miércoles, abril 03, 2024

Curso de arriano upper-intermediate (2): Samosatenses, fotinianos, patripasianos

El sabelianismo
Samosatenses, fotinianos, patripasianos
Arrio
Más Arrio
Semiarrianos, anomoeanos, aecianos, eunomianos y acacianos
Eudoxianos, apolinarianos y pneumatomachi



Vayamos con la lección 2 del curso de arriano upper-intermediate. Antes he dicho que un monarquiano que perseverase en sus ideas, lo más probable es que terminase siendo arriano, sabeliano o samosatense. Hablemos ahora de lo que significa este último término.

El samosatenismo toma su nombre de Pablo de Samosata. Este Pablo era nacido en Samosata, en el Éufrates; pero su puesto importante en el orbe cristiano se deriva de que fue obispo de Antioquía, una de las plazas fundamentales de la cristiandad histórica. En ocasiones, los samosatenses se encuentran en los libros y referencias con el nombre de paulianistas.

Pablo de Samosata es quizás el primer obispo cristiano que conocemos que, aparentemente, era un vividor follador. Le gustaba la buena vida, y además hacía pública ostentación de sus aficiones, sin cortarse un hair. Pablo, además, fue, aparentemente, un obispo muy bien situado políticamente, gracias a una alianza muy longeva con Zenobia de Palmira, reina que se decía descendiente de los gobernantes macedonios de Egipto. Teodoreto nos dice que Zenobia era una mujer muy partidaria del judaísmo; hay autores, como Filáster, que sostienen que fue Pablo quien le enseñó la religión hebrea.

El caso es que, siempre según las fuentes de que disponemos, Pablo de Samosata acabó por conocer a un hereje llamado Artemón, que negaba la divinidad de Jesús; y adoptó dicha herejía, no se sabe muy bien si por convicción, o por estrechar sus lazos económico-políticos con Zenobia. Aparentemente, Pablo hizo cosas como sancionar como adecuada la circuncisión.

Como veis, Pablo sostuvo la idea de que en la Trinidad sólo hay una hipóstasis, Dios en sí; y que, por lo tanto, la divinidad del Hijo no es propia, sino en todo caso cedida por el boss. Su posición era, pues, monarquiana; pero pronto se distinguió de otras ramas del mismo tronco, notablemente los sabelianos.

Para Pablo, toda la Trinidad es Dios, sin distinción de personas. Atribuía al Joligós el milagro del nacimiento del Hijo como hombre. Este nacimiento es el resultado de una suerte de promoción por la cual el Hijo quedó asociado a la sabiduría del Padre. Los samosatenses, por lo tanto, resolvían el problema inherente a todo monarquismo (la compatibilidad de la creencia en una sola hipóstasis con el testimonio evangélico) de una forma un tanto oscura, por no decir muy oscura.

A mediados del siglo III, se celebraron en Antioquía dos o tres concilios para estudiar esta herejía. En el 264, bajo la presidencia de Firmiliano de Cesarea, el samosatenismo fue condenado; pero no hubo sentencia efectiva de apartamiento de sus sacerdotes. Aparentemente, Pablo le prometió a Firmiliano una solución pacífica al problema; éste le creyó, pero no hubo tal. Consecuentemente, es muy probable que en un concilio posterior, ya muerto Firmiliano, los samosatenses fueran castigados sin pasta. En el 269, en una asamblea que, según las crónicas, registró un aforo bestial, se trató de arreglar el tema, pero sin éxito; razón por la cual hubo que convocar una discusión pública entre Pablo y un famoso teólogo llamado Malción o Malquión. Pablo, aparentemente, perdió el embroque, y fue depuesto; aunque, por intercesión de Zenobia, conservó el palacio y el coche oficial; en el 272, lo echaron definitivamente y ya pudo decir, como José Luis Ábalos, eso de no tengo a naaaaadie.

Para seguir penetrando en las ideologías teológicas unitarias, digamos ahora unas palabras sobre los fotinianos. Aquí ya estamos hablando del siglo IV, y del obispo de Sirmium en la Panonia Baja, Fotino, discípulo de Marcelo de Ancira. Generó una subsecta sabeliana que sería condenada en diversos concilios celebrados en el segundo tercio del siglo.

El fotinianismo, muy a menudo, es difícilmente distinguible del samosatenismo. Para Fotino, Jesús había nacido de la Virgen María y el Espíritu Santo, en un proceso milagroso en el que había resultado ser receptor de una determinada porción de sustancia divina, a la que llamaba La Palabra. Como poseedor de esa Palabra, venía a decir Fotino, los cristianos habían dado en llamarlo Hijo de Dios o Dios mismo, erróneamente; como también erraban al considerar al Espíritu Santo como una persona en sí misma, cuando únicamente es una virtud celestial procedente de Dios; básicamente, pues, una manifestación de Dios mismo.

