viernes, abril 11, 2025

Tenno Banzai (y 15): Últimas boqueadas



Una vieja introducción al tema (2008)

Las sutilezas de una civilización muy suya
Un día estás aquí, y otro día estás aquí
De Pearl Harbor al sacrificio de Attu
Planes desesperados
Un poema de Norinaga Nootori
El 25 de octubre de la escuadrilla Yamato
Nace el mito
Victorias, derrotas y dudas
El suicida-acróbata
Últimos coletazos filipinos
De Formosa a Iwo Jima
De Ohka a Ohka, fracaso porque me toca
El gran ataque
… o eso parecía
Últimas boqueadas
 

       

AVISO: terminamos serie y, de paso, nos vamos de vacaciones. Tras la Semana Santa nos veremos


A estas alturas de la batalla de Okinawa, estadounidenses y japoneses luchaban en el macizo de Shuri, donde los nipones se habían hecho fuertes. Los generales Ushijima y Isamu Cho diseñaban una contraofensiva. La operación se fijó para el 4 de mayo, y contaba con las fuerzas Kikusui para que echasen una mano (bueno, más bien un ala).

En las primeras horas del día 3, los aviones japoneses aparecieron en el aire y bombardearon el aeródromo de Yontan, en el que había muchos aviones estadounidenses. Después, se produjeron los ataques kamikaze sobre los navíos de línea que estaban en primera ídem. El destructor Little fue alcanzado nada menos que por cuatro jibaku, quedando inservible. El también destructor Luce fue alcanzado por dos suicidas, y también se fue al fondo. El navío de ayuda LSMR también fue destruido, mientras que el destructor-dragaminas Aaron Ward recibió por lo menos seis impactos suicidas que acabaron con él. Un barco anti minas y un LCS fueron alcanzados, pero mantuvieron su posición. Tras la medianoche, apareció otra oleada japonesa, pero ante la oscuridad se limitó a lanzar bombas un poco al tuntún, sin hacer grandes daños.

Al alba del 4 de mayo, al mismo tiempo que la contraofensiva en tierra de los japoneses, los kamikazes volvieron al aire. Cuatro suicidas acabaron por hundir el destructor Morrison. Dos barcos de ayuda, los LMSR 190 y LMSR 194, también resultaron hundidos. El portaaviones de escolta Sangamon recibió el impacto de un kamikaze, que provocó un gran incendio que lo dejó irreparable. El destructor dragaminas Shea fue alcanzado por una bomba Okha que lo dañó muy seriamente. Tuvo que retirarse, igual que el crucero Birmingham, dos destructores, un dragaminas y un LCS.

Los japoneses, en todo caso, perdieron 75 kamikazes y 50 Tokubetsu, 120 cazas de escolta y 60 bombarderos.

A partir de ahí, durante toda la campaña de Okinawa se fueron repitiendo casi diariamente los ataques kamikaze. Sin embargo, cada vez más estos ataques se dirigían a los navíos ligeros de vanguardia, pues las capacidad de llegada a las Task Force era crecientemente difícil.

El 9 de mayo, los japoneses atacaron a las fuerzas de ayuda del almirante Turner. Los dos destructores de escolta Oberrender e England fueron desechados para la reparación. El 11 de mayo, los ataques se recrudecieron, coincidiendo con una gran ofensiva terrestre estadounidense. El avance terrestre fue parado en las riveras del Asakawa. Al mismo tiempo, dos oleadas aéreas atacaban a la Task Force 58 y a los navíos de vanguardia, por un lado; y, por el otro, los barcos británicos que estaban en las islas Sakishima.

El gran portaaviones Bunker Hill, el buque insignia de Mitscher, fue alcanzado por un avión, que le causó muchas bajas y tan graves daños que tuvo que retirarse para reparación. El acorazado New Mexico, que como sabemos ya había sido alcanzado, lo fue de nuevo. Un LCS fue también alcanzado. Mucho más graves fueron los daños sufridos por los destructores Evans y Hugh Wl Hadley, que tuvieron que ser remolcados a la base de Kemara Retto, aunque ni siquiera fueron reparados.

