Una política cuestionable
Peseta grande, ande o no ande
Secos de crédito
Conspiradores
Las cábalas de Mussolini
March
Portugal
Los sueños imposibles del doctor Negrín
Dos modelos enfrentados
Dos bandos, dos modelos
La polémica interminable sobre la eficiencia del gasto bélico
Rosario de ventas
De lo necesario, y de lo legal
¿Y si Putin tiene una colección de monedas de puta madre?
La guerra del dinero
Echa el freno, Madaleno
Un mundo sin bancos
“Escuchado en la radio”
El sindiós catalán
Eliodoro de la Torre, el más vasco entre los vascos
Las repúblicas taifas
El general inflación
Bombardeando pasta
Los operadores económicos desconectados
El tema impositivo (y la recapitulación)
De especial interés son los compromisos adquiridos por la parte española en el pacto de 1934; que es, sin duda, el acuerdo de ayuda italiana más sólido de todos los que se pudieron alcanzar o insinuar. Los españoles se comprometían a derribar el régimen republicano, a colocar una monarquía tradicional en su lugar, a firmar un acuerdo de amistad con Italia y a, en caso de conflagración en el Mediterráneo, a denunciar el acuerdo vigente entre la II República y Francia. A estos datos hay que añadir una curiosa frase de Mussolini, introducida por éste en el acta oficial de la reunión (se redactó otra paralela secreta donde se detallaban de verdad las cosas). En este acta, el Duce decía: “cuando me comprometo a ayudar, ayudo de verdad, como ya saben los austríacos”. Esta frase sirve para que nos demos cuenta de hasta qué punto, lo que para nosotros, y sobre todo para los historiadores superficiales, era una mera discusión que empezaba y terminaba en España, para Mussolini era una carambola geopolítica. Mussolini, como sabemos bien, no honró sus compromisos con Austria cuando Hitler quiso, de verdad, impulsar la Anchluss. Y no lo hizo, como de nuevo piensan los historiadores de todo a cien, porque siendo fascista tuviese fidelidad al fascismo tedesco. Lo hizo porque para Mussolini el compromiso con Austria nunca fue un compromiso; exactamente igual que el compromiso con los golpistas españoles tampoco lo fue. Lo que buscaba Mussolini era naciones que le debiesen favores para poder hacerse grande ante Francia e Inglaterra; dos países que, en ese momento, y esto es algo crucial para entender lo que pasó y lo que no pasó en 1936, ni modo estaban resignándose a hacer la guerra contra Italia; buscaban aliarse con ella. El gran objetivo geopolítico de Mussolini era ser el rey del Mediterráneo; y si no cuajó un eje Roma-Londres, no fue por la ideología y la defensa de la democracia y esas pamemas. Fue porque Reino Unido no se avino a ceder sus posiciones en el Mare Nostrum, dejó claro que no abandonaría Gibraltar (tal claro lo tenía que todavía no lo ha hecho), ni Chipre, ni Grecia. En esas circunstancias, lo que Mussolini no quería era una España republicana profrancesa que le provocase problemas en su patio marítimo trasero: el eje Baleares-costa argelina. La connivencia ideológica no tuvo nada que ver, porque cuando un presidente del gobierno entra en La Moncloa, sus convicciones morales y políticas salen por la ventana. En todos los casos, salvo que se presida una nación que sea un rozamiento geopolitico despreciable, tipo Mújica y tal.
Los italianos estaban muy
interesados en afirmar su compromiso tras la entrevista. Apenas 24 horas
después del encuentro con Balbo, entregaron un primer pago de medio millón de
pesetas, y luego fueron haciendo otras entregas. Asimismo, comenzaron inmediatamente
los preparativos para la entrega de armas. Un buque de la armada italiana, el Alice,
transportaría las armas a Trípoli, donde quedarían almacenadas. Sin
embargo, las armas no llegaron a España, y en este punto hay que recordar que
eran los españoles los que se habían comprometido a transportarlas. Cuando los
italianos se dirigieron a Olazábal para que confirmase la recogida, éste les
dijo que no podía llevarse a cabo. Que había que renegociar la entrega; algo
para lo que propuso una entrevista entre el líder tradicionalista Manuel Fal
Conde y Mussolini; entrevista que, que sepamos, nunca ocurrió. En septiembre de
1935, Olazábal estuvo en Roma, entiendo que para tratar de encalomarle a los
italianos el traslado de las armas; pero se volvió como había ido. El resultado
de todo ello es que en noviembre de 1936, cuando ya el CTV italiano estaba
presente en el teatro español y se produjo la renuncia de los alzados a tomar
Madrid, las armas italianas prometidas en 1934 todavía estaban en Libia. Esto,
sin embargo, no fue óbice para que entonces, y también hoy en día en
conciliábulos fluzodetritus, se creyese, y se siga creyendo, que la
sublevación se valió de las armas de Mussolini.
