martes, mayo 12, 2020

El ahorcado de Black Friars (3: Calvi se hace grande, y Sindona pequeño)

Estos son todos los capítulos de esta serie. Conforme se vayan publicando, irán apareciendo los correspondientes enlaces.

Los inicios de un tipo listo
Sindona
Calvi se hace grande, y Sindona pequeño
A rey muerto, rey puesto
Comienza el trile
Nunca dejes tirado a un mafioso
Las edificantes acciones del socio del Espíritu Santo
Gelli
El hombre siempre pendiente del dólar
Las listas de Arezzo
En el maco
El comodín del Vaticano
El metesaca De Benedetti
El Hundimiento
Ride like the wind
Dios aparece en la ecuación
La historia detrás de la historia


A finales de los años sesenta, a Roberto Calvi sólo le quedaban un par de pasos para alcanzar la cima en el Banco Ambrosiano; con todo eran, como siempre, los pasos más complicados y difíciles. Con la ayuda de Sindona y el pote que le aportaron las operaciones que pudo coordinar con él, en el año 1971 ya pudo cantar línea cuando lo nombraron director general del banco. Ya sólo le quedaban, hasta la cima, el puesto de consejero delegado y el de presidente del consejo de administración.
En el verano de 1971, Calvi se dio el homenaje que desde luego merecía después de haber sido nombrado director general, y se fue con su mujer y su hija Anna de vacaciones a Suiza. Sin embargo, tuvo que regresar precipitadamente. Aquel verano estalló el conocido como Escándalo Marzollo, una oscura movida que se centraba en el Banco de San Marcos de Venecia pero que tenía derivaciones en el Ambrosiano. Calvi regresó de sus vacaciones y supo cavar los cortafuegos adecuados para que el incendio no alcanzase a su institución.

En diciembre de aquel año de 1971, Canesi se jubiló, y fue sucedido en el puesto más alto del Ambrosiano por Ruggiero Mozzana; pero el escalafón corrió también para Calvi, que fue nombrado consejero delegado.

Ya en su puesto como número dos del banco, y número uno en lo tocante a la gestión del día a día, Calvi estaba en posición de poder impulsar el proyecto del que había hablado ya con Sindona muchas veces: convertir el Ambrosiano en un banco de negocios, activo en los mercados de capitales y con una política de participaciones industriales. Lo que se puede denominar "salir del balance"; porque cuando te dedicas a la banca tradicional al por menor (captar y prestar), todo lo que pasa en tu banco ocurre en tu balance. Pero cuando un banco se dedica a invertir en terceros, sólo o en nombre de otros, bien sea a través de fondos de inversión, bien sea a través de la actividad de la conocida como banca de negocios, entonces el balance del banco se convierte en un balance de balances. Éste es un punto en el que la supervisión bancaria se hace imprescindible, pues el entorno creado es un entorno en el cual es perfectamente posible exhibir, como banco, un balance impoluto; y, al tiempo, estar más arruinado que Carpanta. El sistema financiero italiano siempre fue reacio a permitir que este negocio bancario fuera de balance naciese y creciese; yo creo que porque Italia es país que siempre ha tenido mejores industriales que banqueros y, en consecuencia, la banca italiana siempre ha sido débil y poco eficiente. Calvi, sin embargo, necesitaba cambiar eso.

El cambio, en todo caso, pasaba, además, por “sacar” al banco de Lombardía, convirtiéndolo en una institución de ámbito, como poco, italiano y, a ser posible, internacional. Todo lo que necesitaba el Ambrosiano para hacerse grande como banco de negocios no lo encontraría en su región de origen, en la que, por lo demás, ya había otros bancos, tradicionalmente unidos a los grandes industriales de la zona, que no le iban a dejar crecer como quería.

La ecuación, sin embargo, no salía. Si la región más rica, más activa, de Italia, no te llega para hace3r todo el negocio que quieres, ¿acaso rellenarás esos huecos a base de expandirte en Nápoles, Catania o la Toscana? No. Los planes de Calvi eran imposibles en Italia. El país, sobre ser esencialmente contrario al desarrollo de la banca-industria, había vivido una muy seria crisis bancaria como consecuencia de la gran crisis del 29 y, consecuentemente, había atado corto a las instituciones financieras. Una ley de 1936, sin ir más lejos, prohibía a los bancos ser propietarios de empresas industriales. Sin embargo, Sindona, de sólida formación jurídica mercantil, había encontrado la forma de regatear esa limitación: en los años cincuenta comenzó a fundar empresas en paraísos fiscales como Luxemburgo y Liechtenstein, y operaba en los mercados de valores a través de las mismas.