En cuanto a los ingleses, los japoneses se estrellaron contra los portaaviones Victorious y Formidable; sin embargo, como ya os he dicho tenían puentes blindados que aguantaron bastante bien la movida.

Por lo demás, la totalidad de los aviones implicados: 70 kamikazes y 80 Tokubetsu, se perdieron en la acción.

Los ataques suicidas recomenzaron el 21 de mayo. Sin embargo, no alcanzaron grandes buques. Un kamikaze se estrelló contra un pequeño cazador de submarinos PC 1603, aunque, eso sí, lo hundió.

Esto, sin embargo, no era sino un cierto descanso que se estaba dando Ugaki para montar otra gran oleada de ataque para la noche entre 24 y el 25 de mayo. Esa noche, efectivamente, unos 160 aviones partieron de sus bases. Al alba del 25, estaban sobre el enemigo. El destructor de transporte rápido Bates y el LSM 135 fueron destruidos. Otros ocho navíos resultaron dañados, entre ellos, el destructor de transporte Barry, y el dragaminas rápido Butler, que quedaron tan mal que ya no fueron arreglados.

En los días siguientes siguió habiendo ataques, pero más esporádicos. El 27, un kamikaze se estrelló contra el destructor dragaminas rápido Forrest y lo dejó inservible. Al día siguiente, 28, el destructor Drexler fue alcanzado dos veces y se hundió. El 29 de mayo, es decir el día que los marines tomaban Naha, la capital de Okinawa, hubo un nuevo ataque. La mayoría de los aviones fue derribada por la artillería antiaérea, aunque uno de ellos logró estrellarse contra el destructor Shubrick, que tuvo que ser abandonado para el combate.

Los meses de abril y mayo de 1945 son fundamentales para entender lo que vino después en la batalla de Japón. Los japoneses, en Okinawa, hicieron dos cosas: una, montar ataques kamikazes mucho más masivos; dos, hacer más modestos sus objetivos, atacando buques de menor tonelaje. Ambas cosas conspiraron para conseguir más éxitos; más barcos inutilizados en los que se habían producido grandes bajas. Esto cambió la actitud de las tripulaciones de los barcos, y de los mandos. Es cierto que los japoneses no habían hundido ni un solo acorazado o portaaviones de combate; pero, en aquellas circunstancias, era muy difícil ver el bosque.

Los oficiales estadounidenses calculaban que si los ataques kamikaze continuaban al mismo ritmo, a mediados de junio la flota estadounidense podía encontrarse en un nivel crítico.

En el otro lado, los japoneses estaban exultantes con los éxitos de las fuerzas Kikusui. Pero no todo era del color de rosa. De hecho, las pérdidas humanas y de material eran tan graves que ya, en buena medida, no podían ser sustituidas. El gobierno japonés se vio en la obligación de lanzar una campaña entre los estudiantes japoneses para excitar sus sentimientos nacionalistas y convencerlos de que era su obligación sustituir a los guerreros muertos. Y la verdad es que le funcionó. A medias.

Por mucho que pensemos en el espíritu japonés como algo monolítico y siempre repetido, el espíritu de los voluntarios de última hora no era ni de coña el de los primeros kamikazes. Los jóvenes ahora reclutados eran muy jóvenes, y además lo eran en un ambiente que, por mucha propaganda que se intentase, era de derrota total. A ello hay que añadir que eran adolescentes, con toda la carga de pesadez trolera que se suele producir a esas edades. Esto los hacía ser mucho más conflictivos. Carecían de las virtudes morales que habían llevado a sus predecesores al sacrificio. De hecho, entre las formaciones Tokubetsu, que habéis de recordar procedían del Ejército del Aire propiamente dicho, en mayo de 1945 comenzó a producirse el fenómeno del piloto que era encuadrado en una misión suicida sin haberse presentado voluntario para ello. El general Miyoshi, de hecho, protestó por esta forma de actuar ante los mandos Tokubetsu; pero el Estado Mayor imperial cerró el asunto. Obviamente, el modo de vida en tierra de aquellos héroes obligatorios no era digno de alabanza. Solían ser pendencieros y juerguistas a un punto extremo, y era común que se presentasen mamados a sus misiones y con el pene más barnizado que una pista de curling.

