miércoles, junio 07, 2023

El otro Napoleón (40: El destino de Maximiliano)

Introducción/1848
Elecciones
Trump no fue el primero
Qué cosa más jodida es el Ejército
Necesitamos un presidente
Un presidente solo
La cuestión romana
El Parlamento, mi peor enemigo
Camino del 2 de diciembre
La promesa incumplida
Consulado 2.0
Emperador, como mi tito
Todo por una entrepierna
Los Santos Lugares
La precipitación
Empantanados en Sebastopol
La insoportable levedad austríaca
¡Chúpate esa, Congreso de Viena!
Haussmann, el orgulloso lacayo
La ruptura del eje franco-inglés
Italia
La entrevista de Plombières
Pidiendo pista
Primero la paz, luego la guerra
Magenta y Solferino
Vuelta a casa
Quién puede fiarse de un francés
De chinos, y de libaneses
Fate, ma fate presto
La cuestión romana (again)
La última oportunidad de no ser marxista
La oposición creciente
El largo camino a San Luis de Potosí
Argelia
Las cuestiones polaca y de los duques
Los otros roces franco-germanos
Sadowa
Macroneando
La filtración
El destino de Maximiliano
El emperador liberal y bocachancla
La Expo
Totus tuus
La reforma-no-reforma
Acorralado
Liberal a duras penas
La muerte de Víctor Noir
El problemilla de Leopold Stephan Karl Anton Gustav Eduardo Tassilo Fürst von Hohenzollern.Sigmarinen
La guerra, la paz; la paz, la guerra
El poder de la Prensa, siempre manipulada
En guerra
La cumbre de la desorganización francesa
Horas tristes
El emperador ya no manda
Oportunidades perdidas
Medidas desesperadas
El fin
El final de un apellido histórico
Todo terminó en Sudáfrica


 

Maximiliano nunca se había llevado bien con los mandos de las tropas francesas desplazadas a América; pero esa mala relación había terminado por mutar en simple y puro desprecio mutuo. Por mucho que Maximiliano no lo habría deseado, Bazaine se había convertido en el reyezuelo de México. Maximiliano intentó mandar sobre las grandes decisiones militares y, sobre todo, realizar una política de contención del gasto, eliminando los que consideraba excesivos. Pero, claro, eso, ¿cuándo mierdas se ha llevado a cabo? Bazaine, por su parte, se dedicó, básicamente, a tratar de segar la hierba bajo los pies del emperador, a base de enviar cartas a París contando que era un mierda que no se enteraba de nada.

El gran problema que tenía el Imperio mexicano era la actitud de los Estados Unidos que, como el vasco del chiste, no eran muy partidarios. Obviamente, el hecho de que en 1865 se terminase de vender casi todo el pescado de la guerra de secesión no fue ninguna buena noticia para Maximiliano. A partir de ese momento, Washington tenía la vía abierta para el que era su proyecto sin ambages: destruir la monarquía mexicana.

El 18 de octubre de 1865, cuando Drouyn de Lhuys todavía era ministro de Exteriores, éste propuso la retirada de las tropas francesas de México, a cambio de un compromiso por parte de los Estados Unidos en el sentido de no tratar de influir en el status quo de la nación. Pero los Estados Unidos reaccionaron con claridad, afirmando que no sólo la presencia de tropas francesas en México, sino también la existencia de un gobierno no surgido de la voluntad popular, eran cosas que estaban abiertamente en contra de sus convicciones.

Los Estados Unidos, de hecho, enviaron un representante diplomático cabe Juárez, además de comenzar una incesante corriente de ayuda a las tropas insurgentes.

En este estado de cosas, incluso Luis Napoleón, quien como sabemos era capaz de vivir en notable desconexión con la realidad, tenía bien claras dos cosas: una, que tras el final de la guerra civil americana, la situación de México dependía únicamente de que se produjese un incidente que le aportase a los Estados Unidos la disculpa para intervenir; y, dos, que estando Francia donde estaba, y México donde sigue, las posibilidades francesas de defender la posición eran prácticamente nulas. Por otra parte, la opinión pública francesa, casi sin fisuras, estaba por la evacuación de un país que ni les iba, ni les venía ni, a día de hoy, les va una mierda.

En enero de 1866, el emperador envió instrucciones a Bazaine en las que le ordenaba comenzar a preparar la evacuación. El 16 de febrero, le manda unas nuevas instrucciones que son un portento de política moderna. Le ordena Luis Napoleón a su comandante en jefe en México que evacue México lo antes posible, pero que “lo haga de manera que la obra que hemos construido allí no se derrumbe al día siguiente de nuestra partida”. Típico del político moderno: creas el problema con tus chorradas mentales y luego, cuando el problema es insoluble, le das a tus subordinados la orden de follar, pero sin amor.

