lunes, octubre 07, 2019

Padre nuestro

[Visto que ya había realizado en el pasado algunos posts sobre la materia, y que pienso seguir en la línea, he creado una etiqueta Liturgia para que los puedas encontrar con más facilidad].

El Padre nuestro, creo que en esto no hay duda ni extra ni intramuros de la creencia, es la oración número uno del cristiano. Como me dijo a mí mi preparador para la primera comunión, un buen cristiano puede cometer errores rezando el Señor Mío Jesucristo o incluso no sabérselo; pero no saberse el Padre nuestro es algo inconcebible. Ésta es una de las razones de que los cristianos viejos, en el sentido de que lo fuimos hace ya bastantes años, estemos hoy en inferioridad de condiciones, pues yo, cuando menos, ya no llegué a aprenderme la versión actual, que sin embargo he leído y encuentro gramaticalmente más civilizada.
Vayamos, en todo caso, a decir algunas cosas sobre la oración dominical, normalmente conocida, como digo, como Padre nuestro o, no muy pocas veces, todo seguido (Padrenuestro).

La razón de que esta oración sea fundamental para un cristiano es que fue instituida personalmente por Jesús. Si bien lo hizo con pequeñas variaciones, ya que en las dos fuentes de que disponemos: Mateo 6 9-13 y Lucas 11 2-5, no son exactamente iguales. Por ejemplo, es en Mateo donde se define al destinatario de la oración como Padre nuestro que estás en los cielos; apreciación, ésta última en itálicas, que Lucas no escuchó. Lucas tampoco incluye las admoniciones venga a nosotros tu Reino/y hágase tu voluntad así en el Cielo como en la Tierra; y tampoco la final de la oración y líbranos del mal. Como puede verse, pues, el Padre nuestro de Lucas es un poco más simple, más al meollo de la cuestión diría yo: Señor, creemos en ti, danos el pan, perdónanos por ser unos hideputas y no dejes que el Diablo nos tiente.

Aquí tenéis las dos versiones, en su formulación latina, que me permite obviar viejas y nuevas redacciones.

Mateo 6 9-13
Lucas 11 2-15
Pater noster, qui es in caelis Pater,
sanctificetur nomen tuum, sanctificetur nomen tuum,
adveniat regnum tuum

fiat voluntas tua sicut in caelo et in terra;

panem nostum quotidianum da nobis hodie panem nostum quotidianum da nobis quotidie,
et dimitte nobis debita nostra et dimitte nobis peccata nostra
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris; siquidem et ipsi dimittimus omni debenti nobis
et en nos inducas in tentationem et en nos inducas in tentationem
sed libera nos a malo.


Estas diferencias, en todo caso, tienen su interés. Que la fórmula venga a nosotros tu Reino no sea universal, pues la diferencia evangélica está apuntando a que había quien no la utilizaba, sugiere que se generalizó tardíamente. De hecho, algunos manuscritos antiguos la sustituyen por otra más mundana, veniat Spiritus Sanctus tuus super nos et purificet nos, venta sobre nosotros el Espíritu Santo y nos purifique, que obviamente no puede ser de los tiempos de los primeros cristianos, que poco sabían de La Paloma. Asimismo, existen testimonios que nos dicen que cuando menos en la primera Iglesia griega se introducía alguna fórmula en la oración tendente a matizar la característica que tiene esta oración que, si os fijáis un poco, tiende a dejar todo en hombros de Dios, como si el hombre fuese un ente pasivo cuyo único sentido de la existencia es recibir sus dones. Así, los primeros griegos rezaban, a la hora de decir eso de ne patiaris nos induci in tentationem, o sea, no nos dejes caer en la tentación, añadiendo el verso quam ferre non possumus, es decir, cuando nosotros no seamos capaces por nosotros mismos.

Dado que el escribiente de estas notas ya ha dejado claro en pasados posts (aquíaquí, aquí, aquí, aquí.aquí ..) que ni siquiera cree en la existencia histórica de un líder religioso llamado Jesús que hiciese ni la mitad de las cosas que los Evangelios dicen que hizo y dicen que dijo, supongo que no os extrañará que encuentre bastante difícil de sostener la idea de que el Padre nuestro es una oración prescrita por él. Lo que yo creo es que se trata de una oración muy bien diseñada por el tiempo, cincelada a base de sesiones dominicales o incluso sabáticas en la sinagoga, que se fue reduciendo a la esencia hasta lograr convertirse en una fórmula sencilla, sincrética, fácil de memorizar y, precisamente por ello, destinada a tener un enorme éxito en medio de una liturgia crecientemente sofisticada como la cristiana. La Didaché, un texto fundamental para entender las creencias y ritos de los primeros cristianos, establece la obligatoriedad de rezarlo tres veces al día. Tertuliano, por su parte, la llama oratio legitima et ordinaria fidelium, lo cual sugiere que también vivía en un mundo en el que los cristianos la rezaban cotidianamente.

A pesar de su sencilla universalidad, el Padre nuestro fue escondido por la Iglesia a los infieles e incluso a los catecúmenos, es decir los que ya se estaban iniciando en la fe. La fundamental razón para ellos es que todos aquellos señores y señoras no estaban bautizados y el bautismo, además de todo eso de lavar el pecado original, que es una interpretación algo más tardía, venía a significar, en los primeros tiempos, lo mismo que significan los actos parecidos en otras religiones, esto es, la construcción de un vínculo entre el bautizado y Dios. Sólo existiendo ese vínculo, razonaba la Iglesia con bastante lógica teológica, adquiere el bautizado el derecho, por así decirlo, de llamar a Dios "Padre", y considerarlo como tal. Los demás, obviamente, no podían rezar el Padre nuestro, pues se exponían a que una voz desde los cielos les espetase: "Luc, yo no soy tu Padre". Los catecúmenos aprendían otras oraciones en el marco de un rito denominado apertio aurium o apertura de orejas.

De forma lógica, para ser bautizado una de las cosas que había que demostrar, mediante el correspondiente interrogatorio, era el conocimiento del Padre nuestro. Y todo sacerdote debía tener consigo un texto de apoyo conocido como "exposición del Padre nuestro" que lo colocase en posición de explicarlo, verso por verso, a quien así se lo demandare.

En la Edad Media se consolidó definitivamente el uso, que como vemos viene de muy antiguo, de recitar el Padre nuestro varias veces al día. Aunque la cifra compulsory comúnmente era baja, rápidamente la piedad de los creyentes la multiplicó, así pues se hizo frecuente la práctica de rezar la oración tres, diez, treinta veces, en letanía. Para poder llevar la cuenta, en muchas órdenes monásticas comenzó a ser costumbre enhebrar perlas en un cordón. A este artilugio, que con la llegada del Ave María se convertiría en lo que hoy conocemos como rosario, los frailes lo llamaban Paternoster. Ya volveremos sobre esto.

La recitación del Padre nuestro en la misa data, probablemente, de las primeras misas o casi. Jerónimo (el indio no, el santo), en su Aduersus pelagianus, dice  que esta costumbre fue instituida por el mismo Jesús, lo cual no es sino una prueba de que el buen santo se vino arriba, pues Jesús nunca instituyó la misa. Algo más consciente de este tipo de matices, Gregorio Magno llevó el origen de la oración dominical en la misa al hecho de fue la oración usada por los apóstoles al realizar la consagración. El lugar, eso sí, ha ido variando. Inicialmente, al parecer, se recitaba entre la fracción y la comunión, pero el citado Gregorio Magno se la llevó a después del canon; así lo ordena, por ejemplo, en una epístola a su colega Juan Archicantor, obispo que lo era de Siracusa. Además, hay que tener en cuenta que la antigua liturgia romana, al contrario de lo que ya ocurría en la griega y la galicana y, de hecho, se hace hoy en día, el sacerdote oficiante era el único que recitaba la oración, permaneciendo pues el público en respetuoso silencio.

En fin, pasemos ahora a la otra gran oración cristiana: la salutación angélica o, como se la conoce comúnmente, el Ave María.

El Ave María es una oración mucho más compleja que el Padre nuestro, sin por ello perder la sencillez que la hace tan fácil de memorizar. Es mucho más compleja porque si bien el Padre nuestro sólo tiene una parte: el fiel se dirige a Dios, el Ave María tiene tres: el Ángel se dirige a María, Isabel se dirige a María (pues, al parecer, la frase y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús, se entiende pronunciada por Isabel, no por el ángel), y el creyente se dirige a María.

Esta variedad sugiere la posibilidad de que el Ave María que finalmente se nos ha consolidado sea, en realidad, el montaje ensamblado de varias piezas en su momento distintas. La admonición del Ángel (Dios te salve, María, llena eres de gracia; el Señor es contigo y Bendita tú eres entre todas las mujeres) era, en tiempos de Gregorio Torres 10 un texto independiente que se rezaba en el ofertorio de la tercera domínica de Adviento.

El uso del Ave María como oración devocionaria se produce a partir de los albores del siglo XI. Ya por entonces el santo Damián la conoce y la recomienda. La prescripción más antigua sobre el rezo del Ave María se debe a Odón de Soliac, arzobispo de París, en un concilio del 1069: exhortentur populum semper presbyteri ad dicemdum orationem dominicam  et Credo in Deum et Salutationem Virginis. O sea, más o menos: exhorten los presbíteros al pueblo para que recen la oración dominical (el Padre nuestro), el Credo y el Ave María. La salutación angélica es ya recomendada en la práctica totalidad de los sínodos del siglo XII. Sin embargo, en estos tiempos la oración era más corta, pues no incluía la invocación final de los fieles (desde Santa María, madre de Dios, hasta el final).

Esta parte, de hecho, si bien existía de forma embrionaria ya en tiempos inmediatamente posteriores a los del párrafo anterior, era como una especie de invocación que hacían algunos orantes, y otros no, y con fórmulas propias; un poco como lo que hacen aquéllos que bendicen la mesa antes de comer. La fórmula como tal establecida no llegará hasta el siglo XVI, con la reforma protestante. Entre las muchas críticas que harán los protestantes de los católicos, siempre en la línea de que su religión es muy formal pero desasistida de la autenticidad, una de las que usarán es que el Ave María es una oración que, en realidad, no es una plegaria, pues no tiene ninguna fórmula imprecatoria. La reacción de la Contrarreforma es comenzar a multiplicar estas fórmulas y trabajar para consolidar una universal, que es la que conocemos. Es el Breviario de los Mercedarios (1514) el que adopta la fórmula Sancta Maria, mater Dei, ora pro nobis peccatoribus, nunc et in hora mortis, Amen; fórmula que, al parecer, se rezaba en Italia. Tal cual adoptan la misma fórmula los camaldulenses un año después y los franciscanos en 1525. Fue el Papa Pío V quien, en 1568, introdujo el adjetivo nostrae acompañando a mortis.

Habría de tener el Ave María una vida litúrgica muy importante; pero no tan importante, desde luego, como la extralitúrgica, esto es, la debida a la libre práctica de la religión por parte de sus creyentes fuera de la Iglesia. En efecto, la salutación angélica se convirtió en el centro de la principal práctica extralitúrgica existente, que es lo que conocemos como el rosario. Durante mucho se dijo el rosario inventado por el santo Domingo, en el siglo XII-XIII pues; pero hoy se tiene esta tradición por errónea, pues el origen del rosario parece haber sido más antiguo; quien introdujo la primera de las versiones fue el padre Alano de Rupe, que era un poco hooligan de Domingo.

Es un hecho que, desde tiempos casi inmemoriales, los pueblos se han servido de artilugios con cuentas o parecidos para contar las veces que rezaban. Que los musulmanes lo hacen es bastante conocido. Marco Polo relata en sus libros que el rey de Malabar contaba las piedras preciosas de una corona para hacer sus plegarias. Y los cristianos orientales utilizaban una cuerda con cien nudos, llamada kombologion, que les servía para contar las genuflexiones y persignaciones que hacían. En la Edad Media, todavía la oración que se repetía varias decenas de veces era el Padre nuestro. A la especie de rosario que utilizaban, como ya he dicho, se la llamaba paternoster y, de hecho, aquéllos que las fabricaban, los paternostari, eran un oficio específico que se agremiaba.

Con la llegada, en el siglo XI, de la salutación angélica, a la práctica de rezar la dominical varias decenas de veces se une la que afecta a la oración de María. Una historia del siglo XII, en la que la propia Virgen se le aparece a una monja para reconvenirle por rezar 150 salutaciones muy deprisa y ordenarle que rece sólo cincuenta, pero despacito, es buena prueba de que todo esto estaba ya muy difundido. Alberto de Hegenau, santo del mismo siglo XII, hacía cada día, según sus biógrafos, 150 genuflexiones, repitiendo en cada una: Ave Maria, gratia plena, Dominicus tecum, benedicta tu in mulieribus et venedictus fructus ventris tui.

Como es sabido, el rezo de las oraciones viene acompañado, en el rosario, por la meditación sobre una serie de misterios. Parece ser que esta práctica la introdujo un cartujo de Tréveris, el padre Domingo Pruteno, a principios del siglo XV. Otro cartujo, Enrique Esser, introdujo la costumbre de intercalar un Padre nuestro por cada diez salutaciones.

La devoción a María exigió pronto de otro signo periódico de devoción. El Coerem Episcopum lo describe así: matutino, meridiano ad vespertino tempore, diebus singulis, salutationis angelicae signum detur. Estamos hablando del saludo diario a la Virgen, también conocido como el Ángelus. El más antiguo de estos saludos, prescrito para la tarde, fue introducido por los franciscanos en 1263. Se hizo así, en ese momento del día, porque los teólogos de la época sostenían que el ángel se había aparecido a María a la hora de la merienda.

El Ángelus que parece haber tenido finalmente una vida más larga (el de las doce de la mañana) es, paradójicamente, el menos antiguo y con menos tradición. Algunos expertos incluso sostienen que no nació por sí mismo, sino como una derivación de la instrucción dada por el Papa Calixto, en 1456, para que los cristianos rezasen tres Padre nuestro y tres Ave María, al son de la campana, cada día entre nona y vísperas, como exorcismo contra los turcos.

Amén.

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