Una política cuestionable
Peseta grande, ande o no ande
Secos de crédito
Conspiradores
Las cábalas de Mussolini
March
Portugal
Los sueños imposibles del doctor Negrín
Dos modelos enfrentados
Dos bandos, dos modelos
La polémica interminable sobre la eficiencia del gasto bélico
Rosario de ventas
De lo necesario, y de lo legal
¿Y si Putin tiene una colección de monedas de puta madre?
La guerra del dinero
Echa el freno, Madaleno
Un mundo sin bancos
“Escuchado en la radio”
El sindiós catalán
Eliodoro de la Torre, el más vasco entre los vascos
Las repúblicas taifas
El general inflación
Bombardeando pasta
Los operadores económicos desconectados
El tema impositivo (y la recapitulación)
En paralelo, la república trató
de hacerse con cuantos medios de pago pudo, mejor. Como primera medida, se
decretó la obligación de todos los súbditos extranjeros de ingresar en el Banco
de España todo el oro, las divisas y los activos financieros extranjeros de que
dispusieran en España. Eso sí, esto se hizo para incautarse de los dividendos
en divisas de los activos, pero no los activos en sí; se buscó no ponerse un
borrón en el prestigio internacional.
Cuando la república comenzó a
oler el fétido aliento de la derrota, recobró estas iniciativas. A finales de
1937, comenzó a aprobar una serie de disposiciones por las cuales las
sucursales bancarias extranjeras de los bancos españoles deberían poner bajo el
control del gobierno todos los valores que cotizasen en divisas.
Otro aspecto importante de la
guerra monetaria fue la pequeña guerra que la república hubo de librar contra
la plata. Oro, las cosas como son, tiene poca gente; y, no nos engañemos,
alguna de esa gente tiene la capacidad de conseguir que nunca puedas poner tus
zarpas sobre su vil metal. Pero la plata es otra cuestión. La plata en más
común. Estaba presente en muchas acuñaciones de monedas, por no mencionar que
había muchas familias que tenían en casa cuberterías de plata y objetos
similares. La plata, por lo demás, es un metal precioso; así pues, puede llegar
a servir de relación de cambio espontánea. La gente, cuando deja de creer en
los billetes, vuelve su rostro hacia los metales preciosos, en la confianza de
que sí le sirvan para comprar y vender. Empezada la guerra, pues, en ambos
bandos, pero más en el republicano puesto que en él, el desprestigio de la
moneda fiduciaria fue mucho mayor, había que evitar que el personal acaparase
plata; porque eso significaría la consolidación de una masa monetaria paralela
a la masa monetaria; paralela, e incontrolable.
En octubre de 1936, la república
encontró la disculpita perfecta para retirar las monedas de plata de la
circulación: habían sido acuñadas por la monarquía. El argumento, en realidad,
es una chorrada; pero era lo que tenían a mano. La teoría era que la Casa de la
Moneda emitiría y entregaría una moneda republicana (entiendo que con menos
ley); pero no lo hizo, por lo que se emitieron papelitos: certificados de plata
de cinco y diez pesetas, que clonaban el valor facial original de cada moneda.
Se ordenó al Banco de España atesorar la cantidad de plata amonedada suficiente
como para respaldar los certificados.
En marzo de 1937, entiendo que
ante el hecho de que la emisión de los certificados de plata no había salido
demasiado bien, se decidió acuñar monedas de una y dos pesetas hasta cubrir un
valor de 100 millones; monedas de cobre y aluminio. Aquella emisión fue una
especie de “contraprogramación”, puesto que en aquellas fechas el gobierno de
Burgos estaba haciendo su primera emisión de moneda.
Como puede verse, la república
esperaba que los ciudadanos desarrollasen una confianza suficiente hacia las
monedas oficiales que emitía o respaldaba como para no proceder a atesorar su
plata. Pero, claro, la gente no es gilipollas, y eso es exactamente lo que
hizo. A finales de 1937 ya se puede decir que el burro había dejado de seguir
al dedo, y era el dedo el que seguía al burro. El día de Nochebuena, la
sustitución de las viejas monedas de plata se amplió a las de 50, 25 y 10
céntimos. El 31 se ordenó la acuñación de nuevas monedas de 50 céntimos; pero,
una vez más, la incapacidad de la Casa de la Moneda de hacer aquello para lo
que existe obligó a emitir certificados una vez más. Eso fueron las de 50
céntimos. El resto de monedas sustituidas por el decreto de Nochebuena lo fue
por unos discos de cartón que hoy se pueden encontrar en muchos lugares de
venta de memorabilia. A los discos se les adherían timbres diversos para evitar
que cada pichi pudiese emitir moneda en su casa, claro.
