Una política cuestionable
Peseta grande, ande o no ande
Secos de crédito
Conspiradores
Las cábalas de Mussolini
March
Portugal
Los sueños imposibles del doctor Negrín
Dos modelos enfrentados
Dos bandos, dos modelos
La polémica interminable sobre la eficiencia del gasto bélico
Rosario de ventas
De lo necesario, y de lo legal
¿Y si Putin tiene una colección de monedas de puta madre?
La guerra del dinero
Echa el freno, Madaleno
Un mundo sin bancos
“Escuchado en la radio”
El sindiós catalán
Eliodoro de la Torre, el más vasco entre los vascos
Las repúblicas taifas
El general inflación
Bombardeando pasta
Los operadores económicos desconectados
El tema impositivo (y la recapitulación)
En contabilidad económica, hay dos cuentas fundamentales: la cuenta de pérdidas y ganancias o de resultados, y el balance. La cuenta de resultados, que ahora mismo nos importa menos que las opiniones de Paquirrín en un templo budista, es la cuenta de lo que se ha ganado o perdido en un determinado periodo, con indicación de las gallinas que han entrado y las que han salido. El balance es una foto patrimonial: es el inventario de la granja de gallinas en un determinado momento.
El balance de un banco que tiene
el monopolio de la emisión de moneda es, de alguna manera, el balance de un
país. El emisor de la moneda la emite porque tiene una serie de activos que
respaldan dicha emisión (bueno, esto cambió después de Bretton
Woods, pero no nos vamos a poner estupendos); normalmente, oro y metales
preciosos aunque, por tener, siempre que fuese amplia y legalmente reconocido
como respaldo, en un balance de banco central se pueden meter percebes, motos
de agua, lo que uno quiera. Así pues, el primer juego fundamental del balance
de un banco central es el juego entre su pasivo (la masa monetaria que tenemos
los particulares, y que el banco central “nos debe”); y el activo, que es con
lo que cuenta para “pagarnos”. En la práctica, nadie exige el pago, porque
todos admitimos el valor de los signos fiduciarios (billetes y monedas).
Luego está la relación del Banco
central con el Tesoro. El Tesoro es el órgano que acopia la pasta que necesita
el gobierno para pagar escuelas, hospitales, carreteras, Casa Real, broncanos,
mariscadas, ventorros, juergas y putas. Por eso es el emisor de la deuda
pública, por ejemplo. Un gobierno puede endeudarse emitiendo papelitos, pero
también puede hacerlo pidiendo préstamos como cualquier ciudadano; de hecho, la
Comunidad de Madrid así lo hace muy a menudo. Pero, sin duda, de todos los
bancos que hay en el mundo, aquél con quien más le gusta endeudarse al Tesoro
es el banco central; para empezar, porque es ahí donde el Estado tiene la
libreta de ahorros (o, por lo menos, la más tocha); y, para seguir, porque
siempre tiene un nivel importante de control sobre él. El banco central suele
nadar en dinero, se podría decir que es un organismo que suda dinero; y, por
esta razón, tiene un papel fundamental a la hora de apañar las situaciones de
iliquidez de un gobierno.
Así las cosas, el balance del
Banco de España tiene cuatro elementos importantes, cuando menos eran los que
tenía hace casi cien años: los billetes en circulación; el valor de las cuentas
corrientes del personal, todo ello conformando buena parte de la masa
monetaria; el oro que respaldaba todo aquello; y la cuenta del Tesoro, es
decir, la situación de los adeudos del gobierno.
La información que se dio en 1938
fue la siguiente:
1)
En cuanto al oro, el día del golpe de Estado
había 2.202 millones de pesetas en España, y en 1938 quedaban 1.606.
2)
Fuera de España había 298 millones en el 36,
casi 188 millones dos años después.
3)
La cuenta del Tesoro era de 104 millones cuando
estalló el golpe, y de 9.160 millones en 1938.
4)
Los billetes en circulación totalizaban 5.451
millones en el 36, y 9.212 millones en el 38.
5)
Las cuentas corrientes habían pasado de 1.128
millones en el 36 a 6.144 millones en el 38.
