miércoles, marzo 24, 2021

Largo

Me vais a permitir que abra un pequeño hiato en el relato que vamos desgranando sobre la Historia del Islam. No soy muy ducho en los aniversarios y de hecho no me motivan demasiado; de hecho, este blog suele celebrar o recordar pocos de ellos. Pero en estas horas se está celebrando, por el PSOE obviamente, el aniversario de la muerte de Francisco Largo Caballero, con las habituales loas, más o menos retóricas. Que el PSOE entiende que Largo Caballero forma parte de su caudal relicto histórico es un hecho que se hace evidente porque su fundación lleva el nombre del político. Así pues, yo creo que resulta de cierto interés dedicarle unos párrafos al personaje.

De Francisco Largo Caballero decía Julián Besteiro, si hemos de creer a Claudio Sánchez Albornoz que lo contó, que era una mula honesta. Y añadía el catedrático socialista: "Honesta, sí; pero mula". Sinceramente, creo que es la mejor descripción de Largo que yo he leído, puesto que las de aquéllos que lo combatieron políticamente tienden a exagerar un tanto el famoso remoquete de El Lenin español; mientras que los que son de su cuerda, como suele pasar siempre con las cuerdas, tienden a tener una visión de él notablemente hagiográfica. De hecho, pedirle a un socialista que sea equilibrado a la hora de valorar la figura de Francisco Largo Caballero es como pedirle a un militante de ERC que lo sea valorando la de Lluis Companys; es micción imposible, y es por ello que los militantes e historiadores de parte retienen tanta orina conceptual ponzoñosa. En el caso del PSOE, en realidad hay más: el hecho de que la valoración más precisa de la figura de Largo, cuando menos en mi opinión, provenga de otro prohombre del Partido, demuestra hasta qué punto el socialismo español, aunque no lo sepa, es un socialismo bipolar, que se mueve, tal es mi teoría, entre el besteirismo (Felipe González) y el caballerismo (Zapatero, Sánchez); con una tercera vía prietista (Bono, por ejemplo). Dentro del PSOE conviven los que piensan que Largo era una mula honesta y lo que piensan que, en expresión catecumenal, era el compendio de todo bien sin mezcla de mal alguno. Ésta es la razón de que, de cuando en cuando, en esa falla haya los terremotos que hay.

Lo que yo creo es que Francisco Largo Caballero, como buen político que en realidad era sindicalista (porque Largo, ser, ser, lo que se dice ser, era de la UGT o, perdón de la UGTTT, Unión General de Trabajadoras, Trabajadores y Trabajador@s), lo que fue es un pragmático. Lo que pasa, aquí está la importancia de la admonición besteirista, es que el pragmatismo exige cintura; hay que saber cambiar y ser un tanto hipócrita para poder ser adecuadamente pragmático (que se lo digan a Franco), y éstas eran características, sobre todo la primera, de las que Largo Caballero iba falto. 

Por continuar con los símiles equinos, discutir la figura histórica de Francisco Largo Caballero se reduce, en mi opinión, a discutir si el burro sigue al dedo o el dedo sigue al burro. Las versiones placenteras sobre la figura del estuquista piensan que el burro sigue al dedo, siendo el dedo el propio Largo. Consideran que el líder del PSOE tenía un plan y, más o menos, lo siguió. Según esta idea, Largo habría aprendido todo lo que tenía que aprender en la huelga general del 17, movida que algunos disculpan afirmando que fue desde el principio un ensayo general que ya se sabía que no iba a salir bien (lo cual yo creo que es inexacto); y que, con la llegada de la II República, vio el momento de poner en práctica todo lo aprendido, y lo hizo de una forma más o menos programada, en etapas cuya producción e intensidad siempre dominó o controló y que, hemos de suponer, de no haberse metido por medio la presunta estrecha caterva de generales, curas y el Ibex que montaron el 18 de julio, hubiera llevado a España a las cumbres de la igualdad, la fraternidad, la libertad, la sororidad, la plenitud y, al fin y al cabo, la Contemplación del Divino Rostro de que la Deidad Proletaria. 