La situación para la república,
sobre todo a partir de la pérdida del norte, era desesperada. Trataban de
recoger todo el metal precioso que podían para así poder respaldar sus
emisiones de moneda; pero su propia política tenía muy escasa credibilidad, ya
que, cuando les tocaba emitir la moneda de sustitución, sólo eran capaces de
emitir papelitos.
En enero de 1938 se puede decir
que el Estado republicano había perdido completamente el control sobre su masa
monetaria. En primer lugar, como ya os he dicho, al no estar formalmente en
guerra, mantenía la ficción de que el Banco de España era el gran vigilante de
la masa monetaria de todo el territorio nacional; cuando, en realidad, la
república ya no controlaba ni la mitad del mismo. En segundo lugar, en el
ámbito de administración republicana, al calor del acaparamiento de plata por
parte de los particulares y de las emisiones descontroladas de moneditas por
parte de ayuntamientos, partidos y sindicatos, la masa monetaria estaba
descontrolada; y eso quería decir que nadie, en puridad, podía aspirar, ni a
controlar la inflación, ni a tener una política seria de crecimiento económico.
Toda esta situación cristalizó en un decreto de enero de 1938, por el cual se
limitaba el privilegio de emisión de moneda del Banco de España a billetes de
100 pesetas o más, quedando el Ministerio de Hacienda titular del de emitir
billetes de 5, 10, 25 y 50 pesetas, así como los certificados provisionales de
céntimos. Se pretendía con ello detener el crecimiento acromegálico del balance
del Banco de España o, si lo preferís, escamotearle a todo aquél que pusiera
los ojos sobre dicho balance el crecimiento descontrolado de la masa monetaria
republicana. Pero, claro, de la misma manera se estaban creando dos autoridades de emisión de moneda distintas; y una de ellas, plenamente habitada y controlada por políticos.
Unos doce meses después de
aquella medida, el gobierno republicano había hecho uso de todo el oro que una
vez había encontrado en el Banco de España. Hacía ya meses que apenas conseguía
incautaciones valiosas; aunque justo es reconocer que no puso todo lo que
incautó en juego para respaldar la moneda, como demuestra el dato de que,
acabada la guerra, todavía pudiese llenar
un yate de objetos de lujo robados cuya devolución, mira tú, no hay memoria
histórica que reclame.
La consolidación del golpe de
Estado como una guerra obligó a los dos bandos a decretar moratorias
mercantiles, dado que no se podía aspirar a tener operativas empresariales
normales en aquella situación. En el caso de la república, la reacción fue
inmediata y un tanto sobreactuada, en mi opinión, por razones ideológicas. A los redactores de los decretos del Ministerio de Hacienda, ya durante el gobierno
Giral y no digamos después, les iba la marcha. Así pues, decretaron la
suspensión inmediata de las operaciones mercantiles que implicasen movimiento
de fondos en los establecimientos de crédito, suspendiendo también el
vencimiento de efectos comerciales y la actividad de las Bolsas de valores. Se
prohibieron las transmisiones de bienes muebles e inmuebles; medida que, hay
que dejarlo claro, buscaba convertir en inútiles los robos, perdón,
incautaciones, que diversos militantes de izquierdas, perdón, “incontrolados”,
estaban cometiendo por todo el país en la persona de gentes cuyo único delito
era poseer lo que ellos querían; perdón, quise decir fachas. El argumento que
pretendía introducir la nueva regulación era: ¿para qué robarlo, si no vas a
poder venderlo? Porque de prohibir los robos y decretar el encarcelamiento o
fusilamiento de quien los perpetrase, ni hablamos, claro.
La república, pues, frenó en seco
el sistema económico. En parte porque no creía en él y, como le suele ocurrir,
pensaba que la riqueza cae de los árboles y brota de forma natural de las
alcantarillas; en parte para intentar parar un proceso por el cual sus
conmilitones estaban, como Henry Hill, robando hasta la última migaja de lo que
encontraban. El resultado de frenar en seco el sistema económico fue
exactamente ése: frenar en seco el sistema económico. Cierto es que se eximió a
comerciantes de las restricciones de circulante, como ya hemos visto; y,
asimismo, se permitió el abono de cupones y dividendos, y se autorizó a los
bancos a cargar en las cuentas de deudores las letras aceptadas antes del 15 de
agosto de 1936. Pero todo eso fue como intentar derribar la muralla china con
un cepillo de dientes.
