martes, noviembre 11, 2025

Ceaucescu (15): Stefan Foris





Rumania, ese chollo
A la sombra de los soviéticos en flor
Quiero rendirme
El largo camino hacia el armisticio
Conspirando a toda velocidad
El golpe
Elecciones libres; o no
En contra de mi propio gobierno
Elecciones libres (como en la URSS)
El último obstáculo, el rey
Con la Iglesia hemos topado
El calvario uniate
Securitate
Yo quiero ser un colectivizador como mi papá
Stefan Foris
Patrascanu y Pauker
La caída en desgracia de Lucretiu Patrascanu
La sombra del titoísmo
Gheorghiu-Dej se queda solo
Ana Pauker, salvada por un ictus
La apoteosis del primer comunista de Rumania
Hungría
Donde dije digo…
El mejor amigo del primo de Zumosol
Pilesti
Pío, pío, que yo no he sido
Trabajador forzado por la gracia de Lenin
Los comienzos de la diferenciación
Pues yo me voy a La Mutua (china)
Hasta nunca Gheorghe
El nuevo mando
Yo no fui
Yo no soy ellos
Enemigo de sus amigos
Grandeza y miseria
De mal en peor
Esos putos húngaros
El puteo húngaro
El maldito libro transilvano
El sudoku moldavo
La fumada de Artiom Lazarev
Viva Besarabia libre (y rumana)
Primeras disidencias
Goma
Los protestantes protestan
Al líder obrero no lo quieren los obreros
Brasov
No toques a Tokes
Arde Timisoara
El derrumbador de iglesias y monasterios
Qué mal va esto
Epílogo: el comunista que quiso sorber y soplar a la vez

 

Foris en 1940, algunos años antes
de mamar marxismo


En el año siguiente, diversas granjas colectivas que se habían montado en Moldavia fueron atacadas por campesinos. En realidad, los enfrentamientos continuaron en todo el país durante los años siguientes, hasta prácticamente el momento, en 1962, en que Gheorghiu-Dej le anunció al Comité Central que la labor colectivizadora se había completado.

Al fin y a la postre, el 60% de la superficie cultivable rumana fue puesta bajo el control de las granjas colectivas; otro 30% se correspondió con las granjas estatales, por lo que aproximadamente un 10% fue lo que permaneció en manos privadas; en su totalidad, zonas de montaña que eran imposibles de colectivizar.

El terror contra las resistencias campesinas fue largamente usado por el Estado comunista; pero lo fue, en realidad, para alguna cosa más que puramente para los conflictos rurales. Por ejemplo, sirvió para deportar en masa a los serbios y alemanes que residían en el Banat. Ambos grupos fueron puestos en la lista negra por las autoridades rumanas desde 1948, cuando la expulsión de Yugoslavia de la Kominform comenzó el conflicto entre Tito y Stalin. En 1949, cuando los Estados integrados en la Kominform procedieron a expulsar a los diplomáticos yugoslavos, Rumania cumplió con el trámite. En 1950, Bulgaria prohibió a los yugoslavos utilizar tierras situadas en la zona fronteriza bajo control búlgaro; en ese momento, Rumania suspendió toda conexión postal y por ferrocarril con Yugoslavia. En el verano de aquel mismo año de 1950, los rumanos montaron un juicio contra 12 locales de origen serbio, a los que acusaron de espiar para Tito. Tres acusados fueron sentenciados a muerte, y el resto recibieron penas de 3 a 25 años de reclusión.

Las deportaciones desde el Banat comenzaron en el verano de 1951. Los planes se plantearon un objetivo de 40.320 deportados. Las deportaciones se realizaron bajo la supervisión del general Mihail Burca, viceministro del Interior, y el general Eremia Popescu, que era el comandante de las tropas adscritas a dicho Ministerio. Los rumores de la inminencia de las deportaciones provocaron que muchas personas tratasen de pasar la frontera de Yugoslavia.

El esquema de deportación que se montó fue genuinamente comunista, pues ya se sabe que a un comunista no hay cosa que le pueda gustar más que lucrarse del esfuerzo de otro. A los deportados se les obligó a dejar toda su vida y patrimonio atrás, puesto que sólo se les permitió viajar con el equipaje de mano, por así decirlo. Se crearon unas comisiones especiales para “comprarles” lo que dejaban atrás; pero, claro, como el comprador era también el que ponía el precio, os podéis imaginar que las cantidades abonadas se parecían a un justiprecio lo mismo que Óscar Puente a Teresa Rabal. En destino, los deportados eran alojados en casas de concreto prefabricado, a menudo sin agua corriente ni suministro de alimento.

Inicialmente, los dirigentes comunistas rumanos querían un Estado que fuese más comunista que rumano. De hecho, el general Alexandru Draghici, viceministro del Interior y jefe de su directorio político, envió una circular a los departamentos públicos estipulando que las banderas que deberían verse en los edificios oficiales deberían respetar una proporción de 75% de banderas rojas y 25% de banderas de Rumania. Esto, sin embargo, habría de cambiar mucho cuando sobre todo Ceaucescu decidió apostar por un comunismo nacionalista.

Por supuesto, Rumania, que es un país que, si se mira con cuidado el mapa, se puede ver que no necesariamente ha de ser un país oriental (no más que Grecia, por ejemplo), se convirtió rápidamente en una nación anti occidental. En todo o en casi todo, la organización política y social rumana clonó la metodología estalinista; y esto fue muy especialmente seguido en el caso de las detenciones sin juicio ni orden.

El problema de la estabilidad del Partido de los Trabajadores de Rumania era interno. Dentro de aquella amalgama había mucha gente con enormes deseos de mandar (Gheorghiu-Dej, Pauker, Patrascanu…); y el poder político, ya se sabe, es como los enfrentamientos de Copa: sólo puede quedar uno. El mejor situado, sin duda alguna, era Gheorghiu-Dej: podía contar (en la medida en que alguien podía estar seguro de eso) con la confianza de Stalin, y mantenía muy buen rollo con sus asesores sobre el terreno. Pero otros líderes, como Pauker, tampoco andaban cortos de predicamento moscovita. Tenía que andarse con cuidado y esperar una buena oportunidad. Esa oportunidad apareció en 1952, cuando Stalin le ordenó impulsar una purga de sionistas.

Llovía sobre mojado; ya la Guardia de Hierro, antes de la guerra, había sido violentamente antijudía. Pero lo verdaderamente importante era la oportunidad que se le abría a Gheorghiu-Dej de usar todo aquello para arrimar el ascua a su sardina.

La herramienta preferida del líder comunista rumano fue exactamente la misma que la de su modelo: el juicio público diseñado para acojonar al personal. En los diez años siguientes, Gheorghiu-Dej utilizaría la justicIa de cartón piedra del sistema comunista para deshacerse de tres de sus mayores rivales en el liderazgo comunista rumano: Stefan Foris, que fue asesinado; Lucretiu Patrascanu, ejecutado; y Ana Pauker, reducida a su mínima expresión política.

Gheorghiu-Dej tenía mucho, pero mucho, miedo de Stalin. Dej sabía bien que, al contrario que otros líderes comunistas rumanos, no se había “educado” en Moscú; y sabía que a los soviéticos este tipo de versos sueltos no les gustaban. En la práctica, sin embargo, este miedo le fue útil, dado que lo convirtió en un comepolllas industrial, lo que terminaría por convencer a Stalin de que no podía tener mejor corresponsal en Bucarest que aquel tipo que le profesaba una obediencia perruna. El rumano, además, se rodeó rápidamente de “asesores” de la NKVD, y apenas osaba llevarles la contraria. Pantelimon Bodnarenko, Sergei Nikonov, Pyotr Goncearuc, Misha Postanski y Vania Didenko, todos ellos terminales moscovitas en Bucarest, eran un poco su seguro de vida; en la medida en que se podía tener un seguro de vida estando Stalin por medio.

Por lo demás, Gheorghiu-Dej fue, también, de largo, el dirigente comunista rumano que mejor entendió la sicología de Stalin, su extraordinaria proclividad a ver conspiradores por todas partes. Nadie como él supo aprovechar cada error grande o pequeño, cada detalle de sus rivales que se salía un poco de la senda, para hacer que en Moscú creyesen que alguien estaba complotando con occidente.

Como ya hemos contado, el húngaro transilvano Stefan Foris había sido la primera opción de Moscú para dirigir el Partido. Esto, sin embargo, había terminado por cambiar en favor de Gheorghiu-Dej, un tipo que iba escaso de galones por no haber sido criado en Moscú y por haber tenido un papel bastante poco descollante durante el golpe de Estado.