Lo que sí es cierto es que los
italianos formaron a grupos de requetés navarros en la guerra moderna.
Inicialmente, esto iba a ocurrir en Trípoli, pero finalmente se decidió
utilizar el campo de tiro de Furbara. De estos cursillos hay un testimonio
escrito, que es el libro de Jaime del Burgo Conspiración y guerra civil.
Dado que los italianos tenían mucho interés en que el tema fuese muy secreto,
los navarros fueron tratados como peruanos en viaje de estudios. Unos peruanos,
las cosas como son, raros, raros, raros.
Hay que decir que los conspiradores fueron bastante chapuzas en algunas cosas. La anécdota de los euskaldunes peruanos demuestra que Italia, como es lógico en un momento en el que todavía aspiraba a aparecer como socio confiable de Londres y París, quería que todo aquello permaneciese en total secreto. Por ello, Italo Balbo permitió que los españoles redactasen un acta paralela de las reuniones, más detallada que la oficial, pero les pidió total discreción.
El caso, sin embargo, es que Antonio Goicoechea se la llevó y la guardó en un cajón de su casa; de donde la sacaron los republicanos ya iniciada la guerra durante un registro. A ver, estas cosas se entierran, coño. Así las cosas, para desgracia del Duce (no se olvide que, formalmente, las CTV eran cuerpos voluntarios que estaban en España porque querían), los periódicos publicaron el acta en mayo de 1937, dejándole con el culo al aire. El puto bocachancla de Goicoechea, que estaba muy calentito en San Sebastián, que ya era zona nacional para entonces, contestó a aquellas publicaciones confirmando el acuerdo y pavoneándose del mismo; sin darse cuenta de que, con ello, ponía en peligrosísima situación a Antonio de Lizarza, otro de los firmantes, que todavía estaba en Madrid, asilado en la embajada de Chile y que, automáticamente, dejaba de ser un inocente señor al que estaban persiguiendo los milicianos, para ser un conspirador en toda regla cuya entrega podían exigir lo republicanos.
Mira que hay subnormales en el elenco político
de la república; pero Goicoechea se lleva la palma, seguido a corta distancia por Portela Valladares.
Si a alguien podía sentirse
ideológicamente cercano Mussolini en España, no era, desde luego, a aquellos
señores amigos del Trono y las Leyes Viejas que le habían visitado en Roma. Don
Benito tenía mucho respeto por los tradicionalistas, más que nada, porque sabía
que éstos eran muy bien vistos en muchos de los pasillos de la Curia. Pero él
era un fascista, y como fascista, quien más tilín le tenía que hacer era la
Falange. La Falange de José Antonio Primo de Rivera, efectivamente, tenía al
fascismo italiano por modelo. Los falangistas españoles pronazis eran
relativamente escasos y, aunque inicialmente la Falange pareció ser muy de la
camisa parda, finalmente se habría de imponer la azul, que es de inspiración
del fascismo portugués. Más allá, sin embargo, ideológicamente el fascismo
español, a menudo definido por él mismo como nacional-sindicalista, es de
esencia italiana. Mussolini era su modelo, y eso el Duce lo sabía.
José Antonio Primo de Rivera
estuvo en Roma en abril de 1935, y se entrevistó con varios líderes fascistas,
aunque no con el Duce. De aquel viaje quedó un compromiso italiano de financiar
a los falangistas. Concretamente, el conde Ciano dio la orden de que JAPR
recibiese 50.000 liras mensuales. Los italianos impusieron tal secretismo que
José Antonio viajaba una vez cada dos meses a París para trincar la pasta. Las
transferencias duraron poco, de junio de 1935 a enero de 1936. José Antonio fue
detenido en marzo, por lo que ya no pudo viajar a París. Los italianos
siguieron pagando hasta julio, mes del golpe; pero, aunque José Antonio intentó
buscar desde la cárcel alguna fórmula, Falange no cobró ese dinero.
Antes os he dicho que, sin
embargo, estas iniciativas, fundamentalmente civiles, estuvieron básicamente
desconectadas del verdadero tronco conspirador, que fue el militar. El general
Emilio Mola, que en 1936 tenía ya una larga carrera militar y como servidor
estatal había llegado a ser, entre otras cosas, director general de
Seguridad, tomó posesión el 14 de marzo del Gobierno Militar de Pamplona, que llevaba anejo el
mando de la XII brigada de infantería. Llegó a un ambiente
recalentado, en el que los tradicionalistas llevaban actuando de forma muy
evidente desde noviembre de 1934; ya que al tradicionalismo navarro la mal
llamada revolución de Asturias le había convencido de que en España la
revolución marxista era inevitable, y habían decidido prepararse. Aunque parece
que la cosa tenía más frufrufú que ñiquiñiqui, es lo cierto que entonces se
creía que los navarros tenían muchas armas, aunque en realidad parece que
tenían la capacidad de acopiar unos 10.000 combatientes, y tampoco muy bien pertrechados.
