martes, julio 17, 2007

Olvidados de la memoria histórica

Hablamos mucho de memoria histórica. De hacer justicia con el pasado de muchas personas. Y, sin embargo, esta intención, no pocas veces, es notablemente parcial. Porque la Historia entierra a muchas personas, héroes y villanos, sin que ni siquiera quienes debieran ocuparse de que no sea así se preocupen por ello.

Hoy se multiplican los homejanes por parte de quienes se sienten herederos de la República (y lo escribo así porque, con los votos en la mano, la República fue fundamentalmente el PSOE y un montón de partidos que nadie sabe hoy a ciencia cierta qué herederos tienen; y, recíprocamente, a los antepasados de no pocos de los herederos de hoy no los votaba ni Dios). A los excombatientes, a los brigadistas internacionales. Está bien. Pero es poco. En una guerra, ya lo he escrito, hay muchas historias entrelazadas, la mayoría olvidadas.

Hoy quiero desempolvar cuatro: las de Arvid Harnack, Harro Schulze-Boysen, y sus respectivas mujeres. Al final del texto explicaré por qué.

Arvid Harnack nació en 1901, en el seno de una familia burguesa, formada sobre todo por profesores y funcionarios, muy religiosos. En 1918, acabada la guerra, milita durante algún tiempo en organizaciones ultranacionalistas (que son la semilla del nazismo), pero acaba haciéndose comunista. En 1927, consigue una beca de la Fundación Rockefeller para viajar a Estados Unidos, concretamente a Wisconsin, para estudiar los movimientos sindicales americanos. Allí conoce a una mujer, Mildred Fish, con la que se casa y vuelve a Alemania.

Hoy es el día que las escuelas de Wisconsin celebran, cada 16 de septiembre, el Mildred Fish Harnack Day. En este post os voy a explicar por qué.

En Alemania, Harnack monta un grupo de estudio que, en 1932, viaja a la Unión Soviética para analizar in situ la economía planificada. Allí es contactado por dos de los líderes de Komintern, Otto Kuusinen y Osip Piatnisky, ambos, por lo tanto, miembros del Partido Comunista con la función de impulsar la revolución mundial. Ambos consiguen captar a Harnack para que trabaje para la URSS.

En 1933, los nazis llegan al poder. Ese mismo año, Harnack consigue una jefatura en el servicio de relaciones económicas con Rusia del Ministerio de Economía. Mildred, mientras tanto, traduce y da clases. En 1937, momento en que la olla alemana ya está muy caliente, el matrimonio viaja a Estados Unidos, donde los amigos, sobre todo de Mildred, les ofrecen ayuda para no regresar. Harnack, sin embargo, se niega, lo cual sirve para que casi todos en el círculo americano piensen que se ha vuelto nazi.

Y no son los únicos que lo piensan. Para los nacionalsocialistas, el gesto de regresar tiene un valor claro: se trata de un hombre de confianza. Así que Harnack participa nada menos que en los trabajos previos de la firma del pacto alemán-soviético entre Hitler y Stalin, y se convierte en uno de los más altos funcionarios del Ministerio de Economía.



Harro Schulze-Boysen es casi un aristócrata. Nacido en 1912, es sobrino-nieto de una de las glorias de la armada alemana, el almirante Von Tirpitz. Su padre llegó a ser jefe de Estado Mayor de las tropas alemanas que ocuparon Holanda en la segunda guerra mundial.

A los 17 años, encontramos al joven Harro desfilando entre las filas de una organización juvenil muy conservadora, la Jungdeutscher Order. Sin embargo, en los años de la universidad, Shulze-Boysen se apartará del protonazismo de su adolescencia, así como del comunismo, promoviendo una especie de tercera vía revolucionaria, que ha de generar un cambio social radical, no se sabe muy bien cómo. Crea una revista donde escriben colaboradores de todo pelaje.

Cuando llega Hitler, en 1933, esa táctica de permitir todo tipo de puntos de vista le costará cara. Harro es arrestado por las temidas SS, que lo meten en un calabozo y le dan varias manos de hostias. La familia, pudiente e influyente, consigue sacarlo, pero el Shulze-Boysen que sale de la celda ya no es el mismo: ahora odia a los nazis con todo su corazón y sólo vivirá para vengarse.

En 1936, Harro endereza su vida, cuando menos de puertas para afuera, tras casarse con Libertas Haas-Haye, una chica de muy buena familia, incluso lejanamente emparentada con el Kaiser. Una familia, además, muy bien relacionada, como la suya propia. Testigo de la boda será un prominente nazi: Hermann Göring, el jefe de la Luftwaffe (fuerzas aéreas). A todas luces, Harrito ha lavado su difícil pasado liberal a los ojos de los nazis.

Shulze-Boysen se trabaja a tope al idiota Göring y consigue que éste le meta en el Instituto de Investigaciones Hermann Göring.

Así que tenemos, en 1936, a dos alemanes de ley, uno funcionario del Ministerio de Economía, y otro introducido en el Ejército del Aire, los dos con un intachable marchamo nacionalsocialista. Ambos fieles a la causa y dispuestos a morir por ella.

Y, sin embargo, ambos son el centro de la sección berlinesa de la Orquesta Roja, es decir, la red de espías soviéticos en Alemania y los territorios ocupados.

Gilles Perrault, en su libro dedicado a esta Orquesta Roja, nos traza la forma de trabajar de este cuarteto a través de un reclutamiento: el del teniente Herbert Gollnow.

Gollnow era un joven militar, ávido de ascensos y medallas, que estaba loco por ser destinado al frente para poder ganarlas. Estando en la Luftwaffe, habló con Shulze-Boysen por ver si le podía ayudar. Harro, lejos de hacerle caso, le convenció de que su futuro estaba en Berlín, cerca de él, pero, eso sí, para medrar debía de hablar inglés. Así que le convenció para que pusiera un anuncio en la prensa pidiendo un profesor particular y se ofreció, asimismo, para estudiar con él las ofertas.

Gollnow recibió dos ofertas por su anuncio. Una era de un mediopensionista cualquiera el cual, por supuesto, pidió dinero por las clases. Shulze-Boysen le convenció de que era demasiado caro. La segunda oferta era de una profesora americana que se mostró entusiasmada por poder practicar el inglés por las tardes, mientras tomaba el té con su alumno; tan, tan entusiasmada que se mostró dispuesta a hacerlo sin cobrar.

Gollnow, impulsado por su superior en la Luftwaffe, se tragó el anzuelo: la profesora altruista no era otra que Mildred Fish Harnack.

Mildred ejerció con pericia su labor de calientapollas. Cada tarde, a las cinco, se sentaba a tomar el té con su alumno el teniente y le decía cosas como que tenía que mirarla fijamente a los labios cuando hablaba para captar la pronunciación. Gestitos, posturitas. Era una mujer muy bella, probablemente, según Perrault, lesbiana. Hemos de suponer que al joven Gollnow cada vez se le trababa más la lengua y, más aún, ni siquiera era el único apéndice que se le trababa.

Un día, en el invierno de 1941 a 1942, Arvid Harnack entró en la sala. Realizó con Gollnow un viejo truco de espía: si quieres que alguien te dé información, muéstrale, como si tal cosa, que tú tienes más. Hablaron de la guerra. Gollnow se quejó de que el frente del Este estuviese empantanado. Harnack anunció que eso iba a cambiar. Gollnow, educadamente, le explicó que, si iba a haber movimientos en el Este, él debería saberlo. Entonces Harnack, como el que habla de cualquier gilipollez, le habó de un movimiento masivo de prisioneros del Cáucaso que era una clara demostración de que algo había de pasar, y del cual el teniente no tenía ni idea. Gollnow quedó fascinado y, desde entonces, no tuvo reparo en ventilar en aquella casa los mayores secretos, creyendo estar entre personas que ya los conocían.

No debieron pasar muchos días antes que Gollnow y Mildred Fish se acostasen por primera vez. Siempre según Perrault, Mildred le presentó a Libertas, la mujer de Shulze-Boysen, también lesbiana; y se montaron un trío. Lo llamaban las Veladas de los Catorce Puntos, nombre que se refiere a los puntos de las cartillas de racionamiento. Las mujeres tenían que acudir con vestido equivalente al que se podía comprar con catorce puntos, por lo que iban semidesnudas.

