Una vieja introducción al tema (2008)
Las sutilezas de una civilización muy suya
Un día estás aquí, y otro día estás aquí
De Pearl Harbor al sacrificio de Attu
Planes desesperados
Un poema de Norinaga Nootori
El 25 de octubre de la escuadrilla Yamato
Nace el mito
Victorias, derrotas y dudas
El suicida-acróbata
Últimos coletazos filipinos
De Formosa a Iwo Jima
De Ohka a Ohka, fracaso porque me toca
… o eso parecía
El gran ataque
Últimas boqueadas
Onishi y su Estado Mayor, así como elementos del personal de la I y II Flota, permanecieron en Filipinas para participar en la defensa terrestre. Onishi, sin embargo, no quería que sus archivos personales, con inclusión de todos los informes de las misiones kamikaze, pudiesen caer en manos del enemigo. Por eso, en la noche del 6 al 7 de enero, convocó a Banban a su oficial Tadashi Nakajima, y le ordenó que acopiase toda la documentación y se la llevase a Formosa, como una primera etapa con destino final en Japón. Onishi había decidido que Nakajima debía ser el custodio de la documentación, pero también el testigo sobreviviente de todo lo que había pasado en aquellas jornadas.
Nakajima no tardó mucho en acopiar toda la documentación. Ordenó hacer una copia a su subordinado Takeshi Shimizu. Ambos estaban, antes del amanecer del 8 de enero, en las pistas de Malabacat. Ambos viajaron en aparatos diferentes, y fue una cautela adecuada, porque el avión de Shimizu se estrelló.
A mediodía de aquel mismo día 8, Banban recibió un mensaje del Estado Mayor de la Flota Combinada. En dicho mensaje, el almirante Soemu Toyoda ordenaba al Estado Mayor de la I Flota, a sus pilotos y a sus radiotelegrafistas que se desplazasen a Formosa para seguir allí la lucha. Onishi recibió un duro golpe con aquel cablegrama. No quería abandonar a los efectivos que todavía quedaban en Filipinas; pero la orden carecía de fisuras. Además, había otro problema, que era la falta de aviones adecuados en Banban. Por esta razón, el vicealmirante Ichiba Kondo, jefe del puesto aeronáutico, y el capitán de navío Chuichi Yoshioka, subjefe de Estado Mayor de la 26 flotilla, emitieron una orden a los aviadores disponbles, que estaban diseminados por razones de seguridad, para que partiesen a pie hacia Tsugegarao, al norte de la isla de Luzón, donde debían buscar transporte.
En la noche del 9 al 10 de enero, todos los oficiales presentes en Banban se despidieron de Onishi en el aeródromo de Clark. El propio Onishi, y su Estado Mayor, despegaron a las cuatro menos cuarto de la mañana. Cuando el avión estaba llegando a la base de Takao en Formosa, se encontró con que la artillería antiaérea le disparaba. Fue obviamente un error, y provocó que el aparato hubiera de aterrizar de urgencia.
Minutos después de llegar Onishi a Takao, el aeródromo fue objeto de un ataque aéreo estadounidense. Este detalle sirvió para demostrar, mejor que cualquier otro, que los japoneses ya jo podían esperar que la guerra estuviese detenida en las costas filipinas. La situación en la isla china, además, no era muy buena, dado que los pertrechos y medios humanos con que contaban los japoneses en Tsugegarao y Aparri eran muy difíciles de transportar, a causa de la penuria de aviones y del hecho de que los cielos estaban estrechamente vigilados por el enemigo. Sin embargo, los japoneses se las arreglaron bastante mejor que bien. Todos los pilotos llegaron a Formosa, y muchos de ellos lo hicieron en barquitos de papel. No así los radiotelegrafistas, muchos de los cuales se tuvieron que quedar en Filipinas.
Esto supone que, en unos días, Onishi tuvo la capacidad de crear una nueva unidad ofensiva aérea, con unas cuantas decenas de cazas Zero. En Filipinas, mientras tanto, había comenzado la lucha en tierra. En Formosa, sin embargo, el problema eran los ataques aéreos. Los estadounidenses controlaban aeródromos en la China continental, desde los cuales despegaban grandes bombarderos B29, capaces de volar a gran altitud.
El 20 de enero, Onishi creó la primera unidad kamikaze de Formosa, con el nombre I Cuerpo de Ataque Especial Kamikaze de Formosa, aunque fue más bien conocida como escuadrilla Niitaka. Tomaba su nombre de una de las cumbres de Formosa, el monte Niitaka. No es que le tuviesen much amor a ese monte; yo creo que lo escogieron porque había formado parte del mensaje codificado que dio la luz verde para el ataque de Formosa, el 7 de diciembre de 1941: Niitaka Yama Nobore; trepad el monte Niitaka.
