lunes, septiembre 23, 2019

Partos (4: Mitrídates)


Otras partes sobre los partos

Los súbditos de Seleuco
Tirídates y Artabano

Fraates y su hermano

Esto último que he dicho al finalizar el capítulo anterior: que Mitrídates fue un excelente lector de los partidos geopolíticos de su área, lo digo porque una parte importante de la actitud del rey parto y de las cosas que hizo tiene que ver con la situación de su entorno más cercano. Los monarcas bactrianos que sucedieron a la pareja exitosa formada por Eutidemo y Demetrio heredaron su ambición imperialista, pero no supieron medir bien sus recursos, pues en las guerras que abrieron acabaron provocando un excesivo agotamiento de los recursos con que contaba el país.

La debilidad del poder central bactriano dio alas a las tendencias autonomistas. Ya Demetrio tuvo que enfrentarse a Eucrátidas, régulo que de hecho se hizo con el control de buena parte del país, obligando a Demetrio a limitarse a la franja sur del mismo. Muerto Demetrio, Eucrátidas continuó las guerras invasivas de los bactrianos y se fue contra los aracotianos, los dranguianos y los punjabíes, un empuje en el que descuidó los asuntos de la mitad norte de su propio país, donde las tendencias centrífugas que él mismo había representado en el pasado se presentaron de nuevo. Los escitas, viendo la presa fácil, comenzaron a hacer incursiones en la estepa bactriana, llevándose por delante todo lo que encontraban.

Por su parte, en el otro gran centro de poder la zona, es decir el viejo imperio seléucida sirio, Antíoco Epífanes había sucedido a su hermano Filopátor el asténico. Epífanes, que llegó al trono apenas un año antes que Mitrídates, no era tan abúlico como su hermano, pero no podía dedicarse a los asuntos orientales pues bastante tenía con las guerras que tenía montadas en Egipto, en Palestina y Armenia. Ptolomeo V defendía que, cuando se había casado con Cleopatra I, hija de Antíoco el Grande (hermana, pues, de Filopátor y Epífanes), la dote con que había venido la churri incluía la Celesiria y Palestina. Los seléucidas no interpretaban igual los votos matrimoniales, así pues acabó por liarse leoparda y se declaró una guerra que duró tres años que, al parecer, también se mezcló con algún tipo de rebelión por parte de los judíos, que siempre estaban al cabo de la calle para soltar su puñaladita.

La guerra entre seléucidas y egipcios terminó en el 168, con la mediación de los romanos, que impusieron la restitución de todas las conquistas, lo cual dejó a los sirios sin las ventajas que habían obtenido. En cuando a la guerra con los judíos, la cosa no fue tan rápida. Antíoco había arrasado el Templo, lo cual no era sino la acción más bestia de todo un programa que había lanzado para erradicar la religión judía y helenizar a la población. Tercos como son los hebreos, respondieron, como el vasco del chiste, que no eran partidarios, y se abrió un enfrentamiento que habría de sobrevivir en más de medio siglo al propio Epífanes y que, como sabemos, lejos de terminar con la des-hebreización de los hebreos, acabó por hacerlos más judíos que nunca; hecho éste que está en el origen de que luego hayamos tenido una cosa llamada cristianismo.

A Epífanes, en todo caso, le quedó el consuelo de que en su guerra armenia las cosas no le fueron tan mal, pues llegó incluso a hacer prisionero al rey rival, Artaxias.

Epifanes, sin embargo, habría de colocar a sus posesiones al sudeste de su imperio básicamente contra él a causa de su escasa capacidad de empatizar con sus tradiciones y respetarlas. Hasta el momento en que él reinó en el imperio seléucida, y desde los tiempos de Alejandro pues, los griegos, a pesar de no profesar desde luego las religiones y creencias de los pueblos que se fueron encontrando, habían practicado, básicamente, el respeto de las mismas. Esto tuvo como consecuencia que en las posesiones orientales del imperio seléucida hubiese muchos templos que habían sido respetados por la rapacidad de los invasores y los sátrapas, guardando por ello riquezas en ocasiones muy importantes.

Epífanes, sin embargo, estaba arruinado. Había mantenido guerras en tres frentes y, muy particularmente, luchar contra el potente enemigo egipcio le había dejado exhausto. Por lo demás, por su gesto de pretender borrar a la religión mosaica de Judea así, en un pis pas, ya vemos con claridad que era un tipo que lo de respetar las religiones de otros no se le daba nada bien. Y está, por último, la pulsión natural de todo gobernante arruinado, que siempre ha sido, y siempre será, aumentar los ingresos en lugar de racionalizar los gastos. Así pues, ni corto ni perezoso, Epi cogió sus tropas e inició una expedición para comenzar a llevarse todo lo que pudiera. En la ciudad de Elimais, sin embargo, los habitantes lo recibieron de uñas; y tan convencidos estaban de lo que defendían, que se enfrentaron a las tropas seléucidas y las vencieron. Con el rabo entre las piernas, Epífanes se retiró a Tabae, donde se sintió enfermo y, al rato, la cascó. Era el año 164 antes de Cristo.

El trono fue para Antíoco Eupátor, el hijo de Epífanes, que tenía nueve putos años. Así pues hubo que nombrar a un regente, Lisias, quien pronto comenzó una nueva guerra con los judíos. Los problemas internos surgieron pronto, pues un tal Felipe, tutor del rey niño, se opuso al poder de Lisias. Como quiera que buena parte del ejército cerró filias detrás de Lisias, se declaró una guerra civil que duró dos años, que no terminó hasta que Felipe fue ejecutado.

Las cosas, sin embargo, no pararon ahí. En Roma se encontraba, mantenido como un rehén, Demetrio, hijo de Seleuco IV y, consecuentemente, primo de Eupátor. Había sido enviado allí durante el reinado de su padre como garantía de la fidelidad del sirio hacia los romanos. Demetrio consideraba que era él quien debía haber heredado el trono, ya que, al fin y al cabo, era hijo del hermano mayor. Así pues, se fue al Senado romano para pedirles permiso para salir de la ciudad camino de Siria para reclamar lo que consideraba suyo. El Senado le negó el salvoconducto, pero su reacción, lejos de aceptarlo, fue salir de la ciudad subeptriciamente. En unos meses, consiguió erigirse como monarca sirio.

Estos datos nos sirven para darnos cuenta de que los dos grandes elementos de referencia de Mitrídates cuando llegó al trono: la Siria seléucida y Bactria, estaban embarcados en dificultades internas y externas que el rey parto supo leer con claridad. Que Mitrídates tenía criterio propio y se dejaba llevar únicamente por sus propios análisis nos lo demuestra un detalle: si bien siempre se ha considerado que su reacción más lógica habría sido atacar las posesiones seléucidas, contando con la escasa capacidad que tenía la metrópoli siria de defenderlas con grandes efectivos, lo que hizo Mitrídates fue atacar Bactria. Probablemente, juzgó que Bactria, embarcada en sus guerras en la India, ofrecía más posibilidades de conseguir territorios en el muy corto plazo. Esto, de hecho, es lo que ocurrió, pues, tras una corta guerra, los partos consiguieron anexionarse las provincias conocidas como Turiua y Aspionus.

En el caso de las posesiones occidentales, Mitrídates, tal vez muy bien informado acerca de la marcha de los asuntos allí, esperó hasta la subida al trono de Eupátor y el estallido de la guerra civil entre los partidarios de Licias y los de Felipe para avanzar hacia Media. La guerra no fue fácil, pues los medos eran luchadores incansables, pero, finalmente, Partia logró imponerse, con lo que los arsácidas lograron anexionarse Media Magna, una provincia que, la verdad, era caza mayor.

Una vez ocupada Media, y tras un paréntesis provocado por una revuelta en Partia que Mitrídates tuvo que sofocar, el rey se fijó en Hircania. Los hircanos, probablemente, pudieron esperar la ayuda de algunos vecinos, como los medos que, al fin y al cabo, eran arios como ellos; pero los hechos parecen confirmar que no la recibieron y que, solos ante el peligro, fueron vencidos por dicho peligro.

Desde la anexión de Media, Partia era ahora vecina de Susiana. Tras tomar Hircania, Mitrídates se fue a por esta rica provincia, El rey parto entró en la Susiana como un cuchillo caliente en la mantequilla; un hecho que, aparentemente, generó en el área la convicción de que los partos eran imparables, puesto que Mitrídates parece haber recibido la sumisión de persas y babilonios sin haber disparado un tiro.