En la apertura de las sesiones parlamentarias de aquel 1866, el emperador hizo pública su decisión de abrirse de México. La llegada a la Corte de Maximiliano de la comunicación de esta decisión vino a coincidir, y yo creo que no es casualidad, con un recrudecimiento de los enfrentamientos militares en el sur y el oeste de México, con tropas cada vez mejor pertrechadas por los estadounidenses. Los mexicanos optan por una guerra de guerrillas en la que, claro, cada vez son más eficientes, pues ellos conocen el terreno y ahora, además, tienen las mejores armas para defenderlo. Viene a ser el México de 1866, pues, un poco como el Afganistán que se levantó contra los soviéticos.

Los enfrentamientos dejan cada vez más cadáveres de franceses por los caminos. Cadáveres que, no se olvide, los son, en gran parte, de la flor y la nata del ejército francés, curtida en Crimea, en Italia, en Argelia.

El emperador Maximiliano, a pesar de estar bastante aislado en su palacio de verano de Cuernavaca, donde apenas ve a otros que no son los típicos comepollas de costumbre que te cuentan que el mundo es otro del que es; a pesar de todo eso, digo, el emperador Maximiliano comienza a coquetear con la idea de que el momio se le está acabando.

Maximiliano, sin embargo, también estaba atacado de cierto problema de desconexión con la realidad. En algunas de sus cartas, una vez que conoció la intención francesa de abandonar el país, comenzó a elaborar la teoría de que se quedaría para resistir “en compañía de mis compatriotas”. Lo gracioso del asunto es que, por sus compatriotas, Maximiliano entendía a los mexicanos; y yo, la verdad, no creo que, en los más de 150 años que han pasado desde esos tiempos y el día de hoy, hayan nacido más allá de tres o cuatro mexicanos que se hayan sentido compatriotas del emperador Maximiliano.

Pero, nada. Oye, la ilusión es libre, sobre todo cuando tienes un presupuesto público detrás (que no es de nadie, recuérdalo) para financiar tus mierdas. Maximiliano trató de crear un ejército propio, formado por soldados locales con mandos europeos. Sin embargo, era una iniciativa estúpida para la que, además, no había tiempo, puesto que el Moniteur del 5 de abril publicó el anuncio del emperador de que la evacuación de México comenzaría aquel mismo otoño de 1866.

El general Almonte se dejó caer por París para tratar de defender la causa imperial; lejos de hacérsele caso, se le comunicó que lo mismo, si los imperiales se ponían estupendos, la evacuación podía adelantarse. En las Tullerías se quería la abdicación de Maximiliano y su retorno a Europa, ahora que todavía podía acceder a un puerto y a un barco de huida en condiciones.

Aquélla era, de hecho, la decisión más racional. Juárez avanzaba por todas partes. Los franceses habían perdido las ganas de pelear. En todas las cantinas militares ya no se hablaba de otra cosa que de lo que iban a hacer todos cuando regresasen a Francia. Sin embargo, Maximiliano sabía que regresaba a una Europa en la que ya siempre sería un segundón, pues no hay que olvidar que había renunciado a todos sus derechos dinásticos austríacos antes de ir a México. Ni él ni su familia, pues, serían ya otra cosa que una casa noble más; la suya, además, sería el objeto de dicterios, risitas y críticas cada vez que se diese la vuelta. Si Maximiliano regresaba a Europa, era para convertirse en el polichinela de las reuniones de la aristocracia europea, y lo sabía. O, tal vez, es que había experimentado la influencia de su churri, Carlotita, y ya no era capaz de vivir sin dirigir una Corte. De hecho, si alguien tuvo cerca Maximiliano defendiendo la idea de que lo que debía hacer era quedarse y luchar, ésa fue su mujer. Fue entonces cuando ella decidió ir a París, para tratar de recabar la ayuda del emperador. Se fue con el proyecto de regresar en tres meses; lo cierto es que Carlota ni volvió a pisar México, ni volvió a ver a su marido el Maxi.

Carlota fue recibida en Saint-Cloud por el emperador y La Euge. La emperadora de los mexicanos le suplicó a los emperadores de Francia que retrasasen la salida de las tropas, esas cosas. El emperador mostró todo el afecto personal que pudo, pero no movió su decisión ni un milímetro. Francia, le dijo, tiene que hacer acopio de todos sus soldados pues, desde Sadowa, el teatro europeo había cambiado. Carlota, entonces, amenazó con la abdicación; y se encontró, para su sorpresa, con que eso, precisamente, era lo que estaban esperando los emperadores, quienes la animaron a dar el paso.

Desengañada y desesperada, la emperatriz de México abandonó Francia, país en el que ya le quedó claro que no iba a conseguir nada, y se fue a Roma. Allí, en tierra del PasPas, la locura, que al parecer siempre la había rondado, se hizo presente. Perdió todo contacto con la realidad, salvo en algunos episodios aislados. Carlota sobreviviría a su marido Maximiliano en cincuenta años pero, la verdad, de todo ese tiempo fue muy poco el que fue consciente de la suerte de su marido.

