martes, abril 02, 2024

Curso de arriano upper-intermediate (1): El sabelianismo

El sabelianismo
Samosatenses, fotinianos, patripasianos
Arrio
Más Arrio
Semiarrianos, anomoeanos, aecianos, eunomianos y acacianos
Eudoxianos, apolinarianos y pneumatomachi


 

Hola.

Si estás leyendo esto, es porque estás empeñado en sacarte el nivel B2 de arriano upper-intermediate. Enhorabuena, porque, una vez que has dado el paso de interesarte por estas cosas, lo más probable es que no te arrepientas. Eso sí, desde aquí voy a decirte algo: el camino no es fácil. Un arriano upper-intermediate tiene que recorrer un camino muy largo. Por eso, en este curso te vamos a enseñar arrianismo; pero también: semi-arrianismo, amoeanismo, acacianismo, eudoxianismo, apolinarismo, monarquianismo, photinianismo, o macedonianismo. Al finalizar el curso, además de recoger tu diploma, podrás tomar una decisión sobre cuál es tu escuela arriana,  o incluso no arriana, preferida, puesto que nosotros no somos Francisquitos; si quieres profesar alguna herejía de los primeros tiempos de la Iglesia, podrás elegir con libertad. Aquí cada uno toma la decisión que le apetece sobre la naturaleza del Hijo de Dios.

Bueno, y la cosa es que, además de todo eso que tenemos que enseñarte, tenemos que empezar por algo más. Porque si el arrianismo es, en buena parte, una reacción, percibida como necesaria, contra algunas cosas como el sabelianismo (y, al mismo tiempo, una evolución del mismo), primero tendremos que contarte de qué va esto.

Comencemos por el monarquismo o monaquismo; ya que el sabelianismo se tiene por una forma, digamos, elaborada de monarquismo.

El monarquismo no es la herejía sostenida por los amigos de Juan Carlos I, aunque pudiera parecer cosa tal. En general, monarquiano (lo escribiremos así para distinguirlo del monárquico) es todo aquel creyente cristiano que, creyendo en el Dios de Abraham y de Jacob y en el sacrificio de Jesús de Nazaret y tal y tumba, no cree que en la Trinidad haya tres personas, sino que cree en una sola. Los monarquianos, como los sabelianos y otras derivaciones del monarquismo, pues, son monoteístas de radicalidad: un solo Dios, sin distinciones ni hostias. Esto los convierte en cristianos muy teológicamente cercanos al judaísmo (de hecho, cuando menos en mi opinión muchos salen de ahí).

Para un monarquiano, pues, sólo hay una fuente de divinidad, que es Dios. Existen las personas del Hijo (nacido del Padre) y el Espíritu Santo (también surgido de él); pero ya no son Dios o se conciben como una emanación de Él. No hay, pues, unidad, porque para que exista unidad es necesario que exista pluralidad previa; y el monarquismo niega esa pluralidad; el resto de las personas no existen con el Padre sino, en todo caso, por, o desde, el Padre. Sólo existe una hipóstasis, y es por ello que en ocasiones los monarquianos llaman al Padre El Solitario. De ahí el nombre de monarquianos, pues monarquía no deja de significar El Poder de Uno.

Los historiadores han encontrado trazas de monarquismo en los primeros tiempos de la Cristiandad; lo cual es plenamente lógico, ya que es una concepción teológica muy simple que, por lo tanto, cae por su propio peso, por así decirlo. Justino mártir, un autor muy temprano, la denuncia claramente, y nos da el dato importante de que, en su tiempo, el monarquismo era común tanto entre cristianos gentiles como hebreos. De las cosas que escribió cabe sospechar que en su tiempo había personas que pensaban que Jesús, el Hijo, no era sino una especie de energía divina; una creación del verdadero Dios, pero no Dios él mismo. El Hijo, por decirlo así, era una especie de algoritmo del Padre.

Aparentemente, el monarquismo es una forma de pensar que nació entre los judíos que se desarrollaron como cristianos y, muy especialmente, Filón de Alejandría; una figura fundamental para entender el desarrollo del primer cristianismo, y que era judío de extracción. El monarquismo, pues, llega al cristianismo a través de los judíos más o menos convertidos o cercanos al cristianismo; y a través de los gnósticos, para quienes la idea de un Jesús convertida en emanación energética del Dios primigenio resultaba muy atractiva.

El punto de partida monarquiano es el siguiente: o creemos que el Padre y el Hijo son lo mismo, personas indistinguibles; o, si decimos que son personas distintas, entonces hemos de aceptar la división de la sustancia divina. En otras palabras: personas distintas significa sustancias distintas y, por lo tanto, si juramos por el Padre y por el Hijo, si le rezamos al Padre y al Hijo, estamos admitiendo que hay dos sustancias divinas distintas, lo que nos alejaría de la esencia de nuestra creencia como cristianos.

