jueves, septiembre 18, 2025

GCEconomics (5): Las cábalas de Mussolini




Una política cuestionable
Peseta grande, ande o no ande
Secos de crédito
Conspiradores
Las cábalas de Mussolini
March
Portugal
Los sueños imposibles del doctor Negrín
Dos modelos enfrentados
Dos bandos, dos modelos
La polémica interminable sobre la eficiencia del gasto bélico
Rosario de ventas
De lo necesario, y de lo legal
¿Y si Putin tiene una colección de monedas de puta madre?
La guerra del dinero
Echa el freno, Madaleno
Un mundo sin bancos
“Escuchado en la radio”
El sindiós catalán
Eliodoro de la Torre, el más vasco entre los vascos
Las repúblicas taifas
El general inflación
Bombardeando pasta
Los operadores económicos desconectados
El tema impositivo (y la recapitulación)

 


De especial interés son los compromisos adquiridos por la parte española en el pacto de 1934; que es, sin duda, el acuerdo de ayuda italiana más sólido de todos los que se pudieron alcanzar o insinuar. Los españoles se comprometían a derribar el régimen republicano, a colocar una monarquía tradicional en su lugar, a firmar un acuerdo de amistad con Italia y a, en caso de conflagración en el Mediterráneo, a denunciar el acuerdo vigente entre la II República y Francia. A estos datos hay que añadir una curiosa frase de Mussolini, introducida por éste en el acta oficial de la reunión (se redactó otra paralela secreta donde se detallaban de verdad las cosas). En este acta, el Duce decía: “cuando me comprometo a ayudar, ayudo de verdad, como ya saben los austríacos”. Esta frase sirve para que nos demos cuenta de hasta qué punto, lo que para nosotros, y sobre todo para los historiadores superficiales, era una mera discusión que empezaba y terminaba en España, para Mussolini era una carambola geopolítica. Mussolini, como sabemos bien, no honró sus compromisos con Austria cuando Hitler quiso, de verdad, impulsar la Anchluss. Y no lo hizo, como de nuevo piensan los historiadores de todo a cien, porque siendo fascista tuviese fidelidad al fascismo tedesco. Lo hizo porque para Mussolini el compromiso con Austria nunca fue un compromiso; exactamente igual que el compromiso con los golpistas españoles tampoco lo fue. Lo que buscaba Mussolini era naciones que le debiesen favores para poder hacerse grande ante Francia e Inglaterra; dos países que, en ese momento, y esto es algo crucial para entender lo que pasó y lo que no pasó en 1936, ni modo estaban resignándose a hacer la guerra contra Italia; buscaban aliarse con ella. El gran objetivo geopolítico de Mussolini era ser el rey del Mediterráneo; y si no cuajó un eje Roma-Londres, no fue por la ideología y la defensa de la democracia y esas pamemas. Fue porque Reino Unido no se avino a ceder sus posiciones en el Mare Nostrum, dejó claro que no abandonaría Gibraltar (tal claro lo tenía que todavía no lo ha hecho), ni Chipre, ni Grecia. En esas circunstancias, lo que Mussolini no quería era una España republicana profrancesa que le provocase problemas en su patio marítimo trasero: el eje Baleares-costa argelina. La connivencia ideológica no tuvo nada que ver, porque cuando un presidente del gobierno entra en La Moncloa, sus convicciones morales y políticas salen por la ventana. En todos los casos, salvo que se presida una nación que sea un rozamiento geopolitico despreciable, tipo Mújica y tal.

