miércoles, noviembre 18, 2020

La Armada (4: Drake, el antiespañol)

Aquí están todas las tomas de esta serie. Los enlaces irán apareciendo conforme se publiquen los posts.

La carambola del cuanto peor, mejor
Las dudas y no dudas de Alejandro Farnesio
Una idea de maduración lenta
Drake, el antiespañol
La reina no quiere; pero da igual
Cádiz
Drake se queda sin fuerzas frente a Lisboa
Las indudables ventajas de luchar contra un gilipollas
La guerra flamenca de Diego Pablo Simeone
La peripecia de los reformados forales en Coutras
Alemanes, suizos, y viceversa
The pela is the pela
Don Álvaro se estresa y hace chof
La Armada se arma como buenamente puede
El Capitán América de la catolicidad entra en París
Ni sivuplé ni hostias
El tropezón coruñés
La famosa frase que Drake, probablemente, nunca pronunció
El librito de un dominico gilipollas y un primer asalto nulo
La batalla que fue como cuando John Connor dispara al cyborg
Entre Parma y Palmer, y sin barcazas
Por fin, los ingleses rompen la creciente
Por qué la Armada jode


La Armada que finalmente fue diseñada para invadir Inglaterra vino a ser, de alguna manera, una mezcla de los planes de Bazán y de Parma, muñida por el rey como a él le gustaba, en la soledad de su despacho. Parma recibiría algunos refuerzos desde Italia, que habrían de llegar a las Provincias Unidas por tierra. Mientras se producía dicho traslado, Bazán debía acopiar una flota en Lisboa, diseñada tanto para enfrentarse y controlar a los barcos ingleses como para transportar tropas. Una vez que la Armada estuviese en el Canal, escoltaría a las barcazas de Parma hasta algún punto previamente designado, probablemente cerca de la desembocadura del Támesis. Una vez producido el desembarco, Álvaro de Bazán debería permanecer en la zona con sus barcos para garantizar la comunicación por mar de Parma con las Provincias Unidas. Estipulaba el rey que, si la flota inglesa presentaba batalla o si la ocasión de juzgaba propicia, Bazán debía dar dicha batalla; pero sin perder nunca de vista que su función principal era la escolta de las tropas que pretendían cruzar el Canal. Bernardino de Mendoza conocía este plan cuando menos medio año antes de la ejecución de María; y es más que probable que fuese ese conocimiento el que lo convenciera de la necesidad de presionar como presionó para que hubiese una contundente respuesta española.

Este plan nos viene a decir, básicamente, que el rey Felipe no se fiaba de los católicos ingleses. O tenía mejor información que sus generales, o algo había aprendido durante su Erasmus londinense, o practicaba un juicio más ponderado; pero, en cualquier caso, el rey había llegado a conclusión de que la capacidad bélica, incluso de apoyo, de los papistas ingleses era mucho más reducida de la que describían paladines como el dúo Allen-Parsons, y los talibanes de la Compañía de Jesús en general. El otro gran elemento que lo impulsó fue el presupuestario: al no transportar desde España a la gran parte de las tropas que finalmente realizarían la invasión, el plan filipino era mucho más barato que el de Bazán. Venía a ser como la diferencia entre entrar en Vietnam transportando las tropas desde Florida o desde Laos.

Hablamos, pues, de un plan situado en un justo medio entre la operación total de Bazán y la un poco tontiloca de Farnesio. Un plan que muchos historiadores consideran serio por lo practicable, es decir, un plan que pudo salir bien como tal plan (aunque su aplicación práctica, ya lo veremos, quizás es otra historia). Y un plan que, tal vez, venía a ser un compromiso equilibrado. En mi opinión, nadie puede aseverar con certeza cuál era la idea real, la que sostenía consigo mismo en la soledad de sus oraciones, el rey Felipe respecto de la Armada. Aunque, obviamente, hay mucha gente que sabe mucho más de él que yo puesto que lo ha estudiado a fondo, yo creo que la idea del rey era una mezcla entre compromiso, deseo y temor. 

El compromiso le venía a Felipe de que era alguien que creía a pies juntillas, como su enemiga Isabel, en la idea de que el poder real emana del derecho divino. Los reyes están ahí porque los ha puesto Dios; pero esa idea, en una persona con una recta formación moral como la que tenía Felipe, tenía importantes consecuencias. Felipe, para que nos entendamos, pensaba que Dios le exige a los reyes tomar decisiones adecuadas más que a cualquier otro mortal; y que esa demanda estaba, incluso, reforzada en su caso, puesto que él era el campeón de la religión verdadera. Esta sensación de compromiso generaba cierto deseo de hacer algo a la hora de castigar a la nación relapsa en que se había convertido la Inglaterra puritana; pero, al mismo tiempo, Felipe temía, porque no lo terminaba de ver claro. A mí me parece imposible que el rey de España, tan fino en los análisis de otras cosas, no se diese cuenta de que la Armada era como una partida de ajedrez en veinte movimientos en la que era estrictamente necesario que el contrario reaccionase a cada uno de esos veinte movimientos exactamente como él se había imaginado que lo haría. Eran muchas las cosas que podían salir de otra forma, y muy escasa la capacidad de maniobra para gestionar esos cambios.