El resultado de esta operación de
secado y planchado fue evidente. Por fin, las izquierdas españolas tenían lo
que siempre habían querido, y aquello con lo que han seguido soñando desde
entonces: un país sin capitalismo. El pequeño problema fue que el país, sin
capitalismo, no funcionaba. En octubre de 1936 el gobierno, tragándose sus
convicciones, publicó un decreto por el que regulaba la forma en la que se
instrumentaría el comercio de valores en ausencia de Bolsas. El 27 de
noviembre, in extremis, una orden regulaba el pago del cupón de los bonos de
oro de la Tesorería del Estado al 4%. Una operación clave para la república,
pues aquella emisión se había colocado, tiempo antes, entre inversores
mayoritariamente extranjeros. Haber hecho default en esa emisión habría
sido devastador para la república, y el gobierno lo sabía.
Durante todo el tiempo en que la
república tuvo el control de una superficie razonablemente elevada del
territorio español, hubo de lidiar, pues, con un escenario clásico de
estanflación: la actividad económica se frenó en seco, mientras que la masa
monetaria comenzó a crecer de forma descontrolada, generando inflación. En el
momento en que más habría necesitado a un sector primario productivo, la
república se encontró con los anarquistas jugando a sus sueños de la Bruja
Avería, que griparon la productividad agraria allí donde se produjeron las
colectivizaciones “voluntarias”, En cuanto al sector industrial, la dificultad
para saber quién mandaba allí, pues tu fábrica lo mismo te la incautaba un
funcionario de Hacienda que el portero de la casa donde vivías, unida al exilio
de propietarios y sobre todo de técnicos de alto nivel, sacrificados en el
altar de principio mayor de que quien sabe de todo es el obrero, provocó una
crisis de productividad de la hueva. Un ejemplo lo tenemos en un sector
rápidamente incautado, por así decirlo, por las masas obreras: la minería
asturiana del carbón. Sólo en el año 1936, en cuya segunda mitad las minas
estuvieron en manos de los sacrosantos y exponencialmente inteligentes mineros,
la producción cayó un 60%. Bull's eye!
Como es bien sabido, en febrero
de 1938, los 150 diputados que el Frente Popular todavía reconocía como tales
se reunieron en el monasterio de Montserrat. Aquella sesión fue convocada por
Juan Negrín; un Juan Negrín que, es mi idea particular, en dicha fecha, o había
llegado a la conclusión de que la guerra estaba perdida, o estaba en ello. De
hecho, es en el marco de dicha convicción que yo entiendo el sentir de la
reunión. Porque fue una reunión económica. Negrín quería dar información sobre
la situación económica de la república; algo que adquiere lógica dentro de un
objetivo más general de comenzar a diseñar una salida honrosa y, sobre todo,
cómoda y, a ser posible, gürtelina, para sí y sus conmilitones.
De los varios negrines que sabía
desarrollar este político camaleónico, especie de aleación de Pedro Sánchez,
José Luis Ábalos y Ramoncito Espinar (lo primero por la ambición; lo segundo
por el hedonismo y por ser un yonqui del poder mezquino; y lo tercero porque,
de cuando en cuando, soltaba unas gilipolleces king size); de los varios
negrines posibles, digo, decidió sacar el Negrín plañidero, razón por la cual
supongo que la sesión debió de ser una puta tortura.
Comenzó aleccionando a los
diputados explicándoles que, en una guerra, el frente económico es incluso más
importante que el bélico; para continuar con los sollozos y decir que el
gobierno no había sido siempre comprendido en su obra “por ciudadanos y
corporaciones públicas” (ahora resulta que los partidos políticos y sindicatos
son “corporaciones públicas”). Luego dijo que hasta entonces había sido suave,
pero que a partir de ahí iba a ser duro. Se refería, fundamentalmente, a la
inflación desbocada.
Negrín, por lo demás, mintió como
una perra. Dijo que el balance del Banco de España se había saneado porque el
gobierno había devuelto buena parte de los préstamos que le había adelantado;
porque se habían retirado billetes de la circulación y, al tiempo, se habían
incrementado las reservas, mejorando con ello el respaldo monetario. Las tres
afirmaciones; repito: las tres, eran mentira. Reconoció por último
Negrín que el país era un dédalo de descoordinaciones, mercados negros,
miseria. Pero, dijo, “el gobierno, por calmar el hambre, no está dispuesto a
sacrificar el éxito de la guerra”. ¿Qué éxito, puto demente? ¿Cuánta gente tuvo
que morir todavía en las trincheras para que tú tuvieras tu casita en Londres
con múltiples habitaciones y servicio?
Algunas semanas después, y de
forma sorpresiva porque no lo había hecho desde el estallido de la guerra, el
Banco de España republicano publicó su balance a 30 de abril de 1938. Un
documento muy interesante para poder juzgar cuál había sido la evolución económica
y presupuestaria de la república durante los meses en los que, quizá, todavía
había podido ganar la guerra (cifras que, además, de alguna manera justifican
por qué no la ganó).
Veamos: breve introducción al
balance del Banco de España.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario