Rumania, ese chollo
A la sombra de los soviéticos en flor
Quiero rendirme
El largo camino hacia el armisticio
Conspirando a toda velocidad
El golpe
Elecciones libres; o no
En contra de mi propio gobierno
Elecciones libres (como en la URSS)
El último obstáculo, el rey
Con la Iglesia hemos topado
El calvario uniate
Securitate
Yo quiero ser un colectivizador como mi papá
Stefan Foris
Patrascanu y Pauker
La caída en desgracia de Lucretiu Patrascanu
La sombra del titoísmo
Gheorghiu-Dej se queda solo
Ana Pauker, salvada por un ictus
La apoteosis del primer comunista de Rumania
Hungría
Donde dije digo…
El mejor amigo del primo de Zumosol
Pilesti
Pío, pío, que yo no he sido
Trabajador forzado por la gracia de Lenin
Los comienzos de la diferenciación
Pues yo me voy a La Mutua (china)
Hasta nunca Gheorghe
El nuevo mando
Yo no fui
Yo no soy ellos
Enemigo de sus amigos
Grandeza y miseria
De mal en peor
Esos putos húngaros
El puteo húngaro
El maldito libro transilvano
El sudoku moldavo
La fumada de Artiom Lazarev
Viva Besarabia libre (y rumana)
Primeras disidencias
Goma
Los protestantes protestan
Al líder obrero no lo quieren los obreros
Brasov
No toques a Tokes
Arde Timisoara
El derrumbador de iglesias y monasterios
Qué mal va esto
Epílogo: el comunista que quiso sorber y soplar a la vez
Al fin y a la postre, el 60% de
la superficie cultivable rumana fue puesta bajo el control de las granjas
colectivas; otro 30% se correspondió con las granjas estatales, por lo que
aproximadamente un 10% fue lo que permaneció en manos privadas; en su totalidad,
zonas de montaña que eran imposibles de colectivizar.
El terror contra las
resistencias campesinas fue largamente usado por el Estado comunista; pero lo
fue, en realidad, para alguna cosa más que puramente para los conflictos
rurales. Por ejemplo, sirvió para deportar en masa a los serbios y alemanes que
residían en el Banat. Ambos grupos fueron puestos en la lista negra por las
autoridades rumanas desde 1948, cuando la expulsión de Yugoslavia de la
Kominform comenzó el conflicto entre Tito y Stalin. En 1949, cuando los Estados
integrados en la Kominform procedieron a expulsar a los diplomáticos
yugoslavos, Rumania cumplió con el trámite. En 1950, Bulgaria prohibió a los
yugoslavos utilizar tierras situadas en la zona fronteriza bajo control
búlgaro; en ese momento, Rumania suspendió toda conexión postal y por
ferrocarril con Yugoslavia. En el verano de aquel mismo año de 1950, los rumanos
montaron un juicio contra 12 locales de origen serbio, a los que acusaron de
espiar para Tito. Tres acusados fueron sentenciados a muerte, y el resto
recibieron penas de 3 a 25 años de reclusión.
Las deportaciones desde el
Banat comenzaron en el verano de 1951. Los planes se plantearon un objetivo de
40.320 deportados. Las deportaciones se realizaron bajo la supervisión del
general Mihail Burca, viceministro del Interior, y el general Eremia Popescu,
que era el comandante de las tropas adscritas a dicho Ministerio. Los rumores
de la inminencia de las deportaciones provocaron que muchas personas tratasen
de pasar la frontera de Yugoslavia.
El esquema de deportación que
se montó fue genuinamente comunista, pues ya se sabe que a un comunista no hay
cosa que le pueda gustar más que lucrarse del esfuerzo de otro. A los
deportados se les obligó a dejar toda su vida y patrimonio atrás, puesto que
sólo se les permitió viajar con el equipaje de mano, por así decirlo. Se
crearon unas comisiones especiales para “comprarles” lo que dejaban atrás;
pero, claro, como el comprador era también el que ponía el precio, os podéis
imaginar que las cantidades abonadas se parecían a un justiprecio lo mismo que
Óscar Puente a Teresa Rabal. En destino, los deportados eran alojados en casas
de concreto prefabricado, a menudo sin agua corriente ni suministro de
alimento.
Inicialmente, los dirigentes
comunistas rumanos querían un Estado que fuese más comunista que rumano. De
hecho, el general Alexandru Draghici, viceministro del Interior y jefe de su
directorio político, envió una circular a los departamentos públicos
estipulando que las banderas que deberían verse en los edificios oficiales
deberían respetar una proporción de 75% de banderas rojas y 25% de banderas de
Rumania. Esto, sin embargo, habría de cambiar mucho cuando sobre todo Ceaucescu
decidió apostar por un comunismo nacionalista.
Por supuesto, Rumania, que es
un país que, si se mira con cuidado el mapa, se puede ver que no necesariamente
ha de ser un país oriental (no más que Grecia, por ejemplo), se convirtió
rápidamente en una nación anti occidental. En todo o en casi todo, la organización
política y social rumana clonó la metodología estalinista; y esto fue muy
especialmente seguido en el caso de las detenciones sin juicio ni orden.
El problema de la estabilidad
del Partido de los Trabajadores de Rumania era interno. Dentro de aquella
amalgama había mucha gente con enormes deseos de mandar (Gheorghiu-Dej, Pauker,
Patrascanu…); y el poder político, ya se sabe, es como los enfrentamientos de
Copa: sólo puede quedar uno. El mejor situado, sin duda alguna, era
Gheorghiu-Dej: podía contar (en la medida en que alguien podía estar seguro de
eso) con la confianza de Stalin, y mantenía muy buen rollo con sus asesores
sobre el terreno. Pero otros líderes, como Pauker, tampoco andaban cortos de
predicamento moscovita. Tenía que andarse con cuidado y esperar una buena
oportunidad. Esa oportunidad apareció en 1952, cuando Stalin le ordenó impulsar
una purga de sionistas.
