miércoles, noviembre 03, 2021

Carlos I (8): El éxtasis boloñés

  El rey de crianza borgoñona

Borgoña, esa Historia que a menudo no se estudia
Un proyecto acabado
El rey de España
Un imperio por 850.000 florines
La coalición que paró el Espíritu Santo
El rey francés como problema
El éxtasis boloñés
El avispero milanés
El largo camino hacia Crépy-en-Lannois
La movida trentina
El avispero alemán
Las condiciones del obispo Stadion
En busca de un acuerdo
La oportunidad ratisbonense
Si esto no se apaña, caña, caña, caña
Mühlberg
Horas bajas
El turco
Turcos y franceses, franceses y turcos
Los franceses, como siempre, macroneando
Las vicisitudes de una alianza contra natura
La sucesión imperial
El divorcio del rey inglés
El rey quiere un heredero, el Papa es gilipollas y el emperador, a lo suyo
De cómo los ingleses demostraron, por primera vez, que con un grano de arena levantan una pirámide
El largo camino hacia el altar
Papá, yo no me quiero casar
Yuste


El enquistamiento del conflicto entre Francia y el emperador se hace bien patente de forma rápida. Una flota francesa se presenta en Nápoles y asedia la ciudad, aunque la eclosión de una epidemia le acaba aconsejando a los generales el levantamiento del sitio. La ofensiva francesa en Italia trae plena lógica en el aliado de facto que encuentran en ese teatro en la persona del Papa, para quien el principal objetivo, en ese momento, es debilitar el poder de Carlos en la península. El emperador, sin embargo, navega a favor de corriente. A estas alturas del tiempo, casi vencido el primer tercio del siglo XVI, ser el heredero de la corona castellana viene muy a cuento, por cuanto Carlos comienza a recibir un flujo de recursos desde América del que el resto de sus enemigos están hueros (salvo la Iglesia, claro, porque la Iglesia cobra en todas partes).

En julio de 1528, a causa en gran parte de este olor del dinero, el almirante italiano Andrea Doria, inicial aliado de los franceses, los abandona, se pone del lado imperial y le entrega Génova. La posesión de esta importante plaza naval fue fundamental para Carlos quien, a partir de ese momento, dominará el Mediterráneo cristiano; lo cual quiere decir que, en la práctica, convertirá a sus reinos españoles en posesiones inexpugnables, cuya estabilidad y posesión ya nadie podría poner en cuestión, salvo diseñando una imposible macro invasión terrestre desde los Pirineos.

El 15 de junio de 1529, en Hampton Court, se alcanza un armisticio entre dos antiguos aliados, Carlos V y Enrique VIII. Y, en el 29 de julio, el emperador firma un acuerdo con los legados papales en el que la Iglesia de Roma, arrastrando el escroto porque eso suponía menos pasta, admite y consolida la presencia imperial en la península italiana.

A causa de estos hechos, al rey francés no le queda otra que admitir que se ha quedado solo; que los estrategas del Imperio han ido desarmando pacientemente, pieza a pieza, la coalición anticarlina montada en su día; y acaba por darse cuenta de que no le queda otra que pactar. Por la conocida como paz de las damas, llamada así porque fue pergeñada por Luisa de Saboya y Margarita de Austria, Francia, el 8 de agosto de 1529, reconoce la soberanía de Carlos sobre Flandes y el Artois y renuncia a toda pretensión sobre Milán, Génova y Nápoles, se compromete a pagar un millón de ducados como rescate por sus dos hijos, que habían sido puestos en cautividad como rehenes de la propia libertad del rey. Asimismo, mediante este acuerdo Francia se subrogaba las deudas que tenía el emperador frente al rey inglés y renovaba su compromiso de casarse con Eleanora. Carlos, por su parte, consiguió mantener incólumes, tras el acuerdo, sus pretensiones sobre el ducado de Borgoña, la Provenza y el Languedoc.