Alrededor del año 150, después de unos quince años de actividad conquistadora, Mitrídates realizó una segunda expedición contra Bactria, país que, a la muerte de Eucrátidas, estaba bajo el reinado de su hijo, Heliocles. Bueno, en realidad Eucráticas había designado a su hijo algo así como co-rey, pero como quiera que al niño la coima le pareció poca cosa, se había cargado al padre para quedarse solo en el trono. Las probabilidades son muy altas de que el tema parto jugase un papel de primer orden en aquel magni-parricidio. Aparentemente, Heliocles había sostenido públicamente su acción de asesinar a su padre en el argumento de que éste había cometido alta traición; y, en el estado de conocimientos que por lo menos tengo yo, no encuentro otra razón para sostener dicha acusación que la relativa colaboración que Eucrátidas había decidido impulsar con los partos cuando éstos invadieron la Bactriana.

Esta interpretación, además, se ve, en mi opinión, confirmada por el hecho de que, aparentemente, morir asesinado Eucrátidas y volver grupas Mitrídates hacia Bactria fue todo uno; un gesto que sugiere que tenía un aliado, si no un tributario, en el país, y que con la desaparición de éste se le presentaba la necesidad de invadir el país.

Heliocles, claramente, había medido mal sus pasos, pues todo parece indicar que el ejército que consiguió levantar contra Mitrídates no fue enemigo para los partos. Como consecuencia, fue entonces toda o casi toda Bactria la que quedó bajo su dominación. Tanto es así que Mitrídates se permitió el lujo de seguir hacia el este, hacia la India, llegando hasta el río Hidaspes. Sin embargo, aunque estuvo allí, no parece que ejerciese su poder sobre territorio alguno, puesto que los reyes griegos de Bactria siguieron titulándose de sus posesiones indias.

En todo caso, tras la guerra con Heliocles, el imperio de Partia alcanzó la que sería su mayor extensión. Incluía su originario territorio, la Parthia Proper y, además, Bactria, Aria, Drangiana, Aracosia, Margiana, Hircania, el país de los mardi, Media Magna, Susiana, Persia y Babilonia.

Semejante concentración de poder no podía pasar desapercibida para los sirios, los cuales, cuando menos teóricamente, eran el poder más poderoso de la zona. Sin embargo, el reino sirio estaba enfangado en luchas internas sin solución de continuidad. En esos tiempos se produjeron enfrentamientos cainitas entre Lisias y Felipe, entre Lisias y Demetrio Sóter, entre Demetrio y Alejandro Balas, entre Alejandro Balas y Demetrio II, entre Demetrio II y Trifón. Todas estas luchas ocuparon, como poco, dos décadas que, qué casualidad, son también las más fértiles para Mitrídates en materia de conquistas.

Llegó un momento, sin embargo, en el que Demetrio II pudo decir que había conseguido retener buena parte del poder dentro del imperio sirio seléucida. Para ser exactos, en realidad todavía no había conseguido dominar del todo a su rival Trifón; pero digamos que veía el tema ya bastante encarrilado, pues el rebelde cada vez se veía más confinado a su estrecho círculo de confianza, formado por su mujer, Cleopatra, y sus generales.

Mitrídates, además, gobernaba sus posesiones con mano de hierro, buscando cauterizar desde el inicio cualquier veleidad de rebelión; y esto era algo que, lógicamente, no gustaba en los reinos conquistados, sobre todo aquéllos que, como Bactria, estaban bastante acostumbrados a su independencia y criterio. Demetrio, pues, sabía que, si iniciaba una expedición contra el rey parto, sería visto en muchos pueblo como un libertador.

Funcionó. En su avance contra Partia, Demetrio se encontró con que persas, susiánidas y bactrianos engrosaban sus filas. Con esta ayuda, consiguió vencer a los partos en varias batallas.

Mitrídates, pues, estaba perdiendo la guerra que hasta ese momento había estado acostumbrado a ganar. Pero era un buen luchador; uno de ésos que sabe que has de destrozar a tu rival con golpes legales, pero que si la cosa va mal tienes que echar mano de una buena patada en los huevos. Así pues, realizó ofertas de paz a Demetrio, le ofreció una negociación cara a cara que éste aceptó y a la que se presentó escasamente protegido. Mitrídates lo hizo prisionero.

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