El 21 de enero por la mañana, los japoneses de Formosa fueron informados de que una formación naval estadounidense había sido avistada navegando hacia la isla. Onishi fue requerido para que ordenase a su nueva unidad una actuación. En realidad, el almirante consideraba que una orden así era prematura, dado que apenas había habido entrenamiento. Sin embargo, presionado por las circunstancias, constituyó tres secciones de ataque. La primera sección estuvo compuesta de dos Suisei y dos Zero de protección. La segunda tenía la misma composición, aunque esta vez los aparatos de escolta Zero eran tres. La tercera, de nuevo, estaba formada por dos Suisei y dos Zero. El plan era que cada sección saliese en un momento diferente, y que siguiese una ruta también diferente.
La III Flota estadounidense, al mando del almirante Halsey, avanzaba hacia Formosa. Asimismo, aviones estadounidenses se aproximaron a la isla desde el golfo de Bashi, atacando la base de Takao. Fue un ataque totalmente exitoso para ellos, pues causaron daños innúmeros en varios navíos japoneses, y causaron daños a unos sesenta aviones. Todo esto ocurría mientras las tres escuadrillas volaban hacia la flota. En cuanto uno de los observadores tuvo a la vista a los barcos, se dio la orden de reagrupamiento.
Al llegar, obviamente, se encontraron con los Hellcat, que ya los diezmaron. Sin embargo, cuatro aviones, pertenecientes a la primera y tercera sección, consiguieron escaquearse del combate. Un primer suicida se lanzó sobre el portaaviones de combate Ticonderoga. Un segundo, casi en el mismo momento, estaba estrellándose contra el portaaviones ligero Langley. Un tercero se lanzó de nuevo sobre el Ticonderoga, en donde se declaró un gran incendio. El cuarto aparato, que al parecer también estaba buscando a algún portaaviones, se estrelló sin embargo contra el destructor Maddox.
El Langley se las arregló para sofocar su incendio y conservar su posición en la formación; pero el Ticonderoga estaba demasiado tocado, igual que el Maddox; ambos debieron poner proa a la base de Ulithi. Y no sólo eso: los japoneses recuperaron seis de los siete aviones de escolta, que horas después aterrizaron en Tainan.
Estos éxitos aparentes, sin embargo, no escondían, cuando menos a los ojos de las personas debidamente informadas en el gobierno y en el ejército, una situación desesperada en la que cada vez era más claro que Japón iba a perder la guerra. El emperador Hiro Hito, influido en esto por los jushin, es decir, por la alta clase política con acceso al palacio imperial, por lo general de tendencia moderada, estaba cada vez más convencido de que su país se acercaba a una situación verdaderamente catastrófica. Los jushin, y su más conspicuo miembro, el marqués Koichi Kido, guardián del sello privado, estaban convencidos de que había que buscar una salida negociada que salvase algún que otro mueble. Al otro lado estaba el partido militarista del primer ministro Kuniaki Koiso y del general Hideji Tojo, pero sus argumentos cada vez eran menos escuchados. Ya hemos hablado de esto en otro punto de este blog.
Desde mediados de 1944, por lo demás, la guerra estaba en la misma casa japonesa. En junio de 1944, los aviones estadounidenses habían bombardeado las factoría Yawata en Kyushu, que es la isla más al sur del archipiélago nipón. El 24 de noviembre salió de Saipan el primer ataque aéreo contra la mismísima capital, bajo el mando del general Curtis Le May. En realidad, el daño causado por los B29 estadounidenses era tan grande que, incluso, existen registros de operaciones kamikaze contra ellos, como la más que probable decisión del teniente de navío Mikihiko Sakamoto de estrellar su avión contra un bombardero enemigo, durante un ataque a la ciudad de Sasebo el 21 de noviembre de 1944. Hay que decir, en todo caso, que estas operaciones no eran suicidas puras, dado que el piloto era instruido para eyectarse antes del choque; sin embargo, debía permanecer al mando del avión casi hasta el último segundo, por lo que su salvación era muy poco probable. Aún así, el 3 de diciembre dos B29 fueron seriamente dañados sobre el cielo de Tokio por el impacto de dos aviones, cuyos pilotos aterrizaron en paracaídas sanos y salvos. Sin embargo, se trató de excepciones; el ejército japonés nunca quiso generalizar este tipo de operaciones.
La derrota de Las Marianas, también en junio, empujó al palacio imperial hacia la solución negociada. En realidad, hay que ver la formación de las unidades suicidas un poco a través de este prisma; algunos de sus impulsores y voluntarios tuvieron ese gesto como una declaración de rebeldía ante lo que consideraban una deriva cobarde e innecesaria por parte de su clase política. En el otro lado, el Alto Mando nipón cada vez creía menos en las operaciones kamikaze. Sabía que sólo era cuestión de tiempo que los americanos pisasen suelo japonés, y quería conservar una flota aérea suficiente para poder contraatacarlos.
Alboreaba febrero de 1945, y ya todo el Pacífico sur hablaba inglés. Los estadounidenses habían transformado las Marianas y Palaos en dos grandes almacenes y bases militares, desde donde lanzaban ataques, y defendían a sus propios activos; la flota naval, por su parte, tenía un gran puesto en Ulithi, un atolón al oeste de las Carolinas. La lógica geográfica decía que el enemigo comenzaría su invasión por Kyushu; pero la isla meridional estaba bien protegida por las posiciones de Okinawa e Iwo Jima.
Por complicada que fuera la situación, había mandos japoneses que todavía creían en una operación increíble: repetir Pearl Harbor. Volver a golpear a los estadounidenses en sus bases. Esta estrategia, sin embargo, tenía una dificultad enorme de partida, que era la enorme distancia a cubrir. El 11 de febrero, el Alto Mando ordenó la formación de una nueva flota aérea con base en Kyushu. Su objetivo: mantener al enemigo a raya en el área de Okinawa-Iwo Jima. Esta nueva unidad fue puesta bajo el mando del almirante Kimpei Teraoka (ya sabéis, el abuelo de Kimpei Megaoka, que había precedido a Onishi en Filipinas). Esta flota, llamada V Flota aérea, comenzó la estudiar la posibilidad de un ataque sobre el atolón de Ulithi. Teraoka, además, decidió crear una unidad kamikaze en la V Flota.
Este proyecto se le encargó al capitán de navío Riichi Sugiyama, jefe de la 601 escuadrilla. Sugiyama la presentó a sus jefes el 18 de febrero. La unidad quedó bautizada Segunda Escuadrilla Mitate del Cuerpo de Ataque Especial, al mando del teniente de navío Iroshi Murakawa, con un total de 32 aviones organizados en cinco secciones.
Dos días antes, el plan de ataque sobre Ulithi había sido abandonado cuando menos provisionalmente, a causa de que los estadounidenses habían dicho apreteu y habían comenzado a atacar Iwo Jima, lo que hacía sospechar que venían con todo lo gordo. Dicho y hecho: el 19, después del desayuno, fuerzas anfibias desembarcaron allí. Ahora, la escuadrilla Mitate lo que tenía que hacer era defender la plaza de los muchos navíos que la rodeaban.
En la mañana del 21 de febrero, las cinco secciones Mitate despegaron del aeródromo de Katori y se dirigieron a Hachikishima, donde repostaron a tope. Luego volaron hacia el este, dirección Iwo Jima. Estuvieron volando horas, porque estaban realmente lejos, y no llegaron al teatro de operaciones hasta el mediodía.
A las horas que eran, y teniendo en cuenta, además, que el tiempo era malo, los estadounidenses no esperaban ya la visita de los japoneses; así pues, éstos los pillaron de marrón. Eso sí, comenzaron a defenderse, y se produjo un larga lucha. A eso de las cinco de la tarde, el portaaviones Saratoga fue alcanzado por un avión. Inmediatamente después, otro avión se estrelló contra su línea de flotación, dejándole al barco una caries de puta madre.
El cielo comenzaba a oscurecerse, pero aún así dos aviones japoneses lograron espotear al portaaviones de escolta Bismarck Sea, impactándole los dos. Los aviones nipones trataban, en la medida de lo posible, de dañar portaaviones. Uno de ellos se lanzó contra el de escolta Lunga Point, pero falló por poco, aunque explotó cerca de la línea de flotación, causando daños. Otro aparato más la tomó con el Saratoga, y le acertó en todo el puente de vuelo. Otros dos barcos también fueron dañados, pero de menor cuantía. Los cazas de escolta, una vez que su misión de protección había terminado, decidieron suicidarse también, quizás conscientes de que no les quedaba sopa para volver, o de que los aviones estadounidenses se los iban a emascular de todas formas. Sin embargo, ahí se notó que el entrenamiento de los pilotos no era para el jibaku, porque no lograron gran cosa.
El Lunga Point se las arregló para conservar la formación, pero el Saratoga y el Bismarck Sea estaban agobiaditos. Especialmente el Saratoga, con más de 300 marinos muertos o heridos, tiró para Pearl Harbor, donde estuvo inmovilizado tres meses. El Bismarck Sea se fue al fondo dos horas después del ataque, conforme su tripulación fue incapaz de luchar contra sus incendios.
El temita de Iwo Jima no les iba a ser nada fácil a los estadounidenses.
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