viernes, marzo 26, 2021

La Semana Santa

Supongo que es prácticamente inevitable que cuando menos personas educadas en la religión católica, que supongo serán mayoritarias entre los lectores de este blog, se cuestione alguna vez por qué la Semana Santa tiene la puta manía de moverse como se mueve y de ser prácticamente impredecible en su situación dentro del calendario de cada año. Hay dos maneras de explicar la datación de la Semana Santa: una es entender que la Iglesia la coloca siempre cuando sabe que va a llover, porque le mola joder a las cofradías; la otra es la explicación, un tanto más alambicada, que voy a tratar de extender en este texto.

 Si hemos de fiarnos de testimonios tan antiguos como las homilías y cartas de los santos de la Iglesia Atanasio y Epifanio, la celebración de una hebdomana xerophagiae, como ellos mismos la denominan, es muy antigua en la Historia del cristianismo. La Semana Santa que algunos dan por probable incluso se celebrase en tiempos de los Hechos (yo, la verdad, este último extremo tiendo a no creerlo) era más corta: incluía el viernes y el sábado. Esto es así porque la Semana Santa conmemoraba, más que celebraba, la muerte de Jesús, la Pasión; y sólo con el tiempo añadió la celebración (ésta sí) de su resurrección. Eran estos días jornadas en los que se ayunaba y se hacían modificaciones en la liturgia, como eliminar el beso de la paz, en señal de luto. La Semana Santa pronto se extendió sin perder su carácter de conmemoración de la muerte de Jesús; esto es, no creció hacia el domingo, sino hacia el miércoles y días anteriores, de modo y forma que Dionisio de Alejandría, a mediados del siglo III, ya nos informa de comunidades de cristianos que ayunaban durante seis días. La intención, muy probablemente procedente de la liturgia sabática judía, era detener, por así decir, la vida civil: muy pronto en la vida de la Iglesia, por ejemplo, las Constituciones apostólicas ordenan al creyente dar licencia absoluta a sus criados durante esos días. Los emperadores cristianos, desde el siglo IV, imponen también las vacaciones judiciales durante esos días, norma ésta que sería confirmada por Justiniano y, a través del Digesto, aplicada durante mucho tiempo en diversos lugares del orbe romano. Como siempre llevados por su ambición de ser diferentes, los galicanos, en tiempos de Carlomagno, desplazaron la semana de vacaciones a la que sigue a la Semana Santa (algo muy francés; preferían esparragar en días que no tuviesen que ayunar y tuviesen a los criados para freírles huevos).

Siendo los orígenes de la Semana Santa fundamentalmente orientales, cuando llegaron a Occidente lo hicieron de forma un tanto atenuada. Así, a mediados del siglo V, la Semana Santa en Roma tenía por únicos días litúrgicos el miércoles y el jueves. A finales de ese mismo siglo, cuando el Papa Hilario organizó la Cuaresma (esto es, el periodo de preparación para la Semana Santa), también se introdujeron servicios litúrgicos el lunes y el martes. Pero ni el viernes ni el sábado se celebraba la eucaristía.

En tiempos de Isidoro de Sevilla, primer tercio del siglo VII pues, aparece la Dominica palmarum que no quiere decir La Dominga de los que Palman sino Domingo de Ramos. El Domingo de Ramos, en todo caso, se apoya, por así decirlo, sobre celebraciones anteriores, de las que hablan algunos de los primeros libros de la Iglesia, que llaman a dicho día Capitulavium, Pascha competentium o dominica indulgentia.

En el Domingo de Ramos se juntan dos celebraciones hogaño distintas, pero que fueron fusionadas: por un lado, la bendición de las palmas (para desdoro de Tenerife); y, por otro, la celebración, propiamente dicha, de la pasión de Jesús. Allá por el siglo IV, en Jerusalén era común celebrar la procesión triunfal de Jesús al entrar en la ciudad. Para aquellos cristianos, tan o más judíos que propiamente cristianos, aquella celebración era de gran importancia por lo que supone de cumplimiento de la profecía del profeta Zacarías. De alguna manera, este uso jerosimilitano, que se puede documentar en el siglo II incluso, pasó a Occidente, pero no sabemos bien por qué canales. Dado que algunos de los primeros testimonios se encuentran en Isidoro de Sevilla y los ritos mozárabes, cabe preguntarse si el tema no entraría a través de las colonias bizantinas del Levante español. A mediados del siglo IX, en tiempos de Amalario, la fiesta parece ser en Francia una cosa de toda la vida de Dios.

La procesión, en la Edad Media, era un suceso que implicaba a la totalidad de la población. Todos los habitantes hábiles, comandados por su obispo o su sacerdote, se reunían fuera del pueblo ad locum eminentem et excelsum, dicen unas instrucciones francesas de la época. Esto quiere decir que se reunían, o bien en una iglesia extramuros, o bien en algún lugar elevado. Allí se leían las Escrituras, principalmente el Éxodo, se bendecían los ramos, a partir de cuyo momento se llevaba en procesión hasta el pueblo un ejemplar de las Escrituras envuelto en terciopelo, que hacía las veces del propio Jesucristo. El libro se llevaba sobre una plataforma llamada portatorium, habitualmente transportada sobre los hombros de cuatro a seis personas. En otros sitios se procesionaba la Santa Hostia y en otros, más común, una cruz, que podía ser, como en las zonas del área inglesa, una cruz específica, llamada Palm Cross, que descansaba el resto del año en el cementerio local. Los alemanes, más proclives a la literalidad y, tal vez, considerando que procesionar una cruz era quizá adelantar acontecimientos, solían procesionar la imagen de madera de un asno sobre el que iba montado Jesús.

La bendición de los ramos se hacía sobre brotes de diversos cultivos locales y también sobre flores. Ésta es la razón de que se desarrollase la expresión Pascha floridum o Pascua Florida.

Sin abandonar los ritos e instrumentos de la Semana Santa, habréis de saber, sobre todo los andaluces, que, originalmente, la saeta no es un canto. La saeta o hericia era un candelero triangular que portaba unas quince velas, que se van apagando al final de cada salmo (nueve nocturnos y cinco de laudes); quedando una que, al final del Benedictus, se coloca en el altar. Se supone que las catorce velas representan a los doce apóstoles y dos discípulos de Jesús, todos los cuales le van abandonando durante la Pasión; pero la vela que queda encendida representa al propio Hijo de Dios, incólume. Este juego de apagado de velas era el que componía el llamado Oficio de Tinieblas, puesto que se celebraba de noche.

Pero vayamos al lío, esto es, al tema de la fecha. Los primeros cristianos celebraban la Pascha nostrum, es decir la celebración propiamente cristiana de la muerte de Jesús; pero no lo hacían en la misma fecha. De la mucha variedad se derivaban, sobre todo, dos grandes corrientes. Por un lado, la vigente en Asia Menor, que celebraba esta Pascua el 14 de Nisán del calendario hebreo. Esto es, el rito asiático consistía en celebrar la Pascua cristiana el día de la Pascua judía; tema que muy pronto escandalizó a los más alterojudaicos de la nueva Iglesia, puesto que, en la práctica, suponía muchas veces que los cristianos celebrasen sin más la festividad judía, apretándose un cordero. Apolinar de Hierópolis, obispo que lo fue durante el tiempo de Marco Aurelio, dejó escritas durísimas invectivas sobre este tema.

Celebrar la Pascua a la manera judía venía a suponer, además, que la celebración se hacía cayese en el día de la semana que cayese; algo que, desde el primer momento, no le moló nada a la Iglesia cristiana. La Iglesia romana, esto es la costumbre occidental, cambió esto, y comenzó a celebrar la resurrección en la dominica inmediatamente posterior al 14 de Nisán y, además, antes de dicho domingo no terminaban nunca el ayuno. Esto marcó la gran diferencia esencial de la Semana Santa en las iglesias oriental y occidental, ya que la primera se centró fundamentalmente en la pasión, y la segunda en la resurrección.

En tiempos del Francisquito Aniceto, mediados del siglo II, Policarpo de Esmirna fue a Roma para tratar de convencer al Papa de que debía decretar para el conjunto de la Iglesia el uso cuartodecímano. Esto convirtió a Poli en uno de los primeros cristianos en aprender que a un Papa nunca se le convence de nada de lo que no quiera ser convencido; o, dicho de otra forma, que cuando tú crees haber convencido a un Francisquito de algo, en realidad lo que ha pasado es que él te ha convencido a ti. Aniceto, efectivamente, le dijo que no mamase.

El Papa Víctor, ya a finales de aquel siglo II, acabó por convencerse de que la movida había que resolverla de alguna manera. Convocó una serie de sínodos en diversos lugares de su grey occidental; sínodos que, de forma escasamente sorprendente, le dieron la razón a él (porque ésta es la Historia de la Iglesia: el Papa siempre convoca a sus obispos para que concluyan lo que él ya ha decidido de antemano; y en los casos en los que esto no es así, es porque el concilio o sínodo de turno, en realidad, lo ha convocado un emperador o un rey a sus espaldas o contra su criterio). Los sínodos orientales, sin embargo, permanecieron relapsos y abrazando el calendario hebreo. El Papa reaccionó de la única forma que sabe reaccionar todo Francisquito que sea un león y no un huevón, esto es: amenazando con sacar a las iglesias orientales de la Asamblea de Dios; afortunadamente, el santo de la Iglesia Ireneo de Lyon intervino para hacerle ver que se estaba pasando. Las amenazas papales, sin embargo, debieron de surtir su buen efecto, porque es un hecho que las Iglesias asiáticas abandonaron el rito basado en el calendario hebreo.

Esto, sin embargo, sólo sirvió para aclarar que los cristianos celebrarían la Pascua de Resurrección en domingo. Todavía quedaba el camino más jodido, que era definir en cuál.

El celebérrimo concilio de Nicea se planteó zanjar esta cuestión en lo posible. Lamentablemente, la idea que tenemos de lo que decidió es indirecta pues, en lugar de disponer del canon aprobado, disponemos de cartas que hablan de ese canon. De estos textos cabe deducir lo que se decidió en Nicea.

La Iglesia siríaca, una de las principales entre las asiáticas y con una sede central verdaderamente importante, Antioquía, pasó a celebrar, estrictamente, la resurrección en el domingo inmediatamente  posterior al 14 de Nisán. Pero tal costumbre venía a provocar que, muchos años, la celebración fuese anterior al equinoccio de primavera, o sea el 21 de marzo. Esto chocaba con otras metrópolis de la fe, como Alejandría y por supuesto Roma, las cuales se independizaron muy pronto de la Pascua judía, buscando de hecho significarse por esa diferencia, por lo que acudieron a cálculos propios que hacían que el Domingo de Resurrección cayese siempre después del equinoccio. Pero ni siquiera en ese caso las cosas eran iguales pues, si bien en la capital egipcia el equinoccio de primavera se calculaba con el denominado ciclo de Anatolio de Laodicea o Ciclo Metónico, de 19 años, que colocaba el equinoccio el 21 de marzo, los romanos usaban el ciclo de Hipólito de Roma, que lo colocaba el 18.

El pacto al que se llegó, por lo que cabe sospechar, se basaba en tres puntos:

1)      La Pascua caería siempre en domingo.

2)      La Pascua nunca habría de coincidir con la Pascua judía.

3)      Debía fijarse en la primera dominica después del 14 de Nisán, pero computado de forma que nunca preceda al equinoccio.

4)  Sobre si el punto 3) se verificaría según el cómputo romano o alejandrino, nada directo sabemos; pero, indirectamente, nos cabe concluir que se adoptó el segundo de ellos, ya que fue el obispo de dicha ciudad el que fue comisionado para decidir la fecha de la Semana Santa de cada año.

Como de costumbre, el ciudadano Ariel de Roma no aceptó la derrota, y el mismo año 326, es decir el puto siguiente año a Nicea, Roma celebró su Semana Santa en fecha diferente a Alejandría, como dejando claro algo que luego la Historia ha demostrado sobradamente: que los Francisquitos nunca acatan una decisión conciliar que no les guste.

 Así estuvo todo hasta principios del siglo VI. En el año 526, un viejo conocido del cómputo temporal cristiano, Dionisio el Exiguo, compuso un cuadro pascual que, teniendo como base el ciclo alejandrino, eliminaba las diferencias.  El ciclo del Dioni se extendió rápidamente por la cristiandad romana, con la excepción de Bretaña e Irlanda, donde siguieron dale que te pego un siglo más.

De esta manera, la Pascua ha quedado fijada en la domínica que sigue al plenilunio posterior al equinoccio de primavera calculado el 21 de marzo; esto es, entre el 22 de marzo y el 25 de abril.

Debéis saber, por último, que la Iglesia católica lleva mucho tiempo planteándose la idea, que por lo que sé ha vuelto a sugerir alguna vez el actual Francisquito, de cambiar esta vieja regulación y hacer fija la Semana Santa en el calendario. Nada menos que desde el siglo V hay en el orbe cristiano iglesias, notablemente las galas, que, ante las dificultades presentadas por el cómputo del equinoccio, adoptaron la costumbre de celebrar la Semana Santa el 25 y 27 de marzo, apoyándose en autores antiguos, como Tertuliano, que las aceptan como la fecha de la muerte y la resurrección de Jesús en el año 33. Gregorio de Tours cuenta que la Semana Santa móvil fue una novedad en su ciudad, pues la fiesta se celebraba en fecha fija, cayera cuando cayera. La propuesta, sin embargo, cayó en desuso.

Y a ver si la recuperan porque, la verdad, la actual fecha móvil de la Semana Santa tiene poco sentido. Se trata de un hecho que ya no sólo afecta a los creyentes. La Semana Santa se ha convertido, hoy por hoy, en el break primaveral por excelencia. Para mucha gente, y sobre todo para la industria del ocio y del turismo, sería, creo yo, mucho más interesante que estuviese colocada en una posición fija, bien elegida para que las probabilidades de dar buenos resultados en términos de clima fuesen más elevadas.

O eso, claro, o decirle educadamente a los creyentes que sigan contando domínicas y plenilunios a gusto, pero que el descanso de primavera queda establecido en tal fecha del año porque sí. Ese día, como automáticamente peligrará el flujo de gente a las celebraciones religiosas y eso es pasta, ya veréis cómo el Espíritu Santo Francisquil entra en razón cagando melodías.

1 comentario:

  1. El que quiera saber ya no tiene que ir -forzosamente- a Salamanca, puede pasar por este blog.

    Saludos.

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