Luego está la teoría de que, en realidad, el dedo siguió al burro durante casi todo ese tiempo. El dedo siguió al burro, por ejemplo, cuando Largo Caballero tomó la cuestionabilísima (y apenas analizada) decisión de colaborar con la dictadura de Primo de Rivera, si no de iure (que también), de facto. Yo creo que Largo tomó esa decisión en lo que es el primer acto de lo que mueve su vida hasta julio del 36: el miedo a la CNT.

Largo Caballero, ya lo he dicho, era un hombre de sindicato, no de partido. Como buen hombre de sindicato, además, pensaba que en el esquema sindicato-partido, el que debía mandar y marcar el ritmo era el primero (uno de los principios de actuación socialista que se cargó Felipe González cuando llegó al poder y que le costó su relación con Nicolás Redondo). Para Largo, pues, no había victoria partidaria sin victoria sindical. Por esta razón, si en el ámbito político concebía perfectamente posible la colaboración, e incluso la fusión, con sus directos competidores en la izquierda (los comunistas); en el ámbito sindical entendía que UGT y CNT eran agua y aceite. La CNT no hizo nada, ciertamente, por desmentir esa opinión, puesto que siempre le puso la proa a los jurados de empresa, que era el gran activo que los ugettteros podían esgrimir incluso en los tiempos de Primo. 

El primer y principal objetivo de Largo no fue la dictadura del proletariado, ni la democratización de España (Largo Caballero versión Ricitos de Oro versus Fascistéitor), ni Cristo que lo fundó. El primer y principal objetivo de Largo Caballero era prevalecer sobre la CNT, porque una vez conseguido esto, consideraba, lo demás ya vendría rodado. Largo Caballero (et alia) era la II República; y precisamente por eso la CNT fue un problema para la República casi desde su minuto uno. Lo que verdaderamente temía Largo Caballero no era que le pasaran por la derecha (a las llamadas izquierdas burguesas siempre las mangoneó, cosa que la escasa cintura política de Azaña le puso a huevo); sino que le pasaran por la izquierda.

Os voy a recomendar dos lecturas a este respective. Una es el libro que escribió Amaro del Rosal sobre la mal llamada Revolución de Asturias, de soltera Golpe de Estado Revolucionario. El otro es un libro que hoy se consigue con facilidad y barato, porque no está entre los textos de referencia de muchos. Se trata de Historia política de la zona roja, de Diego Sevilla Andrés. 

En el primero, Del Rosal incluyó las actas de los Comités Nacionales de UGT en los que Besteiro y su gente fueron descabalgados en favor de Largo Caballero, meses antes del golpe del 34. Esas actas son de lectura muy interesante porque demuestran cómo a dicho CN fueron dirigentes locales (quiero recordar ahora que hay una intervención muy clarificadora en ese sentido por parte de la UGT aragonesa) defendiendo la idea de que, en la almoneda de la oposición (pues entonces gobernaban las derechas), la CNT le estaba ganando por la mano a la UGT, apareciendo ante las clases proletarias españolas como la verdadera fuerza revolucionaria. Leyendo esas actas, creo yo, podréis descubrir hasta qué punto Francisco Largo Caballero pudo obsesionarse con la idea de que aquellos tipos que querían quemar los registros civiles, abolir la moneda y colectivizar hasta los ñordos de oveja le estaban ganando por la mano al socialismo (léase pre o proto comunismo) de libro. 

Sevilla Andrés dedica en su libro páginas bastante desapasionadas (por eso, quizá, el título del libro engaña un poco) a ese mismo análisis, que él centra en lo que denomina el viraje ¡Atención al disco rojo!, que fue la expresión que utilizó el periódico caballerista, Claridad, para sustantivar el viraje del líder Francisco Largo Caballero al estatus de Lenin español, que él decía rechazar, creo yo, con la boca pequeña.

Mi opinión es que Largo Caballero fue a lo del disco rojo, a la fusión con los comunistas y todo aquello, por pura necesidad; necesidad percibida por él y no sé si objetivamente tan cierta; pero necesidad, al fin y al cabo. La necesidad se hizo desesperación cuando el gobierno de las derechas, como tal vez habían creído algunos que no pasaría, mostró cierta resistencia a zozobrar. En ese punto, Largo cometió el gran, gran, gran, error de su carrera política; un error tan grande que los esfuerzos de su partido y, sobre todo, de la historiografía de parte, han sido hercúleos desde entonces para taparlo. Largo, aprovechando el hecho objetivo de que la CEDA está a punto de entrar en el gobierno, y apoyándose sobre todo en los sucesos de Austria, donde estaba fresquito el golpe nazi y la muerte de Dollfuss, se hizo un la ultraderecha no pasará y, se pongan sus hagiógrafos decúbito prono o decúbito supino, organizó, lideró y lanzó un golpe de Estado contra un gobierno legítimamente salido de las urnas.

Como digo, en inmediata posteridad a lo ocurrido se  produjo el cambio retórico (llamémosle revolución a lo que fue un golpe de Estado; y limitemos su perímetro a Asturias porque fue el único sitio donde tuvo algún recorrido, a pesar de que el objetivo del golpe, Amaro del Rosal lo describe muy bien, eran Madrid y su gobierno); y, sobre todo, la propaganda de las izquierdas, sobre todo comunistas, sobre los mil y un presuntos desmanes cometidos durante la represión de dicho golpe de Estado. 

Lo importante, a efectos de las notas que aquí estoy escribiendo, es que con ese golpe de Estado, Largo Caballero había perdido su toque. Además, se había hecho un pan con unas tortas, porque en el único sitio en el que su movida había funcionado: Asturias, en realidad lo que había funcionado era la UHP, la Unión de Hermanos Proletarios, lo cual es lo mismo que decir: el comunismo. Para más inri, si el tema había funcionado en Asturias era porque allí la CNT se había arrimado. Si a eso le unimos el fracaso de la huelga agraria de tres meses antes, nos podemos hacer una idea de hasta qué punto el año 1934, que tenía que haber sido el del encumbramiento, fue un año de mierda para Francisco Largo Caballero.

Por el camino, como describe muy bien Víctor Alba en su libro sobre el Frente Popular, el amiguete Stalin había puesto en marcha la estrategia de alianza con fuerzas burguesas y otras fuerzas de izquierdas, por lo que el comunismo español tenía el salami en oferta. Largo Caballero lo compró gustoso pues, esto es algo que ya he escrito muchas veces, el Frente Popular del 36 no deja de ser un cotolengo que se forma por una serie de tipos todos los cuales creen que van a poder manipular a los demás; cuando es un hecho matemático que eso sólo lo puede hacer uno de ellos (y fueron los comunistas, bastante más listos que sus compis). Éste fue su segundo error y, sinceramente, creo que a él, personalmente, a pesar de todos los padecimientos que habría de sufrir como perdedor de una contienda cuyos ganadores dominaban media Europa; a pesar de ello, digo, yo creo que a Largo Caballero le vino la guerra civil a ver, porque de no haberse producido el golpe de Estado del 18 de julio, la Historia hoy contaría cosas no muy buenas de él; algo que yo reputo totalmente independiente de que estuviese, o no estuviese, preparando un nuevo golpe de Estado, que es algo que ha quedado para la ucronía.

Los hechos son, creo, evidentes. Cuando una mula honesta pierde su toque, cada vez es menos honesta y más mula; porque es, simple y llanamente, lo que le queda. En apenas unas semanas, Largo desactivó la espoleta de Manuel Azaña, que había llegado a la gobernación del Frente Popular con la intención, cuando menos retórica, de ser el primer ministro de todos los españoles; y, posteriormente, desactivó la posibilidad de que el sustituto de Azaña al frente del gobierno fuese su correligionario Indalecio Prieto; un tipo por el que profesaba, ya desde los entonces lejanos días del Pacto de San Sebastián, un desprecio olímpico, y al que temía que le pasara por la derecha. Largo Caballero, pues, es culpable de desactivar una mínima racionalidad en la gobernación del 36, plantando las bases de los peores meses no bélicos jamás vividos en la Historia de España y que son, de hecho, la razón de que el golpe de Estado del 18 de julio, diga lo que diga la teórica Ricitos de Oro versus Fascistéitor, lo apoyasen, de palabra, obra u omisión, bastantes más que los cuatro cresos conspiradores que se cree. 

A decir verdad, Francisco Largo Caballero tendría la ocasión de darse cuenta de en qué medida se había equivocado. En un acto que probablemente ni él mismo esperaba, fue nombrado presidente del Gobierno de la Victoria, en calidad de lo cual habría de conocer a un señor bajito y con cierta resemblanza a Adolf Hitler (con perdón), bastante tocahuevos, llamado Marcel Rosemberg. Rosemberg llegó a Madrid a mangonear a Largo Caballero, algo que supongo que reputaría fácil visto lo sencillo que le fue mangonear a otros como Álvarez del Vayo. En ese punto, sin embargo, la mula honesta, sigamos con los símiles animales, le salió rana.

Largo Caballero, primer ministro y, lo que es más importante, ministro de la Guerra, era un obstáculo para los comunistas. Éstos, por otra parte, no tuvieron demasiados problemas en encontrar aliados: el general Miaja, a quien Largo odiaba por defender la cercanía con los comunistas y porque no hizo nada por evitar los ataques a su jefe de Estado Mayor, el general Asensio; Prieto, que estaba deseando devolverle a su correligionario (el PSOE ha sido siempre una balsa de aceite) la putada de la primavera del 36, cuando no le dejó ser primer ministro; y las izquierdas burguesas. Esta variopinta coalición, en buena parte contra natura, provocó otra, más contra natura aún, que fue la cercanía de Largo con sus otrora viejos enemigos anarquistas. La situación hizo crisis cuando Largo fue cesado como primer ministro en el 37, en medio de acusaciones de que preparaba un golpe de Estado (uno más...) si le salía bien la ofensiva de Extremadura. Toda esta movida ya la he contado.

Por supuesto, en el debe de Largo Caballero no se puede sino situar el hecho de que, bajo su magistratura, se produjeron en Madrid los repugnantes hechos en las cárceles que tuvo que parar Melchor Rodríguez.

Como resumen, debo repetir lo ya dicho. Yo sé que España, y muy particularmente el mundo de la memoria histórica y provincias adyacentes, bulle de personas que tienen una versión positiva, si no hagiográfica, de Francisco Largo Caballero. Lamento no ser de esa opinión. Como he dicho, creo que en la vida de Largo, cuando menos desde principios de 1934, durante la preparación de la huelga agraria, el burro dejó de seguir al dedo, y el dedo comenzó a seguir al burro. Largo desequilibró al PSOE con la defección de facto de Besteiro y lo embarcó en una gimnasia revolucionaria de la que no podía salir nada bueno; y yo creo que es probable que él, en el fondo, lo supiese. Largo Caballero, sin embargo, era un baloncestista de apenas metro ochenta y cinco, que se encuentra bajo la canasta flanqueado por otros jugadores igual o más altos que él (Prieto, la CNT, los comunistas...), y sabe que, cuando llegue el rebote, sólo se lo podrá llevar uno. En la lucha por la pelota, descarriló España y le metió un borrón a la Historia de su partido político que es tan negro que todavía, a día de hoy, en  el 2024 hará 90 años, no lo ha asimilado. 

Es pues, cuando menos para mí, una figura histórica manifiestamente mejorable.

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