lunes, noviembre 08, 2021

Carlos (10): El largo camino hacia Crépy-en-Lannois

 El rey de crianza borgoñona

Borgoña, esa Historia que a menudo no se estudia
Un proyecto acabado
El rey de España
Un imperio por 850.000 florines
La coalición que paró el Espíritu Santo
El rey francés como problema
El éxtasis boloñés
El avispero milanés
El largo camino hacia Crépy-en-Lannois
La movida trentina
El avispero alemán
Las condiciones del obispo Stadion
En busca de un acuerdo
La oportunidad ratisbonense
Si esto no se apaña, caña, caña, caña
Mühlberg
Horas bajas
El turco
Turcos y franceses, franceses y turcos
Los franceses, como siempre, macroneando
Las vicisitudes de una alianza contra natura
La sucesión imperial
El divorcio del rey inglés
El rey quiere un heredero, el Papa es gilipollas y el emperador, a lo suyo
De cómo los ingleses demostraron, por primera vez, que con un grano de arena levantan una pirámide
El largo camino hacia el altar
Papá, yo no me quiero casar Yuste 


En el momento de la temeridad, hay que buscar planes que sean audaces. Carlos tenía de su lado a uno de los tipos más audaces de su tiempo, Andrea Doria. Doria tenía una capacidad interesante de combinar acciones terrestres y navales, y esto fue lo que le propuso a su emperador; una acción combinada que golpease Marsella de forma sincronizada. A decir verdad, el plan tuvo desde el primer momento sus enemigos; Antonio de Leyva, príncipe de Ascoli, marqués de Atela y conde de Monza, otro de los grandes capitanes del Imperio en Italia, dijo que el tema era una ful. Sin embargo, en julio de 1536, Carlos salió de Asti con un importante ejército de unos 50.000 efectivos al mando de Ferrante Gonzaga y el duque de Alba.

Esta tropa descendió el valle del Tanaro en dirección a Niza para luego tomar la costa provenzal hacia el oeste. El avance era rápido y efectivo puesto que la tropa estaba en todo momento surtida de todo lo que necesitaba por los barcos de Doria.

Leyva, sin embargo, tenía razón. En la guerra siempre hay que contar con lo que hará el contrincante, y los críticos del plan de Doria imaginaban que los franceses harían lo que hicieron. Pasaron de defender Aix porque, de hecho, iban buscando que los imperiales se metiesen cada vez más dentro de la nasa. Una vez ahí, los gabachos en retirada practicaron una política de tierra quemada en la que la logística, aun con el apoyo naval, se hacía cada vez más compleja. El resto lo hizo el hecho de que, en el siglo XVI, toda aquella zona no era precisamente el lugar bastante idílico y cómodo que es hoy en día, sino un auténtico orinal con bastante mierda y un montón de mosquitos, todos ellos portadores de enfermedades varias. Así las cosas, llegadas las tropas a las cercanías de Marsella tuvieron que reconocerse que la ciudad era imposible de tomar; una alternativa, que hubiera sido tirar hacia el norte a hostia limpia, resultó impracticable por falta de pasta para las nóminas.

Así las cosas, las tropas de Carlos estaban luchando por no ser enjaretadas, para lo cual tenían dos alternativas: o huir del sol en dirección al Rosellón, los Pirineos y, al fin de la etapa, Cataluña; o volver a Italia. Se optó por esto segundo. Carlos estaba en octubre en Génova, y después regresó a España, primero a Barcelona y luego a Valladolid.

La que normalmente llamamos campaña de la Provenza, mayormente porque fue una campaña y ocurrió en Provenza, fue un puto desastre. Carlos perdió un ejército, enterró toneladas de pasta y parte de su prestigio como Ironman invencible de la Europa humanista; y los franceses hubieron de ver como su provincia provenzal quedaba arrasada durante muchísimo tiempo. Francia, en efecto, también había salido muy debilitada de aquello, hasta el punto de que Carlos había conseguido, indirectamente, que su enemigo se encontrase incapaz de allegar un ejército que pudiera amenazar Milán con garantías.

En los siguientes meses, por lo tanto, la política de Carlos fue más diplomática. Tal y como estaba el tablero geopolítico en ese momento, el emperador y sus asesores juzgaron que la mejor forma de meterle presión a París era bajar el suflé alemán, lanzando de esta manera el mensaje de que los problemas de Carlos en el propio centro de su Imperio perdían temperatura. Dicho y hecho: los hombres del emperador echaron toneladas de agua en el reactor del problema católico-protestante, las aguas se calmaron; y, pocos meses después de la campaña de Provenza, el Louvre se encontró enfrentado ante la posibilidad, bastante cierta, de que Carlos, su hermano Fernando, el Papa y Venecia labrasen una alianza contra el Turco que, no se olvide, para entonces era el aliado táctico de París (y su Rey Cristianísimo).

Había llegado el momento de negociar. El Vaticano, consciente de que el que parte y reparte siempre se lleva la mejor parte, redobló sus esfuerzos para convertirse en árbitro y patrocinador de una especie de conferencia de paz europea, que efectivamente fue convocada, con la aquiescencia francesa, para la primavera de 1538, en Niza.