Llovía sobre mojado; ya la
Guardia de Hierro, antes de la guerra, había sido violentamente antijudía. Pero
lo verdaderamente importante era la oportunidad que se le abría a Gheorghiu-Dej
de usar todo aquello para arrimar el ascua a su sardina.
La herramienta preferida del
líder comunista rumano fue exactamente la misma que la de su modelo: el juicio
público diseñado para acojonar al personal. En los diez años siguientes,
Gheorghiu-Dej utilizaría la justicIa de cartón piedra del sistema comunista para
deshacerse de tres de sus mayores rivales en el liderazgo comunista rumano:
Stefan Foris, que fue asesinado; Lucretiu Patrascanu, ejecutado; y Ana Pauker,
reducida a su mínima expresión política.
Gheorghiu-Dej tenía mucho, pero
mucho, miedo de Stalin. Dej sabía bien que, al contrario que otros líderes
comunistas rumanos, no se había “educado” en Moscú; y sabía que a los
soviéticos este tipo de versos sueltos no les gustaban. En la práctica, sin
embargo, este miedo le fue útil, dado que lo convirtió en un comepolllas
industrial, lo que terminaría por convencer a Stalin de que no podía tener
mejor corresponsal en Bucarest que aquel tipo que le profesaba una obediencia
perruna. El rumano, además, se rodeó rápidamente de “asesores” de la NKVD, y
apenas osaba llevarles la contraria. Pantelimon Bodnarenko, Sergei Nikonov,
Pyotr Goncearuc, Misha Postanski y Vania Didenko, todos ellos terminales
moscovitas en Bucarest, eran un poco su seguro de vida; en la medida en que se
podía tener un seguro de vida estando Stalin por medio.
Por lo demás, Gheorghiu-Dej
fue, también, de largo, el dirigente comunista rumano que mejor entendió la
sicología de Stalin, su extraordinaria proclividad a ver conspiradores por
todas partes. Nadie como él supo aprovechar cada error grande o pequeño, cada
detalle de sus rivales que se salía un poco de la senda, para hacer
que en Moscú creyesen que alguien estaba complotando con occidente.
Como ya hemos contado, el
húngaro transilvano Stefan Foris había sido la primera opción de Moscú para
dirigir el Partido. Esto, sin embargo, había terminado por cambiar en favor de
Gheorghiu-Dej, un tipo que iba escaso de galones por no haber sido criado en
Moscú y por haber tenido un papel bastante poco descollante durante el golpe de
Estado.
Según acabó por defender la
historiografía oficial de los tiempos de Gheorghiu-Dej (pues siempre hay un
licenciado en Historia para un descosido), en abril de 1944 se había producido
en el campo de internamiento de Targu Jiu una reunión al más alto nivel
comunista en la que habían estado: Gheorghiu-Dej, Emil Bodnaras, Constantin
Parvulescu, Iosif Ranghet y Chivu Stoica. En dicha reunión, Gheorghiu-Dej
solicitó el cese de Foris con el argumento de que era un informador de la
policía. Se habría formado un secretariado provisional formado por Bodnaras,
Parvulescu y Ranghet, al tiempo que se le ordenó a Bodnaras, Patrascanu e Ion
Gheorge Maurer que se infiltrasen en otros partidos políticos para tratar de
arrastrarlos al rechazo de la guerra contra la Unión Soviética.
Estas decisiones eran
sobradamente conocidas en el mundo comunista como para poder ser negadas. Así
pues, Gheorghiu-Dej nunca pudo tratar de convencer a los rumanos de que él
había sido el elegido desde el primer momento para ser su líder máximo. Pero lo
que sí hizo fue convencerlos de que él había sido quien había desenmascarado a
Foris. El caso, sin embargo, es que apenas tres años después de la muerte de
Dej, el propio Estado comunista rehabilitó la memoria de Foris. En una reunión
del Comité Central celebrada en 1968, Nicolae Ceaucescu condenó a Gheorghiu-Dej
por el asesinato de Foris, quien además fue declarado inocente de las
acusaciones de colaborador policial. Eso sí, siguió condenado, por así decirlo,
por haber hecho un trabajo bastante deficiente como secretario general.
El 7 de abril, Foris hizo
testamento. Siendo como era un veterano comunista, es probable que supiese leer
las señales. A finales de aquel mes, Sarbu dio a luz a la hija de ambos,
Vera-Victoria. Foris regresó a casa y la pareja pasó algunas semanas con su
hija.
El 9 de junio, Foris se
desplazó al pueblo cercano para hacer algunas compras. Estaba planificando un
viaje a la campiña para visitar a uno de sus cuñados. Nadie lo volvió a ver.
A partir de aquí, las teorías.
Hay historiadores que consideran que el asesinato de Foris fue responsabilidad
exclusiva de Georghiu-Dej. Otros, apoyándose cuando sea parcialmente en las
cosas que dijo Ceaucescu en 1968 cuando rehabilitó la figura del húngaro,
consideran que, además del dirigente, estuvieron en la pomada Ana Pauker,
Vasile Luca y Teohari Georgescu. Por lo demás, los más conspicuos observadores
de aquellos tiempos dudan muchísimo de que una operación de este tipo se
hubiera podido abordar sin el conocimiento y aquiescencia de Moscú.
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