La combinación de todas estas novedades tenía que ver con el que ya he dicho que era el principal objetivo carlino en ese momento, que no era otro que ser coronado emperador por el Papa, ocho años después de haber recibido dicho estatus por la vía de los hechos. Esto significaba que Carlos, que llevaba varios años en España, debía abandonarla. Antes de salir del país, Carlos recibió una carta de Margarita en la que ésta le advertía que no se fiase del Papa en lo mínimo (hasta le decía que tuviera mucho cuidado con lo que comiese), que no fuese lerdo y negociase con Venecia sin esperar a que Clemente le diese señales de acuerdo.

En el otoño de 1529, Carlos se embarcó en Palamós y puso proa hacia Italia. A finales de noviembre se produce en Bolonia el encuentro físico entre el emperador y el vicario de Cristo. A decir verdad, lo que Carlos había esperado, y así se lo hizo saber al Francisquito, fue que se viesen en Roma; una coronación tiene que ser una coronación, y no es lo mismo poner la alfombra roja de los Goya en Madrid que en Carranque de la Vaguada. Pero el Francisquito le dijo que ni harto de vino.

Carlos sufrió, ya en Italia, un nuevo ataque de gota, enfermedad que ya había comenzado a amargarle la existencia; y pasa tres meses básicamente invertidos en realizar consultas diversas con el Papa y sus elfos. Finalmente, el 22 de febrero de 1530, en Bolonia, y en una jornada que nadie ha descrito mejor que Manuel Mújica Laínez en su Bomarzo, el Papa coloca en las sienes de Carlos la corona de hierro de Lombardía; y, dos días después, la del Sacro Imperio Romano Germánico. La última vez que un Francisquito coronó a un emperador.

Entrado ya el mes de abril, Carlos parte de Bolonia hacia el norte. Pasa por Trento, que entonces era una villa más, y por Innsbruck. Cual pequeñoburguesa ligeramente sebosa, va hacia su segunda dieta, a celebrar en Ausburgo.

Las negociaciones por debajo, o en paralelo, de la coronación, habían sido muy intensas. Carlos llevó a Bolonia la exigencia de una reforma a fondo de la Iglesia y, sobre todo, de la resolución del problema introducido por la Reforma a través de un concilio que volviese a aglutinar a toda la Iglesia; justo lo que no querían ni el Papa ni sus elfos, como ya hemos visto al tratar a fondo el temade Trento, por los peligros que una reforma de la institución eclesial comportaba para su río de pasta. Clemente, sin embargo, supo mostrarse lo suficientemente ídem frente a la idea como para arrancarle a Carlos, en contraprestación, el regreso de los Medici a Florencia, movimiento verdaderamente genial por parte de la Roma. Los Francisquitos habían aprendido, desde lostiempos de Savonarola, que mientras Florencia fuese una ciudad, o una provincia más bien, con ambiciones de ser gobernada por la Signoria, es decir de mantener una forma republicana con fuertes dosis de independencia, la Iglesia no tenía sino que perder con la movida. El Papa, por lo tanto, buscaba convertir a Florencia en un ducado puro y duro, una tierra con la que poder aliarse, entre otras cosas gracias a la proclividad de los propios Medicis hacia el hecho de ser papas. Mediante el compromiso que Clemente le arrancó a Carlos, según el cual su propia hija (de Carlos) Margarita, en cuanto alcanzase la edad núbil, desposaría a Alejandro de Medicis, el círculo podría quedar cerrado. Francisquito, en todo caso, mantuvo sus compromisos sólo durante un año, hasta que Alejandro fue proclamado duque de Florencia; a partir de ese momento, volvería a sus andadas profrancesas.