Igual que el problema en Yalta, el tema que condicionó todo lo demás, fue Polonia, el de Niza fue Milán. Carlos estaba dispuesto para entonces a investir al duque de Orléans como duque de Milán, pero sólo si el rey francés abandonaba sus veleidades proturcas y se apuntaba a la coalición cristiana que, obviamente, el emperador comandaba. El rey francés, sin embargo, exigía que el proceso fuese exactamente el viceverso: primero Milán, luego él ya se pensaría lo de atacar Constantinopla.

En estas circunstancias, lo único medio cierto que salió de Niza fue una débil tregua de 10 años, que se firmó el 10 de junio. Para que os hagáis una idea de lo complicados que fueron los encuentros, os diré que en Niza estuvieron presentes el rey francés y el emperador Carlos; pero nunca se vieron el uno al otro. Cada uno negociada con el Papa, y luego el cura Ariel le iba con la movida al otro. A pesar de tal distancia, algunas semanas después del encuentro, Carlos y Francisco se vieron, en Aigues-Mortes, y se juraron amistad eterna. En octubre hubo una post conferencia, por así decirlo, en la que María de Hungría y su hermana, Eleanora que ahora lo era de Francia, examinaron la posibilidad de hacerle un upgrading a la tregua para convertirla en paz; pero no lo consiguieron.

El 1 de mayo de 1539, Carlos perdió a su mujer, una ocasión que sirvió para que el rey francés expresase su simpatía por el emperador, tratando con ello de representar unas relaciones fluidas entre ambos. Y hubo más. Algunas semanas después estalló una rebelión en Gante; en ese momento, Carlos estaba en España y para él, por lo tanto, la forma más rápida de presentarse en Borgoña era cruzar territorio francés, algo que no podía hacer sin la autorización del rey francés. Francisco, sin embargo, le curso la invitación para que así lo hiciese, y Carlos aceptó. Estuvo dos meses de viaje, pasó las Navidades en Fontainebleau y realizó la única estancia de su vida en París, donde fue recibido como Justin Bieber. En París, los franceses tentaron a Carlos para que se casara con Margarita de Francia, que entonces tenía 16 años y que sería la futura duquesa de Saboya; Carlos, sin embargo, había decidido persistir en la viudez.

En marzo de 1540, cuando Carlos llegó a Flandes finalmente, Carlos envió instrucciones a su embajador en París de iniciar conversaciones diplomáticas con el rey francés. El emperador seguía exigiendo que Francia formase parte de una cruzada contra el turco, pero ya se había resignado, por así decirlo, a la idea de que los franceses nunca aceptarían esta idea.

La base de las negociaciones propuestas por Carlos era un matrimonio entre su hija María y el duque de Orléans. Esta pareja heredaría las posesiones borgoñonas de Carlos; herencia toda que, en el caso de que la pareja no tuviese heredero, debería regresar a la línea masculina de Carlos (o sea, a Felipe). A cambio de este matrimonio generosamente dotado, sobre todo si la Naturaleza hacía su parte del trabajo, el rey francés debería reconocer la soberanía de Carlos sobre Milán.

La respuesta de Francia no fue, probablemente, la que Carlos esperaba. En el caso de que el matrimonio previsto se verificase, decía París, el duque de Orléans debería ser inmediatamente declarado heredero de Flandes, a cambio de que Francisco decidiese no reclamar por el momento sus derechos sobre Milán. Si el duque de Orléans la roscaba sin heredero, el ducado de Borgoña debería ser devuelto al rey francés. Y, muy especialmente, si la infanta María falleciere antes que su marido, entonces éste la heredaría (esto es, nada de regreso a la línea dinástica carlina).

Las posiciones estaban tan enfrentadas que el tema no pasó de un mero intercambio de notas. Pocos meses después, en octubre de 1540, Carlos, entendiendo que la situación no iba a cambiar, declaró a su hijo Felipe heredero de las tierras flamencas.

Para entonces, la rebelión de Gante había sido apisonada. Carlos pasó el resto de 1540 en sus posesiones holandesas, comiendo Gouda. Al alborear el año de 1541 cogió el tren hacia Ratisbona, donde había de reunir una Dieta; se quedó allí medio año. Fue allí, durante su estancia ratisbonera, cuando decidió impulsar la expedición contra Argel con la que llevaba pensando media década por lo menos.

La expedición de Argel tuvo una importante lectura de política europea. En 1541, el rey francés Francisco había decidido ya que la paz de los diez años apalancada en Niza no le hacía pandán y que era sólo cuestión de tiempo que él y el emperador partiesen peras. Teniendo en cuenta los intereses que tenía París cabe los infieles, la expedición de Argel, además de para asestar un golpe en los huevos del turco, estaba diseñada para poner en dificultades a los franceses.

