Una vieja introducción al tema (2008)
Las sutilezas de una civilización muy suya
Un día estás aquí, y otro día estás aquí
De Pearl Harbor al sacrificio de Attu
Planes desesperados
Un poema de Norinaga Nootori
El 25 de octubre de la escuadrilla Yamato
Nace el mito
Victorias, derrotas y dudas
El suicida-acróbata
Últimos coletazos filipinos
De Formosa a Iwo Jima
De Ohka a Ohka, fracaso porque me toca
El gran ataque
… o eso parecía
Últimas boqueadas
Los japoneses habían abordado, como ya hemos visto, la reorganización de sus fuerzas aéreas en marzo de 1945. Dentro de esa optimización, los efectivos localizados en la isla de Kyushu fueron puestos bajo el mando del vicealmirante Matome Ugaki, con la orden de defender Okinawa. Las Flotas aéreas III, V y X, que realmente existían como tales flotas independientes básicamente sobre el papel, fueron combinadas en una sola que comenzó a conocerse como Fuerzas Kikusui.
Las Kikusui no tenían problemas de pilotos; les sobraban voluntarios. Los aparatos disponibles fueron repartidos entre diferentes aeródromos de la isla, con una base central en Kanoya, la más cercana a Okinawa.
En Filipinas, la estrategia del almirante Onishi había sido formar las partidas jibaku con aviones lo más nuevos posible, buscando que no fuese la mecánica lo que impidiese el buen resultado de las misiones. Asimismo, también escogía pilotos peritos y valerosos. Además, se había tirado de los cazas Zero. Esta estrategia, no cabe duda, había ayudado a obtener éxitos notables en la estrategia; pero también había empobrecido enormemente la capacidad bélica aérea hipona. Ugaki, sin embargo, tenía que trabajar con una realidad diferente: la llegada de aviones nuevos se había parado definitivamente, y los pilotos cada vez tenían menos preparación. Tenía, además, que conservar los mejores pilotos como formadores urgentes, puesto que, además de en Okinawa, tenía que gestionar con un ojo puesto en las islas centrales de Japón, pues cualquier persona con dos dedos de frente tenía claro, en ese punto procesal, que Okinawa no iba a a frenar al enemigo.
Por esta razón, la estrategia de Ugaki con las fuerzas Kikusiu fue totalmente diferente a la de Onishi. Él decidió enviar a las misiones suicidas a los aparatos en peor situación que tuviera, pilotados por aquéllos de sus subordinados más jóvenes e inexpertos. Estos aviones suicidas serían escoltados por escuadras de cazas de calidad, pilotados por buenos pilotos, con la instrucción de regresar a base sí o sí. Las formaciones Kikusiu, pues, por lo general rechazaron a los mejores pilotos.
Fruto de esta política, en Kyushu comenzaron a converger un montón de paquebotes del aire que casi resultaba milagroso comprobar que pudiesen volar. Asimismo, hubo pilotos que, salidos de la academia y sin haber realizado ni siquiera un vuelo de prueba, despegaron hacia la muerte.
Todo esto, en todo caso y desde el principio, concierne a la aviación de la Marina. Las fuerzas aéreas propiamente dichas estuvieron tardanas a la hora de adoptar la filosofía kamikaze. Y no hay que extrañarse. En la mayoría de las Fuerzas Armadas del mundo, las fuerzas aéreas navales y las aéreas puras y duras sostienen una rivalidad y distancia que va desde un cierto desprecio educado hasta el puro simple odio. En el caso del Japón, lo que había era más lo segundo que lo primero. El deporte nacional de ambos era oponerse a los planteamientos del otro. Uno pensaba del otro que no era más que un cuerpo de boquitas pintadas que, en realidad, no sabía volar. La rivalidad era tan fuerte que el Alto Mando japonés, por lo general, tendió durante la guerra, tanto en las zonas de ocupación como en las de defensa, a dividir los entornos para que no tuviesen que coordinarse.
La filosofía kamikaze, de alguna manera, era generalizada en el Ejército japonés. Los relatos de soldados de infantería que, con la batalla perdida, se inmolaron, petados de explosivos, contra los vehículos enemigos, son innombrables. Pero eso no era así en la fuerza aérea, que seguía siendo, por así decirlo, una fuerza combativa convencional.
Todo esto, sin embargo, estaba sometido a gran duda en marzo de 1945, ante la inminencia de una ofensiva que amenazaba con derrumbar las defensas en las propias islas centrales del Imperio. El ejemplo de la Marina, además, le creaba a los mandos del Aire una situación incómoda, cada vez más incómoda. Por ello, acabaron por aceptar el principio kamikaze.
