lunes, septiembre 29, 2025

GCEconomics (12) Rosario de ventas




Una política cuestionable
Peseta grande, ande o no ande
Secos de crédito
Conspiradores
Las cábalas de Mussolini
March
Portugal
Los sueños imposibles del doctor Negrín
Dos modelos enfrentados
Dos bandos, dos modelos
La polémica interminable sobre la eficiencia del gasto bélico
Rosario de ventas
De lo necesario, y de lo legal
¿Y si Putin tiene una colección de monedas de puta madre?
La guerra del dinero
Echa el freno, Madaleno
Un mundo sin bancos
“Escuchado en la radio”
El sindiós catalán
Eliodoro de la Torre, el más vasco entre los vascos
Las repúblicas taifas
El general inflación
Bombardeando pasta
Los operadores económicos desconectados
El tema impositivo (y la recapitulación)

 



A pesar de las aceptaciones formales, los síntomas son claros de que a principios de septiembre había bullebulle en el Consejo del Banco de España. Cada vez más, hay consejeros que empiezan a ser conscientes de que no están interviniendo en el mercado de cambios, sino financiando la compra de armas. Pero, claro, en un momento en que hay consejeros que no están acudiendo porque los están amenazando de muerte, son lógicamente poco proclives a protestar.

Aunque no tengo pruebas, ni desde luego creo que las tenga ya nadie, yo tengo por mí que el Consejo del día 7 de septiembre debió de ser tormentoso. Tan tormentoso como que es posible que alguno de los consejeros llegase a decir que él no iba a estar eternamente firmando operaciones de “préstamo y compra” sabiendo que no se hacían para lo que se decía, sino para otra cosa. Lo digo porque sólo mediando una eventual negativa el día 7, quizás individual, quizás grupal, quizás colectiva, se entiende que cinco días después, el 13, que además era domingo, el presidente Manuel Azaña estampase su firma en el famosérrimo decreto reservado en el que se autorizaba el movimiento de las reservas de oro.

El Consejo del Banco de España se reunió el lunes 14; es decir, con el decreto de “Azaña el Valiente” todavía calentito. Sin embargo, si nos atenemos al acta, hablaron sólo de polladas, y no se dieron por enterados del decreto. El 16 se volvieron a reunir, pero, que diría Cervantes, no hubo nada. Bueno, algo así. En dicho consejo, el consejero Lorenzo Martínez Fresneda cuela un ruego de que se le proponga un encuentro de dicho Consejo con el ministro de Hacienda, para hablar, dice, de los graves asuntos del momento presente. Para mí está claro que ya conocen el texto del decreto, y que les inquieta.

Según Amaro del Rosal, que era director de la Caja General de Reparaciones, Negrín le convocó a él y al director general del Tesoro, Francisco Méndez Aspe (uno de los notas secundarios de ese teatro llamado GCEXX), para explicarles la salida del oro. El plan, tal y como lo describe del Rosal, fue: ese mismo día, se seleccionó a un grupo de empleados del Sindicato de Banca de Madrid, y os aseguro que no fueron seleccionados por su capacidad para el cálculo diferencial. A este grupo de elegidos se lo encerró en los sótanos del Banco de España, donde permanecieron hasta que todo el oro hubo salido. Amaro del Rosal se permite la humorada de decir que aquello se hizo “bajo el más riguroso control y formalidad administrativa”. Pues sí: poner el oro en manos de un grupo de ugetistas seleccionados por la frecuencia con la que levantaban el puño en casa es de una formalidad administrativa que asusta.

Carpinteros de confianza fabricaron “día y noche” las cajas necesarias, cerca de 8.000. El grupo de eremitas socialistas del Banco de España fue colocando el oro en cajas, cajas que se fueron despachando con destino en los polvorines de La Algameca en la base naval de Cartagena.

Fueron finalmente remitidas 10.000 cajas, con un primer convoy que partió el 15 de septiembre por la noche (el martes después del domingo de la firma del decreto; un día antes de que Martínez Fresneda intimase la entrevista con Negrín). De estas 10.000 cajas, 7.800 acabaron en Odesa, 2.200 se fueron a Marsella.

Según el subgobernador Carabias, y es más que probablemente verdad, una de las razones de que los nacionales empujasen hacia Madrid era hacerse con el oro del Banco de España; y una de las razones de que cediesen en la presión fue que se enterasen de que ya no estaba ahí. Ciertamente, el sábado 12 de septiembre, cuando el gobierno Largo Caballero tomó la decisión de trasladar el oro, las noticias eran muy negativas para la supervivencia del Madrid republicano. Negrín le comunicó el mismo domingo 13 a Lluis Nicolau D'Olwer, el gobernador, la firma del decreto por Azaña. Al parecer, el catalán no estaba muy convencido; pero Negrín estaba convencido, en ese momento, de que quien tuviese el oro ganaría la guerra.

