jueves, julio 18, 2024

Stalin-Beria. 3: De la guerra al fin (6): A barrer mingrelianos

Brest-Litovsk 2.0
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La sociedad Beria-Malenkov
A barrer mingrelianos
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El ataque
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La cagada en la RDA
Una detención en el alambre
Coda 



En 1946 se había emitido un decreto contra dos periódicos literarios de Leningrado: Zvezda y Leningrad. Como resultas de esta norma, elaborada por Stalin personalmente, una serie de autores de teatro y cine, y sus obras, pasaron a la lista negra. Muy en concreto, un escritor satírico, Milhail Milhailovitch Zoshchenko, y la poeta Anna Andreyevna Akhmatova fueron atacados por sus escritos y expulsados del Partido. A partir de aquí, llegó la purga.

Con estos antecedentes, a mediados de febrero de 1949, Stalin envió a Malenkov a Leningrado. La razón de ese traslado era una votación producida en el Partido leningradense, en el que algunos candidatos habían sido proclamados por votación unánime cuando, aparentemente, había algún testimonio de irregularidades.

Lo que Malenkov descubrió, o dijo que descubrió, fue que Alexei Alexasndrovitch Kuznetsov no estaba siguiendo las órdenes centrales del Partido. En enero de 1948, un mercado se había puesto en marcha en la ciudad sin los adecuados permisos. Malenkov convocó una reunión conjunta del consejo del Partido y el comité de la ciudad, y allí desplegó una acusación tras otra, centrándose, sobre todo, en el dirigente local Piotr S. Popkov, al que acusó de estar montando un movimiento de oposición comunista.

Toda la cúpula local perdió sus empleos; Kuznetsov había sido cesado como secretario del Comité Central una semana antes. Y lo que siguió fue un juicio al más puro estilo estalinista, con docenas de arrestos. El asunto le costó el puesto en el Politburo a Voznesensky, él mismo leningradense de pro. Inmediatamente, Beria organizó un caso contra él. Probablemente fue, en parte, el típico rechazo de Stalin hacia personas con criterio propio, en parte conspiración de la propia camarilla de Stalin pues, siendo el líder cada vez más viejo, Voznesensky, que había tenido un papel muy positivo durante la guerra (que casi nunca se destaca) pudo ser visto por los Malenkov, Khruschev y Beria como un serio candidato a sustituir a Stalin. Kuznetsov, por su parte, había defendido en el Comité Central la idea de que el Partido tenía que controlar mejor a la policía secreta. Había llegado a decir, en este sentido, que los verdaderos asesinos de Kirov todavía no se conocían. Otro acusado fue Bonifati Milhailovitch Kedrov, editor de la revista Voprosy e hijo del chekista Milhail Kedrov. Fue duramente atacado, pero no arrestado. El caso se extendió a Bielorrusia, donde otros zhdanovitas fueron arrestados o molestados, e Ignatiev enviado a Uzbekistán.

El juicio comenzó en septiembre de 1950, con cerca de doscientas personas imputadas, al frente de las cuales estaban Voznesensky y Kuznetsov. Todos fueron fusilados, salvo Voznesensky, quien probablemente fue mantenido vivo tres meses más. El juicio, o más bien masacre, fue seguido por nuevas detenciones que acabaron afectando a cualquiera que hubiese tenido alguna relación con los imputados iniciales.

En todo caso, a finales de 1949 se podía considerar que toda la influencia de Zhdanov había sido eliminada de la cúpula soviética. Beria y Malenkov estaban consolidados como los favoritos de Stalin. Molotov seguía siendo formalmente el número dos, pero el hecho es que sería prontamente cesado como ministro de Asuntos Exteriores. Asimismo, Anastas Mikoyan perdió su puesto de ministro de Comercio. Ambos permanecieron en el Politburo, pero ya no contaban con el amor del secretario general. El 29 de marzo de 1949, el cincuenta cumpleaños de Beria fue celebrado otorgándole la orden de Lenin. Sin embargo, también era el setenta cumpleaños de Stalin; y, a esa edad, el secretario general estaba volviéndose cada vez más suspicaz sobre eventuales intentonas de echarle del poder; y, muy particularmente, acerca de la actitud de Beria.

En diciembre de 1949, Stalin ordenó la transferencia de Nikita Khruschev, entonces primer secretario general del Partido Comunista ucraniano, de nuevo a Moscú, como primer secretario de Partido en la ciudad y en los comités regionales, sustituyendo a Georgi Popov. Junto con su presencia en el Politburo y su condición de secretario del Comité Central, Khruschev acumuló mucho poder. Stalin estaba, claramente, buscando algo que equilibrase la presión de la pareja Beria-Malenkov.

