órdenes de Gheorghiu-Dej, siempre obsesionado con impresionar a su jefe.

La Historia del Partido Comunista de Rumania, que la verdad no era gran cosa hasta el momento, habría de cambiar de tono el 23 de agosto de 1944. A principios de dicho año, el PCR seguía siendo una formación muy minoritaria y, a pesar de ello, cargaba con un enorme peso de disidencias, capillas y discusiones. Tenía tres liderazgos distintos que apenas se conectaban entre ellos y un nulo predicamento en la sociedad. Por lo demás, su aceptación de las reivindicaciones territoriales soviéticas lo había puesto en contra de casi cualquier punto de vista político rumano mínimamente teñido de nacionalismo.

El golpe de 23 de agosto de 1943 empezó de alguna manera en enero de dicho año, con la definitiva derrota de los alemanes en Stalingrado. Los rumanos tuvieron en dicha batalla algo más de 155.000 bajas, aproximadamente una cuarta parte de todas las fuerzas rumanas que estaban enfangadas en el frente oriental.

La derrota de Stalingrado convenció a Antonescu, el hombre fuerte de Rumania, de que Hitler no iba a ganar la guerra. Esto era un problema, aunque menor de lo que se puede pensar. Antonescu era muy sanguíneo y se dejaba llevar por impulsos a veces no muy bien medidos. Pero tenía cerca de sí a personas más inteligentes y comedidas, como su jefe de Estado Mayor, el general Ilie Steflea. Steflea le había convencido de que no pusiera todos los huevos en la misma cesta y, así, por mucho que Antonescu se moría por implicar en la invasión de la URSS cuantos más efectivos, mejor, finalmente, siguiendo los consejos que le daban, había dejado aproximadamente la mitad de su ejército dentro de sus fronteras; lo cual, ahora, se convertía en una ventaja.

Políticamente hablando, la debilidad de Hitler le apretaba el cinturón al mariscal Antonescu: tenía que hacer algo para poder entenderse con los aliados. Mihai Antonescu, que era vicepresidente del consejo de ministros y titular de Asuntos Exteriores, era exactamente de la misma idea. Con la autorización del gran jefe, este segundo Antonescu, y también el líder de la oposición (Partido Agrario) Iuliu Manliu, comenzaron a lanzar señales hacia los aliados en procura de alguna respuesta. En enero de 1943, sin embargo, los aliados habían acordado en Casablanca sindicarse en la exigencia de no hacer negociaciones, sino de exigir rendiciones incondicionales.

Mihai Antonescu, en ese entorno, se dejó de mensajes más o menos crípticos a través de interlocutores poco conocidos, y decidió activar contactos diplomáticos directos con los aliados, todo ello en países neutrales. Asimismo, buscó interlocutores de cierta enjundia, como Andrea Cassulo, que era el nuncio papal en Bucarest. España, por cierto, no fue ajena a estos movimientos. En marzo de 1943, el embajador rumano en Madrid mantuvo una reunión con sus colegas portugués y argentino, a los que les pidió que, asimismo, contactasen con el embajador estadounidense, Carlton Hayes, para hacerle saber la voluntad rumana de alcanzar una paz con los aliados. Victor Cadere, que era el embajador rumano en Portugal, hizo lo mismo con el presidente Salazar, solicitándole que hablase con el embajador británico. Meses después, se produjo un contacto ya directo con británicos y estadounidenses a través del embajador rumano en Estocolmo, George Duca.

La jugada de intentar los contactos con Carlton Hayes fue bastante torpe por parte de los rumanos. Tenían que haberse dado cuenta de que la neutralidad de España y de Portugal no era el mismo tipo de neutralidad de Suecia. Más en concreto, la neutralidad del general Franco era de ese tipo de neutralidades en las que le vas a Hitler con el queo de todo lo que oyes. Así las cosas, enterarse los diplomáticos españoles de que los rumanos estaban buscando en Madrid la manera de llegar a los aliados, y decírselo a Berlín, fue todo uno. Así las cosas, el 12 de abril de aquel 1943, durante una reunión mantenida en el castillo de Klessheim en Salzburgo, Hitler se encaró con Antonescu y le vino a decir que estaba perfectamente informado de todas las guarreridas que estaba perpetrando en Madrid. Antonescu respondió con una declaración cerrada de fidelidad absoluta a la causa alemana que Hitler dio por buena, o hizo que daba por buena. Pero la cosa es que, al día siguiente, volvió sobre el tema. En tonos muy amargos, acusó a Antonescu de haberle fibrilado a sus interlocutores portugués y argentino la idea de que, no sólo Rumania, sino la propia Alemania, estaban dispuestos a negociar una paz; y que, por lo tanto, la sensación de debilidad que ahora tenían los aliados respecto de Alemania era responsabilidad de los rumanos.

Antonescu se hizo el orejas en Salzburgo; pero, en realidad, conocía perfectamente los movimientos que había realizado su ministro de Asuntos Exteriores, y aun los del líder de la oposición. Y, de hecho, consiguió interesar a algunos de los aliados, sobre todo los occidentales. Gran Bretaña, muy particularmente, se aplicó rápidamente a tratar de mantener contactos con el rey Miguel.

El 2 de diciembre de 1943, en la embajada británica en Ankara, se presentó un hombre que dijo llamarse Stephen House, y ser un periodista retirado. Dijo representar a diversos periódicos de países aliados en Dinamarca. Con la invasión alemana de Dinamarca, había sido arrestado, pero había conseguido huir hasta Budapest, donde los franceses le habían expedido un salvoconducto de viaje a nombre de Étienne Langlois, con el que había llegado a Bucarest. Una vez allí, se había introducido, decía, en círculos políticos rumanos. Aquel extraño personaje, pues, era un enviado de Bucarest para tratar de abrir algún tipo de canal con los británicos.

En la primavera de 1944, fue Manliu quien abrió negociaciones, de nuevo con los británicos, y esta vez en El Cairo. De nuevo, los rumanos fueron presentados ante la conditio sine qua non de que su rendición fuese incondicional. Los aliados occidentales, entonces, sospechaban, a raíz de algunas melodías que habían escuchado en las semanas finales de 1943, que la URSS podría ser receptiva a la idea de una rendición no incondicional de los rumanos. En la práctica, los rumanos estaban negociando, por separado, con los aliados occidentales en El Cairo, y con los soviéticos en Estocolmo.

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