Para los monarquianos, pues, la naturaleza divina de Jesús, o era la del Padre y, por lo tanto, “cedida” por Él; o no existió y, de consuno, el Hijo no fue Dios. Esto tiene mucha importancia de cara a todo lo que vamos a ver en este curso de arriano upper-intermediate, porque la idea, llevada a sus extremos, hace que el monarquiano acabe por pacer, o bien en el arrianismo, o bien en el patripasianismo. En realidad, todo aquél que negó, en los primeros siglos de nuestra era, que la divinidad pudiese expresarse a través de diferentes personas, es decir todo aquél que entró en el cristianismo por la puerta monarquiana, hubo de acabar siendo, básicamente: o sabeliano, o arriano, o samosatense.

Esto nos lleva, en primer lugar, al sabelianismo. El sabelianismo es una escuela cristiana considerada herética por el catolicismo, y que toma su nombre de un sacerdote llamado Sabelio, que es un señor que, cuando le contaron lo de la Trinidad, contestó ¿pero qué película me estás contando, macho? O sea, Sabelio no negó la Trinidad, porque eso hubiera supuesto no creer en el Hijo (y nadie o casi nadie en estas notas vas a encontrar que no crea en el Cristo); sino que sostuvo la idea teológica de que Dios es Uno y que, considerablemente, las tres personas de la Trinidad: el Padre que lo es todo; el Hijo que fue su mensajero redentor; y el Espíritu Santo que opera de wifi divina para asistir eternamente a los creyentes; esas tres personas, digo, no son personas, sino manifestaciones de la misma persona que, simplemente, usan diferentes energías de dicha persona. Algo así, pues, como decir que Dios, a ratos, emite a onda media y a ratos en frecuencia modulada; pero siempre es la misma emisora de origen.

Sabelio, como Gadafi, era libio. De la Pentapolis Libia, probablemente la ciudad de Ptolemais. Viajó a Roma donde, según los relatos, un tal Calixto le atrajo a las teorías de un hereje llamado Noecio. (Noetius). De hecho Calixto, Noecio y Sabelio trataron de atraer a Zefrino, entonces cabeza de la Iglesia romana, hacia su coleto. Aparentemente, Sabelio se reveló como un predicador world class, porque el caso es que, siendo como veis un discípulo de otros, acabó por ser considerado la cabeza de su creencia, algo que es bien perceptible en que los suyos sean conocidos como sabelianos.

El sabelianismo puede trazarse en creencias monarquianas anteriores, como el praxeanismo; pero digamos que tomó fuerza cuando Noecio fue sustituido por el propio Sabelio. Noecio debió morir hacia el año 220; y es en esa fecha en la que Isidoro de Sevilla marca el inicio de la pujanza sabeliana; lo cual sugiere que el cambio de líder le sentó de pila máster a la herejía.

Sabemos, efectivamente, que en el año 257, y en la Pentapolis, el sabelianismo cantó línea. El obispo Dionisio de Alejandría, auténtico Marlaska de la ortodoxia en el norte de África, envió al lugar legados y escribió nada menos que tres cartas en refutación del sabelianismo; y eso es algo que no se hace por una creencia que sostengan cuatro pringaos. Es obvio que los sabelianos se estaban llevando mucha pasta en Libia de la que los católicos se consideraban legítimos dueños. Dionisio de Roma, él mismo un prelado que estaba siendo acusado de hereje, escribió cuatro libros contra los sabelianos y en defensa de la ortodoxia de sus ideas, algo que fue aceptado por la Iglesia. En realidad, según el Dionisio que consultes, el sabelianismo cambia un poco. Para el de Roma, Sabelio nunca cuestionó que el Hijo fuera el Padre y el Padre, el Hijo; pero según el de Alejandría (que, no se olvide, estaba más cerca), eso era precisamente lo que negaba. Y yo tiendo a pensar que esta segunda versión era la más cercana a la verdad. Filáster, un autor de la época, dice que los sabelianos eran conocidos de muchas maneras (praxeanos, noecianos, sabelianos, hermogenianos o patripasianos). Lo más importante de esta afirmación es que Filáster confunda a los sabelianos con los hermogenianos, que eran unos cristianos que creían en la existencia de un sujeto eterno de naturaleza maligna (lo cual los convierte en predecesores del maniqueísmo); algo que sugiere que lo que hoy tendemos a ver como creencias netamente separadas, en su momento no lo eran tanto (más o menos como si hoy hubiese militantes de Izquierda Unida proisraelíes).