Los italianos estaban muy interesados en afirmar su compromiso tras la entrevista. Apenas 24 horas después del encuentro con Balbo, entregaron un primer pago de medio millón de pesetas, y luego fueron haciendo otras entregas. Asimismo, comenzaron inmediatamente los preparativos para la entrega de armas. Un buque de la armada italiana, el Alice, transportaría las armas a Trípoli, donde quedarían almacenadas. Sin embargo, las armas no llegaron a España, y en este punto hay que recordar que eran los españoles los que se habían comprometido a transportarlas. Cuando los italianos se dirigieron a Olazábal para que confirmase la recogida, éste les dijo que no podía llevarse a cabo. Que había que renegociar la entrega; algo para lo que propuso una entrevista entre el líder tradicionalista Manuel Fal Conde y Mussolini; entrevista que, que sepamos, nunca ocurrió. En septiembre de 1935, Olazábal estuvo en Roma, entiendo que para tratar de encalomarle a los italianos el traslado de las armas; pero se volvió como había ido. El resultado de todo ello es que en noviembre de 1936, cuando ya el CTV italiano estaba presente en el teatro español y se produjo la renuncia de los alzados a tomar Madrid, las armas italianas prometidas en 1934 todavía estaban en Libia. Esto, sin embargo, no fue óbice para que entonces, y también hoy en día en conciliábulos fluzodetritus, se creyese, y se siga creyendo, que la sublevación se valió de las armas de Mussolini.

Lo que sí es cierto es que los italianos formaron a grupos de requetés navarros en la guerra moderna. Inicialmente, esto iba a ocurrir en Trípoli, pero finalmente se decidió utilizar el campo de tiro de Furbara. De estos cursillos hay un testimonio escrito, que es el libro de Jaime del Burgo Conspiración y guerra civil. Dado que los italianos tenían mucho interés en que el tema fuese muy secreto, los navarros fueron tratados como peruanos en viaje de estudios. Unos peruanos, las cosas como son, raros, raros, raros.

Hay que decir que los conspiradores fueron bastante chapuzas en algunas cosas. La anécdota de los euskaldunes peruanos demuestra que Italia, como es lógico en un momento en el que todavía aspiraba a aparecer como socio confiable de Londres y París, quería que todo aquello permaneciese en total secreto. Por ello, Italo Balbo permitió que los españoles redactasen un acta paralela de las reuniones, más detallada que la oficial, pero les pidió total discreción. 

El caso, sin embargo, es que Antonio Goicoechea se la llevó y la guardó en un cajón de su casa; de donde la sacaron los republicanos ya iniciada la guerra durante un registro. A ver, estas cosas se entierran, coño. Así las cosas, para desgracia del Duce (no se olvide que, formalmente, las CTV eran cuerpos voluntarios que estaban en España porque querían), los periódicos publicaron el acta en mayo de 1937, dejándole con el culo al aire. El puto bocachancla de Goicoechea, que estaba muy calentito en San Sebastián, que ya era zona nacional para entonces, contestó a aquellas publicaciones confirmando el acuerdo y pavoneándose del mismo; sin darse cuenta de que, con ello, ponía en peligrosísima situación a Antonio de Lizarza, otro de los firmantes, que todavía estaba en Madrid, asilado en la embajada de Chile y que, automáticamente, dejaba de ser un inocente señor al que estaban persiguiendo los milicianos, para ser un conspirador en toda regla cuya entrega podían exigir lo republicanos. 

Mira que hay subnormales en el elenco político de la república; pero Goicoechea se lleva la palma, seguido a corta distancia por Portela Valladares.

Si a alguien podía sentirse ideológicamente cercano Mussolini en España, no era, desde luego, a aquellos señores amigos del Trono y las Leyes Viejas que le habían visitado en Roma. Don Benito tenía mucho respeto por los tradicionalistas, más que nada, porque sabía que éstos eran muy bien vistos en muchos de los pasillos de la Curia. Pero él era un fascista, y como fascista, quien más tilín le tenía que hacer era la Falange. La Falange de José Antonio Primo de Rivera, efectivamente, tenía al fascismo italiano por modelo. Los falangistas españoles pronazis eran relativamente escasos y, aunque inicialmente la Falange pareció ser muy de la camisa parda, finalmente se habría de imponer la azul, que es de inspiración del fascismo portugués. Más allá, sin embargo, ideológicamente el fascismo español, a menudo definido por él mismo como nacional-sindicalista, es de esencia italiana. Mussolini era su modelo, y eso el Duce lo sabía.