Sabido es que el sexo es la vía más antigua del mundo para soltar la lengua de un ser humano. Gollnow cantó de plano. Llegó incluso a confesarle a sus dos amantes todos los detalles de una expedición de paracaidistas alemanes que iban a saltar tras las líneas rusas, ninguno de los cuales llegó al suelo: los soviéticos sabían dónde, cuándo y cómo iban a saltar y los fusilaron en el aire.

Shulze-Boysen amplió las Veladas de los Catorce Puntos. El todo Berlín iba a su casa a probar el folleteo. Y que nadie piense que esta política discriminaba a las espías. El libro de Perrault incluye un testimonio según el cual el propio Shulze-Boysen reclutó a un joven soldado, de nombre Heilman. El chico se enamoró del apuesto jefe de la Luftwaffe y éste no tuvo reparo en acostarse con él.

«He metido mi venganza en el congelador»; éstas fueron las palabras que Harro Shulze-Boysen pronunció ante un conocido en 1933, tras salir de los calabozos de la SS. Todo parece indicar que éste fue siempre su impulso. No era comunista, en lo absoluto. Era alguien humillado que quería vengarse y llegaba donde no llegaba nadie. Porque el gran problema de la oposición alemana al nazismo es que estaba formada por alemanes, así pues, a muchos opositores, además de repugnarles Hitler, les repugnaba que Alemania perdiese la guerra. A Shulze-Boysen, no. Él quería aplastar a esos jodidos nazis y, por eso, junto a su compañero el comunista Harnack, hizo impagables servicios a la URSS, el mayor de ellos avisarles del cambio de estrategia de Hitler, cuando decidió no intentar tomar Moscú y virar hacia el sureste para hacerse con el petróleo del Cáucaso; tentativa durante la cual, como sabemos cayó en el pozo de Stalingrado, donde, no por casualidad, le estaban esperando los rusos.

¿Qué tienen que ver Harnack, Shulze-Boysen, Mildred Fish y Libertas Haas-Haye con nuestra memoria histórica? Pues tienen que ver, porque no sólo espiaron para prevenir sobre los ataques a la URSS. Por Alemania pasaba también mucha documentación sobre los movimientos del ejército franquista, pues eran movimientos combinados con el ejército alemán, especialmente en la aviación, que era el arma que, precisamente, Shulze-Boysen se tenía más «trabajada». Sabemos, pues, que estos espías informaron a Moscú, y Moscú a Madrid, sobre un montón de acciones previstas por Franco, lo que permitió a la República prever muchos golpes. Ellos, por lo tanto, y aunque estos servicios fueron obviamente previos a la guerra alemana, también se jugaron la vida por España.

Fueron detenidos en 1942 y ejecutados en los meses siguientes. Así pues, descansan en paz. La paz de los olvidados.

7 comentarios:

  1. Interesante historia. Sin embargo, creo que estos dos hombres no se jugaron la vida por España; sino más bien, uno por su ideología: el comunismo, y el otro, por venganza. Razones respetables.
    Probablemente, España era una pieza en su tablero de lucha y venganza contra el nazismo.
    Un saludo.

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  2. Magnífico y desconocido (al menos para mi) relato de espías donde cabe decir eso de la realidad que supera con mucho a la ficción.

    Con todo quería hacerte un par de sugerencias:
    me parece que sería interesante que enlazaras algunos personajes con otra página donde aparezca su biografía (la Wikipedia es un verdadero tesoro en esto)
    tampoco vendría mal que insertaras algunas imágenes de los protagonistas de estas historias.

    Son sólo eso, sugerencias.

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  3. Anónimo12:17 p.m.

    Es una ironía, supongo que no intencionada, que no se pueda responder en los comentarios al post sobre El Jueves, cuyo tema se supone que es la libertad de prensa y, por extensión, la de expresión.