Sindona convenció a Calvi de que se apuntase a ese bombardeo. Ya a finales de 1970, el Ambrosiano le había comprado al siciliano una de esas sociedades, Compendium, que fue rebautizada como Banco Ambrosiano Holding de Luxemburgo o BAH. Cuando llegó a director general, Calvi comenzó a usar la BAH para operar en los mercados de capitales italianos sin las restricciones que afectaban al propio banco. La BAH, de hecho, se convirtió en la holding o empresa propietaria del banco suizo del Ambrosiano, el Gottardo; así como de Ultrafin Internacional, una firma trader de la Bolsa de Nueva York, y de Ultrafin AG de Zurich, otra empresa financiera suiza.

En marzo de 1971, Calvi dio el paso que era absolutamente necesario, y hasta lógico, dentro de esa estrategia: fundar un banco totalmente liberado de la supervisión italiana y de cualquier otro país “serio”. Fue el Cisalpine Overseas Bank, con sede en Nassau, Bahamas; el que acabaría llamándose Banco Ambrosiano Overseas. El accionista mayoritario del Overseas era la BAH pero, ojo, el IOR no sólo tenía una pequeña participación, sino que Marcinckus se sentaba en su consejo de administración. Puteal éste que acabaría por darle bastantes dolores de cabeza al curita lituano reciclado a estadounidense.

A finales de aquel año de 1971, Calvi obtuvo el control sobre una firma, denominada Centrale Finanziaria; La Centrale para los amigos. Lo hizo mediante una serie de transacciones a través de personas y sociedades de paja, en la que intervino Sindona, para que no se le viera mucho.

La Centrale, empero, tenía participaciones importantes en empresas industriales; Calvi, pues, estaba burlando la ley de 1936. ¿Por qué, entonces, el Banco de Italia permitió esta operación? Pues hay varias versiones. Los directivos de la autoridad supervisora se lavaron las manos, a toro pasado, recordando que las inversiones de La Centrale eran fundamentalmente financieras; pero, vaya, cuando el responsable de un banco central se justifica, sus palabras vienen a ser como cuando un cura se justifica de haberse frotado con infantes: admite las cosas porque no tiene más remedio, pero trata de convencerte de que, prácticamente, pasaba por allí de casualidad. Mucho más probable es que el Banco de Italia tuviese las manos atadas, en un momento en que en Italia gobernaba la Democracia Cristiana y lo que se estaba juzgando en la operación de La Centrale no era otra cosa que los devaneos de dos tipos excelentemente bien relacionados con el Vaticano.

La Centrale, sin embargo, sólo era el principio. Detrás de dicha operación estaba la obsesión de Sindona de convertirse personalmente en el primer banquero de Italia, creando el mayor conglomerado financiero-industrial del país. Por eso, el siciliano ambicionaba fusionar La Centrale con Bastogi, entonces uno de los mayores holdings industriales del país; y la Banca Nazionale dell’Agricoltura, un banco no precisamente pequeño. En ese punto pasó lo que suele pasar en esos casos: los otros grandes peones del sector financiero e industrial, temiendo la llegada de un nuevo gallo al gallinero, comenzaron a conspirar contra él, y aliaron en su presión al propio supervisor bancario. El Banco de Italia, en efecto, puso mil problemas, mientras que la gran banca italiana (por llamarla de alguna manera, porque la verdad es que es bastante mierdera) bloqueaba sus intenciones de compra, sobre todo en Bastogi.

En 1972, Sindona se convenció de que le habían cerrado las puertas de Italia, y se marchó a Suiza, y después a Estados Unidos. Eso dejó La Centrale en manos de Calvi, quien, tal vez para desviar el foco de las autoridades supervisoras, resolvió deshacerse de todas las participaciones no financieras de esta compañía y convertirla en un conglomerado de banca y seguros. Así las cosas, en 1972 Calvi compró el Crédito Varesino; al año siguiente, le compró al Vaticano la mayoría de las acciones de la Banca Católica del Véneto. La operación había sido imaginada por Sindona, quien se llevó un buen pellizco, puesto que el IOR le vendió las acciones, primero, a una sociedad internacional del siciliano, quien luego se las vendió a otra sociedad extranjera del Ambrosiano. En 1973, la cosa adquirió unas proporciones importantes con la compra de una de las mayores aseguradoras de Italia, la Toro. 

Para entonces, Calvi y su socia de entonces, Anna Bonomi, se habían convertido en los tiburones de moda en esa gran pecera que llamamos Bolsa de Milán. Era el trader del momento pero, como se acabaría sabiendo con el tiempo, no sólo era un inversor activo, sino que también era un inversor que estaba sacando dinero de Italia a paletadas. Una vez más, fue Sindona quien desarrolló la tecnología Calvi: el Ambrosiano compraba en la Bolsa de Milán títulos de empresas italianas, como podría hacer cualquier charcutero de la Puglia. Pero luego esos títulos eran adquiridos por una sociedad extranjera, controlada de forma opaca por Calvi. El siguiente escalón era aquél por el cual el Ambrosiano recompraba las acciones que había comprado inicialmente, pero a un precio artificialmente alto. Por el camino, pues, el equivalente al sobreprecio totalmente artificial generado en las transacciones había salido de Italia.

Calvi era el hombre de moda. No exento de críticas, desde luego, pues algunos políticos, y también accionistas católicos no estaban muy convencidos de que todo aquello fuese compatible con la ética. Muchos impositores del Banco del Véneto, por ejemplo, protestaron por la venta al Ambrosiano. Muchas de estas protestas acabaron canalizadas a través del patriarca de Venecia, Albino Luciani, quien llegó a entrevistarse cuando menos una vez con Pablo VI sobre este tema. Luciani, como es bien sabido, fue elegido Papa a la muerte de Pablo VI, pero la cascó algunos días después. Cosas que pasan, que nunca se han aclarado, porque ningún Papa, incluido Francisquito, lo ha querido, jamás, ni querrá, jamás, aclarar.

El negocio, y la grandeza, de los especuladores financieros, se parece mucho a correr en bicicleta. Es una actividad relativamente fácil, sobre todo si no tienes escrúpulos a la hora de realizarla. Pero el día que, por lo que sea, dejas de pedalear, tu destino es escoñarte contra el suelo.

A Sindona se le estaban cansando las canillas.

El siciliano, quien como ya hemos leído se encontró determinadas puertas cerradas en Italia, había terminado en Nueva York, en un carísimo apartamento que compró a tocateja, dispuesto a convertirse en el lobo de Wall Street. En julio de 1972 pagó 40 millones de dólares por el 21,6% (una participación de control) del Franklin National Bank, el vigésimo por tamaño de los Estados Unidos. Para entonces Sindona, a causa sobre todo de su experiencia en el caso Bastogi, había llegado a la conclusión de que para poder ser un actor financiero internacional de poder había que poseer un banco en Estados Unidos. Y no sólo hizo su adquisición, sino que convenció al propio Calvi de que debía seguirle los pasos. Y Calvi los siguió o, por lo menos, lo intentó. Aquel mismo año, el Ambrosiano adquirió más de 16 millones de dólares en obligaciones convertibles del Union Commerce Bank de Cleveland. La condición de las obligaciones era que su canje por acciones se podría producir si el valor superaba los 39 dólares; los italianos compraron convencidos de que eso iba a ocurrir durante la vigencia de las obligaciones y que, en consecuencia, se podrían hacer con el 10% del banco con una inversión relativamente barata. Lamentablemente para ellos, esta vez fueron los estadounidenses los que los tangaron. Lo banqueros de Ohio conocían muy bien su entidad y sabían que antes el Papa bailaría La Macarena delante de la mezquita de Alí que su acción alcanzase tan estratosférico nivel.

En realidad, Calvi había sido más cauto que Sindona. Porque lo cierto es que si el siciliano se había podido hacer con el Franklin, eso era porque lo había pagado muy caro. Su oferta estuvo nada menos que un 25% por encima de lo que se pagaba por las acciones en la Bolsa en el momento de la compra. Para colmo, el Franklin era un banco que había realizado una estrategia de crecimiento desmedido, sin medir adecuadamente los riesgos de las operaciones, y por eso tenía una cartera de dudosos muy grande. En esas condiciones, Sindona habría necesitado una esperanza de vida de unos 150 años para poder rentabilizar su inversión. A Sindona, quien además tuvo que enfrentarse con una fuga de impositores a causa de sus cada vez más evidentes relaciones con la Mafia, no le quedó otra que empezar a guarrear y a hacer creatividad contable para esconder las gravísimas pérdidas del truñaco que había comprado.

En eso llegó 1973, la guerra del Yon Kippur, el embargo petrolífero y la hostia en verso. La situación del Franklin se hizo tan comprometida que el sector bancario estadounidense comenzó a tratarlo como un apestado en los mercados interbancarios; y si el resto de bancos no te prestan, estás solo a la hora de cumplir las normas. Sindona decidió huir hacia delante y, como las parejas con problemas que deciden que tal vez tener un hijo se los resuelva, maquinó que el Franklin podría salvarse si adquiría una sociedad rentable. Algo que, la verdad, no funciona pues, como bien decía Rafael Termes, presidente que fue de los banqueros españoles, nunca hay que poner dinero bueno encima de dinero malo. El Franklin trató de comprar la Talcott National, pero la Reserva Federal, es decir el supervisor bancario estadounidense, le contestó que no mamase. Fue como señalar al enfermo: los impositores salieron por la puerta en fila de a diecisiete.

En Italia, los impositores de los bancos locales de Sindona, la Banca Privata Finanziaria y la Banca Unione, se tiraron en plancha a las oficinas para reclamar su dinero.

Al enfermo la orina le olía a muerte.

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