En julio de 1451, Antonio Rincón, que era el embajador español ante la Sublime Puerta, fue emboscado y asesinado cuando estaba en territorio milanés. Aquello colocó las relaciones entre el Imperio y Francia en muy mala situación. París, dando por inevitable el enfrentamiento, decidió esperar a que la mayor parte de las fuerzas y los recursos del emperador estuviesen focalizados en la aventura argelina. En el momento que consideró justo, denunció oficialmente la tregua de 1538. Carlos supo la noticia el 21 de agosto de 1542, en Monzón, donde estaba reuniendo las Cortes de Aragón. Poco tiempo más tarde, recibía otro email en el que se le informaba de que el Papa había convocado un concilio ecuménico en territorio imperial, en Trento; convocatoria que era una ful mientras el Imperio y Francia estuviesen en guerra.

A Carlos, en realidad, le crecían los enanos. La situación en Flandes era explosiva, con muchas poblaciones en revuelta ante lo que consideraban una situación de impuestos abusivos que les hacía sentir nostalgia de los tiempos del emperador Maximiliano que, la verdad, no los había tratado de coña que se diga pero, con el tiempo, se había convertido en su Isabel Díaz Ayuso. María de Hungría, como otros responsables territoriales después que ella, ensayó la simple y pura represión como solución.

Para resolver todo aquello y pavimentar el camino del concilio, que era de extremo interés para Carlos, éste sabía que tenía que lanzar una ofensiva contra Francisco de Francia; una ofensiva lo suficientemente fuerte en su first strike como para obligarlo a volver grupas. El 11 de febrero de 1543, el emperador firmó un acuerdo secreto con Enrique VIII de Inglaterra. Al rey inglés el concilio se le daba una higa, pues en todo caso no pensaba ir (de hecho, en realidad es que ni contaba con ser invitado); sin embargo, sí apreciaba un obvio beneficio en un ataque contra Francia que reforzase la posición del Imperio, debilitase la alianza de los franceses con el turco y, consiguientemente, disolviese la capacidad francesa de dominar el paso del Canal. Enrique, de hecho, se comprometió también a reconocer como su legítima heredera a su hija, La Mari, en detrimento de Eduardo, su medio hermano.

Carlos, sin embargo, para poder realizar una ofensiva en condiciones sobre Francia, necesitaba a Alemania. Y para eso tenía que reunir una Dieta. Así pues, dejó a su hijo Felipe, que entonces tenía 16 años, a cargo de la regencia española, y salió hacia el Imperio, al que llegó vía Italia; no volvería en casi quince años.

Antes de poder llegarse tranquilamente a los asuntos imperiales, Carlos todavía tuvo que ocuparse de los problemas en su heredad borgoñona, donde el duque de Clèves estaba dando por culo. Carlos de Egmond, recientemente reconocido duque de Guelders, noble estaba usando sus nuevas posesiones para enfrentarse al emperador. Sometido el rebelde, tanto Guelders como Zhutphen fueron incorporadas al caudal relicto de la herencia borgoñona. En Colonia, se restauró el catolicismo. Carlos visitó brevemente Bruselas, para luego tomar el curso del río-timbre y llegarse, el 31 de enero de 1544, a Spira, donde se había convocado una Dieta que, con el correr del tiempo, sería la asamblea alemana que mejor le saliese al emperador. La Dieta, en efecto, votó unanimemente una ayuda contra los franceses y los turcos, e incluso, otra decisión, del 10 de junio, afirmaba la prevalencia de las decisiones tomadas por el concilio que se quería convocar.

Con la promesa de la pasta en la buchaca, Carlos comienza a reclutar soldadesca y a acopiarla en Metz. Con todos estos chavalotes, cruza Lorena, atraviesa la frontera francesa y el 18 de julio (ejem...) asedia Saint-Dizier. El 16 de agosto, esta población terminó por rendirse, con lo que la tropa carlina comenzó a descender el curso del Marne. El 30 de agosto toman Châlons, el 7 de septiembre Château-Tierry y el 12, Soissons. En una operación paralela, Enrique VIII también había desembarcado en Francia, y lo había hecho por el lugar que más le interesaba, esto es, Calais. Después asedió Boulogne, buscando marchar sobre París.

En ese punto, sabiendo al pérfido francés solo, fané y descangallao, Carlos decidió abrir negociaciones con París, y hacerlo sin consultar con su aliado inglés. El que conocemos como tratado de Crépy-en-Lannois apenas llevó siete semanas de negociación, puesto que no hay nada más comprensivo que un francés acojonado, exactamente igual que no hay nada más coriáceo que un francés a temperatura ambiente.

Crépy se compuso de dos tratados, uno público y otro secreto. El público establecía que el segundo hijo del rey de Francia, entonces ya duque de Orléans, debería casarse o bien con la hija del emperador, María; o bien con Ana, la hija de su hermano Fernando. De casarse con la primera, recibiría Flandes. De casarse con la segunda, recibiría Milán. El matrimonio lo decidiría Carlos.

Por mor del tratado secreto, Francisco I se declaraba implicado en la labor de suprimir los abusos en el seno de la Iglesia, a apoyar la organización de un concilio, a perseguir de una forma u otra a los protestantes en su país, a restituir Saboya a sus duques y, en el caso de que Carlos se lo exigiese, a coligarse con él contra Enrique VIII (si, el presente aliado del emperador).

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