¿Llegó a convencerse Felipe de que era un error lanzar aquella expedición? Yo creo que ni siquiera merece la pena perder el tiempo en tratar de responder esta cuestión: primero, porque es imposible: toda respuesta habrá de apoyarse en elementos conjeturales que son, por definición, discutibles (una más de los cienes de pruebas que se pueden aducir de que la Historia no es una ciencia). Y, segundo, porque da igual. Lo realmente importante es que la capacidad de dar marcha atrás era muy pequeña. El Papa exhortaba al rey católico, día sí, día también, a hacer algo. Los católicos ingleses, a través de sus terminales exiliadas, contaban historia tras historia de represión brutal (la mayoría ciertas, por cierto; y estos tipos acabarían escribiendo que si la Inquisición y bla…) Y, en España, el partido de los halcones cada día era más fuerte.

A Felipe, sin embargo, había varias cosas en todo ese montaje que no terminaban de convencerlo. La principal, el coste. Aunque se había esmerado en diseñar un plan mirando la pela, Felipe sabía que España era un país fuertemente endeudado ya a causa del desagüe que suponía la guerra de las Provincias Unidas; y, caso extraño en la Historia de los gobernantes españoles, al parecer dicho endeudamiento le preocupaba. Para el rey, de hecho, la anexión de Portugal había supuesto un serio disgusto. Siendo como eran los lusos dueños y señores de interesantes rutas comerciales asiáticas, había pensado el rey que dominaría una nación con una excelente cuenta de resultados. Pero Portugal resultó no ser un bombón de licor sino relleno literalmente de mierda de paloma: estaba casi más endeudado que España. Por otro lado, si de algo estaba claramente convencido el rey, y es algo que queda bastante claro en sus escritos, es de que, a la larga, una armada sale mucho más cara que un ejército.

Otra cosa que debe de tenerse en cuenta es que Felipe, sobre todo despojado de esa mayor responsabilidad como rey y como rey católico, era persona a la que la guerra no le hacía demasiada gracia. Dentro de ese sentimiento general, que obviamente le niegan sus críticos acérrimos, especialmente los que tienden a no tener ni puta idea que son bastantes, el rey español tenía una especial prevención contra la idea de hacerle la guerra a Inglaterra. Lo cual convierte al episodio de la Gran Armada en una curiosa rara avis histórica, pues resulta ser un episodio en el que el agredido no deseaba ser agredido pero, al mismo tiempo, el agresor tampoco deseaba agredir.

Felipe, que no olvidemos había sido rey consorte del país, sabía bien la gran cantidad de incertidumbres que atesoraba el proyecto de invadir Inglaterra. Y, además, existía otro factor que había explicado su procrastinación de años en el tema inglés, y que ya he apuntado: María Estuardo. Durante el confinamiento de la reina e incluso antes, lo lógico era pensar que, si España invadía Inglaterra y obligaba al país a regresar a la fe católica oficial, esto no sería sino para colocarla a ella en el trono. Pero María era una mujer criada en Francia y casada con un rey francés. Si con algo le había machacado a Felipe su padre, el rey Carlos, había sido con la idea, por otra parte totalmente lógica, de que el gran peligro que corría España en el continente europeo era que Francia e Inglaterra alcanzasen algún día una alianza estrecha. Así las cosas, Felipe había desdeñado durante años los memoriales, los informes y las audiencias en las que se le había explicado, incluso con pelos y señales, lo sencillo que sería invadir Inglaterra y reinstaurar allí el catolicismo, puesto que temía que todo ese esfuerzo, salido del presupuesto español, no acabase sirviendo para otra cosa que para sentar las bases de una coalición antiespañola. A la luz de estos conceptos, puede entenderse que la ejecución de María incrementase las posibilidades de que la Armada fuese una realidad; pero no por una ciega reacción a la muerte de una colega sino, precisamente, porque esa muerte despejaba el horizonte internacional, dejando clara la candidatura del propio rey. Evidentemente, Felipe legaría la corona inglesa a su hija; no tenía ningún interés en ser rey del país. Pero lo que sí tenía era la ambición de controlar el país, no tanto para ganarlo a la fe católica, pues ésta no es sino la razón que queda para los pronunciamientos públicos, los púlpitos, las notas de prensa y los programas de La Sexta; sino porque, controlando Inglaterra, controlaba a Francia, que era quien realmente le preocupaba.

