martes, octubre 21, 2025

Ceaucescu (2): A la sombra de los soviéticos en flor




Rumania, ese chollo
A la sombra de los soviéticos en flor
Quiero rendirme
El largo camino hacia el armisticio
Conspirando a toda velocidad
El golpe
Elecciones libres; o no
En contra de mi propio gobierno
Elecciones libres (como en la URSS)
El último obstáculo, el rey
Con la Iglesia hemos topado
El calvario uniate
Securitate
Yo quiero ser un colectivizador como mi papá
Stefan Foris
Patrascanu y Pauker
La caída en desgracia de Lucretiu Patrascanu
La sombra del titoísmo
Gheorghiu-Dej se queda solo
Ana Pauker, salvada por un ictus
La apoteosis del primer comunista de Rumania
Hungría
Donde dije digo…
El mejor amigo del primo de Zumosol
Pilesti
Pío, pío, que yo no he sido
Trabajador forzado por la gracia de Lenin
Los comienzos de la diferenciación
Pues yo me voy a La Mutua (china)
Hasta nunca Gheorghe
El nuevo mando
Yo no fui
Yo no soy ellos
Enemigo de sus amigos
Grandeza y miseria
De mal en peor
Esos putos húngaros
El puteo húngaro
El maldito libro transilvano
El sudoku moldavo
La fumada de Artiom Lazarev
Viva Besarabia libre (y rumana)
Primeras disidencias
Goma
Los protestantes protestan
Al líder obrero no lo quieren los obreros
Brasov
No toques a Tokes
Arde Timisoara
El derrumbador de iglesias y monasterios
Qué mal va esto
Epílogo: el comunista que quiso sorber y soplar a la vez

 


Durante los años de la clandestinidad, el PCR permaneció tan estrechamente controlado por la URSS que ni siquiera tuvo secretarios generales que étnicamente fuesen rumanos. A Köblös lo sustituyó Vitali Holostenko, un tío que venía del Partido Comunista Ucraniano. Sin embargo, su autoridad fue casi constantemente amenazada por Marcel Pauker, conocido entonces por su nombre de clandestinidad Luximin. Pauker montó una especie de “verdadera vanguardia” del Partido, en compañía de Alexandru Dobrogeanu-Gherea, Boris Stefanov y Laszlo Luka.

En medio de todos estos enfrentamientos, la Komintern decidió tratar de arreglarlo todo de una vez, y convocó el V Congreso del Partido en Moscú para 1931. Allí impuso un nuevo secretario general no rumano: Alexandru Stefanski, que era miembro del Partido Comunista Polaco. Stefanski fue el máximo dirigente del comunismo rumano hasta que lo sustituyó Eugen Iacobovici. Estamos ya en 1936, año en que le llegó el turno al búlgaro Stefanov, quien estuvo cuatro años hasta que, en 1940, la Komintern decidió confiar en el húngaro transilvano Stefan Foris.

En esos momentos, la ultraderecha rumana, agrupada en torno a un grupo llamado la Guardia de Hierro y dirigido por Corneliu Codreanu, solía realizar propaganda incitando a la sociedad rumana a pensar que los bolcheviques eran, en realidad, conspiradores judíos. Otras organizaciones de derecha, como el Partido Nacional Cristiano de Octavian Goga y Alexandru Cuza, hicieron hilo con este tipo de ideas. Todos estos grupos de derechas eran perfectamente conscientes de que estaban mordiendo en blando. La gestión que la Komintern hizo del PCR, siempre preocupada como estaba por multiplicar las posibilidades de la URSS respecto de Besarabia, tuvo como consecuencia que aquel partido cada vez tuviese menos de rumano; y ésa era la sangre que olfateaban sus opositores.

Estas apuestas, además, condicionaron lógicamente la propia composición de la formación política. En los años treinta del siglo pasado, los húngaros, que venían a ser el 8% de la población de Rumania, eran sin embargo una cuarta parte de los militantes comunistas. Los judíos, que eran el 4% de la población, era casi uno de cada cinco militantes. Estos datos es importante retenerlos en la memoria, porque están en la base de que el nacionalismo rumano fuese la principal característica distintiva del comunismo local, sobre todo tras la llegada de Ceaucescu. En aquel entonces, entre húngaros, judíos, ucranianos, rusos y búlgaros, se juntaba aproximadamente el 65% de la militancia comunista rumana.