José Antonio Primo de Rivera estuvo en Roma en abril de 1935, y se entrevistó con varios líderes fascistas, aunque no con el Duce. De aquel viaje quedó un compromiso italiano de financiar a los falangistas. Concretamente, el conde Ciano dio la orden de que JAPR recibiese 50.000 liras mensuales. Los italianos impusieron tal secretismo que José Antonio viajaba una vez cada dos meses a París para trincar la pasta. Las transferencias duraron poco, de junio de 1935 a enero de 1936. José Antonio fue detenido en marzo, por lo que ya no pudo viajar a París. Los italianos siguieron pagando hasta julio, mes del golpe; pero, aunque José Antonio intentó buscar desde la cárcel alguna fórmula, Falange no cobró ese dinero.

Antes os he dicho que, sin embargo, estas iniciativas, fundamentalmente civiles, estuvieron básicamente desconectadas del verdadero tronco conspirador, que fue el militar. El general Emilio Mola, que en 1936 tenía ya una larga carrera militar y como servidor estatal había llegado a ser, entre otras cosas, director general de Seguridad, tomó posesión el 14 de marzo del Gobierno Militar de Pamplona, que llevaba anejo el mando de la XII brigada de infantería. Llegó a un ambiente recalentado, en el que los tradicionalistas llevaban actuando de forma muy evidente desde noviembre de 1934; ya que al tradicionalismo navarro la mal llamada revolución de Asturias le había convencido de que en España la revolución marxista era inevitable, y habían decidido prepararse. Aunque parece que la cosa tenía más frufrufú que ñiquiñiqui, es lo cierto que entonces se creía que los navarros tenían muchas armas, aunque en realidad parece que tenían la capacidad de acopiar unos 10.000 combatientes, y tampoco muy bien pertrechados. Lo que sí dieron estos tradicionalistas fue la batalla de las ideas, porque tardaron muy pocos días en arrimar al general a su sardina.

Las relaciones entre Mola, los militares, y los tradicionalistas, no pudieron ser buenas. Mola estaba en un momento prudente; no tenía claro qué pasos debía de dar, porque tampoco tenía claros sus apoyos. Sobre él pesaba como un baldón el precedente de la sanjurjada, y la convicción de que, de repetirse, esta vez la república ya no sería tan tenue en los castigos. Por otra parte, los conspiradores civiles eran de ese tipo de gente que tiene muy claro lo que quiere hacer, pero no tiene ni puta idea de cómo. De hecho, yo creo que si el gobierno de la república hubiese sido un poco más listo, le habría bastado con alimentar aquellas diferencias para conseguir que nunca se hubiesen unido en un solo movimiento. Pero si hay una palabra que define al Frente Popular, ésa es “torpeza”. 

El tridente de muñidores de la nueva política: Manolo El del Bombo Azaña, Santiago O Señorito Casares Quiroga, y Francisco La Mula Honesta Largo Caballero, no juntaban entre los tres la inteligencia estratégica de un jugador upper-intermediate de Stratego. Harto de que la irredenta aldea gala pamplonesa estuviese un día sí y otro también dándoles por culo, el Frente Popular no tuvo mejor idea que cesar a todo el Consejo Foral Navarro y sustituirlo por paniaguados del Frente Popular, que eran menos populares en Navarra que la chistorra en un templo budista nepalí. Como acertadamente ha analizado Stanley Payne, sobre todo al analizar el significado del asesinato de Calvo Sotelo, una forma inteligente de gobernar es aquélla en la que gobiernas en contra de alguien, pero consigues que ese alguien no se dé cuenta. Si le dedicas grandes sonrisas y alharacas al Garamierdi de turno mientras no paras de meterle pepinos por el orto a los empresarios, te irá bien. Pero si lo que decides hacer, para imponer tu salario mínimo y tu jornada laboral, es cesar por decreto a toda la directiva de la CEOE e imponer en su lugar a miembros de Podemos, entonces lo que tendrás es una revolución dentro de la revolución. Pero esto hubiera sido demasiado pensar para aquellos cráneos previlegiados.