Por lo demás, a partir de la segunda mitad del mes de mayo, el almirante Ugaki hubo de enfrentarse al hecho de que la falta de material que sufría era endémica y profunda. Esto provocó una reducción de la frecuencia, y la densidad, de los ataques suicidas. Las cosas como son, los ingenieros japoneses estaban diseñando nuevos tipos de aviones adaptados a la estrategia kamikaze, como el Yokosuka D4Y, un avión más rápido y con más capacidad para albergar bombas; pero llegaron muy tarde al teatro de la guerra, cuando ya todo el pescado estaba vendido. A pesar de ello, Ugaki siguió creyendo en el principio de que la mejor manera de garantizar el éxito de las operaciones era implicar a cuantos más aparatos, mejor. Esto le obligó a introducir en las formaciones aviones lentos, como los de formación o los hidroaviones, que para lo que estamos hablando eran bicicletas de paseo, lo cual reducía la velocidad de crucero de la formación y la hacía más vulnerable.

A principios de junio, los estadounidenses avanzaban por Okinawa; aunque los japoneses todavía eran fuertes en la península de Oroku; allí estaban las fuerzas al mando del almirante Minoru Ota. Aquella posición era un problema para el avance final hacia el sur de los estadounidenses, pues les creaba un problema en su flanco derecho. En la noche del 3 al 4 de junio, los marines del cuarto regimiento atravesaron la rivera del Kokuba y desembarcaron en el lado de la península; todo ello mientras el grueso de la tropa avanzaba hacia el sur.

En Oroku, los japoneses volvieron a batirse con gran fiereza. El 12 de junio, para gran extrañeza de los estadounidenses, los japoneses enarbolaron bandera blanca. Lo que siguió fue una breve negociación en la que los japoneses, fríamente, solicitaron un alto el fuego para poder suicidarse tranquilamente.

Al sur, a la altura del macizo Yaesu Dake, los estadounidenses se encontraron fuerte resistencia japonesa, aunque entre los combatientes se encontraban ya soldados heridos o enfermos. Las pérdidas de los estadounidenses fueron elevadas, incluso en la persona de un general, Simón Bolívar Buckner (que ya podéis imaginar que sus padres eran grandes admiradores de las sagas islandesas), que fue muerto el 18 de junio en el curso de una inspección.

A pesar de todo esto, los japoneses estaban atrapados, normalmente metidos en túneles donde compartían existencia con sus compañeros muertos, a quienes ya nadie enterró. No había medicamentos, y muchos combatientes, llegados a su punto personal de no retorno, se suicidaban. El 22 de junio, por ejemplo, un nutrido grupo de estudiantes de la ESO japonesa, que habían sido reclutados como enfermeros auxiliares, se suicidó en una playa del sur de la isla. No lejos de ello, los generales Ushijima y Cho cometieron sepuku.

Mientras ocurría todo esto, en las tres primeras semanas de junio, Ugaki y los de Palacagüina siguieron a lo suyo. El 3 de junio, un pequeño grupo de aviones suicidas volaron sobre una playa de desembarco; uno de los aviones se estrelló contra un transporte LST, que sin embargo no se hundió. Al día siguiente, 4, el atacado fue un buque de carga, que tuvo que ser enviado a reparar. El día 5 hubo un tifón, pero aún así siguieron los ataques. Resultaron gravemente dañados el acorazado Mississippi, el crucero pesado Louisville, el destructor Anthony y un dragaminas. El tifón, por su parte, dejó sus cicatrices en los acorazados Massachusetts, Indiana y Alabama, los portaaviones Hornet, Bennington, Windham Bay y Salamaua, los acorazados Baltimore, Duluth y Pittsburgh, 13 destructores y otros navíos. Muchos de estos barcos hubieron de poner proa a los Estados Unidos.