Hay que tener en cuenta, además, que si siempre se ha querido ver en Felipe II a un fanático religioso, entre los protagonistas del otro bando dicha actitud no era tampoco extraña; en ambos casos, sin embargo, sus actuaciones estuvieron enormemente influida por intereses y matices que la Historia de trazo grueso tiende a no ver (entre otras cosas, porque ni siquiera sabe dónde están). El propio Francis Drake era hijo de un puritano, Edmund Drake, que le había enseñado a creer en la predestinación con pasión irracional; el buen marino honradamente creía que era deseo de Dios la destrucción total del Papado. Pero ése era el odio al Papa. Drake odiaba también a los españoles, pero no los odiaba por papistas, sino por razones más precisas. Siendo aún una joven promesa de la marina británica, Drake había estado en el puerto de San Juan de Ulúa, acompañando a John Hawkins, quien estaba al cargo de una importante flota de barcos mercantes armados que, sin embargo, fue arrasada por la Armada de Nueva España. Drake regresó a Plymouth en una pequeña embarcación en la que, cuando menos según su información, estaba el pequeño grupo de supervivientes ingleses al ataque. No era así, sin embargo. Hawkins había conservado un barco y con él logró regresar a Inglaterra. Allí no es que declarara exactamente contra Drake, pero lo que sí dijo es que su barco había abandonado la batalla en un determinado momento. Drake no se sintió amenazado de acusación alguna; de hecho, no fue acusado. Sin embargo, lo que sí le quedó fue temor a que los demás lo considerasen un cobarde que rehuía la pelea. Además, aquella expedición había hecho que todo el capital que poseía se repartiese entre el fondo del mar y las bolsas de los españoles. Estaba arruinado.

Francis Drake, pues, nació a la actitud marinera preocupado por restaurar su honor y restaurar su cartera; ambas cosas, a costa de los españoles. Su primer éxito se produjo en agosto de 1573, cuando regresó a puerto inglés con una fragata española capturada, después de haber salido del puerto con una tripulación no muy numerosa de chavalotes de Devonshire. Su mayor éxito llegó en el otoño de 1580, cuando su barco nodriza, el Golden Hind, entró en el puerto de Plymouth con las bodegas cargadas de las muchas riquezas obtenidas durante su circunnavegación de la Tierra. Para que nos hagamos una idea, los inversores que le habían prestado el dinero para la expedición recuperaron el 4.700% de lo que habían puesto.

Una cosa muy importante que hay que entender de Drake es que no sólo actuaba por el beneficio; su capacidad de entender las consecuencias de sus acciones lo convertía en un excelente estratega para la marina británica. Por esos años, por ejemplo, realizó expediciones de ataque de los puertos españoles en la península, y se dedicó a cortocircuitar el tráfico desde América. En todas aquellas expediciones, los comerciantes ingleses que lo financiaron perdieron unos cinco shillings por libra invertida, cosa que le provocó muchos reproches. Sin embargo, con sus ataques Drake consiguió secar el comercio atlántico. El año de 1586 no llegó ni una onza de plata americana a Sevilla; esto provocó una serie interminable de bancarrotas en cadena entre los comerciantes de la capital andaluza y puso muy nerviosos a los banqueros de Felipe II quien, repentinamente, se había quedado sin colateral para responder por los préstamos ya firmados.

Son la propaganda inglesa, y la estupidez española, las que han hecho de Francis Drake un pirata. La reina Isabel, en efecto, tenía gala decir aquello de “pío, pío, que yo no he sido”, cada vez que le hablaban del bravo marino; una afirmación muy aventurada, pues no pocas veces, en la flota del marino fueron barcos de la reina, quien de hecho se quedaba con la parte del león de los botines, para desesperación de los comerciantes privados que habían puesto la mayor parte del dinero. España, tontamente, compró esta teoría, y comenzó a hablar de “el pirata Drake”; algo en lo que las fuentes inglesas nos siguieron encantadas. Francis Drake, sin embargo, se veía a sí mismo como un marino militar en guerra con España. Y eso, exactamente, es lo que era

5 comentarios:

  1. Gracias por compartir esta historia de España y hoy en dia seguimos con alsimilar que hay que realizar tramites en los quehaceres del dia.

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  2. Anónimo1:31 p.m.

    Ejercer la piratería y hacerlo con la aquiescencia de la reina no es algo contradictorio. Creo que los españoles tenemos claro que ese pirata no iba "por libre", sino auspiciado por la corona inglesa...

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  3. Buenas tardes
    No estoy de acuerdo con la última frase, ni con la penúlitma.
    Drake sólo se preocupaba de Drake, si peloteaba a la Reina es por que era lo que hacía todo el mundo en la época, a fin de cuentas del poder real emanaba toda la auctoritas del Estado.
    No creo tampoco que Drake fuera muy buen estratega, mas bien un buen táctico que sabía escurrir el bulto y apuntarse al ataque, victorioso, en el úlitmo momento.

    Pero esto daría para otra ristra de artículos

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  4. Bueno, "un buen táctico que sabía escurrir el bulto y apuntarse al ataque victorioso" es una frase que, en mi opinión, define muy bien al estratega à la mode de la época...

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