Estas unidades kamikaze del Ejército del Aire fueron bautizadas Tokubetsu, que significa “especial”; y fueron integradas en la defensa de Okinawa junto con las unidades Kikusui. Estaban al mando del general Shigeru Miyoshi, quien de todas formas estaba a las órdenes de Ugaki; algo que, muy probablemente, era humillante para aquél. En todo caso, entre los aviadores del Aire, la frecuencia de voluntarios para misiones suicidas era menor.
Los estadounidenses y aliados desembarcaron el 26 de marzo en el archipiélago Kerama Retto, muy cerca de Okinawa. El día 31, un avión japonés, logró estrellarse contra el crucero pesado Indianapolis, que era la nave almirante del vice-ídem Raymond A. Spruance. El choque provocó que el barco se retirase para reparaciones y, finalmente, se decidiese que volviera a los Estados Unidos.
El 1 de abril de 1945 comenzó la invasión de Okinawa, por la playa de Hagushi, en la que desembarcaron los estadounidenses a las ocho y media de la mañana. Aquello no se pareció demasiado al día D, porque los atacantes avanzaron varios kilómetros prácticamente sin oposición. De hecho, tanto los grupos artilleros como el Estado Mayor desembarcó bastante antes de la fecha prevista en los planes. Sin embargo, el 1 de abril marcó, en el aire, el comienzo de la ofensiva Kikusui. Un grupo de aviones apareció en el aire sobre los barcos que estaban navegando por la zona de la cabeza de puente. Se beneficiaron de que las defensas antiaéreas en tierra todavía se estaban situando, por así decirlo.
Un primer avión se estrelló contra el acorazado West Virginia, impactando contra una torreta de artillería. Otro se lanzó sobre el buque de desembarco LST 884, matando a 16 hombres y dejando 37 heridos. Un tercer avión impactó sobre el transporte de asalto Hinsdale, que tuvo que ser remolcado.
Aquel momento era, por cierto, el primero en el que, en cumplimiento de los acuerdos entre Churchill y Roosevelt, los británicos colaboraban con la guerra del Pacífico. Londres había enviado dos acorazados, cuatro portaaviones, cinco cruceros y cinco destructores a las órdenes del vicealmirante sir Bernard Rawlings. Esta formación fue conocida como la Task Force 57, y su misión era patrullar el eje Okinawa-Formosa, dando cobertura al flanco izquierdo de ataque. Por ello, el 1 de abril fueron atacados por los aviones japoneses que habían partido de la isla china. El primero de los aviones impactó a un destructor que, a pesar de sufrir importantes daños, mantuvo la posición. El segundo impactó en el puente de vuelo del portaaviones Indefatibable, aunque provocando pocos daños. Los portaaviones británicos llevaban menos aviones que los estadounidenses; pero tenían puentes de vuelo blindados.
El 2 de abril, el avance por Okinawa seguía siendo sencillo, lo que, lejos de provocar la tranquilidad entre el Alto Mando americano, disparó la inquietud. Las tropas habían conseguido ya ocupar dos aeródromos: Yontan y Kadena. Ese mismo día, unidades kamikaze se presentaron sobre los buques estadounidenses a lo largo de Hagushi. Sólo impactaron en un navío, el destructor-transporte Dickerson, que quedó muy seriamente dañado.
El almirante Richmond Kelly Turner, jefe de las operaciones anfibias, decidió poner en marcha una estrategia de defensa contra las acciones kamikaze. Utilizó para ello 15 destructores que estaban equipados con un radar especial de intercepción aérea, disponiéndolos en dos semicírculos, a 35 y 75 millas al norte del cabo Bolo, al norte del lugar de desembarco.
Ugaki, mientras tanto, estaba impulsando la realización de una gran operación kamikaze que, según sus cálculos, debía de inutilizar una veintena de acorazados o portaaviones para así, decía, “recuperar el equilibrio estratégico”. Recabar las unidades y los pilotos necesarios retrasó la operación hasta el 8 de abril. Se reunieron más de 400 aviones de combate.
El problema es que una operación así no se puede hacer con total discreción. Ya el 4 de abril, los aviones de reconocimiento estadounidenses comenzaron a enviar información de una inusitada concentración de aviones en aeródromos de la isla de Kyushu; en las fotos se podía ver que aquello era una feria de modelos y versiones muy diferentes. Los militares que analizaron aquellas fotos no tuvieron duda alguna de que se encontraban ante la preparación de una operación kamikaze, y así lo transmitieron. Spruance reaccionó a las noticias enviando a sus portaaviones al asalto de Kuyshu. El día 6, al alba, centenares de aviones estadounidenses se lanzaron sobre los aeródromos de la isla.
Estados Unidos se jactó de haber destruido 200 aparatos en tierra, aunque esa cifra es más que probablemente propaganda. Lo más probable es que destruyesen algunas decenas de aparatos. Los japoneses, por otra parte, temiendo un nuevo ataque, decidieron acelerar sus preparativos.
Esto, sin embargo, tuvo su coste. Los aviones de escolta no pudieron ser agrupados a tiempo, por lo que las unidades kamikaze hubieron de volar más desamparadas. Sea como sea, en la mañana del día 6, diversos grupos de aviones despegaron de diversos aeródromos. Eran 355 aparatos, que se repartieron en dos oleadas de ataque. 195 aviones de la Marina tenían 80 unidades kamikaze y 8 bombarderos con artilugios Ohka. El Grupo Okamura partió de Kanoya, y el Grupo Takuma de Shikoku. Por otra parte, 160 aviones Tobubetsu, que despegaron más tarde, fueron el corazón de la segunda oleada.
Aquélla fue, pues, la primera gran ofensiva kamikaze de la guerra.
Al norte de Okinawa, en la zona que guardaban las tropas del almirante Turner, los destructores analizaban las señales de radar constantemente. El operador de radar del Colhoun detectó, a eso de las dos de la tarde, un enjambre de bolitas luminosas en la pantalla. Lanzó la alerta, que sería pronto confirmada por otros radaristas.
Media hora después, la punta de lanza de la formación japonesa avistó aviones estadounidenses. Los japoneses comprendieron lo comprometido de su situación. Gracias a la infraestructura de destructores espías, habían sido localizados muy pronto; y ahora debían afrontar una pelea en el aire en inferioridad, pues el peso de las bombas que cargaban muchos de los aparatos los hacían lentos y predecibles. Así las cosas, en buena medida renunciaron al objetivo de alcanzar el grueso de la flota, y decidieron atacar al grupo de Turner.
Unos 40 aparatos japoneses se dirigieron hacia el destructor Bush. El navío comenzó a hacer maniobras para dificultar ser un objetivo; giros tan bruscos que llegó a tumbarse 45 grados sobre la línea del mar, mientras disparaba a tutti quanti. Aún así, no pudo evitar ser alcanzado por un jibaku. La relativa detención del barco lo dejó a merced de otros dos aviones, que impactaron contra él. El Colhoun navegó en su ayuda. Fue inmediatamente atacado. Los estadounidenses abatieron cinco aviones, pero tres les impactaron.
Arriba, en el aire, se desarrollaba una gran batalla aérea. Un grupo de aviones japoneses, portando algunos Okha, logró evadirse de la batalla y decidió dirigirse hacia los barcos anclados en Hagushi. Otros se dirigieron hacia las Task Force comandadas por Spruance. Por ello, el ataque japonés vino a desarrollarse en tres frentes distintos: los barcos de vigilancia, el grupo de Hagushi, y el de Spruance.
Durante la batalla aérea, la bisoñez de muchos pilotos se hizo evidente. Sólo en la primera fase del ataque, unos 135 aparatos japoneses fueron reventados en el aire. A eso hay que unir que muchos de los pilotos que ejecutaron el jibaku se estrellaron finalmente en el mar. Sin embargo, la magnitud del ataque provocó gravísimos daños al enemigo: el dragaminas rápido Emmons se había hundido; el transporte de asalto pesado Logan Victory se partió en dos y se hundió muy rápidamente. El transporte de carros LST 447, también se hundió. Otros kamikazes lograron sus objetivos, pero sin dañar definitivamente a sus objetivos. Fueron los casos del gran portaaviones Hancock, del portaaviones ligero San Jacinto, de 11 destructores, cuatro buques de escolta y de cuatro buques anti minas. Los destructores Haysworth y Taussig estaban seriamente dañados.
El ataque terminó a las ocho de la tarde. Sin duda, los japoneses habían conseguido dañar de forma significativa a las fuerzas navales en los alrededores de Okinawa. Pero también habían perdido 248 aparatos. Todos los que volvieron a casa fueron cazas de escolta, y un bombardero. A pesar de que el balance real era cuestionable, los mandos nipones estaban exultantes; con diez o doce ataques como ése, decían, obligarían al enemigo a retirarse de Okinawa. Haciendo cuentas, se iban a tener que sacar los aviones del culo; pero, aún así, ellos iban a lo suyo.
Lo que sí ocurrió tras aquella jornada fue que a los estadounidenses se les metió el miedo en el cuerpo. Una cosa eran los ataques suicidas que habían experimentado hasta ahora; pero otra era estos ataques masivos, con decenas, centenares de aviones implicados. Resulta paradójico, pero fue en ese momento, en el que aunque no se pudiera saber estaban comenzando los estertores de la estrategia kamikaze, cuando el enemigo, de verdad, comenzó a fijarse en ella y a asumir que debía de tener una estrategia especialmente diseñada para ella.
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