viernes, mayo 08, 2020

El ahorcado de Black Friars (1: los inicios de un tipo listo)

Estos son todos los capítulos de esta serie. Conforme se vayan publicando, irán apareciendo los correspondientes enlaces.

Los inicios de un tipo listo
Sindona
Calvi se hace grande, y Sindona pequeño
A rey muerto, rey puesto
Comienza el trile
Nunca dejes tirado a un mafioso
Las edificantes acciones del socio del Espíritu Santo
Gelli
El hombre siempre pendiente del dólar
Las listas de Arezzo
En el maco
El comodín del Vaticano
El metesaca De Benedetti
El Hundimiento
Ride like the wind
Dios aparece en la ecuación
La historia detrás de la historia


Roberto Calvi nació casi con el fascismo en Italia, en 1920. En los años de régimen fascista, como es bien sabido, una de las prioridades estratégicas de Mussolini fue cortejar a la Iglesia católica. Además de otorgarle al Vaticano estatus estatal en el Tratado de Letrán, la Italia fascista se declaró oficialmente católica, hizo obligatoria la enseñanza religiosa (o, más bien, determinada enseñanza religiosa) y otorgó a la Iglesia una preeminencia especial en cuestiones matrimoniales y morales en general. Finalmente, Mussolini consolidó gran parte de la riqueza crematística del Vaticano al otorgarle al Estado el derecho a percibir una jugosa indemnización a cambio de anexión por Italia, en 1870, de los Estados Pontificios. Roberto Calvi, pues, nació en una Italia en la que apuntarse al bombardeo católico no era, en modo alguno, una idea descabellada. 
Como ya os acabo de contar, Roberto Calvi nació hace ahora unos cien años: el 13 de abril de 1920. Era hijo de Giacomo Calvi, procedente de Tremenico, un pequeño pueblo en las cercanías del lago Como. Sus padres, de hecho, eran vecinos, pues María Rubini, su madre, aunque había nacido en Venecia, también procedía de Tremenico.

A Roberto Calvi las cosas relacionadas con el mundo mercantil y de la contabilidad (esto fue lo que estudió) siempre le gustaron. No ha de extrañar pues, para llegar a hacer lo que hizo, era necesario tener unos conocimientos contables muy profundos, que te permitieran ver operaciones viables donde otros no veían sino ruido. Sin embargo, él, a pesar de sus evidentes aptitudes intelectuales, en un determinado momento de su vida tuvo un inesperado enfrentamiento con su familia que revela asimismo su espíritu aventurero y amante del riesgo. En 1939, cuando el padre de Roberto esperaba que su hijo ingresara en la Brocconi, una universidad empresarial milanesa, inesperadamente Roberto Calvi ingresó en Pinerolo, una academia de caballería, con la intención de hacer carrera en el ejército.

En julio de 1941, cuando ya Italia era, militarmente hablando, una especie de anexo del ejército alemán, Calvi, que ya era alférez y estaba destinado en los Lanceros de Novara, fue llamado a la guarnición de Verona, desde donde sería enviado al frente ruso. En 1943, cuando los aliados entraron en Europa por el sur de Italia, Badoglio comenzó a coquetear con ellos, Mussolini fue colocado por los alemanes al frente de la fantasmagórica República de Salò y el ejército italiano entró en un caos importante de deserciones, Calvi, según muchos testimonios, mantuvo el tipo como oficial que era, portándose adecuadamente con sus soldados. De hecho, fue condecorado por ello tanto por el ejército italiano como por el alemán. Regresó a Italia aquel año de 1943, para licenciar a su tropa. La familia, para entonces, había dejado Milán y se había ido al pueblo. Roberto no podía sin más ir a verlos, puesto que la zona estaba ocupada por los alemanes; éstos, puesto que era militar, podían movilizarlo de nuevo, o tratarlo de desertor. La mejor manera de evitar estos problemas era que Calvi tuviese un empleo en una empresa estatal, lo que justificaría sus ropas civiles. Giacomo Calvi, que era empleado de la Banca Commerciale Italiana, movió algunos hilos para que contratasen a su hijo; el banco había sido nacionalizado durante la guerra, así pues era una empresa estatal.

