Rumania, ese chollo
A la sombra de los soviéticos en flor
Quiero rendirme
El largo camino hacia el armisticio
Conspirando a toda velocidad
El golpe
Elecciones libres; o no
En contra de mi propio gobierno
Elecciones libres (como en la URSS)
El último obstáculo, el rey
Con la Iglesia hemos topado
El calvario uniate
Securitate
Yo quiero ser un colectivizador como mi papá
Stefan Foris
Patrascanu y Pauker
La caída en desgracia de Lucretiu Patrascanu
La sombra del titoísmo
Gheorghiu-Dej se queda solo
Ana Pauker, salvada por un ictus
La apoteosis del primer comunista de Rumania
Hungría
Donde dije digo…
El mejor amigo del primo de Zumosol
Pilesti
Pío, pío, que yo no he sido
Trabajador forzado por la gracia de Lenin
Los comienzos de la diferenciación
Pues yo me voy a La Mutua (china)
Hasta nunca Gheorghe
El nuevo mando
Yo no fui
Yo no soy ellos
Enemigo de sus amigos
Grandeza y miseria
De mal en peor
Esos putos húngaros
El puteo húngaro
El maldito libro transilvano
El sudoku moldavo
La fumada de Artiom Lazarev
Viva Besarabia libre (y rumana)
Primeras disidencias
Goma
Los protestantes protestan
Al líder obrero no lo quieren los obreros
Brasov
No toques a Tokes
Arde Timisoara
El derrumbador de iglesias y monasterios
Qué mal va esto
Epílogo: el comunista que quiso sorber y soplar a la vez
Durante los años de la clandestinidad, el PCR permaneció tan estrechamente controlado por la URSS que ni siquiera tuvo secretarios generales que étnicamente fuesen rumanos. A Köblös lo sustituyó Vitali Holostenko, un tío que venía del Partido Comunista Ucraniano. Sin embargo, su autoridad fue casi constantemente amenazada por Marcel Pauker, conocido entonces por su nombre de clandestinidad Luximin. Pauker montó una especie de “verdadera vanguardia” del Partido, en compañía de Alexandru Dobrogeanu-Gherea, Boris Stefanov y Laszlo Luka.
En medio de todos estos enfrentamientos, la Komintern
decidió tratar de arreglarlo todo de una vez, y convocó el V Congreso del
Partido en Moscú para 1931. Allí impuso un nuevo secretario general no rumano:
Alexandru Stefanski, que era miembro del Partido Comunista Polaco. Stefanski
fue el máximo dirigente del comunismo rumano hasta que lo sustituyó Eugen
Iacobovici. Estamos ya en 1936, año en que le llegó el turno al búlgaro
Stefanov, quien estuvo cuatro años hasta que, en 1940, la Komintern decidió
confiar en el húngaro transilvano Stefan Foris.
En esos momentos, la ultraderecha rumana, agrupada en
torno a un grupo llamado la Guardia de Hierro y dirigido por Corneliu Codreanu,
solía realizar propaganda incitando a la sociedad rumana a pensar que los
bolcheviques eran, en realidad, conspiradores judíos. Otras organizaciones de
derecha, como el Partido Nacional Cristiano de Octavian Goga y Alexandru Cuza,
hicieron hilo con este tipo de ideas. Todos estos grupos de derechas eran
perfectamente conscientes de que estaban mordiendo en blando. La gestión que la
Komintern hizo del PCR, siempre preocupada como estaba por multiplicar las
posibilidades de la URSS respecto de Besarabia, tuvo como consecuencia que
aquel partido cada vez tuviese menos de rumano; y ésa era la sangre que
olfateaban sus opositores.
Estas apuestas, además, condicionaron lógicamente la
propia composición de la formación política. En los años treinta del siglo
pasado, los húngaros, que venían a ser el 8% de la población de Rumania, eran
sin embargo una cuarta parte de los militantes comunistas. Los judíos, que eran
el 4% de la población, era casi uno de cada cinco militantes. Estos datos es
importante retenerlos en la memoria, porque están en la base de que el
nacionalismo rumano fuese la principal característica distintiva del comunismo
local, sobre todo tras la llegada de Ceaucescu. En aquel entonces, entre
húngaros, judíos, ucranianos, rusos y búlgaros, se juntaba aproximadamente el
65% de la militancia comunista rumana.