Lo que sí dieron estos tradicionalistas fue la batalla de las ideas, porque
tardaron muy pocos días en arrimar al general a su sardina.
Las relaciones entre Mola, los militares, y los tradicionalistas, no pudieron ser buenas. Mola estaba en un momento prudente; no tenía claro qué pasos debía de dar, porque tampoco tenía claros sus apoyos. Sobre él pesaba como un baldón el precedente de la sanjurjada, y la convicción de que, de repetirse, esta vez la república ya no sería tan tenue en los castigos. Por otra parte, los conspiradores civiles eran de ese tipo de gente que tiene muy claro lo que quiere hacer, pero no tiene ni puta idea de cómo. De hecho, yo creo que si el gobierno de la república hubiese sido un poco más listo, le habría bastado con alimentar aquellas diferencias para conseguir que nunca se hubiesen unido en un solo movimiento. Pero si hay una palabra que define al Frente Popular, ésa es “torpeza”.
El tridente de
muñidores de la nueva política: Manolo El del Bombo Azaña, Santiago O
Señorito Casares Quiroga, y Francisco La Mula Honesta Largo
Caballero, no juntaban entre los tres la inteligencia estratégica de un jugador
upper-intermediate de Stratego. Harto de que la irredenta aldea
gala pamplonesa estuviese un día sí y otro también dándoles por culo, el Frente
Popular no tuvo mejor idea que cesar a todo el Consejo Foral Navarro y
sustituirlo por paniaguados del Frente Popular, que eran menos populares en
Navarra que la chistorra en un templo budista nepalí. Como acertadamente ha
analizado Stanley Payne, sobre todo al analizar el significado del asesinato de
Calvo Sotelo, una forma inteligente de gobernar es aquélla en la que gobiernas
en contra de alguien, pero consigues que ese alguien no se dé cuenta. Si le
dedicas grandes sonrisas y alharacas al Garamierdi de turno mientras no paras
de meterle pepinos por el orto a los empresarios, te irá bien. Pero si lo que
decides hacer, para imponer tu salario mínimo y tu jornada laboral, es cesar
por decreto a toda la directiva de la CEOE e imponer en su lugar a miembros de
Podemos, entonces lo que tendrás es una revolución dentro de la revolución.
Pero esto hubiera sido demasiado pensar para aquellos cráneos previlegiados.
Que el gobierno sabía que la
decisión que había tomado no era cualquier decisión nos lo demuestra el dato de
que procedieron a la remoción, pero aparentemente tardaron días en hacerla
pública. Cuando lo hicieron, la Diputación ya lo estaba esperando. De hecho,
estaban en sesión permanente e hicieron que el Consejo Foral, órgano
consultivo, convocase a las juventudes para que se concentrasen en Pamplona armadas.
Lo paradójico de esta situación
fue que, a pesar de estar el tradicionalismo navarro en un punto de ebullición
golpista tan elevado, sus contactos con Mola fueron nulos hasta seis días antes
del golpe. Fue ese día cuando los carlistas informaron a Mola de que llevaban
tiempo preparándose y de que, en el caso de sublevación, estaban en condiciones
de aportar 7.000 efectivos. También por paradójico que parezca, la noticia a
Mola no le gustó. El general no quería una tropa requeté funcionando por su
cuenta. 7.000 efectivos de salida le parecían muchos, muchísimos; lo que él
quería era una cifra no superior a 1.000 efectivos que, además, no se
significasen como requetés, sino que se integrasen en las filas del ejército
regular. La verdadera preocupación de Mola en ese momento eran los oficiales
que, conscientes de que el golpe del 36 no sería como el del 32, tenían la
sensación de que en cualquier gesto se estarían jugando la carrera y la vida.
Por eso, el general quería presión bottom-up, y contaba con los requetés
para hacerla. Por lo tanto, no le servían de mucho en unidades separadas. El
movimiento requeté, sin embargo, no tenía casi freno posible. En el momento de
la rebelión, no fueron 7.000, sino 10.000; y pocos meses después habían
triplicado la cifra. En Navarra, hasta el 10% de la población llegó a
movilizarse voluntariamente.
A principios de julio, Emilio
Mola se entrevistó con Manuel Fal Conde. El líder del carlismo se pavoneó de
tener recursos propios, amplios contactos con el estamento militar e, incluso,
financiación propia.
Soy peruano, y facha jaja -eso último era broma. Un saludo ddesde PErú, muchas gracias por acompañarme en los ratos alegres y difíciles.
ResponderBorrarDiego. Tengo una curiosidad, ¿por qué en España nos consideran tan lejanos? Por ejemplo en la parte 1 de la saga de "Torrente, el brazo tonto de la ley" dice: Me la robó el peruano o algo así jaja.
Pues no sabría decirte. En el habla española de hace mucho tiempo existieron las expresiones "vale un Potosí" o "vale un Perú" como indicación de algo muy valioso. Pero, verdaderamente, poco más.
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