De esta manera, el modesto chavalote que quería ser general acabó siendo bancario. Y, con el tiempo, banquero.

Roberto Calvi fue destinado por el banco a una sucursal en Lecce, una población situada en Puglia, en la Italia meridional. Allí, la verdad, languideció un poco, pues no era mucho el trabajo que había que hacer. Lecce tiene hoy unos 100.000 habitantes, pero entonces andaba por debajo de los 60.000 (que, por cierto, si os gusta el arte barroco, no dejéis de visitarla; no os decepcionará).

Un día, su padre se encontró por la calle con Francesco Bianchi, antiguo compañero suyo de la escuela. Bianchi era entonces un alto cargo de otro banco milanés, el Banco Ambrosiano. Giacomo Calvi le preguntó a su amigo si no habría la posibilidad de contratar a su hijo en dicho banco, que el chaval se estaba pudriendo en el sur abriendo libretas, esas cosas. Bianchi aceptó y en 1946, Roberto Calvi entraba a trabajar, a prueba durante tres meses, en el Banco Ambrosiano.

Aquella contratación fue un cambio radical para Roberto Calvi. La Banca Commerciale Italiana y el Ambrosiano eran ambos bancos pero, probablemente, ahí mismo terminaba su identificación. La Commerciale era el banco de los grandes industriales del norte de Italia, el banco de los Agnelli y de los Pirelli. El Ambrosiano, sin embargo, era un banco de la pequeña burguesía. Un banco de pequeños comerciantes, de artesanos; todos, además, católicos, puesto que la vinculación entre el banco y la Iglesia era más que evidente. El Ambrosiano era, pues, ese típico banco pequeño al que, a mediados de siglo, peregrinaban antes de comer los meseros, los zapateros, los tintoreros, las modistas, con la recaudación de la tarde anterior y de la mañana en un sobre, para construir su patrimonio tacita a tacita. Este tipo de gente, humilde, extremadamente desconfianza y acostumbrada a meterse sólo en sus asuntos, fue el tipo de gente a la que Roberto Calvi acabó jodiendo.

La Iglesia italiana había procedido, a finales del siglo XIX, a concretar su presencia en el sector financiero italiano a través de la fundación de pequeños y medianos bancos católicos, uno de los cuales era aquél en el que Calvi comenzaba a prestar sus servicios. Tomaba su nombre el banco de Ambrosio, el santo de la Iglesia que, según la tradición, había cristianizado Milán a principios del siglo IV.

El Ambrosiano era un banco blindado contra la penetración de elementos laicos. Eso que veis en la tercera parte de The Godfather en Immobilare, un consejo de administración completamente formado de cofrades que poco menos que celebra sus juntas en el atrio de una iglesia, es verdad verdadera. Ninguna persona, según sus estatutos, podía poseer más del 5% de las acciones y, antes de votar, cada accionista debía presentar al consejo de administración su partida de bautismo y un certificado de buena conducta firmado por su párroco. Así pues, ni juerguistas, ni puteros, ni siquiera los que se saltaban la misa del domingo podían, cuando menos en teoría, votar en sus juntas. Por supuesto, la norma era doblemente aplicable a la fuerza laboral, toda ella formada por católicos de buena conducta. En el Ambrosiano de mediados del siglo XX, la mejor carta de recomendación que podía exhibir un mandadero era la del cura de su parroquia.

Calvi, consciente de que estaba a prueba, se desempeñó desde el primer día en el banco con un celo laboral poco común. De hecho, fueron tales su productividad, su capacidad de trabajo y su dinamismo, que muy pronto fue nombrado vicedirettore, nombramiento que a todos sorprendió, pues lo normal era que hubiese que cumplir muchos más años en la empresa que los suyos para serlo.

En julio de 1950, a los tres años de ingresar en el banco, Roberto Calvi conoció en la playa de Rimini a la que sería su mujer, Clara Canetti. Clara estaba comprometida con otro hombre, pero Roberto comenzó a asediarla con llamadas telefónicas y cartas y ella, muy pronto, dio un paso fundamental al romper su compromiso. Fue un noviazgo a la italiana, y a la antigua: con ambas familias en contra por diferentes motivos, duró dos años durante los cuales se vieron bastante poco, hasta que se casaron el 25 de junio de 1952. Apenas un año después (había que amortizar el telenoviazgo y, por lo demás, ambos eran catoliquérrimos) nació su primer hijo, Carlo.

Era la década de los cincuenta, un momento de acelerado crecimiento económico en la Italia de la posguerra. Un momento dorado para los bancos, en uno de los cuales Roberto Calvi ocupaba un puesto directivo medio, impropio de sus treinta años. Roberto, además, olfateó con rapidez cuál era el ámbito de desarrollo más yermo en la banca italiana: el negocio internacional. La mayor parte de la banca italiana en ese momento, como ocurría en otros países como España, confiaba desmedidamente en el negocio retail, o sea lo que los financieros americanos llaman el 2-3-3: capta dinero al 2, préstalo al 3, y a las 3 vete a jugar al golf. El negocio basado en el margen financiero clásico obviaba la banca de negocios y el desarrollo de muchas, innumerables, esquinas de los mercados de capitales. Pero eso, la verdad, tenía que cambiar en un momento u otro.

A Calvi siempre se le habían dado muy bien los idiomas. Ahora mejoró sus conocimientos de francés y de alemán, que había estudiado en el Liceo y, además, comenzó a estudiar inglés por su cuenta. En poco tiempo se convirtió en uno de los pocos ejecutivos que tenía el Ambrosiano que era capaz de entenderse con banqueros de otros lugares. En 1956 lo nombraron director adjunto; en ese punto, pues, había alcanzado el punto más alto que su propio padre había logrado alcanzar en toda una carrera laboral.

Calvi había ascendido, en parte, por sus propios medios. Pero también ascendió por haber escogido, como dicen los italianos, la cordata giusta o, por así decirlo, el sendero correcto. Esto quiere decir que se había buscado un buen padrino dentro del banco que apoyase sus habilidades y recomendase su promoción. Ese padrino era Carlo Alessando Canesi, entonces uno de los altos directivos del Ambrosiano, pero él mismo con gran poder de proyección porque terminaría presidiéndolo. Durante un tiempo, Calvi fue ascendiendo conforme lo hacía Canesi hasta que, en 1958, se convirtió, directamente, en su asistente personal. Este cargo cambió claramente su vida, puesto que lo obligaba a acompañarlo en sus frecuentes desplazamientos al extranjero.

En 1960, Calvi participó, si no fue directamente el principal inspirador, en el lanzamiento de Interitalia, el primer fondo de inversión que existió en el país. El crecimiento económico era pujante, las rentas en los hogares italianos mejoraban a marchas forzadas, y había llegado el momento de impulsar el capitalismo popular; esa fórmula hoy tan común, los fondos de inversión, fue fundamental a la hora de abrirle a muchos modestos ahorradores las puertas de mercados de capitales hasta entonces propios sólo de inversores avezados. Asimismo, en esa misma época, y no podemos saber con certeza la participación de Calvi en ello, el Ambrosiano hizo su primera salida al extranjero: la adquisición de la mayoría del capital de la Banca del Gottardo, una institución financiera oriunda del cantón suizo italoparlante de Ticino.