En la situación en la que estaban los comunistas, su
espacio lógico de actividad eran los ámbitos laborales. Aprovechando la difícil
situación económica, organizaron un buen número de huelgas y conflictos.
Durante estos conflictos habría de destacar un obrero ferroviario que, con los
años, se convertiría en el líder histórico del comunismo rumano. Gheorghe
Gheorghiu era una rara avis en aquel PCR, puesto que no sólo era
étnicamente rumano, sino que verdaderamente pertenecía a la clase obrera, algo
de lo que nunca ha habido mucho en los partidos comunistas, donde suelen ser más frecuente los ramoncitoespinares. Teniendo un origen
verdaderamente humilde, es decir, procediendo como procedía del proletariado
que todos los comunistas defienden pero que muy pocos de ellos conocen, su gran
hándicap, siempre, fue la educación. Gheorghiu siempre sintió la mordedura de
la vergüenza cuando tenía que enfrentarse a miembros de la formación con mucha
mejor educación, sobre todo Marcel Pauker y otro líder del que hablaremos
mucho, y con el que Gheorghiu se portó muy malamente: Lucretiu Patrascanu, el
gran mártir del comunismo rumano.
De origen, era moldavo, pues había nacido en Barlad, el 8
de noviembre de 1901. Desplegó la típica vida del muchacho sin recursos hasta
que, el 20 de marzo de 1932, acudió a una reunión nacional de trabajadores
ferroviarios en Bucarest. Allí fue elegido miembro del Comité Central de
Acción. En febrero de 1933, los ferroviarios de Bucarest fueron a una huelga
que se extendió pronto a Cluj y Iasi. Como consecuencia de la movida, Gheorghiu
y otros de sus colegas del comité de acción resultaron arrestados, noticia que
provocó enfrentamientos violentos entre los ferroviarios y la policía, con el
resultado de varios manifestantes muertos. Gheorghiu fue imputado como
instigador de los disturbios junto con Constantin Doncea, Chivu Stoica, Dumitru
Petrescu, Ilie Pintile y Gheorghe Vasilichi, entre otros; de algunos de ellos
volveremos a hablar. El 19 de agosto de 1933 le cayeron 12 años de trabajos
forzados, y fue enviado a la prisión de Doftana.
En Doftana, Gheorghiu se convirtió en un líder natural de
los comunistas, casi todos ellos muy jóvenes, que estaban allí pelándose las
manos. Entre esos yogurines rojos estaban algunos de los que serían
protagonistas de la vida del comunismo rumano con el tiempo, como Gheorghe
Apóstol, Nicolae Ceaucescu, Alexandru Draghici o Alexandru Moghioros. A este
círculo de rumanos o húngaro-rumanos, Gheorghiu habría de unir otra lista de
colaboradores soviéticos: Pintilie Bodnarenko (también conocido como Gheorghe
Pintilie, nacido Panteley Tomofiy Bodnarenko), Vasile Bucikov, Pyotr Goncearuc,
Sergei Nikonov y Misha Posteuca.
Gheorghe Gheorghiu-Dej, como finalmente se le habría de
conocer, tenía en su destino convertirse en el líder del comunismo rumano. Pero
la cosa no le fue fácil. Como he dicho, los partidos comunistas, por lo
general, se pirran por dirigentes que tengan un cierto nivel intelectual del
que el modesto ferroviario carecía. En este terreno, su gran competidor era
competidora: Ana Pauker.
Ana Pauker nació el 13 de diciembre de 1893 en el pueblo
moldavo de Codaesti. Su apellido original era Rabinsohn, el indicativo de una
familia relativamente acomodada. Su padre era carnicero pero también profesor
de movidas rabínicas. Con el siglo, los Rabinsohns decidieron emigrar a
Bucarest. Uno de los primeros empleos de Ana fue como profesora de hebreo en
una escuela en la capital. Este empleo le vino muy poco tiempo antes de que, en
1915, se hiciera definitivamente socialista. Se dedicaba a repartir literatura
elaborada por el Partido Socialdemócrata. Cuando dejó su empleo como profesora,
se colocó de secretaria en un periódico. En otras palabras: comenzó a
frecuentar el ambiente subnormal de los medios de comunicación. En 1921,
conoció allí al hijo de uno de los principales accionistas del periódico,
Marcel Pauker. Pauker era un comunista de libro: hijo de una familia que no
necesitaba morirse para ir al cielo, lo habían enviado a París a estudiar
leyes, y allí se había dado cuenta de que el mundo es muy injusto y esas cosas;
sólo que, en lugar de decidir repartir la fortuna de su padre, decidió hacerse
comunista, que es bastante más cómodo, y significativamente más lucrativo puesto que a lo que te dedicas es a repartir la fortuna de otros.