Ugaki, conocedor de aquellos daños, lanzó al día siguiente un ataque especialmente fuerte. Fue el 6 de junio. A los aviones japoneses los estaban esperando los estadounidenses, así pues uno solo consiguió un objetivo, estrellándose contra un barco anti minas ligero, el J. William Ditter, dejándolo irreparable.

El 7 de junio, otro pequeño grupo de aviones volvió al ataque contra los barcos del almirante Turner. En medio de un fuego artillero denso, un avión logró alcanzar al portaaviones de escolta Natoma Bay, que tuvo que dejar la batalla. A partir de ese momento, los ataques fueron mucho más esporádicos.

En total, en esos primeros días de junio Ugaki había podido enviar 20 kamikazes y 30 Tokubetsu; una cifra ridícula. El Alto Mando en Tokio estaba ya pensando en el desembarco estadounidense en Japón, y, lejos de darle a Ugaki más recursos, en realidad demandaba la repatriación de los que tenía.

Aún así, el día 10 un grupo de aviones se presentó a la vista de los barcos estadounidenses. Uno de ellos escapó al fuego enemigo y se estrelló contra el destructor William D. Porter. El 16 de junio hubo otro ataque, con presencia de bombarderos equipados con torpedos Ohka. La mayoría de los aparatos fueron reventados en el aire, pero un avión y un Ohka consiguieron impactar en el destructor Twiggs, que se hundió rápidamente.

El 21 de junio, último día de combates en Okinawa, un kamikaze se lanzó sobre el navío de desembarco LSM 59, y lo hundió.

En Okinawa los EEUU tuvieron 12.300 muertos y 36.400 heridos. Los japoneses tuvieron 130.000 bajas, contando 40.000 civiles que habitaban la isla. A pesar del comportamiento samurai, el enemigo había capturado 3.400 prisioneros, algo que no era habitual. Por otra parte, Japón había perdido 7.600 aviones, contra 763 perdidos por el enemigo; se habían perdido 4.615 aviadores, 2.630 kamikazes de la Marina y 1.985 Tokubetsu. Las operaciones suicidas habían destruido 40 navíos estadounidenses, y dañado 368. En este sentido, la estrategia de Ugaki había tenido éxito, pues en el Alto Mando americano eran conscientes de que tal nivel de daños les obligaba a ralentizar sus operaciones.

Buena parte de los efectivos aéreos que quedaban se habían desplazado al norte para evitar la catástrofe de Okinawa. Por lo tanto, la distancia a cubrir era mayor. Pero, aún así, durante el mes de julio hubo algunos ataques sobre la flota enemiga. El 19 de julio, un avión suicida se estrelló contra el destructor Thatcher, que ya no pudo ser reparado. El 28 de julio, un grupo aéreo suicida sobrevoló una formación estadounidense. La mayoría de los aparatos fue tocada por la artillería, pero un aparato logró estrellarse contra el destructor Callaghan. Fue el último navío estadounidense seriamente dañado por un ataque suicida.

Ahora quedaba la invasión del Japón metropolitano. Los Estados Unidos diseñaron dos operaciones: una, con nombre codificado Olympic, era la conquista de Kyushu, y se planificó para noviembre de 1945; la otra, nombre en código Coronet, tenía por objetivo Honshu y se planificó para marzo de 1946. Pero ya sabemos que eso no es lo que pasó. Las propias evoluciones internas en el gobierno japonés y, sobre todo, las bombas atómicas de Hiroshima y Nakasaki, hicieron innecesarios estos planes. Claramente, la Casa Blanca juzgó demasiado cara la factura de vidas que todavía quedaba por pagar.



Para el juicio de cada uno queda la valoración de los hechos de guerra que aquí se han contado. Es curioso comprobar cómo la interpretación del fenómeno kamikaze va cambiando con el tiempo; mi impresión es que no es un cambio evolutivo (de ésos que son los únicos que ven los licenciados en Historia), sino que, lejos de ello, va y viene, dentro de una melodía general de lógico desconocimiento progresivo conforme pasa el tiempo.