    Así que perdone si escribo aquí para decir que no estoy nada de acuerdo con el contenido de ese post. En mi opinión, el secuestro de El Jueves (con el que por cierto no estoy de acuerdo como cosa personal) se puede mirar a tres niveles: si deben existir límites a la libertad de prensa, si esos límites están bien establecidos en la legislación española, y si en este caso se ha aplicado bien la legislación española.

    Aviso, tochaco al canto repartido en entregas. Me disculpo por adelantado, y vuelvo a avisar que se avecina tochaco.

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  4. Anónimo12:17 p.m.

    En lo primero me parece razonable pensar que sí, y desde hace años me asquea la impunidad de la prensa: todos los estamentos de la sociedad están supuestamente sujetos a control, pero si se toca a un periodista... ¡ay si se toca a un periodista! Toda la profesión cierra filas a la voz de ya, con total indiferencia a detalles tales como si la denuncia o protesta tiene razón o no.

    Incidentalmente, de un tiempo a esta parte me pregunto si la prensa que tenemos realmente merece el amparo de una libertad y derecho fundamental; cortar y pegar de agencias, y luego cotillear de fútbol y famosos tampoco me parece algo a proteger a toda costa. La prensa ha abdicado de su importante función pública pero no de las gabelas relacionadas con ello; en cualquier caso, es otro tema.

    Me temo que tirar de censuras pasadas en una reductio ad hitlerum. Sí, en épocas mucho menos libres que la actual existía la censura y el secuestro de publicaciones. También la policía detenía a personas, y no veo que eso signifique que todo arresto actual suponga automáticamente un déficit democrático. Lo que no existe actualmente es la censura previa (afortunadamente, añado), ni tampoco esa capacidad fuera de la actuación judicial, ante la que cabe recurso y apelación.

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  5. Anónimo12:18 p.m.

    A priori, pienso que establecer un límite a posibles calumnias o injurias a la jefatura del estado y que ese límite se establezca en los tribunales es algo razonable. Incidentalmente, la casa real se ha mostrado normalmente reacia a actuar precisamente por una combinación entre la impunidad de la prensa por un lado, y el posible rechazo social por otro: defenderse de calumnias o injurias en prensa son ganas de perder el tiempo y el dinero, y a nadie le gusta ver a los poderosos ejerciendo sus poderes. Repito que la casa real, la jefatura del estado o la jefatura del gobierno no pueden actuar sobre una publicación por sí mismos, sino que necesitan el respaldo judicial en base a unos argumentos que el juez acepte.

    Finalmente, creo que la portada es de mal gusto y poco graciosa, como corresponde a una publicación que lleva más de una década en franca decadencia (lo cual es una lástima y otro tema). También creo que el objetivo de esta portada era escandalizar de manera facilona y que deben de estar dando palmas con las orejas ante el éxito obtenido. Pero nada de eso influye en la consideración de si la decisión judicial estuvo bien adoptada o no, igual que el número de personas que la vea a raíz de ello (citado en su último párrafo) no es un factor relevante. Si un juez cree que se ha cometido un delito, con o sin razón, ¿debe renunciar a perseguirlo porque se enteraría la gente?

    Y después de todo ello, yo la portada no la veo para secuestrarla. El Jueves ha publicado chistes gráficos más duros e incluso más zafios sin que pasara nada, y no veo ni la diferencia con esos casos anteriores ni el daño que la portada en cuestión le hace a la jefatura del estado y cosas así. Me parece una gambada del juez. Pero no porque ordenar el secuestro de una publicación sea el acabóse, sino porque yo personalmente pienso que en este caso se equivoca de cabo a rabo.

    (end of tochaco)

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  6. Para dar más espectacularidad al relato, podemos añadir la historia de la detención de Mildred, que no fue condenada a muerte como el resto de los protagonistas, sino a 6 años de prisión; sin embargo Hitler ordenó un nuevo juicio en el que fue condenada a decapitación con guillotina; y así murió. Sus últimas palabras fueron "...y cuánto he amado a Alemania".

    Mencionaré también que al pobre Gollnow también lo detuvieron y lo fusilaron, pero como suele decirse, "¡que le quiten lo bailao!"

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