En la Corte de Carlos, Gattinara estaba regresando al trabajo. Tras el tratado de Madrid, que le había supuesto una honda decepción, la mano derecha del emperador en materias de asuntos exteriores se había retirado durante medio año para pensar las cosas, pero ya estaba de vuelta. El italiano, sin embargo, había olvidado el primer mandamiento de la política, que es que nunca hay que dejar de estar (por eso en la política hay tránsfugas, razón que la inmensa mayoría de quienes no están en la política nunca entenderán). Por decirlo de alguna manera, cuando Gattinara regresó al curro, se encontró con que su peso ya no era el mismo. Granvela había hechos suyos todos los asuntos de la Borgoña, y Francisco de los Cobos había sido encargado de una serie de competencias en materia, diríamos hoy, financiera y presupuestaria, que le concedían de hecho un control bastante importante sobre los temas de España. Gattinara nunca fue discriminado y apartado en la Corte de Carlos; pero lo cierto es que moriría muy pronto ya, el 5 de junio de 1530, sin que el emperador hubiese podido o querido darle lo que más quería, que era el capelo cardenalicio.

La muerte de Gattinara, en todo caso, marcó el final de la influencia italiana en el entourage del emperador. Carlos ya nunca volvió a seleccionar a un espagueti para las altas responsabilidades de su Administración.

La geopolítica europea, en todo caso, no había mejorado ni un tantito, ni con la coronación de Bolonia, ni con el pacto de las damas. Carlos y Francisco eran ahora cuñados, pero ya se sabe que los cuñados no siempre se llevan bien y, no pocas veces, se llevan como el culo. El rey de Francia mostró una indiferencia prácticamente total hacia su esposa, tanto en público como en privado; de hecho, nunca tuvieron descendencia. No hay que ser muy duros en los reproches por ello. El rey francés vivía presionado en cada centímetro de sus fronteras, bien por Estados propiedad de Carlos, bien por Estados que, de alguna manera, le debían homenaje y obediencia. Para Carlos el problema no era menor, puesto que los monarcas franceses, a pesar de tener en su lista algún elemento que ya, ya, habían conseguido crear y unificar una unidad política razonablemente homogénea (sobre todo antes de que el protestantismo comenzase a ganar peso en el país) que era una auténtica enmienda a la totalidad al esquema de geopolítica europea propuesto por el Imperio. El rey Luis XI había anexionado por la fuerza el ducado de Borgoña a sus Estados, además de adquirir la Provenza y la Bretaña. Estos éxitos territoriales estaban bien fijos en la retina de Francia; Francisco, que como casi todos los reyes de Francia ambicionaba pasar a la Historia como el mejor rey francés del mundo mundial histórico, resiliente, sostenible y empoderado, sentía en su nuca el aliento de la Parca, susurrándole que era su misión ir a la tumba habiendo incorporado Flandes y el Artois a su corona. Pero era misión imposible, porque si Francisco podía esperar que el rey inglés, Enrique, pudiera colocarse en contra del emperador en muchos asuntos, incluso en la mayoría, Francisco sabía que no podía ni soñar con que lo hiciese en medio de algún acuerdo que supusiera el total control por parte de Francia de toda la costa del Canal de la Mancha. Enrique, por lo tanto, nunca le abriría a Francisco las puertas de Flandes; y la Historia, efectivamente, demuestra que los ingleses siempre consideraron que ese terreno debía ser, si no poseído, sí fuertemente influido por sus propios intereses.

Por otra parte, aunque la Dieta imperial no reconocería la independencia del ducado de Borgoña hasta 1548, como ya hemos visto al analizar los orígenes del poder carlino, la personalidad borgoñona, por así decirlo, es algo que venía reconociéndose de tiempo atrás, lo que complicaba enormemente el proyecto centrípeto francés.