Según acabó por defender la historiografía oficial de los tiempos de Gheorghiu-Dej (pues siempre hay un licenciado en Historia para un descosido), en abril de 1944 se había producido en el campo de internamiento de Targu Jiu una reunión al más alto nivel comunista en la que habían estado: Gheorghiu-Dej, Emil Bodnaras, Constantin Parvulescu, Iosif Ranghet y Chivu Stoica. En dicha reunión, Gheorghiu-Dej solicitó el cese de Foris con el argumento de que era un informador de la policía. Se habría formado un secretariado provisional formado por Bodnaras, Parvulescu y Ranghet, al tiempo que se le ordenó a Bodnaras, Patrascanu e Ion Gheorge Maurer que se infiltrasen en otros partidos políticos para tratar de arrastrarlos al rechazo de la guerra contra la Unión Soviética.

Estas decisiones eran sobradamente conocidas en el mundo comunista como para poder ser negadas. Así pues, Gheorghiu-Dej nunca pudo tratar de convencer a los rumanos de que él había sido el elegido desde el primer momento para ser su líder máximo. Pero lo que sí hizo fue convencerlos de que él había sido quien había desenmascarado a Foris. El caso, sin embargo, es que apenas tres años después de la muerte de Dej, el propio Estado comunista rehabilitó la memoria de Foris. En una reunión del Comité Central celebrada en 1968, Nicolae Ceaucescu condenó a Gheorghiu-Dej por el asesinato de Foris, quien además fue declarado inocente de las acusaciones de colaborador policial. Eso sí, siguió condenado, por así decirlo, por haber hecho un trabajo bastante deficiente como secretario general.

Foris y su asistente personal, Victoria Sarbu, fueron puestos bajo custodia de Bodnaras el 4 de abril. Fueron llevados a una casa segura donde, aparentemente, Bodnaras les conminó a escribir algo parecido a una confesión. Bodnaras, por otra parte, no estaba solo en el negocio. También le acompañaba Vania Didenko, uno de los agentes de la NKVD que era uña y carne con Georghiu-Dej; lo cual siempre ha sugerido que la operación Foris también estaba iluminada desde Moscú. Bodnaras y Didenko decidieron finalmente separar a Foris y a Sarbu, aunque se reunieron el 24 de diciembre de 1944. En enero de 1945, les dijeron que habían sido considerados inocentes de las acusaciones de espionaje; y que, en consecuencia, eran libres de irse a Cluj, donde el Partido les había encontrado curro. Sin embargo, Foris, aparentemente, no quedó contento con aquello; probablemente pensó que el reconocimiento de su inocencia no era suficiente, y comenzó a coquetear en voz alta con la idea de irse a Hungría y unirse al Partido de allí. Según Sarbu, el 23 de marzo la Securitate apareció por la casa donde estaban y se llevó a Foris al Ministerio del Interior.

El 7 de abril, Foris hizo testamento. Siendo como era un veterano comunista, es probable que supiese leer las señales. A finales de aquel mes, Sarbu dio a luz a la hija de ambos, Vera-Victoria. Foris regresó a casa y la pareja pasó algunas semanas con su hija.

El 9 de junio, Foris se desplazó al pueblo cercano para hacer algunas compras. Estaba planificando un viaje a la campiña para visitar a uno de sus cuñados. Nadie lo volvió a ver.

A partir de aquí, las teorías. Hay historiadores que consideran que el asesinato de Foris fue responsabilidad exclusiva de Georghiu-Dej. Otros, apoyándose cuando sea parcialmente en las cosas que dijo Ceaucescu en 1968 cuando rehabilitó la figura del húngaro, consideran que, además del dirigente, estuvieron en la pomada Ana Pauker, Vasile Luca y Teohari Georgescu. Por lo demás, los más conspicuos observadores de aquellos tiempos dudan muchísimo de que una operación de este tipo se hubiera podido abordar sin el conocimiento y aquiescencia de Moscú.

Lo que sí parece bastante claro es que la mano ejecutora fue la de Gheorghe Pintile. Él fue quien lo arrestó y se lo llevó a unos calabozos del Ministerio del Interior. De allí lo sacaron días después para un interrogatorio. Foris, cuando se vio fuera, tuvo una discusión muy fuerte con Alexander Nikolski. El agente decía haber encontrado en su casa una libreta de notas comprometedora. Se lo llevaron a la parte de atrás del edificio, y allí le dieron una paliza con una barra de hierro entre Pintile y su chófer, Dumitru Mitea. Cuando se dieron cuenta de que estaba muerto, lo enterraron detrás del edificio. Y allí se quedó, mamando marxismo.

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