lunes, julio 22, 2024

Stalin-Beria. 3: De la guerra al fin (8): El ataque

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La sociedad Beria-Malenkov
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El ataque
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La cagada en la RDA
Una detención en el alambre
Coda 


Todo había comenzado algunos meses antes, en 1952, cuando el doctor Vladimir Nikititch Vinogradov se había puesto serio con Stalin y le había dicho que bajase el pistón en el curro. La respuesta de Stalin fue el arresto inmediato de Vinogradov. Entra entonces en escena Milhail Dimitrievitch Riumin, vicedirector del MGB y él mismo, por lo tanto, una especie de Beria clonado. Riumin estaba buscando la manera de ganar puntos delante del jefe y, cuando se dio cuenta de la extremada desconfianza con que Stalin miraba a los médicos, tuvo en cuenta además el fuerte tono antisemita producido por el juicio contra el Comité de Leningrado y, en general, la política abiertamente anti israelí de la URSS. Así que sumó dos más dos, y se decidió a preparar un sonoro caso basado en la conspiración de una serie de doctores que tenían encomendada la salud de altos dirigentes comunistas, a los que estarían ayudando a caminar hacia la muerte; doctores que eran, en su mayoría, judíos.

También influyó, seguro, en su decisión, la decisión de Stalin de 27 de noviembre de 1951, cuando hizo detener a Rudolph Stansky, secretario general del Partido Comunista de Checoslovaquia, y su adjunto Bedrich Geminder, ambos judíos (y buenos amigos de Beria), ya que estaban alimentando el tráfico de armas hacia Israel. El omnipresente Abakumov había enviado ya en 1949 a dos subordinados suyos a Praga, para investigar algún tipo de conspiración entre los círculos de gobierno checoslovacos. Tras rebotar de unos a otros, el tema quedó en manos del general Alexei Dimitrievitch Beschastnov, que era un khuschevita por la vía de que había trabajado muchos años con Leónidas Breznev. El juicio se celebró en noviembre de 1952, con 14 acusados, 11 de ellos judíos. Stansky, Geminder y otros nueve fueron condenados por espionaje y fusilados.

El juicio de los checoslovacos puede considerarse como una especie de prólogo del tema de los médicos. De hecho, algunos de los testimonios en el caso Slansky, aquellos que apuntaban a una conspiración judía, fueron reciclados en el tema de los médicos. En el verano de 1952, la corte de lo Militar del Tribunal Supremo soviético vio un caso con 15 acusados relacionados con el Comité Antifascista Judío, un juicio que exportó 13 condenas a muerte. En noviembre de aquel mismo año, la Prensa ucraniana anunció la sentencia de muerte de un grupo de judíos en Kiev. Ya en enero de 1953, Frol Kozlov, entonces segundo secretario del Partido en Leningrado, escribió una durísima invectiva antisionista en Kommunist.

La conspiración de los médicos se hizo pública en la prensa el 13 de enero. Como ya os he dicho, fue fabricada por Ignatiev como autor intelectual, y Riumin como machacabolas. Un grupo de doctores había complotado para reducir el periodo vital de diversos dirigentes del Partido. Se acusaba a los médicos de haberse cargado a Zhdanov y Shcherbakov, ambos por haber recibido medicinas supuestamente contraindicadas para sus padecimientos (curiosamente, una práctica por lo general extendida entre los comunistas; sin ir más lejos, en aquel tiempo Mao Tse Tung la estaba practicando en el cuerpo de su enemigo en el Partido Comunista Chino, Wang Ming). 

En la lista de las personas saboteadas por los médicos había también un número sustancioso de altos mandos militares; pero éstos en grado de tentativa pues, supuestamente, las investigaciones habían impedido su aleve actuación. Seis de los nueve médicos implicados eran judíos, conectados con el famoso Comité Judío Antifascista, que ahora ya se decía que había sido establecido por la inteligencia estadounidense. El anuncio se vio seguido del arresto de más médicos judíos. Probablemente hubo, de hecho, arrestos masivos de judíos, a los que salvó la campana con la muerte de Stalin.

Es muy probable que el origen del caso de los médicos sea una mujer. Concretamente, la doctora Lidia Feodosievna Timashuk. Timashuk, cardióloga, fue quien le escribió una carta a Stalin tras analizar los electrocardiogramas de Zhdanov, que le habían llevado a concluir que había sido deficientemente diagnosticado. Parece ser que era una informadora habitual de Riumin. Khruschev, al recordar este tema, es el primero en reconocer que la doctora no pudo hacer aquello por sí sola. Se ha especulado con que ese autor intelectual escondido y clandestino pudiese ser Poskrebyshev, en un claro intento de ir a por Beria, que antes había ido a por él. También puede que el impulsor fuese el propio Khruschev. Pero lo que está claro es que el caso de los médicos fue, en realidad, el caso contra Beria.

Porque el caso de los médicos, además, hay que saber leerlo. El editorial que anunció todo el mojo estaba trufado de críticas hacia las fuerzas de seguridad que, al fin y al cabo, habían sido incapaces de prevenir la labor de unos tipos que, supuestamente, llevaban haciendo el conas desde hacía bastantes años. El tema de los médicos, pues, no sólo fue una intentona por parte de Stalin de hacer una purga de judíos en la URSS. Fue, también, más que probablemente, la forma de encontrar una disculpa para cesar a Beria por inútil, y quién sabe si co-conspirador.

Como ya sabemos, el caso de los médicos supuso el arresto de Vlasik, el hombre de la seguridad personal de Stalin; aunque este arresto no fue hecho público. La razón fue obvia: Vlasik, como responsable de la seguridad de los altos mandatarios soviéticos, obviamente no había sido diligente en su labor. Para Beria, el arresto de Vlasik no significaba nada. Pero el de su subordinado S. F. Kuzmichev, que llegó inmediatamente, sí, porque él lo había puesto allí. Tras la muerte de Stalin, Beria liberó a Kuzmichev y le dio el puesto de Vlasik. En cuanto a éste último, algunos testigos lo sitúan en el Kremlin la noche que Beria fue asesinado; así que bien pudo ir por ahí a ajustar cuentas.

La conspiración de los médicos fue, sin duda, uno de los dos temas que más motivaron a Stalin en sus últimas semanas de vida; el otro fue su decisión de terminar la guerra de Corea, y la oposición cerril en ese sentido que se encontró por parte de los chinos. Ya le hemos visto el 28 de febrero, ocupado en leer las confesiones de varios de los médicos. Vinogradov, aparentemente, empeoró su situación por su manía de ser un poco bocachancla y comentar con los colegas los problemas clínicos del secretario general, algo de lo que Beria acabó enterándose y que puso a Stalin como el Puma de Baracoa cuando asimismo se enteró. Sin embargo, debe de tenerse en cuenta que esos no fueron los únicos papeles que Stalin tenía en su cama en el tiempo de descuento de su vida. También tenía un informe sobre un intento fallido de asesinato de Josip Broz, Tito; y todo lo relacionado con Corea. De hecho, los indicios son de que el propio 28 de febrero había decidido terminar la guerra asiática, agotado por un proyecto que no sólo no estaba dando los frutos deseados sino que estaba engrandeciendo a Mao, quien presionaba para que los soviéticos le diesen la bomba atómica. Pero esto lo trataremos más in extenso cuando abordemos la biografía del propio Mao.

Todavía el 27 de febrero, Stalin fue al Bolshoi a una representación de El lago de los cisnes. Al día siguiente, por la tarde, vio una película en el Kremlin en compañía de Beria, Malenkov, Khruschev y Bulganin, tras de lo cual todos se fueron a la dacha de Stalin en Kuntsevo para una cena tardía.

Así pues, ya estamos en la dacha, y en la madrugada del 1 de marzo. La partida de altos comunistas estuvo departiendo hasta las cuatro de la mañana; una hora bastante típica para Stalin, aunque también es cierto que esa madrugada, conforme fueron pasando, y pesando, las horas, el secretario general comenzó a lanzar zasca tras zasca a todos los presentes, con la única excepción de Bulganin. Parece que quería que se fueran. O no, porque Stalin sabía bien que, para que lo hicieran, él tenía que levantarse y decir que se iba a la cama, cosa que no hizo. Muy al contrario, en la espesa oscuridad de la noche Stalin se arrancó con un discurso aparentemente muy bien pensado sobre los muchos héroes del Partido que se habían dormido en los laureles y pretendían vivir de las rentas. “Si es así, están equivocados”, dijo; y parecía que iba a decir más. Es más: muchos de los presentes pensaron que, en ese momento, venía la hostia. Pero, sin dar ninguna explicación, Stalin dejó la frase en el aire, se levantó, y se fue a dormir. Parece ser que estaba bastante mamado. Todos los contertulios se dispersaron, dándole vueltas a muy negros pensamientos. Todos, o casi todos, estaban convencidos de que Stalin iba a ir a por ellos o, cuando menos, a por algunos de ellos.

El día siguiente era domingo. Khruschev se quedó en su casa, suponiendo que a final de la tarde Stalin lo llamaría con algo.

Ya os he dicho que Stalin se levantaba como a las once. Así pues, la amanecida en silencio del día 1 no inquietó a nadie. La cosa empezó a ser preocupante a partir más o menos de las doce, porque la hora empezaba a ser muy tardía incluso para Stalin. Sin embargo, de mucho tiempo atrás el staff del secretario general sabía que no podía entrar en su habitación a menos que él llamase. El servicio de Stalin pasó un día angustioso hasta las seis y media de la tarde, cuando todos se calmaron al ver que la luz en la habitación del secretario general se encendía. Todo el mundo esperó escuchar la campana de llamada. En ese momento, Stalin llevaba más de dieciocho horas sin comer y sin mirar un papel.

Sin embargo, como en la canción de Sabina dieron las ocho, y las nueve, y las nueve y media, y nadie llamaba. La inquietud se hizo miedo; el miedo, pánico. Se comenzó a discutir sobre quién tendría que ser el pobre diablo que se arriesgaría a entrar en una habitación donde estaba prohibido entrar. Los candidatos eran tres: los dos oficiales de guardia, Milhail Starostin y su adjunto V. Tukov; y la mucama, Matryona Petrovna Butusova. Decidieron que el responsable al cargo era Starostin; pero, ojo, sólo decidir eso les llevó dos horas. Starostin, finalmente, entró en la habitación a las once de la noche, llevando el correo para poder poner una disculpa por la intromisión.

Hasta el dormitorio de Stalin, Starostin tuvo que pasar varias habitaciones a oscuras. Cuando pasó por el comedor privado del secretario general y dio la luz, los testículos se le salieron del escroto y escaparon rodando hasta Sanlúcar de Barrameda, y sin escalas. Allí estaba Stalin, en pijama, tirado en el suelo. Estaba relativamente consciente. Levantó la mano para llamar a Starostin, pero no pudo decir ni palabra. Según relatarían los testigos, su mirada era la de un anciano profundamente acojonado.

Tras avisar a más gente, levantaron al secretario general para depositarlo en un diván, mientras Stalin trataba, sin éxito, de hablar. Aunque podáis pensar que las primeras llamadas fueron para el Politburo, en realidad no fue así. El primer teléfono que se marcó fue el realmente más lógico: el de Semion Ignatiev, ministro de la Seguridad del Estado. Fue Ignatiev quien le dijo al asustado cuerpo de guardia que llamasen a Beria y a Malenkov. Beria, sin embargo, estaba ilocalizable; y Malenkov se negó a tomar una puta decisión sin el OK de Beria. Ni siquiera llamar a los médicos (que, debo recordaros, estaban bajo el mando del georgiano).

En la noche, Khruschev recibió la llamada de Malenkov. Algo iba mal. Salió hacia la dacha, donde se reuniría con sus colegas. Lavrentii Beria estaba follando en una dacha gubernamental con su penúltima pilingui. La policía secreta, que lo conocía bien, lo localizó con bastante eficiencia. Los dos: Beria y Malenkov, llegaron a las tres de la mañana aunque, según los testimonios, Beria olía fuertemente a alcohol y a meretriz. Malenkov se quitó los zapatos y entró suavemente en la habitación para ver a Stalin, que boqueaba sus últimos suspiros. Beria, lejos de llamar a los médicos, tranquilizó al servicio, asegurándoles que el camarada Stalin estaba teniendo un sueño reparador; algunos testimonios indican que, en ese momento procesal, bastante gente pensaba que lo que le pasaba a Stalin era que estaba borracho. Después de eso, Beria despidió al servicio, le prohibió telefonear a nadie, y dijo que él y Malenkov se irían. Es de suponer que le dijo a todo el mundo esa frase de peli americana que indica la llegada de las peores desgracias: "todo va a ir bien".

De hecho, los dos pesos pesados del régimen se fueron. Regresaron a las nueve de la mañana, esta vez también con Khruschev. Después llegó el resto del Politburo y, por fin, algunos médicos. Los doctores comenzaron a hacer pruebas como si no hubiera un mañana (bueno, es que no lo había) y a inyectarle cosas a Stalin. Para colmo, aquella mañana todos los médicos que conocían a Stalin como paciente de años atrás estaban en la cárcel, o muertos.

Algunos historiadores citan un manuscrito realizado por alguno de los doctores que estuvo aquella mañana allí. Estos recuerdos cambian un poco el panorama de las cosas, pues dicen que, a eso de las tres de la mañana del 2 de marzo, un asistente miró por el ojo de la cerradura y vio a Stalin trabajando, y que el momento en que se entró en el despacho para encontrarlo sentado en el suelo fueron las siete de la mañana. Pero eso, claramente, puede ser porque es una versión que cuadra muy bien para todos aquéllos que se pasaron toda aquella madrugada procrastinando y sin llamar a los médicos. Por su parte, Svetlana Aliluyeva, la hija de Stalin, dice que fue Butusova quien encontró a Stalin semiinconsciente en la noche del día 1; que clamó para que se llamase a un médico que vivía cerca, pero que los guardias opinaron que eso no se podía hacer sin órdenes superiores y se pusieron a discutir sobre qué hacer. Según Aliluyeva, durante las siguientes 14 horas se produjo un enfrentamiento entre los sirvientes, que querían llamar a los médicos; y los dirigentes, que sostenían que el tema no era para tanto (ésta sabemos, por varios testimonios, que fue la actitud de Beria, quien abroncó a los guardias por, dijo, haber hecho una tormenta en un vaso de agua). Confirma Aliluyeva que todos los líderes se fueron para volver horas después, para desesperación de los guardias y el servicio. Los doctores, según ella, llegaron a las diez de la mañana. Otro problema que se presentó es que, estando el doctor Vinogradov detenido, que lo estaba, la historia clínica del paciente no apareció. Inmediatamente después de certificarse la muerte de Stalin, sigue Svetlana, Beria dictó que todo el mundo abandonase Kuntsevo. A todo el mundo se le instó a chantar la mui.

A partir de aquí, lo que queda es la interpretación. Lo que está claro es que Stalin no recibió tratamiento médico cuando debía haberlo recibido, y podía haberlo recibido. Lo que no sabemos exactamente es si eso ocurrió así porque quienes tenían que decirlo estaban paralizados por la indecisión; o, a propósito, dilataron dicha ayuda para asegurarse la muerte de su secretario general. Yo, personalmente, me inclino más por que la cosa empezó por lo primero, y terminó por lo segundo.

4 comentarios:

  1. Siendo como era Stalin, es muy difícil conjeturar sus planes pero yo me sospecho que el objetivo final del complot de las batas blancas era apiolarse a todos sus conmilitones (Junto con algunos cientos de miles de personas "relacionadas" con ellos) y poner en su lugar a la "generación Breznev" pero en el fondo es muy difícil saberlo. Todos esos piezas se habían creado sus propias bases de poder en el régimen como los jerarcas eliminados en el Gran Terror y da la sensación de que Stalin cada vez los aguantaba menos (Era de esas personas a las que les resulta más fácil mandarte al paredón que decirte que no le caes bien) pero lo mismo el objetivo era otro distinto o sólo se trataba de una paranoia general contra los judíos como la que había ejercido contra los polacos.

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  2. En el tema del complot también debió ayudar el que la sanidad soviética (Como todo los soviético, realmente) era una puta mierda. Tantas muertes en quirófanos hacen sospechar de intervenciones ajenas pero tampoco olvidemos que esos médicos era unos inútiles: A Zhdanov le recomendaron hacer ejercicio para sus problemas cardiacos y a Nadezhda Alilúyeva le trataban sus ciclotimias con concentrados de cafeína.

    En ese entorno no es de extrañar que un paranoico como Stalin empezara a imaginar complots.

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  3. Con los años, cada vez estoy más convencido de que a Stalin lo mató la vejez y lo remató Mao.

    Se valora muy poco la tensión que le creó en la última semana de febrero el obstinamiento de Mao por mantener la guerra de Corea después de que. En enero, Eisenhower, que gobernaba un país en el que sólo el 33% apoyaba la guerra. Se plantease soltar una tercera bomba H sobre China.

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  4. Puede ser. Da la sensación de que en la vejez estaba cada vez más decepcionado de todo (La familia, el partido, el país...) y hasta arrepentido de alguna cosa (Como el maltrato a Yakov)

    Encima, Mao tenía varias cosas que probablemente le disgustaran sobremanera, para empezar era asiático (Poblaciones a las que siempre había despreciado) no lo controlaba y había llegado al poder pese a él (Stalin había apostado por toda una serie de aspirantes a los que Mao había vencido uno tras otro y hasta se había referido a los comunistas chinos como "comunistas de margarina" que me parece una genialidad de insulto) pero lo peor de todo es que sospecho que Mao le transmitía unas vibraciones de trotskismo que debía amargarle especialmente sus últimos años. Esa sensación de que, de repente ya no era lo más molón del comunismo mundial y de que las grupis del totalitarismo suspirasen por un chino que vendía su propia versión de la revolución mundial debía de amargarle bastante.

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