viernes, junio 12, 2020

La Baader-Meinhof (9: el preso-investigador)


Éstas son todas las tomas de esta serie. Los enlaces irán apareciendo conforme se publiquen.

Esa chica de escuela católica
La pareja se encuentra
Matrimonio y maternidad
Divorcio y radicalidad
Los últimos pasos
Hagamos que el capitalismo financie su propia destrucción
El traslado al Oeste
Bajo mínimos
El rescate
La escalada
Kaiserlautern
Las bombas de Heidelberg
La caída
Sabihondos y suicidas
Sartre echa un vistazo
Estocolmo
El juicio
Mogadiscio
Epílogo: queridos siperos

Andreas, que para eso sí que era hábil, robó un coche. Con el vehículo ya tuvieron movilidad y, poco después, encontraron una fuente de dinero. Encontraron a una escritora alemana que les dio todas las facilidades; de hecho, parece ser que llegó a ser muy amiga de Gudrun. A pesar de que, para entonces, en Alemania eran comunes los carteles de “Se Busca” con sus rostros, el grupo condujo hasta su país de origen, concretamente a Stuttgart, donde contactaron con el padre de Gudrun quien, como ya los he dicho, desde luego no era un proterrorista, pero sí tenía posiciones de cierta comprensión hacia las ideas de su hija.

Papá Ensslin le imploró a su hija que se entregase y cumpliese el resto de la sentencia que le quedaba. Sin embargo, la hija se negó; como consecuencia de esa diferencia, los proscritos se quedaron sólo un día con los Ensslin. Se quedaron un tiempo en Stuttgart, puesto que la ciudad, en pleno Carnaval, les ofrecía un entorno muy apreciable para poder moverse; pero, al fin y al cabo, acabaron regresando a Berlín.

El traslado a Berlín tenía bastante lógica. Buscaban la solidaridad y la ayuda de Horst Mahler, quien había creado en la ciudad un colectivo de abogados socialistas al borde de la ley. Manfred Grashof, un ex Kommune, por ejemplo, estaba aprendiendo a falsificar documentos (que es una habilitad que se aprende en segundo de Derecho, claro). E incluso algún que otro ex comunero, como Dieter Kunzelman, hacía sus pinitos fabricando explosivos. También estaba ya con ellos Ulrike Meinhof.

De hecho, Mahler, Meinhof y la asistente del abogado, Monika Berberich, fueron el principal comité de recepción de los proscritos, además de otros conspicuos miembros del grupo de Mahler, como Peter Homann, Renate Wolff o Peter Urbach.

En Berlín, aun y a pesar de ser una persona buscada por la policía, Andreas Baader recuperó su vieja costumbre de conducir como si el mundo entero fuese una pista de Fórmula 1; pudo hacerlo gracias a que Astrid Proll tenía un coche de su propiedad, que le prestó. Fruto de esta actitud tan poco profesional en un criminal, le acabó pasando que un policía lo detuvo. Inicialmente, no pasó nada; el policía comprobó la documentación y lo dejó ir. Pero, en realidad, se había coscado de la cara del conductor, que le sonaba. Así pues, fue a la Corte criminal a informarse, y fue allí donde se dio cuenta de que había parado a Andreas Baader. La noticia provocó que toda la policía alemana, la Schupo, la Bepo, la Kripo y la Popo, se lanzase a la búsqueda de Baader en Berlín. Era el 2 de abril.

Aquel día 2 por la tarde, Horst Mahler llamó a uno de sus acólitos, Peter Urbach. Urbach era un empleado de factoría que ya le había resultado enormemente útil al abogado (aunque, en realidad, era un agente de inteligencia berlinés que, de hecho, acabó recibiendo una identidad nueva y yéndose a vivir a California). El encuentro no tenía que ver con la persecución contra Baader, de la que obviamente nada sabían en ese momento, sino de la discusión sobre cómo podrían conseguir armas. En la reunión estaba Mahler y, además, el propio Baader, Ulrike Meinhof y otros activistas. Urbach les dijo que estaba seguro de que había un alijo de armas enterrado en un cementerio del barrio de Rudow, cerca del Muro. Yo creo que, dado el resultado del tema pues las armas, como veremos, no aparecieron, Urbach trató de engañarlos y mantenerlos ocupados.

El caso es que el grupo se fue al cementerio en dos coches. Mahler y Renate Wolff se quedaron en la entrada del camposanto para vigilar, mientras que el resto entró y fue al lugar señalado por Urbach para cavar. No encontraron nada, pero aun así no se desanimaron y quedaron para la medianoche siguiente.