La primera vez que Fotino fue condenado fue, probablemente, en el año 336, en Constantinopla. Lo volvió a ser en el 344, en un concilio semiarriano celebrado en Antioquía; y aún una tercera vez, en el 347, en el concilio de Sardica.

Por último, antes de abandonar este entorno, deberemos hablar de patripasianismo. El patripasianismo resuelve el conflicto entre el Padre y el Hijo sosteniendo la idea de que fue el Padre en sí mismo el que se hizo carne y sufrió el tormento para redimir a la Humanidad. Es decir: no envió a nadie, sino que se envió a sí mismo. Es, pues, una creencia monarquiana en el sentido de negar la distinción entre personas en la Trinidad: no hay personas distintas, sino distintas manifestaciones de una sola hipóstasis.

El patripasianismo puede tener dos formas: una, en la que Dios sustituye su naturaleza divina por otra capaz de sufrir; otra, en la que es Dios mismo quien sufre clavado a la cruz. La primera forma es una estrategia para acercarse al relato católico y canónico de la Pasión; pues la segunda, de alguna manera, podría sugerir que, ahí clavado, quejándose y apelando al Padre que lo ha abandonado, Jesús estaría un poco cachondeándose de la gente, pues la divinidad es impasible; algo que los patripasianistas resolvían negando este principio y afirmando que no, que la divinidad es pasible y sufre. La primera de estas doctrinas es propia de monarquistas como los praxeanos o los sabelianos (te ahorro una descripción de los praxeanos, que poco añadiría); mientras que la segunda es más propia de los noecianos, es decir, los sabelianos primigenios: además de influir en los arrianos.

En fin, yo creo que, para dibujar el entorno del tiempo y el surgimiento de ideas e  interpretaciones diferentes sobre la nómina trinitaria, con esto puede llegarle a un upper-intermediate. Así que pasaremos ahora al meollo, que es el arrianismo. Aquí ya vete preparando, que vas a tener que meter codos. La Fama cuesta, y aquí vas a empezar a pagar.

Arrio era un sacerdote de la diócesis de Alejandría. En su tiempo, como hemos visto, la presencia de creencias heréticas había sido ya un problema para la Iglesia oficial. El catolicismo prevalente, en ese momento, se prevenía contra dos problemas, que eran el origen de la mayoría de las visiones heréticas: la confusión de personas, y la división de la sustancia. Efectivamente, la mayoría de las visiones alternativas a la de la Iglesia, visiones potencialmente competitivas a la hora de conseguir la pasta de los fieles, partían, o bien de negar la existencia de diferentes personas en la Trinidad; o bien de aseverar que las diferentes personas tenían, también, diferentes sustancias y, por lo tanto, no estaban relacionadas con la sola, única, divinidad. La confusión de personas era lo que propugnaban los sabelianos. Los sabelianos “confundían las personas”, según la visión de la Iglesia, al propugnar la idea de que sólo existe una persona, siendo todo lo demás emanaciones o funciones de la divinidad. El Hijo no era sino una elaboración, por así decirlo, creada para redimir a la Humanidad; mientras que el Espíritu Santo era otra emanación creada para guiar a la Iglesia. El sabelianismo, en todo caso, no podía ser combatido de una forma muy exagerada; pues tratar de defender la existencia de tres personas en la Trinidad era algo que podía llevar fácilmente a lo que denominamos como triteísmo; una forma de pensamiento que, como su propio nombre indica, vendría a señalar que la Trinidad es una trinidad de dioses perfectamente distinguidos unos de otros. El sabelianismo confundía a las personas; pero el triteísmo dividía la sustancia. En el centro de la polémica, el mágico momento fundacional del cristianismo: la Encarnación. El momento en que la divinidad fue hombre. El sabelianismo convertía la Encarnación en un mero accidente del tiempo; una necesidad de un momento. Arrio, que con seguridad era un sacerdote muy inteligente y culto, trató de evitar esto. Fue por temor al sabelianismo, por temor a admitir que el Hijo había sido una especie de expresión provisional de Dios, por lo que acabó llegando a la conclusión de que, tal vez, todo lo que pasaba era que Jesucristo nunca fue Dios.

Arrio era, ya os lo he dicho, alejandrino. Pero en buena medida no hizo sino recoger elaboraciones previas de pensamiento que habían hervido en Antioquía. En dicha ciudad era donde Pablo de Samosata había atacado ya la divinidad de Jesús. Relacionado con Pablo estuvo otro presbítero, que sería finalmente martirizado, llamado Luciano. Luciano era un maestro de filosofía y teología que tuvo una larga lista de discípulos, muchos de los cuales se harían arrianos; entre ellos, el propio Arrio. El sacerdote bien pudo estar, también, influido por la vida licenciosa de Pablo de Samosata pues, con los años, se dedicó a difundir sus creencias a través de cancioncillas que él mismo componía; pero que componía con una métrica que, en la época, era habitual en poemas eróticos y escandalosos. Arrio venía a ser, pues, como un profeta que hoy difundiese sus ideas componiendo reguetón; y esto es algo que bien le pudo provenir de su contacto con los samosatenses.

Arrio, pues, fue a caer, por así decirlo, en un ambiente en el que se sentía cierto temor hacia la capacidad influyente del sabelianismo; un ambiente en el que la influencia del judaísmo no era despreciable (recuérdese que los samosatenses tenían contactos con los judíos); y un ambiente presidido por una ciudad, Antioquia, donde el clima moral era, digamos, relativo.

Aparentemente, Arrio, poco tiempo después de haber sido nombrado diácono por Pedro de Alejandría, se vio de alguna manera conectado con el que se conoce como Cisma de Melecio. El cisma meleciano apareció aparentemente en el año 306, liderado por Melecio, obispo de Licópolis en la Tebaida. Tras el concilio de Nicea, los melecianos se hicieron arrianos. Aparentemente, Melecio fue condenado por crímenes no muy claros (quizás, entre ellos, la celebración de sacrificios) en un sínodo convocado por el patriarca Pedro de Alejandría; decidió no apelar, sino separarse de la sede alejandrina. Tuvo bastante éxito en la Tebaida, levantando altares alternativos.

Pedro de Alejandría excomulgó al diácono Arrio, así pues algo muy jodido debió de hacer. Pero bien pudo ser simplemente una animadversión personal, pues sabemos que, muerto Pedro, el obispo Aquiles, y Alejandro después de él, repusieron a Arrio e incluso le dieron responsabilidad sobre iglesias muy importantes en la ciudad.

Arrio era famoso por su eremítica simpleza y por sus altas capacidades como lógico y como predicador. Según Teodoreto, cuando murió Aquiles de Alejandría, estaba convencido de que lo sucedería, por lo que, cuando fue Alejandro el situado, se encabronó bastante. Aparentemente, aunque esto bien puede ser propaganda católica, la evolución herética de Arrio fue parte reflexión teológica, parte fruto del deseo de venganza por haberse quedado sin la rica sede alejandrina.

Aproximadamente en el año 319 comenzaron los rumores de que Arrio iba por ahí contando mierdas críticas con la idea de la existencia eterna de Jesucristo. Recibió una reprimenda privada, pero el tío, como si oyese llover. Por lo demás, su idea de que la divinidad del Hijo debía ponerse en duda pronto encontró partidarios, en un mundo en el que el sabelianismo, de alguna manera, había preparado el terreno para una idea así.

Arrio, en realidad, decía que Jesús era la más antigua y más valiosa de las criaturas del mundo; que, de alguna manera, era divino. Pero con limitaciones. Como una deidad 3G, o así. Basó sus ideas en dos grandes proposiciones, que son las que debes abrazar si quieres ser arriano. A saber:

Proposición Uno: hubo un tiempo en que el Hijo no era.

Proposición Dos: el Hijo difiere de otras criaturas de la Tierra en su grado, pero no en su calidad.

Llegó un momento en que el obispo Alejandro dijo: hasta aquí hemos llegado con la tontería. Convocó una reunión de sacerdotes, a los que les soltó una conferencia de la leche sobre la Trinidad.   Como eran otros tiempos, tiempos en los que las facciones del cristianismo todavía no podían aspirar a quemarse unas a otras, Arrio recibió en dicho encuentro libertad total para contestar. Y contestó. Usando las herramientas de hábil lógico que tenía, y que con seguridad sobrepujaban a las de la mayoría de su audiencia (pues hemos de asumir que en aquella asamblea no faltarían los gañanes), Arrio atacó la defensa cerrada de la divinidad completa de las personas de la Trinidad por parte de Alejandro señalando que, en el fondo, el suyo no dejaba de ser un discurso sabeliano. Algo que nos sirve para darnos cuenta de hasta qué punto había sido el temor al sabelianismo lo que había conducido las reflexiones del diácono alejandrino. Alejandro reaccionó redactando una carta pastoral, para la que pronto obtuvo el apoyo de la mayoría de los presbíteros de su sede, instando a los arrianos a abatirse ante su error. Sin embargo, como pronto habría de reconocer el propio Alejandro, el arrianismo pronto se extendió por Egipto, Libia, y la Tebaida septentrional. Alejandro reunió a los obispos egipcios y libios y pronunció anatema contra Arrio. El propio Arrio, dos obispos (Segundo y Theonas), seis sacerdotes y seis diáconos fueron excomulgados. Su respuesta fue emigrar a Palestina.

Arrio encontró refugio, primero con Paulino de Tiro y después con Eusebio de Cesarea y, finalmente, con Eusebio de Nicomedia. Le escribió una carta a Alejandro tratando de tranquilizarlo, bajándose de algunas de sus burras más radicales; pero fue por aquel tiempo cuando empezó a componer sus canciones con metro erótico, signo de que tampoco tenía demasiadas ganas de abandonar la pelea.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario