miércoles, julio 24, 2024

Stalin-Beria. 3: De la guerra al fin (10): La cagada en la RDA

Brest-Litovsk 2.0
La ratonera de Kiev
Cambian las tornas
El deportador que no pudo con Zhukov
La sociedad Beria-Malenkov
A barrer mingrelianos
Movimientos orquestales en la cumbre
El ataque
El nuevo Beria
La cagada en la RDA
Una detención en el alambre
Coda 


 A partir de mañana comienzo mis vacaciones. Esto supone que desmonto el chiringo de teletrabajo y, por lo tanto, dejo de tener capacidad de colgar posts. A la vuelta remataremos esta serie.



Otro elemento fundamental del nuevo Beria es que se convirtió en un defensor de las nacionalidades no rusas. En Georgia, impulsó una resolución que declaraba la presunta conspiración mingreliana “descubierta” durante la etapa de Stalin como una ful. El 14 de abril, el pleno del Comité Central local echó a Mgeladze y lo sustituyó por Alexander Iordanovitch Mirtskhulava, un mingreliano total. De los once miembros del Comité nombrados en 1952, cuando Stalin fue a por Beria, no quedaron más que dos que, además, fueron rebajados a miembros candidatos. Sustituidos por berianos, claro.

Al día siguiente, el Soviet Supremo de Georgia montó una crisis de gobierno en toda regla. Echaron a Zakhary N. Ketskhovely para poner a Valerian Bazradze, beriano de pro. Baramiya resucitó para ser ministro de Agricultura; Rapava salió de prisión para ser ministro de Seguridad del Estado. Zodelava fue nombrado viceprimer ministro; y Dekanozov fue ministro de Asuntos Internos. Estos tipos, que habían perseguido, torturado y puteado en modo experto, por lo visto eran los que iban a limpiar Georgia.

Pero a ello se aplicaron. Iniciaron una caza de brujas a gran escala de todos los que habían tenido relaciones con Stalin, excepto Beria, claro. A Mgeladze le salió un caso de corrupción cuando era el secretario del Partido en Abjazia, por el que fue condenado.

Beria, por otra parte, era consciente de su política nacionalista podía segar la hierba debajo de los pies de Khruschev pues su contrario, al fin y al cabo, era ucraniano. En abril de 1953, colocó a su amigo Pavel Iakolevitch Meshik al frente de la MVD de la república, con otro viejo conocido, Solomon Milshtein, como segundo. Estos dos hombres iniciaron una serie de ceses en la MVD, básicamente quitando a rusos y poniendo a ucranianos.

Lavrentii Beria puso el foco en la Ucrania menos rusa, es decir la occidental. Hizo que Meshik contactara con el jefe de la policía en el oblast de Lvov, Timofei Amvroslevitch Strokach, para que le hiciese un informe sobre la densidad de ucranianos étnicos entre los cuadros del Partido, así como el uso de la lengua ucrania en teatros y escuelas. A Strokach aquello le pareció raro, así que le fue con el queo a Zinovie Timofeyevitch Serdiuk, el jefe del Partido en Lvov, quien fue más arriba y se lo contó al primer secretario del Comité Central ucraniano, Leónidas Georgievitch Melnikov. Melnikov, aunque reconoció que la petición era extraña, le aconsejó a Serdiuk que se cumpliese la orden, pues sospechaba que venía de Beria, y no quería jugársela con él. Serdiuk, sin embargo, era un hombre cercano a Khruschev, así que puso tantos palos en las ruedas que al final, como Melnikov le había anunciado, fue arrestado.

Beria se quitó la máscara semanas después con un informe, elaborado con la información recibida, destinado a criticar muy seriamente la labor de los cuadros comunistas en Ucrania, especialmente la excesiva presión rusificadora. Propugnaba el nombramiento de ucranianos y el uso del lenguaje ucraniano. El 26 de mayo, el Comité Central del PCUS aprobó una resolución contra la labor realizada en Ucrania y a favor del cese de Melnikov. Del 2 al 4 de junio se reunió el pleno del Comité Central ucraniano, que aprobó el cese de Melnikov, que fue reemplazado por Alexei Kirichenko.

Beria quería más. En su intento por ganarse a los ucranianos, consciente de que si Ucrania se ponía de su lado Khruschev perdía gran parte de su fuerza, se planteó, ahora, nada más y nada menos que resolver el problema religioso. El metropolitano de la Iglesia Greco-Católica Uniate, Josif Slipyi, estaba preso y fue liberado. A continuación, emisarios de Beria comenzaron a negociar con él la posible legalización de la Iglesia uniate en Ucrania occidental y, más allá, la normalización de relaciones entre la URSS y el Vaticano. Beria sabía bien lo radicalmente contrario que había sido a los uniates Khruschev cuando había sido secretario general del Partido en Ucrania. Con la caída de Beria, Slipyi fue exiliado y, por supuesto, las conversaciones fueron detenidas.