A la noche siguiente, salieron Baader en el  coche de Astrid Proll, con Peter Homann a su lado y Renate detrás; mientras que Mahler iba en el coche de Urbach con él. Al rato, cuando los dos coches, muy juntos, iban conduciendo por el suburbio de Neukölln, un coche de la policía se colocó detrás del Vokswagen de Urbach y comenzó a seguirlos. Mahler se puso nervioso, pero Urbach siguió conduciendo como si tal cosa, para no parecer sospechoso. Pero, de repente, otro coche policial se cruzó delante del Mercedes que conducía Baader, que iba delante. Los policías salieron y le pidieron a Baader la documentación. Baader sacó un pasaporte a nombre de Peter Chotjewitz. La verdad, yo nunca he entendido muy bien, y no he encontrado ninguna lectura que me lo explicara, por qué aquellos activistas habían decidido hacerle a Baader un pasaporte falso a nombre de una persona relativamente conocida en Berlín, pues Peter Chotjewitz fue un prolífico escritor alemán que, en aquel entonces, estaba casi en lo mejor de su producción. El pasaporte tenía correctamente anotados los datos de los hijos (reales) del Chotjewitz legal; así pues, el policía, simplemente, le preguntó a Baader cómo se llaman “sus” hijos. Andreas, lógicamente, no supo responder. Así las cosas, la policía registró el coche, en el que encontró sendas copias de los carnés de conducir de Horst Mahler y de su mujer. Así pues, arrestaron a Baader, Homann y Renate delante de sus otros dos compañeros, quienes dieron vuelta con el coche y se marcharon de allí.

Aunque sea difícil de creer, a la mañana siguiente la policía tenía a Baader en un calabozo, pero todavía no sabía que era Baader. Al parecer, nadie en aquella comisaría se había fijado bien en los carteles que colgaban de sus propias paredes. Supongo que sólo era cuestión de tiempo que acabasen por averiguarlo, pero Mahler les puso las cosas fáciles, pues aquella misma mañana, asumiendo que lo habían reconocido, llamó para exigir que le informasen de adónde lo habían llevado.

La policía se apresuró a llevarse a Baader a la prisión de Tegel, donde se multiplicaron las visitas por parte de Mahler y otros del grupo, Monika Berberich y Ulrike Meinhof. Incluso lo visitó Gudrun con identidad falsa (la doctora Gretel Weitemeier).

Andreas no llevaba bien la prisión, como no llevó bien ninguno de sus confinamientos. Es por eso que el grupo, probablemente desde el mismo principio, pensó en diseñar un prison break. Y no le fue difícil. En ese momento, aunque hubiese huido, el delito de Baader no era el peor del mundo. Y estaba, sobre todo, la política general del sistema penitenciario alemán, de todos los sistemas penitenciarios occidentales en general, siempre trufada de oportunidades para la reinserción.

Monika Berberich presentó una petición ante la administración de la prisión de Tegel en beneficio de Andreas Baader. Recordando el proyecto en el que había participado para la reinserción de jóvenes en extrema vulnerabilidad, informó que de Baader quería escribir un libro sobre la materia. La prisión dio su permiso para el proyecto. Pero, claro, que fuese a escribir el libro venía a suponer que tenía que realizar una labor de documentación y, tal y como argumentó la asistente de Baader, el mejor lugar para poder tener acceso a dicha documentación el Instituto Alemán de Cuestiones Sociales, situado en un tranquilo barrio berlinés, Dahlem. Se propuso que Ulrike Meinhof, experimentada escritora ya con una trayectoria a sus espaldas, estuviese con él para echarle una mano. Ahí habría de nacer el embroque Baader-Meinhof que, una vez santificado por la Prensa, acabó dando nombre a toda esta movida.

A los miembros del Instituto Alemán de Cuestiones Sociales, aquella propuesta les pareció estupenda. Ellos mismos estaban hondamente comprometidos con la rehabilitación de personas desfavorecidas, y que Baader quisiera realizar un trabajo sobre su labor en esa materia les parecía estupendo (el detalle que de fuese un incendiario, aparentemente, no les importó; por otra parte, la pasión de los incendiarios alemanes por las cuestiones sociales es legendaria).

Por lo tanto, se acordó que, empezando el jueves, 14 de mayo, Andreas Baader comenzaría a tener sesiones de estudio en la biblioteca del Instituto en Dahlem.