En 1965, Canesi era ya presidente del Ambrosiano. El nombramiento de su protector supuso para Calvi la promoción al cargo de direttore centrale; había entrado en el gotha de la gestión del banco. El problema para el todavía joven banquero era que, a partir de ese punto, los cargos en el banco se convertían en cargos de fuerte sentido y contenido políticos; a partir de aquí, pues, si quería seguir ascendiendo, tenía que buscar otra cordata giusta, más difícil y más cara de conseguir: necesitaba apoyo en el mundo de la política o de las altas finanzas. Hablando, de nuevo, en los términos de The Godfather, llegaba el momento de buscarse un Don Lucchesi. 

Este contacto apareció a finales de los años sesenta, cuando Roberto Calvi conoció a un personaje fundamental en la Historia económica de la Italia de finales del siglo pasado (y no para bien, precisamente): Michele Sindona.

Sindona, siciliano de origen, era, cuando Calvi lo conoció, una estrella rutilante en el firmamento financiero italiano, poseedor de bancos en Italia y en Suiza. Había nacido el mismo año que Calvi y, tras la guerra, había fundado un bufete de abogados especializado en normas tributarias y mercantiles. En Sicilia, sin embargo, Sindona se sentía constreñido, y por eso emigró a Milán. Llevaba consigo una carta de presentación de un obispo siciliano para Giovanni Battista Montini, que pronto sería arzobispo de la sede milanesa (aunque vosotros, puesto que le tenéis confianza, es probable que lo conozcáis como Pablo VI). A base de realizar asesorías jurídicas para los hombres de negocios milaneses, él mismo se convirtió en un modesto hombre de negocios que compraba y vendía empresas e invertía en el jugoso mercado inmobiliario. Todo, siempre, con el apoyo, declarado o simplemente sugerido, de la Iglesia.

La Iglesia, sí. Cuando el Vaticano recibió la jugosa indemnización asumida por Mussolini, fundó una entidad, la APSA (Amministrazione del Patrimonio della Sede Apostolica) que administraba todo aquel pastizal. Pío XII, en 1942, prosiguió esa labor con la creación de un banco, el llamadlo IOR (Istituto per le Opere di Religione). Durante la guerra, el IOR, aprovechando las ventajas combinadas de ser un banco; de estar situado en un Estado neutral; y de no tener control de ningún supervisor bancario, ayudó a muchos italianos católicos a refugiar en su interior sus fortunas.

Si hubo alguien que se forró de verdad en los años cincuenta surfeando la ola del crecimiento económico italiano, ese alguien fue el Espíritu Santo. El Vaticano compró empresas y muchos derechos reales. Pronto, de hecho, las inversiones de las distintas sedes obispales y del propio Vaticano fueron tantas y tan complejas que se hizo muy difícil seguir manteniendo la dinámica poniéndolos en manos de curitas que de latines y teología sabían mucho, pero a la hora de valorar la prima de riesgo se les cortocircuitaba el Oremus. Fue de esta manera como el Vaticano comenzó a buscar en el mundo laico, pero de misa semanal como poco, a sus uomini di fiducia, hombres de confianza.

Y ahí es cuando sonó la hora de Michele Sindona.

5 comentarios:

  1. Cuando oí hablar de este tema por primera vez lo que más me asombró fue la combinación de elementos que siempre había considerado incompatibles. La idea de un complot cristo-masónico-internacional por poco me provoca un corto circuito.

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    1. No, conspiración stricto sensu, no verás.

      La pasta, sólo la pasta.

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    2. Estaba pensando en Licio Gelli y en P2, pero quedo a la espera del resto de los artículos, que ya abundarán en el tema.

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  2. ¿Hola! Lo único que (por ahora) he leído de la P 2, por referencias indirectas, es que el almirante Emilio Eduardo Masera, integrante de la Junta MIlitar que tomó el poder en el último golpe en Argentina, habiá formado parte de la organización, y/o tomó contacto con algunos de sus miembros; no recuerdo bien. Estos alcances os obtuve del libro: "La Dictadura Militar", de Novaro y Palermo.

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