Los puntos 1 y 2 están ahí,
aunque a mí se me hacen difíciles de creer. Esa teórica pérdida “sólo” de 600
millones de oro, en un momento en que la URSS había cobrado ya casi todas sus
ventas de material bélico, se me hace bola. Pero, bueno, lo realmente mollar es
el punto 3, porque ahí está fotografiado el esfuerzo bélico republicano, con
ese rally de 9.000 millones de pesetas de gasto. Teniendo en cuenta que
el PIB de 1935 (último año completo normal) se estima en unos 58.000 millones
de pesetas, hemos de entender que este esfuerzo bélico comportó el 15% de dicho
PIB, aunque en unos dos años; un 7,5% anual, pues o, si lo preferís, en cifras
de hoy, unos 105.000 millones de euros anuales, unos 220.000 millones en
conjunto (más el oro, claro). Los puntos 4 y 5, por lo demás, demostraban cómo
había financiado la república ese gasto: haciéndole caso a Eduardo Garzón. Le
dieron a tope a la manivela de la Casa de la Moneda, emitiendo billetes a lo
bestia. La guerra del lado republicano, pues, la pagaron todos los españoles de la zona republicana,
cada mañana, cada vez que intentaban encontrar medio kilo de arroz que pudiesen
pagar.
Para poder valorar esto en toda
su extensión, debéis entender que en el balance del Banco de España NO
figuraban, ni los certificados de plata emitidos por el gobierno; ni,
por supuesto, los papelitos y cartoncillos emitidos por ayuntamientos y
sindicatos. De hecho, en su análisis de este balance, el Banco de España de
Burgos emitió un informe en el que le explicaba a Franco que los niveles de
inflación real en zona republicana sólo se explicaban con masas monetarias no
inferiores a 20.000 millones de pesetas; el doble, pues. Los hombres del Banco
de España de Burgos venían a sugerir, por lo tanto, que el caos monetario de la
república fue tal que, en términos gruesos, entre el Ministerio de Hacienda,
los sindicatos, los partidos políticos y los ayuntamientos, habían creado otra
masa monetaria tan grande como la oficial.
Hay que decir que, en todo caso,
si hubo una línea del balance del Banco de España que provocó el cachondeo
general fue ésa según la cual los españoles republicanos, durante la guerra,
habían multiplicado los panes y los peces en sus cuentas corrientes. O, dicho
de otra forma: la gente pasaba hambre por una apuesta; porque, tener, tener, lo
que se dice tener, mientras la masa monetaria se había doblado, ellos habían
conseguido quintuplicar su dinero en el banco; o, si lo preferís, los famélicos
españoles que apenas podrían comer las “píldoras del doctor Negrín” (las
lentejas que todavía se cosechaban en Cuenca) eran, sin saberlo, el doble de
ricos que el 18 de julio. Siendo como es una cifra difícil de creer, también es
cierto que puede considerarse una muestra de cómo los particulares, sobre todo
tras el anuncio de Burgos de que no reconocería el valor de ninguna moneda
emitida durante la guerra civil en zona republicana, estaban acopiando moneda
antigua, literalmente, hasta que llegase Franco.
Las cosas como son. En ningún
sector fue el efecto de los errores de política económica de la república más
visible que en la banca. Ya os he dicho que uno de los activos silenciosos que
conservó la república tras el golpe fue que en su lado se quedó la práctica
totalidad de la inteligencia financiera española. El sesgo ideológico que
adoptó muy pronto la gestión republicana, ya en el gobierno Giral, acabaría por
mostrarle a toda esa gente la puerta de salida. Unos, los que pudieron, se
pasaron de zona. Otros se refugiaron. Otros se fueron a su casa. Y muchos, esto
es lo más sangrante, fueron directamente despedidos por los nuevos responsables
de las entidades; que decidieron gestionar los bancos con Amador Rivas.
A esto hay que añadir que, en un
mundo en el que no había tráfico mercantil, no había compras ni ventas, no
había préstamo ni había ahorro, los bancos habían perdido toda esencia de
negocio. O sea, probablemente el paraíso de Jesús Cintora et alia. Esa
gente que no suele entender muy bien el principio fundamental de que todo hecho
tiene consecuencias. La inexistencia de un sector del crédito propiamente dicho
fue seriamente lesiva para la república. Las gentes muy ideologizadas y los
licenciados en Historia en general pueden quedarse muy tranquilos viendo las
fotos, que las hay a cientos, de los actos multitudinarios en Londres, en París
y hasta en Beijing, de solidaridad con la república española. Pero el esfuerzo
bélico de la república no vivía de eso. Vivía, de forma muy fundamental, del
crédito internacional, de la capacidad de endeudamiento exterior. Y esta
capacidad fue cero zapatero.
Y fue así por culpa de la
república. Fue la república la que permitió que el propietario de un pinar, por
ejemplo, aragonés, pudiese acabar en los salones de París, contando cómo una
tarde llegó una patota de jornaleros, le dieron a él, a su mujer y a sus hijos
unas cuantas hostias y, luego, se quedaron con su finca. Fue la república la
que permitió que banqueros radicados en Burgos le susurrasen al oído a los
fondos internacionales que lo que pusieran en España nunca lo recuperarían. Fue
la república la que permitió que sacerdotes supervivientes se subiesen a los
púlpitos de occidente para contar que en España se estaba perpetrando un
genocidio. El dinero, claro, no vino. No porque sea de derechas que, en
realidad, no es ni de derechas ni de izquierdas. El dinero, simplemente, no
fluye hacia donde no lo ve claro.
En un elemento la república tenía
las de ganar, como en la banca. Era el petróleo. Cuando se produjo el golpe,
del lado republicano quedó la práctica totalidad de la Campsa, sus reservas, la
flota, y una serie de contratos de suministro a largo plazo. Esto último fue lo
primero que falló, ya que, como hemos visto, los oficios de Juan March movieron
a la Texaco a romper dichos contratos. Aunque no del todo. Texaco honró el
contrato firmado en1935 y suministró a la república hasta noviembre de 1936. El
hecho de que la república se encontrase pronto con problemas para atender los
pagos, puesto que había colocado todo el oro en el desagüe del puerto de Odesa,
se lo puso a huevo a los estadounidenses para poner pies en pared.
En este punto fue donde se hizo
más tóxica la neutralidad inglesa. La alternativa mejor para la república era
que sus barcos pudiesen cargar petróleo en Tánger y Gibraltar; para ello, sin
embargo, dependían de Londres, y Londres dijo que no. Entonces se volvió hacia
la Shell; pero resulta que el gobierno español le había expropiado activos en
1927, cuando construyó el monopolio de Campsa; así que los de la concha dijeron
para tu puta madre el petróleo, macho. Teniendo en cuenta que la Campsa la creó
José Calvo Sotelo, no deja de tener coña que fuese el sanguíneo político
gallego quien, después de muerto, le bloquease a sus asesinos el acceso a un
bien totalmente necesario.
En esas circunstancias, los
republicanos tuvieron que volverse hacia el de siempre: la URSS.
A pesar de que, como os he dicho,
en el tema de la banca la república no lo tenía mal, incluso lo tenía muy bien,
las cosas se torcieron muy pronto. La total falta de seguridad incluso personal
por la que se caracterizó pronto el bando republicano hizo que los
representantes de los accionistas del Banco de España, es decir los propios
bancos, dejasen de ir a las reuniones del Consejo General. Por lo demás, los
miembros de la dirección del banco eran motejados, día sí día también, en la
Prensa sindical y de izquierdas, como enemigos de la república; y ya se sabe
que entonces aquello no era que se diga una mera declaración retórica. El
estallido de la guerra puso alas a las opiniones de un economista para entonces
ya experto, pues tenía 50 años (aunque viviría casi 100 hasta 1976), Luis
Olariaga Pujana. Olariaga aparece un poco como el Eduardo Garzón de su tiempo;
un tipo con título de economista e incluso bastante más respetabilidad
profesional que la de Garzón; pero que, igual que él, era amigo de análisis de
extremado simplismo, como su acusación de que el Banco de España utilizaba la
expansión monetaria para cobrarle intereses al gobierno. Pero su principal
cruzada, sin duda alguna, fue la que rápidamente lanzó en contra de la
prudencia con que los hombres del Banco de España querían afrontar el uso de
las reservas de oro.