Khruschev inició, nada más llegar a la capital, dos proyectos importantes. Por un lado, la limpieza del aparato del Partido en Moscú; por otro, la reforma del sistema de granjas. A principios de 1950, los clientes del ucraniano comenzaron a ocupar puestos clave. Luego, comenzó a tomar poder en materias agrícolas, desplazando a Andreyev pero, más que nada, amenazando un terreno que era propio de Malenkov.

Además, en agosto de 1951, cuando Abakumov cayó en desgracia ante Stalin y sería prontamente arrestado, además de sustituido por Semion Ignatiev, un viejo zhdanovita, Khruschev comenzó a colocar peones en la seguridad del Estado. Alexei Alexeyevitch Epishev e Iván Tifomovitch Savchenko, los dos sirviendo en el Partido en Ucrania, fueron nombrados viceministros de seguridad del Estado. V. E. Makarev fue nombrado jefe del departamento de Personal de la MGB. Unas semanas después, en octubre, Lavrentii Tsanava fue despedido de su puesto de jefe policial en Bielorrusia.

Así las cosas, comenzando la década de los cincuenta, Beria estaba tocado; pero todavía le quedaba Georgia.

O no.

Os he sugerido al principio de estas notas que dejaseis de ver en Beria a un georgiano, y trataseis de centraros en que era un georgiano mingreliano. El hábil servidor de Stalin había montado una gran estructura de poder en Georgia y, en gran parte, lo hizo favoreciendo a políticos que eran de su mismo grupo étnico. Esto siempre, la verdad, despertó susceptibilidades en el comunismo georgiano. Pero ahora que desde Moscú esta mala leche era bien vista e incluso alimentada, se hicieron más valientes, porque eran más poderosos.

El 9 de noviembre de 1951, Stalin dio el pistoletazo de salida para este movimiento dictándole al Comité Central, sin siquiera consultar con el Politburo, una resolución sobre una presunta conspiración nacionalista mingreliana. En el Cáucaso, todo el mundo entendió. Diez días más tarde, Zaria vostoka, en un alarde de periodismo de investigación, levantaba la exclusiva de un caso de corrupción en una corporación de construcción, que le costó el puesto casi inmediatamente al segundo secretario del Comité Central georgiano, Milhail I. Baramiia o Baramiya. Inmediatamente cayó el ministro de Justicia, el buen amigo de Beria Abksentii Rapava, y su fiscal V. I. Shoniia. Los tres eran mingrelianos, los tres fueron expulsados del Partido y dos: Rapava y Shoniia, trincados por lo penal.

Ese mismo mes, el Soviet Supremo creó dos oblast, o regiones, nuevas en Georgia: Tibilisi y Kutaisi. De esta manera, Moscú adquirió un control casi completo sobre estos territorios. Kandid Chavriani, primer secretario general del Partido en Georgia y beriano de pro, perdió su puesto al frente del Comité del Partido en el gorkom de la ciudad de Tibilisi.

En diciembre, los ceses continuaron. Cayó Rostom S. Shaduri, el responsable de propaganda. Como cayó G. N. Zambakhidze, otro beriano. En enero de 1952, fue cesado el dirigente del Komsomol, I. S. Zodelava (que me pregunto si sería el padre de Ivane Zodelava, que fue alcalde de Tibilisi a principios del siglo XXI). En ese momento, con el Comité Central discutiendo muchos y diversos escándalos, ya nadie daba un duro por la cabeza de Charkviani.

En marzo de 1952, auspiciada por Stalin por supuesto, llegó una segunda resolución sobre el desviacionismo mingreliano. El secretario general obligó a Beria a volar a Tibilisi, donde hubo de presidir una sesión del pleno del Comité Central (los días 1 y 2 de abril) que terminó por cesar a Charkviani, sustituido por Akaki Mgelazde. Cuatro días después, el Soviet Supremo georgiano celebró sesión, en la que se informó escuetamente de que Charkviani había abandonado la república y de que Baramiya estaba imputado. En el mismo momento, Vasili Gogua perdía el puesto de presidente del Presidium del Soviet Supremo georgiano, mientras que otro mingreliano, Grigori Karanadze, era descabalgado de la policía política. El 15 y 16 de abril se celebró una conferencia comunista en Tibilisi, presidida por el nuevo hombre fuerte, Mgelazde. Hizo un discurso en el que dijo que el antiguo mando del Partido en Georgia había tenido la oportunidad de barrer la casa, pero no la había aprovechado. Aunque hubo declaraciones y publicaciones destinadas a salvar la figura personal de Beria, estaba claro que era para segar la hierba bajo sus pies que Mgelazde había llegado. Antes de finalizar abril, Mgelazde procedió a purgar el Komsomol de todos los mingrelianos que había dentro. La única alegría para Beria fue que un claro enemigo de él y de sus mingrelianos, el ministro de seguridad del Estado Nikolai Rukhadze, dimitió en junio de aquel año 1952. Su sustituto, Alexander Ivanovitch Kochlavashvili, había trabajado con Beria.