Ahora que estaba claro que Andreas iba a escaparse, o cuando menos iba a intentarlo, el grupo necesitaba armas con mayor urgencia que antes. En aquel momento, en Alemania había dos tipos de armas que se podían comprar legalmente: pistolas de gas y una especie de subfusil (por las fotos que he visto; no soy experto en armas), el Landmann Preetz. Pero aquello era poca cosa.

Así pues, el grupo trató de contactar con los ambientes criminales, ésos que ya no compran y venden sólo armas legales. Hicieron el contacto a través de Hans Jürgen Bäcker, un tipo bastante conocido por los comuneros y farloperos en general. Bäcker prometió buscarles alguien que pudiera venderles armas pero, para su sorpresa, donde ellos esperaban encontrarse a algún criminal atracador de bancos, el contacto que les trajo fue un tipo vinculado al partido neonazi. Así pues, los socialistas tuvieron una discusión sobre si era ideológicamente adecuado que ellos le comprasen armas a un nazi; y esa vez, como otras tantas veces que les ha interesado que sea así, llegaron, elegantemente, a la conclusión de que teoría y praxis podían caminar por senderos distintos, contrarios incluso, sin que ellos sufriesen estreñimiento alguno. Pero, vaya, que este tipo de pragmatismo es universal, no patrimonio de la izquierda. En este blog ya hemos contado cómo un Papa, tras probar por primera vez el chocolate a la taza y quedarse prendado de tamaña bebida, se apresuró a decretar que era alimento de Cuaresma.

Así las cosas, Astrid Proll y otra chica llamada Irene Görgens, una de esas jóvenes desfavorecidas que se había escapado de su reformatorio y que era muy cercana a Ulrike Meinhof, se fueron a ver a unos nazis a un bar de Charlotenburgo llamado Die Wolfsschanze, La Guarida del Lobo, supongo que en homenaje al supuesto cuartel escondido que los nazis decían tener al final de la segunda guerra mundial.

Tal y como se les había instruido, en la entrada preguntaron por Horst. Les presentaron a un tal Teddy, que resultó ser, en realidad, Gunter Voigt. Gunter les vendió una Beretta y 250 cargadores a cambio de mil marcos.

A las ocho de la mañana del jueves designado por la directiva del Instituto Alemán de Cuestiones Sociales, Ulrike Meinhof entraba por la puerta del tranquilo edificio. Frau Gertrud Lorenz, la funcionaria designada para recibirlos, le indicó que, esa mañana, la sala de lectura principal estaba cerrada al público para que pudieran trabajar tranquilos. En realidad, nadie le dijo al Instituto que Baader iba a estar acompañado; pero Ulrike desplegó su sonrisa y su condición de periodista, así pues se las arregló para hacerles ver que aquello era lo más normal del mundo, y consiguió que la dejaran pasar a la sala de lectura.

La sala de lectura tenía dos puertas (ya se sabe: casa con dos puertas, mala es de guardar). Una de ellas estaba en medio de la larga pared justo enfrente de las ventanas, y daba acceso al amplio salón contiguo. Ésta era una de esas típicas puertas que hay en los edificios grandes, que probablemente han tenido varios usos y que, por comodidad, ha dejado de usarse; normalmente, pues, estaba cerrada. La otra puerta comunicaba con una pequeña habitación, donde había un pupitre de trabajo para Frau Lorentz. La habitación de la bibliotecaria también comunicaba con el salón a través de una puerta que, normalmente, estaba abierta. Enfrente de esta puerta abierta había otra oficina, donde trabajaban Georg Linke, un bibliotecario, y dos secretarias.

Poco después, llegó un coche de policía con un inquilino esposado. Andreas Baader había llegado para comenzar su “investigación”.

3 comentarios:

  1. La parte de la detención de Baader es uno de esos casos inverosímilres por la conjunción de inverosimilitud y puro absurdo. Le dan un pasaporte falso a nombre de un escritor relativamente conocido, lo pillan porque no conoce el nombre de sus "hijos", y una vez en el calabozo nadie se da cuenta de que es un tipo buscadísimo hasta que su propio abogado mete la pata.

    Eso y la compra de armas a los neonazis resultarían inverosímiles hasta en una comedia de sainete loquísima. ¡Increíble!

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  2. En plan pedante: Die Wolfsschanze era el cuartel donde von Stauffenberg intentó montar una mascletá con el Führer.

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  3. Miércoles... este Andreas era un chico con suerte, sinceramente.

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