Según los datos aportados tras la
guerra por Julio Carabias, que fue gobernador del Banco de España y
posteriormente, durante la guerra, subgobernador de Lluis Nicolau D'Olwer, el
Banco tenía unos 2.400 millones de pesetas oro para respaldo de su emisión
fiduciaria. Con una circulación de 4.600 millones.
Las leyes de la república
establecían que la circulación fiduciaria tenía que estar respaldada de la
siguiente manera: hasta 4.000 millones de pesetas, en un 45%; es decir, 1.800
millones de monedas y vil metal, casi todo oro. El resto, hasta 6.000 millones,
habría de estar respaldado al 60%. Si el exceso era de 600 millones, se
sumaban, pues 360 millones más, por lo que el respaldo legal debía ser de 2.160
millones. De ahí que podamos decir que España iba sobrada de oro. Y eso sin
contar con que el Estado, como venía siendo situación endémica de mucho tiempo
atrás, era excedentario en plata.
Aquí, sin embargo, había un
problema de contabilización. Porque en economía las cosas no son como son; sino
como se contabilizan. Las reservas, esto es, el activo el Banco de España y del
país (patrimonio poseído) estaban expresadas en una ley por una paridad de 290
miligramos. Pero la circulación fiduciaria (el pasivo del balance; recuérdese
que en los billetes de peseta siempre ponía: “El Banco de España pagará...”) se
valoraba de acuerdo con la moneda depreciada en un 60% respecto del valor del
oro. En román paladino, ¿qué significa esto? Pues significa que el Banco de España
era un banco y no el comisariado político que es ahora mismo; y cualquiera que
conozca algo a los bancos sabe que la palabra que más se pronuncia en ese
infierno es “prudencia”.
Los balances contables no
necesariamente son balances reales. De hecho, en el mundo financiero casi nunca
lo son porque, en aras de la estabilidad del negocio (de soltera solvencia), en
los mismos se introducen elementos de prudencia. Un elemento clásico de
prudencia es, por ejemplo, anotar un activo inmobiliario en el balance a precio
de adquisición, es decir, haciendo ojos ciegos a su obvia revalorización con el
tiempo, si es que es un edificio bien situado y eso. El balance del Banco de
España no era menos. Las leyes contables le obligaban a introducir un elemento
de prudencia en el pasivo por el que la circulación fiduciaria se valoraba de
forma artificialmente baja, para así impedir aventuras expansionistas (léase
inflacionistas). Hoy en día, esto se soluciona, muy a menudo, mediante la
emisión de dos balances: el balance contable, o balance a secas; y el llamado
balance económico, en el que todo se valora sin elementos de prudencia ni otras
distorsiones. El balance económico tiene la ventaja de que refleja las cosas
como son; pero también tiene el hándicap de que es más volátil: si tienes
muchas acciones en el activo, un solo mal día en la Bolsa ya te cambia el
balance. Por ello, se considera menos
preciso, pues sólo explica la situación en un día, y casi una hora,
determinada. La mayor diferencia entre un balance contable y otro económico,
cuando menos en el negocio financiero, es que en el balance económico se
incorpora un activo más, el llamado Exceso de Activos sobre Pasivos, que es el
dinero que aflora cuando lo valoras todo a su fair value, es decir, su
valor real, por así decirlo.
No es que esté intentando darte
una clase de economía financiera. Es que te estoy intentando explicar que, a
juicio de los economistas de la república (juicio acertado), un hipotético
balance económico del Banco de España afloraría muchas más reservas que
el contable, al eliminar las raciones de prudencia existentes, sobre todo, en
la valoración del pasivo.
Según estos cálculos, una
circulación fiduciaria e 4.600 millones de pesetas se podía cubrir un 1.900
millones de pesetas oro, es decir unas 220 toneladas de oro, cuando el Banco
de España tenía 700. El Banco de España, pues, podía perfectamente
movilizar casi 500 toneladas, unos 4.000 millones de pesetas, sin resentir el
respaldo monetario.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario