Rumania, ese chollo
A la sombra de los soviéticos en flor
Quiero rendirme
El largo camino hacia el armisticio
Conspirando a toda velocidad
El golpe
Elecciones libres; o no
En contra de mi propio gobierno
Elecciones libres (como en la URSS)
El último obstáculo, el rey
Con la Iglesia hemos topado
El calvario uniate
Securitate
Yo quiero ser un colectivizador como mi papá
Stefan Foris
Patrascanu y Pauker
La caída en desgracia de Lucretiu Patrascanu
La sombra del titoísmo
Gheorghiu-Dej se queda solo
Ana Pauker, salvada por un ictus
La apoteosis del primer comunista de Rumania
Hungría
Donde dije digo…
El mejor amigo del primo de Zumosol
Pilesti
Pío, pío, que yo no he sido
Trabajador forzado por la gracia de Lenin
Los comienzos de la diferenciación
Pues yo me voy a La Mutua (china)
Hasta nunca Gheorghe
El nuevo mando
Yo no fui
Yo no soy ellos
Enemigo de sus amigos
Grandeza y miseria
De mal en peor
Esos putos húngaros
El puteo húngaro
El maldito libro transilvano
El sudoku moldavo
La fumada de Artiom Lazarev
Viva Besarabia libre (y rumana)
Primeras disidencias
Goma
Los protestantes protestan
Al líder obrero no lo quieren los obreros
Brasov
No toques a Tokes
Arde Timisoara
El derrumbador de iglesias y monasterios
Qué mal va esto
Epílogo: el comunista que quiso sorber y soplar a la vez
Participar en la primera guerra mundial fue un verdadero chollo para Rumania. Esta nación comenzó la guerra con siete millones y medio de habitantes, pero tras la misma tenía 17 millones. Toda esa ganancia territorial, admitida y en el fondo pensada por personas que no comprendían muy bien las sutilezas del jeroglífico que era, y es, el sureste de Europa, no hizo sino generar enemigos totales. Rumania ganó terreno que antes de ser suyo era del Imperio ruso, de Hungría y de Bulgaria; ninguna de estas tres naciones aceptaría dichas pérdidas de buen grado. Como veremos en estas notas, una constante de la Historia de Rumania en el siglo XX es el doble problema generado por haber asumido una fuerte minoría húngara en su seno (y los viejos gestores del Imperio Austrohúngaro podrían hablarle a fondo sobre las consecuencias de algo así); y el hecho de que Rusia había perdido la Besarabia; algo que los supuestos finalizadores del imperio zarista, es decir los bolcheviques soviéticos, tampoco aceptaron nunca.
La principal característica de la Nueva Rumania surgida de
la Gran Guerra era que, en una jugada que los diseñadores de Versalles también
realizaron en Checoslovaquia, aunque en menor escala, a base de solucionar un
montón de problemas metiendo cosas en la Thermo Mix, habían creado un meconio
en el cual el 29% de la población pertenecía a minorías raciales y étnicas. Es
decir: crearon una Rumania que venía a ser como si en la España actual 14
millones de habitantes fuesen marroquíes, gitanos y miembros de otras minorías.
Rumania era, por lo demás, un país más atrasado que la
media. En los años treinta, el 80% de su población vivía en aldeas, y su
desarrollo industrial era apenas embrionario. Tampoco era un país muy avanzado
en términos constitucionales. Era un Estado monárquico en el que el rey
disponía de amplísimos poderes de jefe de Estado, entre ellos disolver el
Parlamento cuando le pareciese y nombrar al gobierno que le petase. Al igual
que en España en aquellos momentos, todo el sistema político era un fraude
caciquil, en el que cada gobierno que conseguía imponerse nombraba una tupida
red de prefectos policiales que garantizaban que los resultados de las
elecciones, si se convocaban, fuesen los esperados. El país apenas tenía clase
media, la mayor parte de la población tenía una formación bastante perfectible;
y todo eso, además, fue salvajemente atropellado por la crisis del 29. Porque
la crisis del 29, aunque comenzase siendo una crisis financiera, terminó siendo
una grave crisis productiva que afectó muy de lleno a quienes vivían de vender
materia prima barata a las economías más desarrolladas. Rumania se fue a la
mierda con aquella crisis. Como suele ocurrir, la producción de una gran crisis
económica y social animó a muchos ciudadanos a buscar culpables. En una
sociedad tan penetrada por las minorías, era imposible que no fuesen éstas las
designadas. Entre todas, la que se llevó la peor parte fue la minoría judía.