De la actitud de los propios japoneses hacia el fenómeno kamikaze poco puedo decir. Alguna vez he tenido interlocutores nipones (no me atrevería a llamarlos amigos) con los que he tenido confianza suficiente como para plantear el tema. La impresión que he sacado siempre es que es un asunto que les incomoda. Mi teoría es que ellos “saben” o perciben que de ellos se espera que digan que la de los pilotos suicidas fue una tentativa estúpida e inexplicable; pero callan porque no lo piensan. Escogen un educado y calculado silencio que no les comprometa; silencio que cada vez es más sencillo, pues cada vez es más fácil apelar al desconocimiento.

Entre los occidentales, he visto de todo. Desde admiradores cerrados hasta personas que sostienen la imagen de una gran operación engañosa, en la que una elite jugó con centenares de vidas por interés propio. Yo creo que la verdad honesta no está (no suele estarlo nunca) en ninguno de estos extremos. Creo que la estrategia kamikaze no puede considerarse una estrategia impuesta por el mando, salvo en los últimos estertores de la misma. Los pilotos kamikazes no se distinguen gran cosa de los miles, decenas de miles o incluso centenares de miles de japoneses que se suicidaron cuando vieron sus batallas perdidas; cuando algunos de ellos ni siquiera estaban implicados en dichas batallas, pues eran civiles. Como ya he dicho en algún que otro punto de estas notas, nunca sabremos eso que nunca se sabe de los suicidios colectivos: qué porcentaje de personas muertas no murieron por su propia mano, sino por la de otros o por la suya, pero obligados. Pero aunque exista esa realidad, no podemos especular con racionalidad con la teoría de que esas muertes forzadas fuesen la mayoría; pues en un colectivo donde la mitad más uno no quiere morir, lo normal es que no haya suicidio, sino rendición.

El fenómeno kamikaze, pues, es una mezcla entre estrategia de estado mayor y demanda natural de un combatiente muy particular, que es el combatiente japonés. Su sentido bélico ya se lo dejo a los estrategas y expertos. No obstante, a la hora de valorarlo, creo que debemos entender algo: vivir, para la mayoría de quienes tomaron aquel camino, no era una opción. O, por lo menos, no era una opción mucho más probable. Para la mayoría de los aviadores muertos al estrellarse contra un buque enemigo, la alternativa no era sobrevivir a la guerra para contarle a sus nietos batallitas, sino morir en el aire, en el curso de batallas aéreas notablemente asimétricas contra una flota aérea enemiga mejor pertrechada, mejor formada, más fresca, y más numerosa.

De alguna manera, pues, todo español lleva un pequeño kamikaze en su interior cuando dice eso de: para lo que me queda en el convento...

Anexo friqui. Aquí os dejo la lista de los navíos de más de 1.000 toneladas que fueron tocados durante la defensa japonesa de Filipinas.





Pour en savoir plus...

DUPUY, Trevor N.: The naval war in the Pacific.
INOGUCHI, Rikihei, y otros: Divine Wind.
LECKIE, Robert. Okinawa.
MILLOT, Bernard. L'epopée kamikaze.
MORISON, Samuel Eliot. History of United States Naval Operations in World War II. Boston: Little, Brown and Company, 1947–1962 (prepara la cartera: son 15 volúmenes. . En internet he visto la colección completa por 800 dólares)

NIMITZ, ChesterW.; y POTTER, E. B.: The great sea war.
SILVERSTONE, Paul H. : US Warships of World War II. Recomiendo la adquisición de este libro en comandita con WATTS, Anthony J.: Japanese Warships of World War II.
STILLE, Mark. The Leyte Gulf
SUNDERMAN, James F.: World War II in the air: The Pacific.

1 comentario:

  1. Golias1:04 p.m.

    El William D. Porter era como Cagancho en Almagro, pero en destructor. Dejo un par de vínculos sobre tan desgraciado barco: uno en tono más humorístico y su entrada en Wikipedia:

    https://www.cracked.com/article_19637_the-5-craziest-war-stories-all-happened-same-ship.html

    https://en.wikipedia.org/wiki/USS_William_D._Porter_(DD-579)

    Gracias por todo y feliz Semana Santa.

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