La clave de todo está, en todo caso, en que la colección, digamos, oficial, de actas del Consejo de Banco de España está incompleta. Existe un acta reservada, correspondiente a una sesión celebrada el lunes 14 por la tarde. Ya os he dicho que en la oficial, por la mañana, los consejeros del Banco de España apenas resolvieron asuntos de trámite. En el acta reservada, sin embargo, cambian las cosas. Nos sirve para saber todo lo que sabían, que era mucho.

Tanto como que la sesión comenzó con la lectura del decreto que se había aprobado el día anterior. Por parte del gobernador, se señaló que ya el anterior gobierno (Giral el listillo) había manejado la misma idea (lo cual, por cierto, introduce cierta duda sobre la interpretación de que la única razón de trasladar el oro fue la urgencia por la inminente entrada nacional en Madrid); así como que el gobernador había intentado explicar al ministro de Hacienda y al primer ministro las seguridades que ofrecían las cámaras del Banco; argumento éste que sugiere que, tal vez, el gobierno no sólo consideraba el riesgo de que los nacionales se hiciesen con el oro; sino también el riesgo de que, perdido Madrid, las turbas arramblasen con él. 

Asimismo, argumenta que llevarse el oro generaría otras consecuencias “de carácter político”, además de “alarma”. De alguna manera, pues, venía a decir que, de conocerse que el gobierno se había llevado el oro de España, esto sería aprovechado por sus adversarios (que lo fue); y podría llevar a pensar a la gente que se estaban largando con la pasta y dejándoles con el marrón (que no podemos saber hasta qué punto lo pensaron, y cuántos lo pensaron). Y se apostilla en el acta: “el gobierno actual, sin duda con otros elementos de juicio, insiste en la necesidad del transporte”.

Y continua: “la situación que plantea el decreto leído es grave, pero se trata de una disposición dictada por un gobierno en virtud de los plenos poderes de que la inviste una situación como la actual”. Añade el acta que, ya en el momento de la reunión, el gobierno es consciente de que el banco es contrario al traslado, y que “alguno de los asistentes a la sesión ha hecho conocer su pensamiento al gobierno sobre el asunto”; frase que abona mi tesis de que, con posterioridad al día 7, hubo miembros del Banco de España que amenazaron a Negrín con poner pie en pared, razón por la cuál éste decidió sacar adelante el decreto.

A continuación, el gobernador, en una muestra más de moralidad líquida, de la que darían cumplidas pruebas muchos mandatarios republicanos antes, durante, y no digamos después de la GCEXX, dice: “[este asunto] debe quedar a salvo la responsabilidad moral de los presentes”, pero que todo aquél que esté en contra del traslado debe entender que es “una orden del gobierno que se ha de cumplir lealmente”.

A continuación, intervinieron todos los presentes, prolongando la reunión hasta la madrugada.

Agustín Viñuales, representante de los intereses generales, quien básicamente apoyó al gobernador, y simplemente matizó si no vendría bien que las consideraciones en pro de la seguridad de los sótanos del Banco de España se pusieran por escrito. José Suárez Figueroa, subgobernador, fue más incisivo. Se quejó de que el banco no hubiese sido formal y jurídicamente consultado; le recordó a sus compañeros que el gobierno ni se había molestado en informarles de a dónde iban a enviar la pasta. Que todo eso era importante a la hora de fijar responsabilidades en un futuro. Y que las cosas había que hacerlas bien, anotando la operación en concepto de depósito en la cuenta del Tesoro.

Enrique Rodríguez Mata, a pesar de ser representante de los intereses generales, apenas puso problemas. Sin embargo, los representantes de los accionistas: José Álvarez Guerra y Lorenzo Martínez Fresneda, estuvieron en total desacuerdo. Consideraban que la medida era muy lesiva para los accionistas a los que representaban. Anunciaron su voto en contra y su inmediata dimisión, además de proponer un escrito al ministro de Hacienda para que desistiese del traslado. Ambos dijeron que, puesto que la operación se hacía contra los derechos de los accionistas, si ellos la aprobaban, dichos accionistas podrían ir contra ellos, y con razón, en el futuro. El gobernador les pidió que se quedasen, pero Álvarez Guerra le contestó que no mamase. De hecho, ni siquiera le quebró la voluntad una intervención de Viñuales, en la que éste le recordó a Álvarez Guerra que era consejero en representación de una compañía pública, lo que le obligaba a defender el bien público.

Martínez Fresneda, además de solidarizarse con su compañero consejero, intervino para decir que tampoco había mucho que hablar, puesto que sabía de buena tinta que el oro ya lo estaban trasladando (lo cual es lógico, pues una serie de sindicalistas metidos en el sótano clavando miles de cajas tampoco es que pudieran aspirar a no hacer ruido). Dejó claro, por lo tanto, que su protesta tenía como función salvar su responsabilidad. Y también dimitió.