Rumania, por lo demás, conoció pronto el comunismo. Esto
es lógico: lo tenía a dos o tres paradas de metro, nada más. A pesar de ello,
sin embargo, el comunismo no fue, en los años previos a la segunda guerra
mundial, ningún mensaje atractivo para el rumano medio (si es que existe tal
cosa, ya que el rumano medio es la suma de rumanos muy distintos entre sí). En
primer lugar, una sociedad mayoritariamente rural, y esto quiere decir bastante
enraizada en el concepto de propiedad privada, no podía ver en el comunismo
mucho atractivo. Pero luego estaba el hecho de que la URSS, como tal, sostenía
algunas ideas que, por lógica, en Rumania no podían ser vistas con mucha
pasión. La URSS, en efecto, tenía un discurso estructural en favor de los
derechos de las minorías (discurso de la Komintern; internamente hablando, ya
no lo tenía tan claro); y, sobre todo, sostenía una reivindicación constante de
la condición soviética de la Besarabia. A base de reivindicar la marroquinidad de Ceuta y Melilla,
es lógico que los soviéticos no fuesen muy populares entre los rumanos.
Entre eso y que los comunistas siempre han sido bastante
tocahuevos, el gobierno rumano terminó por ilegalizar al Partido Comunista en
1924; una prohibición que duraría veinte años. Poca gente les echó de menos. En
un país tan eminentemente agrícola, el protagonismo político lo tenía el
Partido Agrario Nacional, que se creó en 1926 de la fusión entre el Partido
de los Agricultores y el Partido Nacional de Transilvania. En las elecciones de
1926, los agrarios sacaron el 28% de los votos y en 1928 alcanzaron su máximo,
con un 78% que ni la Ayuso.
La izquierda estaba representada por el Partido
Socialdemócrata, que hacía lo que podía en un país que no tenía, propiamente
hablando, clase trabajadora a la que sus mensajes pudieran parecer atractivos.
Durante la primera guerra, para colmo, hizo valer la sempiterna capacidad que
siempre tiene la izquierda de dividirse por negarse a compartir espacios
políticos que son en realidad despojos; así, los socialdemócratas se
escindieron en maximalistas y minimalistas; siendo los segundos los más
propiamente socialdemócratas, mientras que los primeros eran partidarios de la
dictadura del proletariado. Este bolchevismo rumano tenía tres líderes
entonces: Alexandru Dobrogeanu-Gherea, Boris Stefanov, y Aleçu Constantinescu.
Ya formaba parte de la formación un joven revolucionario llamado Marcel Pauker,
cuyo apellido haría famosa a la mujer que se casó con él, Ana Rabinsohn, a la
que la Historia conoce como Ana Pauker.
Maximalistas y minimalistas no tenían grandes diferencias
ideológicas. Ambos interpretaban el materialismo histórico, la infraestructura
y la superestructura, de la misma manera. Lo que los diferenciaba era,
básicamente, su proclividad a usar la violencia política. La división los
debilitó; y más que los debilitó una segunda escisión, cuando apareció una
tendencia, llamada centrista, que se colocaba un poco en la mediana de
maximalistas y minimalistas, aceptando la afiliación en la Komintern, pero
siempre y cuando no afectase ni a la independencia de Rumania ni a su
integridad territorial (es decir: con su posicionamiento, demostraban que no
conocían a los soviéticos; su principal líder bien pudo llamarse Inesia Arrimadu).
La creación de la Komintern, en 1919, supuso de hecho un
gran impulso para los socialdemócratas que estaban en favor de la revolución violenta. Al
fin y al cabo, habían encontrado alguien que podría llegar a armarla y pagarla,
y ya se sabe que un socialdemócrata se pirra por las soluciones en las que el
esfuerzo lo pone otro. A pesar de que los maximalistas querían ir con Lenin
hasta el infinito y más allá, en mayo de aquel 1919, en un congreso, los
minimalistas lograron imponer su punto de vista y girar el partido hacia un
programa socialista democrático no revolucionario. Las discusiones continuaron
y, finalmente, en noviembre de 1920 una delegación de seis miembros del
partido, tres maximalistas y tres minimalistas, viajó a Moscú para ver un
poco la Komintern por dentro. El tema no salió bien. Los líderes soviéticos,
sobre todo Bukharin y Zinoviev, criticaron al Partido Socialdemócrata Rumano
por ser un partido nenaza que no quería hacer la revolución; y los minimalistas
reaccionaron acusando a la Komintern de querer intervenir el partido y nombrar
a sus dirigentes.
A la vuelta a Bucarest, en enero de 1921, el partido hubo
de votar la propuesta de afiliarse o no la Komintern; propuesta que fue
aprobada con el apoyo de maximalistas y centristas. Así las cosas, los
minimalistas, que vaya usted a saber por qué no se fiaban de que Lenin fuese a
jugar limpio, decidieron dejar el partido. Los ganadores convocaron un congreso
en mayo de aquel año para discutir la afiliación a la Komintern. Esta convocatoria
es la que, en los libros de Historia, se considera el primer congreso del
Partido Comunista Rumano, y abrió sus sesiones el 8 de mayo de 1921.
El congreso votó la afiliación a la Komintern, y poco más.
Poco después de haber votado, la policía se presentó por la zona, y tuvieron
que salir todos echando hostias. Se reunieron en una especie de segunda parte,
ya en octubre de 1922, en Ploiesti; allí el partido quedó renombrado Partido
Comunista de Rumania, sección de la Internacional Comunista. Eligieron como
secretario general a Georgiu Cristescu.
Los hechos pronto demostraron que los minimalistas se
habían quejado de vicio, y que eso de que los soviéticos iban a hacer como que
el PCR era suyo era una invención de los correveidiles de turno. Ya en el año
1922, con el Partido recién estrenado, Moscú exigió la expulsión de los
centristas. El PCR, que había llegado a tener, con mucho esfuerzo (y algunas
dosis de imaginación) unos 45.000 miembros, tenía 2.000 a finales de aquel año.
Por otra parte, el Estado rumano y el soviético entraron en negociaciones
diplomáticas para reconocerse el uno al otro; pero estas negociaciones quedaron
rotas el 11 de abril de 1924, cuando Moscú dejó claro que no aceptaría otro
estatus para la Besarabia que ser parte de la URSS. El gobierno rumano, como he
apuntado, aprovechó esta ruptura para ilegalizar al PCR. El Partido tuvo que celebrar congresos fuera
de las fronteras del país.
A la pertenencia del PCR a la Komintern, por lo demás, se
le empezaban a saltar las costuras. Como repetidamente habían señalado quienes
ahora ya no eran de la partida, la URSS no quería compartir nada con los
partidos comunistas internacionales integrados en la Komintern, sino
simplemente mandar sobre ellos. Consecuentemente, en Moscú no se cortaron ni un
pelo, lo cual quiere decir que no hicieron ningún intento por disimular que su
objetivo político era quebrar la integridad territorial de la Rumania surgida
de la primera guerra mundial. Esto, lógicamente, hacía que incluso dentro del
Partido hubiese gente que pensara que los ruskis se estaban pasando tres
pueblos. Georgiu Cristescu, que era rumano-rumano, estaba totalmente en contra
de la medida; sin embargo, otros miembros del comunismo de origen húngaro, como
Elek Köblös y Sandor Körösi-Krizsán, estaban encantados con las intenciones de
Vladimiro el hijo de Elías.
Aquello amenazaba con nuevas escisiones. Escisiones que
los rumanos del Partido no querían ni en pintura, pues eran conscientes de que,
si dejaban a los húngaros volar por su cuenta, les podían hacer un buen zurcido.
Así que Alexandru Dobrogeanu propuso un nuevo viaje a Moscú, para ver si lo
resolvían. El resultado fue bastante predecible: la facción de Cristescu
resultó, más que vencida, apaleada.
Ya sin oposición seria entre los comunistas rumanos, el
quinto congreso de la Komintern, que tuvo lugar en el verano de 1924, llamó a
la “separación política de los pueblos oprimidos de Polonia, Rumania,
Checoslovaquia, Yugoslavia y Grecia”. Esto, en la práctica, significaba que la
Komintern demandaba que Besarabia, Bukovina septentrional y Ucrania occidental se
integrasen en la URSS, y que tanto Transilvania como Dobrogea (ambos
territorios con fuertes minorías húngaras) fuesen Estados independientes. El
siguiente golpe, dado en el tercer congreso del PCR, fue colocar al húngaro
Köblös en la secretaría general.
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