viernes, septiembre 08, 2023

Stalin-Beria. 1: Consolidando el poder (5): El héroe de Tsaritsin

La URSS, y su puta madre
Casi todo está en Lenin
Buscando a Lenin desesperedamente
Lenin gana, pierde el mundo
Beria
El héroe de Tsaritsin
El joven chekista
El amigo de Zinoviev y de Kamenev
Secretario general
La Carta al Congreso
El líder no se aclara
El rey ha muerto
El cerebro de Lenin
Stalin 1 – Trotsky 0
Una casa en las montañas y un accidente sospechoso
Cinco horas de reproches
La victoria final sobre la izquierda
El caso Shatky, o ensayo de purga
Qué error, Nikolai Ivanotitch, qué inmenso error
El Plan Quinquenal
El Partido Industrial que nunca existió
Ni Marx, ni Engels: Stakhanov
Dominando el cotarro
Stalin y Bukharin
Ryskululy Ryskulov, ese membrillo
El primer filósofo de la URSS
La nueva historiografía
Mareados con el éxito
Hambruna
El retorno de la servidumbre
Un padre nefasto
El amigo de los alemanes
El comunismo que creía en el nacionalsocialismo
La vuelta del buen rollito comunista
300 cabrones
Stalin se vigila a sí mismo
Beria se hace mayor
Ha nacido una estrella (el antifascismo)
Camaradas, hay una conspiración
El perfecto asesinado

 



Con las semanas, sin embargo, la impresión de que esas revoluciones en Europa parecía que no iban a llegar, se fue extendiendo. En este punto, todo el mundo había pecado de inocente. El propio Lenin había pisado Rusia cuando llegó el exilio anunciando que en muy poco tiempo Karl Liebnecht iba a construir la Alemania comunista; algo en lo que todavía está, 105 años después. El propio Vladimiro, pues, había cometido un pequeño error de cálculo. Algunos de los de avanzar sin transar, como Piatakov, empezaron a decir que, si no había revolución comunista en Europa, la revolución rusa estaba acabada. Fue en este ambiente cuando se mandató a Trotsky de llevar a cabo las segundas conversaciones de Brest-Litovsk.

Trotsky tenía un importante dominio de los tiempos, y por eso tuvo la habilidad de dar un golpe de efecto importante. En el momento en que en el Comité las tendencias pacifistas se estaban imponiendo, declaró inopinadamente terminadas las conservaciones de paz, el 10 de febrero de 1918. El soldado debía regresar a sus campos para roturarlos en primavera. El soldado urbano debía regresar a su vida, ambos para disfrutar de la revolución. Por lo tanto, declaró, se iba a decretar la desmovilización. Rusia abandonaba la guerra.

Tres días después, en una reunión del Comité Ejecutivo Central, Trotsky trató de convencer a sus mosqueados camaradas de que su célebre eslógan “ni paz ni guerra” iba a ser seguido incluso por los soldados alemanes. La cosa es que Lev se equivocaba de medio a medio. Su puto eslógan, que como la mierda ésa de “prohibido prohibir”, en realidad, no significaba nada, y sólo era una tontería destinada a mesmerizar al tipo de gente que le molan los libros de autoayuda, sólo sirvió para que los alemanes entrasen en Rusia por la puerta frontal como por su casa. En esas condiciones, aunque bien es verdad que en el marco de un debate igualadísimo, el Comité Central votó aceptar las condiciones de Alemania.

Citamos poco, al hablar de estos tiempos, a Georgi Vasilievitch Chicherin. La verdad, no es un personaje de primer nivel en la Historia de la URSS. Pero lo que sí fue, fue el pagafantas que, nombrado ministro de Asuntos Exteriores en 1918, se comió el marrón que Trotsky había dejado hecho unos zorros. En sus propias palabras, tuvo que gestionar una situación en la que Alemania le ofrecía a Rusia una “paz predatora” en la que “un país tenía una pistola en la cabeza del otro”. Así las cosas, la chorrada ésa de ni paz ni guerra de ese cráneo previlegiado que aun hoy inspira a revolucionarios en todo el mundo le costó a Rusia los territorios de Polonia, Lituania, Estonia, Curlandia, Kars, Batum, y varias islas bálticas. El Partido celebró un VII Congreso de emergencia, así como el IV Congreso de emergencia de los Soviets, para tratar de convencerse a sí mismo de que aquel acuerdo había sido la polla de Montoya.

En medio de todo este follón, Stalin tuvo la inteligencia de no destacarse mucho. Tan sólo tuvo una intervención algo importante el 23 de de febrero, durante una sesión del Comité Central. En la misma, Lenin amenazó con dimitir si no se aceptaba la paz, y Stalin levantó la mano para preguntarle si dimitiría del Sovnarkom o se iría del Partido. Pero, en general, durante las grandes discusiones de esas semanas, durante las cuales, por ejemplo, socialrrevolucionarios como Lomov llegaron a decir que la revolución era más importante que Lenin y, por lo tanto, si Lenin se quería ir, pues que se pirase, Stalin supo no destacarse mucho ni en un sentido, ni en otro. Muchos historiadores tienden a pensar que el debate era demasiado complejo para él. Yo, la verdad, en esto no voy tan lejos, y creo que esa interpretación es injusta con Stalin. Si no intervino, creo yo, fue por prudencia más que por estupidez. Gente mucho más estúpida que el georgiano habló como el mudo, y dijo lo que pudo.

La penetración de ejércitos extranjeros fue la señal para la rebelión de los grupos internos rusos que habían salido perdiendo con la revolución. En la primavera de 1918, las rebeliones de rusos blancos eran ya la norma. Además, comenzó una especie de cacería del comisario político. Leonid Joakimovitch Kanegisser terminó con la vida de Moisei Uritsky en Petrogrado. En julio, un comisario del ejército letón, Semion Milhailovitch Nakhimson, también fue asesinado. En Tashkent, el comisario de alimentación de Turkestán, Alexander Pershin, fue asesinado por las turbas. En el área del Don, dos conocidos comunistas, Fedor Grigorievitch Podtelkov y Milhail Vasilievitch Krivoshlikov, fueron ahorcados por los cosacos. El barón Alexander Alexandrovitch von Taube, un mando del ejército zarista pasado a los bolcheviques, fue secuestrado y torturado. Moriría de tifus cuando todavía estaba prisionero. Pero, evidentemente, el momento más peligroso se habría de producir en Moscú, cuando Fanni Yefimovna Kaplan disparó a Lenin cuando estaba dando un mitin en la factoría Mikhelson.

El gobierno, consciente de que la jugada de Brest-Litovsk había sido demasiado inocente, creó el Revvoensoviet o Consejo Militar Revolucionario, al frente del cual situó a Trotsky.

Durante el tiempo de la guerra civil, Iosif Stalin iba a convertirse en un personaje fundamental en el Partido. No por sus logros como militar, que serían burdamente exagerados en los años por venir; sino por su trabajo coordinando las diferentes comisiones del Comité Central. En mayo de 1918, Lenin personalmente firmó el decreto que le daba a Stalin y a Alexander Shlyapnikov plenos poderes para la distribución de comida en la Rusia meridional. Fue enviado a Tsaritsyn, junto con una tropa de unos 1.000 soldados. Tsaritsyn estaba prácticamente rodeada por los cosacos, por lo que aquélla fue la primera vez que Stalin tuvo que tomar decisiones militares. Ciertamente, llevó a cabo una importante movilización, pero la impresión es de que si algo salvó Tsaritsyn, fue la llegada a la zona, desde el Donbás, de restos del V ejército, a mando de Kliment Efremovitch Voroshilov. Hay que notar, por otra parte, que, por razones que cuando menos a mí se me escapan, da la sensación de que la distancia entre Stalin y Trotsky data, como poco, de aquellos tiempos, pues Stalin, pese a que tenía que reportar a Trotsky como máximo mando militar en la guerra, lo hacía sistemáticamente a Lenin de forma directa. Finalmente, el asalto realizado por el general Anton Ivanovitch Denikin y el coronel Anatoli Leodinovitch Nosovitch no logró gran cosa.

Los soviéticos habían logrado prevalecer. Pero parece que no se llevaban bien. La verdad es que en Tsarytsin, según todos los indicios, había mucho ego junto. Estaba Stalin, estaba Voroshilov, S K Minin, el presidente del soviet local, y Pavel Pavlovitch Sytin, el comandante en jefe de las operaciones en aquel frente. De hecho, el nombramiento de Sytin fue, muy probablemente, el primer motivo serio de enfrentamiento entre Stalin y Trotsky. En el seno del Revvoensoviet de la zona sur, donde estaba aquel teatro de operaciones, Stalin quería que las decisiones se tomasen de forma colegiada. Sytin, sin embargo, prefería la eficiencia de la toma de decisiones militares, altamente jerarquizada. Como resultado, Stalin denunció a Sytin al Revvoensoviet de Moscú, insinuando que podría ser un traidor; a lo que contestó Sytin con un informe en el que venía a decir que Stalin, Voroshilov y Minin no dejaban de dar por culo. A principio de noviembre de 1918, Sytin fue arrebatado de aquel frente.

Stalin no era militar. Era un dirigente que todo lo fiaba a la disciplina revolucionaria y a la capacidad de respuesta que otorga la ideología. Pero, en todo caso, tras Tsarytsin, un suceso bélico que pronto alcanzó entre los soviéticos una calidad muy parecida a la del Alcázar de Toledo en el bando sublevado de nuestra guerra civil, adquirió una importante vitola de líder ante el Comité Central. Pero hay que reconocer, en todo caso, que algún galón se había ganado ya tiempo antes. En el invierno de 1917, cuando Petrogrado fue amenazado por el general Piotr Nikolayevitch Krasnov, Stalin ya tuvo un papel importante en la defensa de la ciudad junto con Dzerzhinsky, Ordzhonikidze, Nikolai Illitch Podvoisky, Sverdlov y Uritsky. También fue usado por Lenin durante la que se conoce como la revuelta Dukhonin. Nikolai Nikolayevitch Dukhonin fue el comandante en jefe del Ejército ruso tras la caída del gobierno Kerensky, y se negó a plegarse a las exigencias de los bolcheviques. Lenin decidió cesarlo para nombrar a Nikolay Vasilievitch Krylenko como comisario de la guerra. Al día siguiente, Krylenko fue al cuartel general con 500 guardias y, aunque se dice que intentó evitarlo, acabó siendo testigo del linchamiento de Dukhonin.

Lo que es más que evidente, como ya os he sugerido, es que en esos tiempos de la guerra civil, y por mucho que Lenin trató de evitarlo, fue cuando se construyó, primero la frialdad, después la animadversión simple y pura, entre Stalin y Trotsky. Stalin, que sin duda estaba pensando en su futuro ya en aquellos tiempos, recelaba, sobre todo, de la extrema popularidad de Trotsky, ponderable a la de Lenin. El jefe del Revvoensoviet no paraba de recibir telegramas de todas las esquinas de Rusia informándole de homenajes, regalos y todo tipo de cucamonas socialistas. De hecho, las dos primeras ciudades rusas que fueron renombradas: Gatchina y Chapaevsk, fueron nominadas Trotsk.

En la primavera de 1917, Petrogrado estaba en una situación comprometida. El general Nikolai Nikolayevitch Yudenich estaba preparando una ofensiva para hacerse con la capital. Se le solicitó al VII ejército y la flota del Báltico la defensa de la ciudad. Además, otras unidades de otros frentes se enviaron de refuerzo. Stalin era plenipotenciario en la defensa de la ciudad, y según todos los indicios, ensayó en la misma sus métodos dictatoriales, cesando a todo aquél que consideraba responsable de cualquier error. Descubrió una conspiración en el cuartel general del frente occidental, con el resultado de todos los conspiradores fusilados. En ese estado de cosas, la defensa de Petrogrado, organizada por Stalin, Fiodor Nikititch Remezov, Boris Pavlovitch Pozern, Vladimir Sergeyevitch Shatov o Jekabs Peters, funcionó.

Este tipo de éxitos, sin embargo, no deben empañar el hecho de que el tiempo ha terminado por desvelar que los méritos militares de Stalin eran más bien modestos. Durante la guerra civil, lo que fue, fundamentalmente, Stalin, fue el fiel transmisor de las órdenes y directrices que le transmitía Vladimir Lenin. Pero carecía de la creatividad y capacidad estratégica de un genio militar; tema éste en el que, la verdad, Trotsky le daba cien vueltas. Pero se le daba muy bien disciplinar a la gente, acojonarla para que hiciera lo que tenía que hacer. Y eso también es muy válido en una guerra.

Avanzada la guerra civil, Stalin fue encomendado a trabajar en el día a día del Comité Central. Una situación algo más estable le permitió hacer algunos contactos importantes. Como miembro del Revvoensoviet del frente sur que fue durante bastante tiempo, trabó conocimiento con su comandante, Alexander Ilitch Yegorov; fue una “amistad” bastante duradera, pues veremos a Stalin tirando de él cuando decidió ir a por el general Tukhachevsky; pero vamos, que igual se lo llevó por delante algún tiempo después. En ese momento, sin embargo, lo defendió frente a diversos ataques en el Partido, dado que dichos ataques habían sido instigados por Trostky. Esto ocurrió en 1920 cuando los rusos, tras una serie de éxitos iniciales en Polonia, comenzaron a ir mal en la guerra. Con el tiempo, Stalin usaría ese revés para construir los casos contra Tukhachevsky y Yegorov.

Quizás el momento más complejo para Stalin se dio en agosto de 1920. En ese momento, el Revvoensoviet de Moscú quiso trasladar los ejércitos XII y XIV y el I ejército de caballería del frente sur al frente occidental. La operación se llevó con tanta lentitud que, para cuando llegaron las tropas, ya no pudieron ayudar en los enfrentamientos en los que hubieran sido necesarios. Stalin, al parecer, se opuso al traslado, hasta el punto de que la orden del mismo ni siquiera la firmó (la firmó Robert Yurevitch Berzin). Por lo tanto, Stalin había saboteado una orden de Moscú. A pesar de esto, su condición básica de organizador, más que de luchador, hizo que, conforme la posición de los revolucionarios se fuera consolidando en Rusia, él fuese ganando poder. Poder que, sin embargo, tenía un límite grave y fundamental que, de hecho, se pasaría toda su vida tratando de corregir: el hecho de que no era ningún teórico ni ideólogo.

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