Laventii, en todo caso, intentó extender su programa de nacionalidades a otras repúblicas. Elaboró informes sobre Bielorrusia, Lituania, Letonia y Estonia. Anastas Snechkus, el longevo secretario general del Partido en Lituania (34 años), dijo, tras la caída de Beria, que el plan de éste era crear una animadversión radical entre lituanos y rusos. En Bielorrusia, Beria echó al jefe local de la MVD,el general ruso Milhail Ivanovitch Baskakov, para nombrar a cargos locales. Acto seguido, se libró de Nikolai Semionovitch Patolichev, jefe del Partido en Bielorrusia, dejando el Partido básicamente en las manos de un local: Milhail Vasilievitch Zimianin.

Según Khruschev, estos movimientos le inquietaban a él pero, sin embargo, no provocaban grandes problemas en el Presidium. Sin embargo, el ucraniano comenzó a presionar a Malenkov, hasta que consiguió convencerlo de que uniesen fuerzas contra él. Al parecer, Beria había propuesto que se construyesen dachas para todos los miembros del Presidium en la ciudad georgiana de Sukhumi. Malenkov no veía mal la idea, quizás porque todavía no había probado ni el vodka ni las putas georgianas. Pero Khruschev le hizo ver que esos planes de construcción iban a dejar a mucha gente sin casa y, por lo tanto, serían impopulares. Beria, le dijo, nunca construirá su dacha; construirá la tuya, y luego la usará para desacreditarte, cosa que le será muy fácil porque, tratándose de Georgia, juega en casa.

El gran resbalón de Beria, sin embargo, fue la Alemania oriental. El paraíso de Karl Liebnecht no valía ni para infierno. Económicamente, la RDA iba de culo, faltaba de todo, y eso había causado la huida de medio millón de habitantes en apenas tres años. La principal causa de aquello era el empeño de Walter Ulbricht de hacerse un Stalin y haber lanzado un plan de colectivizaciones e industrialización en muy poco tiempo, que había gripado el país.

Al funeral de Stalin, Ulbricht fue, más que a cualquier otra cosa, a decirle al Presidium eso de es muy triste pedil, pero es más triste robal. Los jefes soviéticos, que bastante tenían con mantener sus anos limpios, le dijeron que y una gallinácea como un objeto de menaje. Le dijeron que lo mejor que podía hacer era frenar la construcción del socialismo alemán; pero eso Ulbricht ni podía ni quería hacerlo, teniendo como tenía ya a su mafia de comunistas bien construida, viviendo a base de schnapps y meretrices. De hecho, impulsó un incremento del ritmo de industrialización del 10%.

El 27 de mayo de 1953, el Presidium del Consejo de Ministros soviético celebró una reunión para discutir la situación alemana. El 2 de junio, produjo un documento, Medidas para mejorar la situación en la RDA, firmado por Beria. Se recomendaba abandonar la construcción del socialismo a pelo puta; trabajar para crear una Alemania independiente y pacifista; fomentar el cooperativismo agrario; eliminar la hostilidad al capital privado; mejorar el sistema financiero; mejorar los derechos individuales y eliminar las injusticias judiciales.

Varios líderes soviéticos no comulgaban con ese documento y, de hecho, forzaron que se matizase bastante en algunos de sus capítulos. Consideraban que Beria estaba marcando una hostilidad global hacia la construcción del socialismo, y pretendía que la RDA fuese una especie de Estado neutral. Sin embargo, terminaron apoyando la estrategia por la necesidad que introducía la gravísima situación del país.

Ulbricht estuvo en Moscú a principios de junio. Los alemanes, impasible el ídem, presentaron un programa mucho más blando y menos ambicioso. Se montó la mundial. Finalmente, los alemanes fueron poco menos que obligados a presentar el que ya se conocía como Documento Beria ante el Politburo de la RDA, cosa que pasó el 5 de junio. En paralelo, el 28 de mayo los soviéticos habían retirado el mando militar de su Alemania, llamando a Moscú al mariscal Vasili Ivanovitch Chuikov. Fue sustituido por un civil, Vladimir Ivanovitch Semenov, bastante cercano a Beria. Se rumoreó que Moscú, de hecho, quería cesar a Ulbricht, y que tenía para ello calentando en la banda a Rudolf Herrnstadt, también hombre de Beria, además de estrecho colaborador de Wilhelm Zaisser, jefe de la policía de seguridad y, en la práctica, subordinado directo del georgiano.

El 10 de junio, arrastrando el escroto, el Partido comunista alemán anunció el nuevo rumbo del país, con una larga lista de medidas liberalizantes. Se le ofreció a los granjeros huidos a la RFA el retorno de sus granjas si volvían; se ofrecieron créditos sin interés para tenderos y otros pequeños empresarios. Y, lo que es más importante, las menciones a la “construcción del socialismo” desaparecieron el discurso oficial. El 13 de junio se aprobó una gran amnistía, en medio de artículos en la Prensa abogando por mejoras en los derechos individuales. Incluso, el periódico oficial ruso en Berlín criticó duramente al mando militar soviético por haber cometido serios errores.

Había cosas, sin embargo. El famoso incremento del 10% en el ritmo de industrialización no se derogó. Del gobierno y del Partido alemán comenzaron a salir mensajes contrarios sobre esta materia. El personal se fue calentando hasta que, el 16 de junio, hubo una manifestación. Al día siguiente, las manifestaciones eran generalizadas en toda Alemania oriental, y la reivindicación había subido de tono: querían que Ulbricht se fuese. A mediodía del 17, aparecieron los tanques rusos y comenzaron a aplastar las revueltas.

Evidentemente, el gran culpable de aquella cagada, en Moscú, fue Beria. De hecho, el resto del Politburo estaba tan angustiado por dejarlo claro que, semanas después de los conflictos, le envió una carta al Partido alemán estableciendo dicha responsabilidad.

El 26 de junio de 1953, apenas nueve días después de los movidones en la RDA, se convocó una reunión urgente del Presidium en Moscú; muy probablemente, fue en esa reunión donde Beria fue arrestado. Khruschev llevaba días tratando de arrimar a su lado a aquél a quien consideraba fundamental para poder presentarle batalla a Beria, es decir, Malenkov. Sabiendo que su camarada era voluble y de poca voluntad, lo fue llevando a su lado a base de convencerle de meter en el orden del día del Presidium temas que sabía que Beria perdería en votación. Esto le sirvió para demostrarle a Malenkov que Beria no era indestructible.

A quien no le costó convencer fue al ministro de Defensa, Bulganin. Bulganin había discutido mucho con Beria sobre el tema alemán, y el georgiano, harto de él, le había insinuado que lo iba a cesar. Pero, claro, esas cosas, o se hacen, o se callan, porque, de lo contrario, le dejas al otro la impresión de que, en el fondo, no se juega nada dándote una patada en los huevos. Según Beria, Saburov fue de la partida desde el inicio. Pero el resto de miembros de la cúpula, Pervukhin, Mikoyan, Voroshilov o Kaganovitch, no estaban tan convencidos; y Molotov no parecía tener problemas con Beria. Malenkov quedó en convencer a Pervukhin, que le era muy cercano. Pero no lo consiguió, lo cual es lógico porque él mismo era un débil de espíritu. Khruschev acabó hablando directamente con él, y sí que lo convenció.

Los dos grandes apoyos políticos de Beria, además de Malenkov que ya había cruzado el puente, eran Voroshilov y Mikoyan. Khruschev viene a decir que el primero le dijo desde el principio que no participaría en nada contra Beria, aunque al final se decantó. Pero Mikoyan no fue ni siquiera informado. Kaganovitch, por lo demás, quedó fuera de límites porque estuvo fuera de Moscú hasta unas horas antes del arresto.

Khruschev, en todo caso, tenía un as en la manga: la actitud de los militares. El Ejército rojo, por lo general, odiaba a la policía secreta. Los policías políticos en la URSS tenían trenes, artillería; tenían incluso carros de combate. Eran un pequeño ejército propio. Luego estaban los muchos mandos que habían sido molestados por presuntos delitos nunca cometidos; y el recuerdo de camaradas, en el sentido militar y no político, como Tukhachevsky y los que con él fueron al paredón. Muy especialmente el general Zhukov, que sabía bien que Beria había intentado labrar su perdición, estaba deseando construir la del georgiano. Eso sí, también había que tener en cuenta que en las propias Fuerzas Armadas había mandos que habían servido en la NKVD y, por lo tanto, le eran fieles a Beria. De entre todos estos, el de más peso, en lo que al arresto se refiere, era el general comandante de las fuerzas de Tierra en el distrito militar de Moscú, general Pavel Artemievitch Artemiev.

2 comentarios:

  1. Anónimo4:14 p.m.

    Desde este sur que habito eso de vacaciones en agosto nos parece extraño y poco natural, pero en fin, que las pase bonito.

    Lizardo Sánchez
    Córdoba, Argentina.

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