La independencia de Borgoña, bajo el mando de la misma persona que lo ostentaba en el Imperio, presentaba un problema que, de alguna manera, terminó siendo el problema entre Francia y Alemania durante mucho tiempo: en el caso de que Carlos lograse, de alguna manera, el control efectivo y razonablemente permanente sobre Lorena, entonces la Corte de Bruselas estaría en disposición de crear un Estado-tampón de gran fuerza juntando Flandes, el Franco Condado, Alsacia, Lorena y las posesiones imperiales en la Alemania suroccidental. Este proyecto era fundamental para Carlos, puesto que el emperador sabía que eso de que la cabeza de Borgoña lo fuese también del Imperio era una circunstancia; en el momento en que un futuro heredero de Carlos obtuviese la herencia borgoñona pero no fuese elegido emperador, necesitaría un Estado de las características descritas para mantener un control estricto sobre el paso de personas y, sobre todo, de mercancías, entre Flandes y el Franco Condado (y de ahí, al centro de Europa). Francisco, por su parte, tenía exactamente la misma necesidad: necesitaba Lorena para poder mantener el control sobre el paso entre Francia y Alemania; y necesitaba la Saboya para garantizarse lo mismo entre Francia e Italia. Este tema es uno de los pocos que no se consiguió acordar en la paz de las damas, que los sexistas conocen como tratado de Cambrai.

El rey Francisco había aceptado negociar y firmar la paz de las damas porque tenía mucho miedo del enorme flujo de riquezas que sabía estaba obteniendo el emperador desde sus posesiones americanas. Aquella paz fue un intento de conseguir que Carlos no tuviese manera de utilizar esos recursos contra él; pero París, lógicamente, no había perdido el miedo de que Carlos buscase cualquier disculpa para agredir, a Francia o a sus intereses o aliados. En esas circunstancias, Francisco llegó rápidamente a la conclusión de que tenía que golpear primero.

Ya en mayo de 1531, pocos meses después de la firma de Cambrai pues, De Moreth, el embajador francés en Bruselas, reclamó que Milán le fuese entregado al duque de Orléans. En ese momento, todo el mundo razonablemente bien informado en Europa sabía que Francisco, aunque no le faltaban ganas de ir a la guerra contra el Imperio, carecía de medios para hacerlo; pronto, por cierto, la enorme carestía del Imperio haría que a Carlos le ocurriese algo parecido.

A principios de julio de 1523, Rodrigo Enríquez, enviado del emperador, descubre en Ratisbona un complot francés destinado a tomar la fortaleza de Mónaco y, así, tomar el control francés sobre la ruta costera entre Francia e Italia. Era señor de la plaza Honorato I, un niño, y su tutor era una de las cabezas del movimiento. La movida fue controlada a tiempo gracias, sobre todo, a los trabajos de un noble plenamente fiel al emperador Carlos, Esteban Grimaldi. Supongo que el apellido os suena.

No era el único de los signos preocupantes para Carlos. Ya estando prisionero en España, el rey francés Francisco se las había arreglado para enviarle mensajes al sultán turco Solimán II; de hecho, si éste, al año siguiente, invadió Hungría, fue a sugerencias del taimado rey francés. Porque decimos de el cardenal Richelieu es un ejemplo de la forma francesa (y vaticana) de hacer política, esto es decirle a todo el mundo que se pelea por la religión verdadera pero, luego, a la hora de buscar aliados, no se le hace ascos al más infiel de todos con tal de que aporte una buena espada; decimos, digo, que Richelieu quintaesencia este modelo de hacer cosas, pero lo cierto es que el buen cardenal tuvo muchos modelos en los que mirarse en la Historia de su país (y, como digo, si se leyó alguna Historia del Papado, entonces probablemente se le rompió la mano a base de subrayar).

En 1532, un español renegado alquilado por París, Antonio Rincón, levanta los primeros elementos de un acuerdo de colaboración entre franceses y turcos; en 1535, París envía una embajada oficial que negocia con rapidez una alianza formal entre Francia y la Sublime Puerta, que se firmará en febrero de 1536.

Francisco I, que ya no podía soñar con otro Pavía porque no podía pagarlo, estaba encontrando otras vías para plantear la misma lucha.

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