En la situación en la que estaban los comunistas, su espacio lógico de actividad eran los ámbitos laborales. Aprovechando la difícil situación económica, organizaron un buen número de huelgas y conflictos. Durante estos conflictos habría de destacar un obrero ferroviario que, con los años, se convertiría en el líder histórico del comunismo rumano. Gheorghe Gheorghiu era una rara avis en aquel PCR, puesto que no sólo era étnicamente rumano, sino que verdaderamente pertenecía a la clase obrera, algo de lo que nunca ha habido mucho en los partidos comunistas, donde suelen ser más frecuente los ramoncitoespinares. Teniendo un origen verdaderamente humilde, es decir, procediendo como procedía del proletariado que todos los comunistas defienden pero que muy pocos de ellos conocen, su gran hándicap, siempre, fue la educación. Gheorghiu siempre sintió la mordedura de la vergüenza cuando tenía que enfrentarse a miembros de la formación con mucha mejor educación, sobre todo Marcel Pauker y otro líder del que hablaremos mucho, y con el que Gheorghiu se portó muy malamente: Lucretiu Patrascanu, el gran mártir del comunismo rumano.

De origen, era moldavo, pues había nacido en Barlad, el 8 de noviembre de 1901. Desplegó la típica vida del muchacho sin recursos hasta que, el 20 de marzo de 1932, acudió a una reunión nacional de trabajadores ferroviarios en Bucarest. Allí fue elegido miembro del Comité Central de Acción. En febrero de 1933, los ferroviarios de Bucarest fueron a una huelga que se extendió pronto a Cluj y Iasi. Como consecuencia de la movida, Gheorghiu y otros de sus colegas del comité de acción resultaron arrestados, noticia que provocó enfrentamientos violentos entre los ferroviarios y la policía, con el resultado de varios manifestantes muertos. Gheorghiu fue imputado como instigador de los disturbios junto con Constantin Doncea, Chivu Stoica, Dumitru Petrescu, Ilie Pintile y Gheorghe Vasilichi, entre otros; de algunos de ellos volveremos a hablar. El 19 de agosto de 1933 le cayeron 12 años de trabajos forzados, y fue enviado a la prisión de Doftana.

En Doftana, Gheorghiu se convirtió en un líder natural de los comunistas, casi todos ellos muy jóvenes, que estaban allí pelándose las manos. Entre esos yogurines rojos estaban algunos de los que serían protagonistas de la vida del comunismo rumano con el tiempo, como Gheorghe Apóstol, Nicolae Ceaucescu, Alexandru Draghici o Alexandru Moghioros. A este círculo de rumanos o húngaro-rumanos, Gheorghiu habría de unir otra lista de colaboradores soviéticos: Pintilie Bodnarenko (también conocido como Gheorghe Pintilie, nacido Panteley Tomofiy Bodnarenko), Vasile Bucikov, Pyotr Goncearuc, Sergei Nikonov y Misha Posteuca.

Gheorghe Gheorghiu-Dej, como finalmente se le habría de conocer, tenía en su destino convertirse en el líder del comunismo rumano. Pero la cosa no le fue fácil. Como he dicho, los partidos comunistas, por lo general, se pirran por dirigentes que tengan un cierto nivel intelectual del que el modesto ferroviario carecía. En este terreno, su gran competidor era competidora: Ana Pauker.

Ana Pauker nació el 13 de diciembre de 1893 en el pueblo moldavo de Codaesti. Su apellido original era Rabinsohn, el indicativo de una familia relativamente acomodada. Su padre era carnicero pero también profesor de movidas rabínicas. Con el siglo, los Rabinsohns decidieron emigrar a Bucarest. Uno de los primeros empleos de Ana fue como profesora de hebreo en una escuela en la capital. Este empleo le vino muy poco tiempo antes de que, en 1915, se hiciera definitivamente socialista. Se dedicaba a repartir literatura elaborada por el Partido Socialdemócrata. Cuando dejó su empleo como profesora, se colocó de secretaria en un periódico. En otras palabras: comenzó a frecuentar el ambiente subnormal de los medios de comunicación. En 1921, conoció allí al hijo de uno de los principales accionistas del periódico, Marcel Pauker. Pauker era un comunista de libro: hijo de una familia que no necesitaba morirse para ir al cielo, lo habían enviado a París a estudiar leyes, y allí se había dado cuenta de que el mundo es muy injusto y esas cosas; sólo que, en lugar de decidir repartir la fortuna de su padre, decidió hacerse comunista, que es bastante más cómodo, y significativamente más lucrativo puesto que a lo que te dedicas es a repartir la fortuna de otros.