Teológicamente hablando, el sabelianismo puede considerarse como una mayor elaboración del monarquismo. La esencia del sabelianismo no es la negación de la Trinidad, sino la negación del concepto de que la Trinidad está formada por diferentes personas; en realidad, para los sabelianos el Padre, el Hijo y el Joligós son la misma persona, sólo que con diferentes acciones o labores. Una sola persona que es Dios, pues, simplemente adopta formas diferentes cuando tiene que hacer cosas diferentes (como el Terminator de la segunda peli). Para los sabelianos, pues, el Padre que decide redimir a la Humanidad, y el Hijo que se hace carne para llevar a cabo esa misión, son en realidad la misma persona. Dios, por lo tanto, se convierte en Batman, que lo mismo es Bruce Wayne que el murciélago justiciero ( y esto lo escribo para alimentar las ideas de quienes piensan que los cómic son, en realidad, relatos simbólicos, para que sepan que hay una vía en el sabelianismo para explicar la figura de Batman).

Las denominaciones Padre, Hijo y Espíritu Santo no responden sino a diferentes relaciones de Dios con los seres humanos que ha creado. Para los sabelianos, pues, no existe hipóstasis en la Trinidad, pues no existen personas diferentes conviviendo en ella.

El sabelianismo es una creencia muy intuitiva. Sin embargo, sus propulsores pronto tuvieron claro que para sostenerla, era necesario hacer algo que ellos no querían hacer, que era negar las Escrituras. Jesús, en los Evangelios, está muy lejos de decirle a sus apóstoles yo soy el Dios de vuestros padres; se afirma más como emisario de ese Dios que como Dios mismo. Esto les llevó a perder, en mi opinión, una de las grandes ventajas de su credo, que era la simplicidad intuitiva (el sabelianismo, como el monarquismo, no deja de ser como un monoteísmo de pata negra), para entrar en terrenos de elaboración compleja; como la idea, con resabios de teoría del Big Bang, según la cual la necesidad de redimir a la Humanidad había provocado una “dilatación” de la persona de Dios; dilatación que, algún día, volvería a contraerse en Uno y, por lo tanto, regresaríamos a la primera frase del Génesis, ese principio en que sólo era el Logos (o Verbo, traducción que no reputo muy precisa, la verdad). 

De hecho, la evolución del sabelianismo no pudo evitar que algunos de sus sostenedores terminasen por distinguir, de alguna manera, las personas del Padre y el Hijo. Esto los colocará en contra de Arrio, quien los acusó de haber roto la unidad entre Father & Son, por decirlo al modo de Cat Stevens; de haberlos convertido en cosas diferentes, algo contra lo que la Iglesia reaccionó vivamente, pues uno de los building blocks del catolicismo es la máxima Deus ex Deo unum sint in genere nature. La evolución del sabelianismo que llevó a sostener la idea de que la diferente misión del Padre y el Hijo llevó a distinguirlos y romper su unión será más perceptible entre los conocidos como fotinianos o photinianos, de los que hablaremos pronto.

Como sabe bien todo creyente en el Credo niceno que lo rece marcando los tiempos y entendiendo lo que reza, el catolicismo cree que Padre e Hijo son personas diferentes pero con la misma sustancia, y ambas eternas; y es por eso que se reza que el Hijo es “nacido del Padre antes de todos los tiempos”. El credo niceno, pues, sostiene la idea fundamental de que el Hijo es Dios antes de ser Jesús. Para el sabelianismo, sin embargo, esto no es verdad; el Hijo es Dios sólo tras la Encarnación. Es un producto de la misma y sólo tras la misma es Dios. Esto rompe la unidad entre Padre e Hijo. Ya no son lo mismo, sino que Uno depende del Otro.

El problema del sabelianismo es que, no pudiendo ni queriendo negar las Escrituras, acababa por admitir una desunión entre Padre e Hijo; en el fondo, pues, sostenía un discurso politeísta o, cuando menos, dualista.

Hilario de Poitiers nos dice que Sabelio fue muy prontamente condenado en un concilio celebrado en Roma. Asimismo, los concilios alejandrinos contra los arrianos, en el primer tercio del siglo IV, también condenaron el sabelianismo. De nuevo, tras Nicea, una asamblea celebrada en Roma en el año 373, bajo la atenta mirada del obispo Dámaso, condenó de nuevo el sabelianismo; lo que es una prueba de que seguía teniendo su público.

El concilio romano votó mayoritariamente el concepto de que Padre e Hijo son uno y el mismo. Tan tarde como el año 683, en Trullo, los sabelianos fueron condenados de nuevo, aparentemente porque seguían celebrando bautismos bajo su fórmula basada en un solo Dios (y no como nosotros, los católicos, que bautizamos en nombre del Padre, del Hijo y del Joligós). Los historiadores, sin embargo, tienden a pensar que el canon nonagésimo quinto del concilio de Trullo viene a ser una especie de medida vintage, pues a partir del siglo V los sabelianos estaban ya muy de capa caída.

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