Suárez Figueroa volvió a tomar la palabra para decir que más banquero que él no había nadie; pero que era la hora de obedecer al gobierno. Viñuales intervino también de nuevo, dejando claro que lo que más le molestaba, tal vez le preocupaba, era la dimisión de Álvarez Guerra y Martínez Fresneda. Rodríguez Mata intervino para decir que, evidentemente, la decisión analizada la había tomado el gobierno por “poderosísimas razones de orden político o militar, o cualquier otra potentísima razón de Estado”; y que, por lo tanto, en lo que a él le tocaba, punto en boca “salvando expresamente su conciencia y responsabilidad”. En otras palabras: basta que un gobierno te diga que tiene “una potentísima razón de Estado” para que, sin consultar con el parlamento, sin contarte dicha razón, sin nada de nada, le tengas que obedecer.

Y luego nos extrañamos de que aprobemos la constitucionalidad de las amnistías.

Julio Carabias y Rodríguez Mata se unieron a la presión a los consejeros dimisionarios para que se quedasen. Pero no cedieron.

Lo cierto es que no fueron dos, sino cuatro, los consejeros presentes en aquella sesión que hicieron mutis por el foro. Álvarez Guerra, que se había comprometido a seguir actuando en tanto la dimisión tomaba fuerza, alegó problemas de seguridad, y ya no regresó a una reunión. Permaneció en su domicilio madrileño toda la guerra, y no volvió a pisar el banco. Viñuales dejo de ir el 21 de septiembre. Rodríguez Mata se jiñó el 16 de octubre. Martínez Fresneda, dimisionario y todo, permaneció en su puesto hasta el 6 de noviembre. En dicha fecha, se negó a votar a favor de una venta de 151.320.000 pesetas oro, y ya no volvió; se refugió en la embajada de Cuba.

Tras sacar el oro de Madrid, el gobierno siguió con la misma mecánica que había seguido antes, es decir: aprobar ventas de dicho oro. Sin embargo, era en el Banco de España donde habían cambiado las cosas.

El 20 de septiembre, los nacionales recibieron en Marruecos doce aviones alemanes que les garantizaban el traslado a la península de sus tropas más eficientes. Esto puso de los nervios al gobierno de la república que, al día siguiente, ordena al Banco de España situar en Francia 25.200.000 pesetas oro. Como hemos visto, hasta ese momento el ritmo era regular, de 25 millones en 25 millones. Pero eso iba a cambiar.

El 28 de septiembre se presentó una nueva solicitud por los famosos 25.200.000 pesetas. Pero dos días después se presenta una nueva petición de venta por el doble: 50.440.000 pesetas oro, a lo que se suma un préstamo de 25.200.000. El 5 de octubre, nueva petición de venta por valor de 25.200.000 pesetas.

Si las declaraciones oficiales marcan la evolución real de los hechos, que es algo que puede ser o puede que no, todo este dinero el gobierno de la república lo estaba movilizando para comprar armas en el mercado libre, por así decirlo. Es así porque no es hasta el 7 de octubre que el encargado de negocios soviético en Londres hace la primera declaración oficial en la que la URSS viene a decir que si el bando nacional tiene a los alemanes y a los italianos, entonces la URSS está dispuesta a ayudar a la república. En ese momento, el rumor de moda es que a Sevilla había llegado un tren con varios vagones en los que iban 14 aviones desmontados, procedentes de Lisboa.

Con estas noticias de por medio, el ritmo de absorción de dinero por parte del gobierno alcanza el paroxismo: 13 de octubre, nueva venta de oro por valor de 25.200.000 pesetas; el 16, la misma cantidad, esta vez en préstamo; el 19, nueva venta, por el doble (54.440.000); el 23, nuevo préstamo de 25.200.000; 26, venta por 52.440.000; el día 30 de octubre, préstamo por valor de 75.660.000 pesetas. El 6 de noviembre, orden de venta por valor de 151.320.000 millones de pesetas (la que, como ya habéis leído, provocó la dimisión definitiva de Martínez Fresneda).

Con esta venta a principios de noviembre, da la impresión de que ya todo se centró en la defensa de Madrid, y todo quedó tranquilo hasta el 4 de enero de 1937. En dicha fecha, se requiere un nuevo préstamo de 50.440.000 pesetas y, acto seguido, una orden de venta por valor de 100.880.000 pesetas.

En total, desde el estallido de la guerra y hasta enero de 1937, el Banco de España y el gobierno suscribieron nueve convenios de préstamo por un total de 290 millones de pesetas. Estos convenios habían supuesto la venta de oro en 12 operaciones diferentes, siempre con el objeto oficial de defender la peseta, por valor de 580 millones, o 168,4 toneladas de vil metal, todas ellas con destino en el Banco de Francia. Al final de la guerra, el Banco de España franquista calculó que entre enero y marzo de 1937 se vendieron 18 millones nominales más. Esto viene a suponer que el oro vendido en los nueve primeros meses de la guerra alcanzó aproximadamente un cuarto de las reservas totales.

Todo aquel oro fue transportado a los aeropuertos de Le Bourget en París, Francazal en Toulouse, y Marsella. Fueron 63 viajes, cinco de ellos marítimos. Como contrapartida por aquel oro España recibió 3.922 millones de francos; una cantidad que viene a ser el 40% de los Presupuestos del Estado en un año normal y de paz.

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