Que el gobierno sabía que la decisión que había tomado no era cualquier decisión nos lo demuestra el dato de que procedieron a la remoción, pero aparentemente tardaron días en hacerla pública. Cuando lo hicieron, la Diputación ya lo estaba esperando. De hecho, estaban en sesión permanente e hicieron que el Consejo Foral, órgano consultivo, convocase a las juventudes para que se concentrasen en Pamplona armadas.

Lo paradójico de esta situación fue que, a pesar de estar el tradicionalismo navarro en un punto de ebullición golpista tan elevado, sus contactos con Mola fueron nulos hasta seis días antes del golpe. Fue ese día cuando los carlistas informaron a Mola de que llevaban tiempo preparándose y de que, en el caso de sublevación, estaban en condiciones de aportar 7.000 efectivos. También por paradójico que parezca, la noticia a Mola no le gustó. El general no quería una tropa requeté funcionando por su cuenta. 7.000 efectivos de salida le parecían muchos, muchísimos; lo que él quería era una cifra no superior a 1.000 efectivos que, además, no se significasen como requetés, sino que se integrasen en las filas del ejército regular. La verdadera preocupación de Mola en ese momento eran los oficiales que, conscientes de que el golpe del 36 no sería como el del 32, tenían la sensación de que en cualquier gesto se estarían jugando la carrera y la vida. Por eso, el general quería presión bottom-up, y contaba con los requetés para hacerla. Por lo tanto, no le servían de mucho en unidades separadas. El movimiento requeté, sin embargo, no tenía casi freno posible. En el momento de la rebelión, no fueron 7.000, sino 10.000; y pocos meses después habían triplicado la cifra. En Navarra, hasta el 10% de la población llegó a movilizarse voluntariamente.

A principios de julio, Emilio Mola se entrevistó con Manuel Fal Conde. El líder del carlismo se pavoneó de tener recursos propios, amplios contactos con el estamento militar e, incluso, financiación propia.

El hecho es que cuando Mola decide lanzar el golpe con esas famosas directivas que firma “El Director”, es totalmente cierto que se estaba beneficiando de un trabajo previo de dos años, que había comenzado en Roma. El dinero de Mussolini, que al contrario que sus armas sí que llegó, había servido para comprar armas modernas, por no mencionar los campos de instrucción. Los requetés no ganaron la guerra pero, por así decirlo, sí que la hicieron posible. Sus aportaciones fueron dos fundamentales: la primera, mantener la sublevación en pie las primeras tres semanas, es decir el tiempo durante el cual Franco todavía no había cruzado el estrecho con tropas africanas. Y, dos, garantizar la victoria en el norte una vez que, estrellados contra Madrid, los nacionales decidieron cambiar de prioridades. Resulta hasta chusco que el ejercicio de nostalgia militar que ha quedado fijado en Euskadi sea el de los nostálgicos de las unidades abertzales nacionalistas. Los jelkides y tal no dejaron de ser un grupo de nenazas que se jiñaron a traición. Su acometividad fue bastante discutible, su capacidad para conservar el País Vasco para la república nula; y sus diferencias respecto de los requetés, abrumadoras. Si hubo un ejército surgido del pueblo presidido por la eficiencia y la moral alta, éstos fueron los requetés. Pero, claro, estas cosas no caben en la memoria histérica. 

2 comentarios:

  1. Anónimo8:54 p.m.

    Soy peruano, y facha jaja -eso último era broma. Un saludo ddesde PErú, muchas gracias por acompañarme en los ratos alegres y difíciles.
    Diego. Tengo una curiosidad, ¿por qué en España nos consideran tan lejanos? Por ejemplo en la parte 1 de la saga de "Torrente, el brazo tonto de la ley" dice: Me la robó el peruano o algo así jaja.

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  2. Anónimo8:08 a.m.

    Pues no sabría decirte. En el habla española de hace mucho tiempo existieron las expresiones "vale un Potosí" o "vale un Perú" como indicación de algo muy valioso. Pero, verdaderamente, poco más.

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