En septiembre de aquel año se celebró el XIX Congreso del Partido en Georgia, y Mgeladze redobló sus ataques a la gestión anterior. Hasta en 427 comités territoriales distintos fueron purgados los responsables. La mayoría de las intervenciones consistieron en invectivas hacia lo que se calificaba de “nacionalismo burgués”. La acusación, en Georgia, tenía mucha miga, pues siempre estaba, de alguna manera, entre bambalinas, la amenaza de una secesión que uniese parte del territorio a la prooccidental Turquía. Beria se refirió al mismo tema en su discurso, pero trató de exponerlo quitándole hierro como problema. De hecho, su discurso fue muy estratégico, y tuvo mucho que ver con la posición que decidió fabricar para sí mismo en los últimos años del estalinismo y los primeros tiempos del posestalinismo: Beria había decidido convertirse en un defensor de los derechos de las nacionalidades soviéticas a la hora de expresarse y vertebrarse como tales.

Vayamos con Stalin. A punto de enfrentar los últimos años de su vida, Stalin podía exhibir un macabro récord que, la verdad, en casi ninguna ocasión se recuerda. Hasta 9 millones de víctimas de campesinos durante la colectivización para acojonar al resto. Millones de prisioneros en los gulag en cada momento, con un máximo alcanzado después de la guerra que no pudo estar por debajo de los seis millones. En total, las víctimas de Stalin pueden calcularse, entre arrestados, prisioneros, asesinados, entre 19 millones y medio y 22 millones de personas. Stalin, por sí solo, fue una guerra mundial. Y eso no incluye los exiliados, ni los prisioneros de guerra, ni cositas como los militares polacos que entraron en la URSS y ya no salieron... Esas cositas, sí.

El septuagésimo aniversario de Stalin, ya lo he dicho, tenía que ser algo grande. Malenkov era quien más estaba encima del tema. Sin embargo, se llevó un chasco cuando Stalin le dijo un día que no se le ocurriera al Politburo darle una condecoración más. Para entonces, Stalin ya Héroe de la Unión Soviética, Héroe del Trabajo Socialista, y condecorado con la orden de la Victoria, etc., etc. Sin embargo, no logró frenar el comepollismo. El 26 de junio de 1949, el Soviet Supremo aprobó dos decretos. De nuevo, le daban la condecoración de Héroe de la Unión Soviética y otra orden de la Victoria. El segundo decreto creaba la categoría de Generalísimo de la Unión Soviética, para él, claro (no iba a ser para Franco...) Esa mañana, cuando Stalin se puso a leer el Pravda en el desayuno, se cogió un globo de la hostia; horas después, le echó una bronca de mil demonios a Malenkov y Beria. Les dijo que no aceptaría las condecoraciones. Los comepollas trataron de reclutar para su partido a Vlasik y Poskrebyshev. Pero siguió diciendo que no, aunque en 1950, en las celebraciones del 1 de mayo, Shvernik se las arregló para dárselas. Para entonces, hacía meses que las representaciones de Stalin que se hacían en la Prensa lo presentaban con todas esas condecoraciones que no quería.

Cuando Shvernik le dio las condecoraciones, Stalin le dijo: “estás consintiendo a un hombre viejo”. Una frase que mostró bien a las claras la preocupación fundamental del secretario general en ese momento. La tarde previa a su cumpleaños, cuando Stalin se había levantado de su mesa para ponerse el abrigo e irse a la dacha, había tenido un repentino mareo, con circulitos naranjas apareciendo ante sus ojos. Se recuperó enseguida. Pero Poskrebyshev, que estaba presente, le tuvo que agarrar para que no se cayese. Le dijo que iba a llamar al médico. Stalin le dijo que no.

El mareo había pasado. Stalin se tomó un té para entonarse. Dijo sentir una presión en la nuca, pero siguió negándose a llamar a los doctores. Muy probablemente, no se fiaba de ellos; y, menos que de nadie, del responsable de la Cuarta Administración del Ministerio de Salud, Lavrentii Beria.

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