La pareja estuvo en mayo de 1921 en el congreso fundacional del Partido Comunista. Cuando llegó la represión y los arrestos de los altos dirigentes, hicieron uso de sus contactos privilegiados y se fueron a Zurich, donde se casaron. Marcel comenzó a estudiar ingeniería mientras que Ana comenzaba a estudiar medicina. Ella regresó a Bucarest para alumbrar en la capital rumana a su primera hija, Tania, aunque desgraciadamente la niña murió de disentería cuando no tenía ni un año. En octubre de 1922, en el II Congreso del Partido en Ploiesti, los dos Pauker fueron elegidos para el Comité Central. A Ana se le encomendó la edición de la propaganda clandestina, por lo que rápidamente se convirtió en un objetivo fundamental para la policía. Acabó siendo detenida y enviada a la prisión de Vacaresti. Allí, ella y otras cuatro mujeres que habían sido detenidas con ella iniciaron una huelga de hambre; acabaron siendo liberadas hasta su juicio, que estaba fijado para julio de 1925. Inmediatamente, los acusados desaparecieron, así pues, Ana Pauker fue condenada a diez años in absentia. En 1926, siendo como eran típicos comunistas de recursos, los Pauker lograron salir del país y se establecieron en Berlín, París, Praga y Viena; ciudad ésta última en la que Ana dio a luz a su hijo Vlad. Finalmente, acabaron en Moscú, donde Ana ingresó en la escuela de la Komintern para sacarse el carné de comunista acomodada upper-intermediate. En 1928, siguiendo en Moscú, tuvo otra hija, Tatiana. Marcel volvió a Rumania y fue rápidamente arrestado; pero se benefició de una amnistía y acabó regresando a la capital de la URSS. En diciembre de 1932, la Komintern lo envió de nuevo a Rumania, para organizar el comunismo en Transilvania. Estuvo un año y luego regresó al cuartel general.

En lo que se refiere a Ana, con el nombre de batalla Marina, se le encargaron labores de instrucción para los comunistas checoslovacos, franceses y alemanes. En 1934, fue enviada de nuevo a Rumania, junto con otros compañeros, para tratar de montar de nuevo la estructura clandestina del Partido, después de una ola de arrestos de dirigentes. El 13 de julio de 1935, estando en Bucarest, la trincaron. El juicio de ella y de otros 18 dirigentes comunistas tuvo que moverse fuera de Bucarest a causa de las manifas que había en la calle apoyándolos.

En la sentencia del juicio, Ana Pauker fue condenada por ser un miembro importante de una organización ilegal. Le cayeron diez años de cárcel.

Estando en prisión Ana, su marido Marcel fue arrestado en Moscú, acusado de tener simpatías trotskistas; fue, por lo tanto, una víctima más de las purgas de Stalin. En el lote de detenidos estaban también Alexandru Dobrogeanu-Gherea, Ecaterina Arbore, Pavel Tcacenko, Elek Köblös y David Fabian. Los cito a todos para que alguien los recuerde, aunque sea un rato; fueron todos asesinados sin juicio. En este ambiente, la verdad, es difícil de explicar cómo los rumanos fueron capaces de reclutar a unos 5.000 de ellos para ir a España a pelear en las Brigadas Internacionales. La contribución rumana a la guerra española, aunque obviamente no fue la más importante, tampoco es despreciable. Nombres como Petre Borila, Mihai Burca, Constantin Doncea, Mihail Florescu, Valter Roman o Gheorghe Stoica se foguearon en la guerra civil española.

Aunque normalmente no se sepa, a pocos partidos comunistas les dejó con las bragas más bajadas el acuerdo Molotov-Ribentropp como al rumano. Siguiendo las instrucciones de la Komintern (no había otras; en esos momentos, el partido lo dirigía el búlgaro Stepanov, que ni siquiera residía en Rumania, sino en Moscú), los comunistas rumanos habían iniciado una serie de acciones de propaganda anti-hitleriana, con el denominador común de la defensa de las fronteras frente a un dictador que, decían, les quería invadir. Cuando se firmó el pacto, su discurso tuvo que girar 180 grados y, automáticamente, Gran Bretaña y Francia pasaron a ser los culpables de todo. Los intereses nacionales de Rumania, comenzó a defender el PCR, requerían un acuerdo de asistencia mutua entre el país y la URSS; esto hizo que los comunistas aceptasen el derecho de autodeterminación de los habitantes de Besarabia, Bukovina, Transilvania y Dobrogea, incluso aunque eso supusiera su separación respecto de Rumania. A ver, no es que les gustase mucho; pero Stalin, con el gesto de reventar a los principales dirigentes del Partido contra un paredón moscovita, había dejado bien claro quién mandaba.

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