La pareja estuvo en mayo de 1921 en el congreso fundacional
del Partido Comunista. Cuando llegó la represión y los arrestos de los altos
dirigentes, hicieron uso de sus contactos privilegiados y se fueron a Zurich,
donde se casaron. Marcel comenzó a estudiar ingeniería mientras que Ana
comenzaba a estudiar medicina. Ella regresó a Bucarest para alumbrar en la
capital rumana a su primera hija, Tania, aunque desgraciadamente la niña murió
de disentería cuando no tenía ni un año. En octubre de 1922, en el II Congreso
del Partido en Ploiesti, los dos Pauker fueron elegidos para el Comité Central.
A Ana se le encomendó la edición de la propaganda clandestina, por lo que
rápidamente se convirtió en un objetivo fundamental para la policía. Acabó
siendo detenida y enviada a la prisión de Vacaresti. Allí, ella y otras cuatro
mujeres que habían sido detenidas con ella iniciaron una huelga de hambre;
acabaron siendo liberadas hasta su juicio, que estaba fijado para julio de
1925. Inmediatamente, los acusados desaparecieron, así pues, Ana Pauker fue
condenada a diez años in absentia. En 1926, siendo como eran típicos
comunistas de recursos, los Pauker lograron salir del país y se establecieron
en Berlín, París, Praga y Viena; ciudad ésta última en la que Ana dio a luz a
su hijo Vlad. Finalmente, acabaron en Moscú, donde Ana ingresó en la escuela de
la Komintern para sacarse el carné de comunista acomodada upper-intermediate.
En 1928, siguiendo en Moscú, tuvo otra hija, Tatiana. Marcel volvió a Rumania y
fue rápidamente arrestado; pero se benefició de una amnistía y acabó regresando
a la capital de la URSS. En diciembre de 1932, la Komintern lo envió de nuevo a
Rumania, para organizar el comunismo en Transilvania. Estuvo un año y luego
regresó al cuartel general.
En lo que se refiere a Ana, con el nombre de batalla
Marina, se le encargaron labores de instrucción para los comunistas
checoslovacos, franceses y alemanes. En 1934, fue enviada de nuevo a Rumania,
junto con otros compañeros, para tratar de montar de nuevo la estructura
clandestina del Partido, después de una ola de arrestos de dirigentes. El 13 de
julio de 1935, estando en Bucarest, la trincaron. El juicio de ella y de otros
18 dirigentes comunistas tuvo que moverse fuera de Bucarest a causa de las
manifas que había en la calle apoyándolos.
En la sentencia del juicio, Ana Pauker fue condenada por
ser un miembro importante de una organización ilegal. Le cayeron diez años de
cárcel.
Estando en prisión Ana, su marido Marcel fue arrestado en
Moscú, acusado de tener simpatías trotskistas; fue, por lo tanto, una víctima
más de las purgas de Stalin. En el lote de detenidos estaban también Alexandru
Dobrogeanu-Gherea, Ecaterina Arbore, Pavel Tcacenko, Elek Köblös y David
Fabian. Los cito a todos para que alguien los recuerde, aunque sea un rato;
fueron todos asesinados sin juicio. En este ambiente, la verdad, es difícil de
explicar cómo los rumanos fueron capaces de reclutar a unos 5.000 de ellos para
ir a España a pelear en las Brigadas Internacionales. La contribución rumana a
la guerra española, aunque obviamente no fue la más importante, tampoco es
despreciable. Nombres como Petre Borila, Mihai Burca, Constantin Doncea, Mihail
Florescu, Valter Roman o Gheorghe Stoica se foguearon en la guerra civil
española.
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