Bazaine, mientras tanto, estaba llevando a cabo la retirada por fascículos que le había sido ordenada. Los franceses se retiraban, y los mexicanos avanzaban. Juárez se apoderó de Monterrey, de Chihuahua, Durango o Tampico. El emperador, en Chapultepec, trata de llevar a cabo su proyecto de crear un ejército mexicano; pero apenas tiene dinero para entonces. Para intentar retrasar la partida de Francia, le cede a los franceses la mitad del ingreso más sólido que en ese momento tiene el Imperio, que son los aranceles marítimos en puerto.

Antes de caer en la locura, Carlota le había cablegrafiado a Maximiliano “todo está perdido”. El emperador, por lo tanto, sabía bien que, por mucho que mirase la línea del horizonte en el mar, no vería llegar barcos con ayuda. Sin embargo, después de aquel telegrama se quedó sin noticias hasta octubre, que fue cuando conoció la noticia de que su mujer se había vuelto loca. En ese momento, Maximiliano perdió toda la energía que le quedaba.

En Francia, el emperador cada vez tenía más prisa por acabar la evacuación. Luis Napoleón le ordenó a Bazaine que el cuerpo expedicionario tenía que estar abandonado México por Veracruz para la primavera de 1867. Para asegurarse de que esto es así, envía a su propio ayuda de campo, el general Castelnau, con plenos poderes. Castelnau, desde el momento de su llegada, se enfrentó a las ineficiencia de Bazaine y a las protestas de Maximiliano, sin ceder un pelo. El emperador estaba para entonces entre dos fuegos. Castelnau, que traía para ello instrucciones muy precisas de París, lo presionaba diariamente para que abdicase; sin embargo, Bazaine, probablemente porque, como francés, se sentía herido en su orgullo al ver que el emperador había enviado a alguien para que lo pastorease, tomó la decisión de adoptar la idea contraria, y no hacía más que animarlo a resistir, dándole noticias inciertas sobre supuestos éxitos militares que no eran tales. Al parecer, también, la mujer de Bazaine, quien no se había visto en otra como en México, donde era la puta primera dama, tampoco quería irse del país. Bazaine, bastante mal aconsejado por su churri y por algunas de las personas de su entorno, albergaba secretamente la idea de sustituir a Maximiliano, y convertirse, por lo tanto, en mandatario, rey quizás, de los mexicanos. De hecho, comenzó a negociar con Porfirio Díaz, el lugarteniente de Juárez. Sin embargo, Castelnau, aparentemente, se enteró de todo, informó a la casa matriz, y de allí llegaron instrucciones claras para Bazaine en el sentido de que dejase de hacer el subnormal.

Las tropas francesas recibieron orden de reagruparse en Querétaro. En consecuencia, Juárez tomó Oaxaca, San Luis de Potosí, Guadalajara. Maximiliano, por su parte, había seguido a las tropas francesas, dejando ciudad de México para ir a Orizaba. Para entonces, obviamente, su entourage austrobelga estaba totalmente por la labor de la abdicación y el regreso a Europa, por lo que Maximiliano pudo estar inclinado a hacerles caso. Sin embargo, los generales mexicanos que apoyaban el Imperio le suplicaron reiteradamente que se quedase; y al final, yo creo que por una mezcla de espíritu caballeresco, de moral aristocrática, de miedo a ser un mierda en Europa y la sensación de callejón sin salida provocada por la locura de su mujer; por la mezcla de todo esto, dijo, Maximiliano resolvió quedarse y mirar cara a cara a su destino. No se olvide, en este sentido, que por esas fechas había recibido una carta de su madre, la archiduquesa Sofía, en la que ésta le decía que en Austria “te encontrarás en una situación ridícula”.

El 30 de noviembre, en efecto, Maximiliano hace pública una declaración en la que anuncia que no abandonará la corona imperial mexicana. Con un cortejo ridículo (cuatro carrozas; y no es forma de hablar. Eran una, dos, tres, cuatro), protegido por un pequeño destacamento de húsares austriacos, el rey volvió a ciudad de México. En la hacienda de La Teja, su último palacio imperial, recibe a Bazaine, quien ya ha cambiado de idea y le aconseja abdicar. El emperador ha ordenado que incluso la legión extranjera y los voluntarios belgas y austríacos sean embarcados de vuelta. A Maximiliano le quedan poco más que mil soldados europeos. El emperador se indigna, y le deja de hablar al mariscal.

Bazaine evacuó México el 5 de febrero de 1867. En un último gesto, envía un mensaje a Maximiliano intimándole la abdicación. Pero Maximiliano nunca leerá esta última admonición. Para cuando la carta llega a La Teja, él ya está camino de Querétaro. Y de su destino.

1 comentario:

  1. Otra cosa que no les gustaba ni un pelo a los políticos de Washington DC era el proyecto imperial de atraer y asentar en suelo mejicano a miles de sudistas reacios a rendirse, y usar su experiencia militar para apuntalar el ejército imperial. Sospecho que lo que vieron en el horizonte era que, si ese jugada les funcionaba a los imperiales, al final tendrían que invadir México con tropas federales para terminar con los rescoldos de la secesión. Con lo cual la guerra no habría terminado aún.
    Eborense, estrategos

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