viernes, octubre 28, 2022

La hoja roja bolchevique (3): El periplo moldavo

El chavalote que construyó la Peineta de Novoselovo

Un fracaso detrás de otro
El periplo moldavo
Bajo el ala de Nikita Kruschev
El aguililla de la propaganda
Ascendiendo, pero poco
A la sombra del político en flor
Cómo cayó Kruschev (1)
Cómo cayó Kruschev (2)
Cómo cayó Kruschev (3)
Cómo cayó Kruschev (4)
En el poder, pero menos
El regreso de la guerra
La victoria sobre Kosigyn, Podgorny y Shelepin
Spud Webb, primer reboteador de la Liga
El Partido se hace científico
El simplificador
Diez negritos soviéticos
Konstantin comienza a salir solo en las fotos
La invención de un reformista
El culto a la personalidad
Orchestal manoeuvres in the dark
Cómo Andropov le birló su lugar en la Historia a Chernenko
La continuidad discontinua
El campeón de los jetas
Dos zorras y un solo gallinero
El sudoku sucesorio
El gobierno del cochero
Chuky, el muñeco comunista
Braceando para no ahogarse
¿Quién manda en la política exterior soviética?
El caso Bitov
Gorvachev versus Romanov 



Chernenko impulsó la creación de una nueva columna que aparecería en los periódicos moldavos: Na agitatsionnom punkte, o sea, en el puesto de propaganda. En dicha columna, el nuevo responsable de la ideología comunista en Moldavia comenzó a repartir. Comenzó por el raikom de Rezina, que, según él, no hacía bien su trabajo de propaganda; el secretario de dicho comité territorial fue rápidamente cesado. El tema tuvo su importancia, puesto que, normalmente, a un secretario territorial del Partido lo tenía que echar el Comité Central del Partido de la unidad territorial superior. Pero, esta vez, el cese corrió del lado de la Secretaría de Propaganda, no del propio Comité. Chernenko meaba fuera del plato, y eso sólo se hacía, en el sistema soviético, si se era absolutamente imbécil, o se tenía el riñón absolutamente cubierto. La opción correcta tiene que ser la segunda, aunque sabemos poco sobre quién lo avaló.

El 4 de febrero de 1949, Chernenko comenzó su prolija carrera como articulista de fondo, aunque éste primer artículo suyo era cautelosamente anónimo. Apareció en el periódico Sovietskaya Moldaviya, y venía a decir que a Lenin había que admirarlo pero que era cosa del pasado; que las instrucciones que había que seguir eran las de Stalin. Muy sorprendente, el articulito...

Cuando se convocó el II Congreso del Partido Comunista de Moldavia, 1949, Konstantin Chernenko tenía la ilusión de ser nombrado secretario del Comité Central para la Propaganda. Hasta entonces era responsable del departamento; pero ser el secretario del Comité encargado de eso mismo le garantizaría un poder mucho más sólido, y la posibilidad de poder comenzar a construir su primer y modesto grupo de acólitos que le debieran a él las putas y el vodka.

La cosa, sin embargo, salió mal. Su primer paso, como el de casi todo cuadro comunista ambicioso, era ser elegido para el llamado Comité de Credenciales y la propia Secretaría del Congreso, que dominaban el proceso de candidaturas y desde donde uno podía hacer lobby a favor de sí mismo. Su entrada en dicho comité, para su sorpresa, fue bloqueada. Y, como consecuencia de que ya no estuvo en el entramado político de la reunión, tuvo que ver cómo su principal rival en el escalado hacia el poder, el responsable del departamento de Agricultura del Comité, N. G. Kvasov, fuese nombrado miembro del Presidium del Congreso (me pregunto si este NG Kvasov, cuyo nombre completo no he encontrado en ningún lado, será el padre o el abuelo de Alexei Grigorievitch Kvasov, nacido en Chisinau y moldavo pues, que fue embajador ruso en Chile; en ese caso, probablemente la G de su nombre es el patronímico Grigorievitch, pero no puedo asegurarlo).

Peor aun, en el informe al Congreso de Nicolae. Koval, el hombre de poder en el PC moldavo, éste ni siquiera citó el nombre de Chernenko. Esas cosas, en la URSS, tenían gran importancia. Algo había pasado que el muchacho había perdido fuelle.


Chernenko, ante esta situación tan poco alentadora, decidió pedir el comodín de Stalin. Decidió convertirse en la gran espadaña del estalinismo en Moldavia; lo cual pasaba por abrir una guerra sin cuartel contra el nacionalismo moldavo, puesto que, en su interpretación (y de la Stalin) era el terreno en el que se movían los saboteadores del régimen. El responsable de Propaganda del PCM, pues, hizo nacionalismo inverso: exactamente igual que los nacionalistas suelen hacer del no-nacionalismo el origen de todos sus males, él convirtió al patriotismo moldavo el responsable de todo lo que la pasaba a Moldavia (aunque, en realidad, le pasaba a su Partido Comunista; pero ése era un matiz en el que un comunista average jamás, y jamás es jamás, se detiene).

En este movimiento, Chernenko cargó contra todo lo que no era ruso. Por ejemplo, se quejó amargamente de que en 1949 todavía hubiese un teatro en Chisinau dedicado a obras en yiddish para público judío. Asimismo, criticó la escasa moral comunista existente en la república, con sólo 20.000 miembros del Partido, buena parte de ellos miembros candidatos. Muy especialmente, se quejó de la escasísima plantilla de propagandistas que, por supuesto, se propuso incrementar (porque un buen ejército de ideólogos era la base de su propio poder, claro). Así pues, creó una serie de seminarios para estudiar la obra de Stalin por los que consiguió que pasara la práctica totalidad de los miembros del Partido. Sólo en 1949, Chernenko organizó más de 45.000 actos de propaganda en los que la asistencia era obligatoria con un nivel de respuesta tal que se ha calculado que la media resultante era de nueve encuentros asistidos por persona; niñes incluides.

Con todo, el gran terreno de actuación de Chernenko había de ser la cultura. Ya he dicho que Moldavia es una república no rusa. De hecho, las raíces de Moldavia son rumanas, y también lo es su lengua. El moldavo, como lengua con orígenes romances, se escribe como estoy escribiendo yo, no con caracteres cirílicos. Por ello, uno de los proyectos probablemente más distorsionadores alumbrado por la URSS de Stalin, en Moldavia como en otros territorios, fue obligar a aquéllos cuyos lenguajes no se escribían en cirílico a que lo fuesen. No sé, imaginaros que ahora Li Xinpin nos obligase a los españoles a escribir en ideogramas.

Además de eso, Chernenko pronto se fijó en que la literatura moldava contemporánea de su tiempo, porque se producía en un país que sólo era epidérmicamente comunista, trataba otros temas distintos de los que el realismo socialista propugnaba. Chernenko quería cambiar eso, pero ni Koval ni el jefe de gobierno moldavo, G. Rud, le apoyaban en esto. Eran moldavos, y tamaña agresión no les hacía ni puta gracia.

En ese momento, como he dicho, Chernenko sabía lo que tenía que hacer: pedir el comodín de Stalin.

Era responsable de Moldavia en el Comité Central del PCUS un tal V. A. Ivanov, asistido por su adjunto V E Efremov. Les mandó varios Whatsapp con la movida, y los jerifaltes de Moscú le vinieron a decir eso de qué vergüenza socialista, pero tampoco movieron demasiado en su favor. Por el camino, la nomenklatura local maniobró contra el fogoso ideólogo estalinista, de forma que su columna periodística de obligada inserción en los periódicos dejó de publicarse durante meses. Para Konstantin, todo aquello era una señal de que no podía transar ni dar marcha atrás. Había sido degradado ya dos veces por Moscú; por muchas mamadas que le hiciese a Stalin, una tercera acabaría con él para siempre, y lo sabía. Así que todo lo que quedaba era descararse y jugar la carta panrrusa en Moldavia, esperando que Moscú no se achantase.

Tiró por donde pensó que encontraría menos resistencia: los judíos. El 22 de noviembre de 1948, Chernenko apenas llevaba un mes en Moldavia, el Comité Central ya había publicando un decreto contra los escritores que consideraba traidores a la causa comunista, la mayor parte de ellos hebreos. Chernenko, de hecho, se dedicó, en los meses subsiguientes, a destapar los seudónimos que muchos escritores de origen judío utilizaban para esconder su origen.

Aquello fue la señal inicial de una campaña a gran escala que se llevó a cabo a partir de la segunda mitad de 1949, en la cual la inmensa mayoría de los judíos de origen que tenían algún puesto de alguna importancia en Moldavia, lo perdió. Konstantin había sido listo. La acusación principal contra los judíos, lanzada desde Moscú, era lo que los comunistas de entonces llamaban “cosmopolitanismo”. Se trataba de acusar a los judíos de no ser adecuadamente respetuosos con las realidades nacionales de las repúblicas donde residían; una forma ladina que tuvo el comunismo soviético de ganarse a los poderes locales que, en realidad, estaba triturando.

Chernenko, además, sabía que el II Congreso del Partido Comunista Moldavo estaba nigh, y que Stalin tenía la expectativa de que aprobase la total colectivización del campo moldavo. Sin embargo, terminaba el año 49 y el 25% de las explotaciones seguían siendo individuales. Esto le dio espacio a Chernenko para organizar una de sus típicas campañas de propaganda, esta vez en las zonas rurales.

A pesar de todo ello, finalmente Moldavia se quedó muy por debajo de las cuotas que le marcaba el Plan Quinquenal. Lógicamente, hubo consecuencias. Iván Zykov, un secretario del Comité Central de origen ruso, fue cesado; como fue cesado otro secretario llamado Radul. Chernenko, el membrillo, se apresuró a escribir a Moscú señalándoles que habían fallado el tiro; que el verdadero responsable era Koval, que había descuidado el trabajo ideológico (o sea: que no le hacía caso a él).

Chernenko había logrado movilizar a un ejército de 100.000 propagandistas en Moldavia. Así pues, de Moscú le acabó llegando la primera alegría seria de su vida: le concedieron la condecoración de la Orden del Trabajo de la Bandera Roja; una chapa que, de normal, colgaba de pecheras más descolgadas que la suya, pues lo normal era conseguirla siendo ya provecto.

Pero, claro, ningún gato abandona la sardina sin pelear. De forma inesperada para Chernenko, el pleno del Comité Central moldavo celebrado en febrero de 1950 desató un ataque furibundo contra él, dirigido entre bambalinas por Koval. El pleno del Comité Central concluyó que el trabajo de Chernenko había sido insatisfactoria, y lo reprendió por ello.

Chernenko, sabiéndose más querido en Moscú, contraatacó. Pravda publicó un artículo que ponía de vuelta y media al periódico local moldavo Sovietskaya Moldaviya por “haber perdido contacto con la realidad” (reproche éste que no deja de tener ribetes hasta líricos viniendo de un soviético). El artículo era una diatriba casi indisimulada hacia el poder comunista en Moldavia, al que acusaba de flojo y excesivamente complaciente con los campesinos, con los escritores, etc.

No se paró allí. En una táctica muy común en la Unión Soviética, decidió que, si no podía atacar a Koval, lo haría sobre su base de poder. Así que la tomó con uno de sus colaboradores más estrechos, un tal Tsonchev, que era el director de la editorial del Partido en Moldavia. Chernenko lo acusó de ser prácticamente analfabeto y de traicionar a los objetivos del Partido. De esta manera y con otras artes, acabó consiguiendo que Koval fuese cesado en julio de 1950.

Y ahí es donde a Konstantin Chernenko le tocó la lotería. Puesto que la persona designada para sustituir a Koval no fue otro que nuestro viejo amigo Leónidas Breznev.

De Breznev hemos hablado y no parado en este blog. Así pues, ya hemos dicho muchas cosas de él y, tal vez, no es necesario repetirlas. Pero repitamos alguna; por ejemplo, que era un estalinista de libro. Si por algo fue capaz este hombre de convertirse, de hecho, en el epítome del gobernante soviético, presente en la elite de poder creada por Lenin más que nadie, condecorado más que nadie, fue porque nadie mejor que él entendió las bases del poder soviético. Las entendió, insisto, mucho mejor que Lenin, quien al final de su vida da trazas de estar un tanto incómodo con el momio que él mismo había montado; que Stalin, quien para generar la estructura de poder que generó tuvo que hacerlo mediando unos niveles de violencia inusitados para el siglo XX (repetimos: inusitados para el siglo XX; sí, ése del Holocausto judío). Y, desde luego, lo entendió mucho mejor que otros de sus breves conmilitones de la Historia.

Breznev entendió, mejor que nadie, los siguientes elementos.

En primer lugar, que la URSS era un montaje corrupto. Que todo iba de engañar a un pueblo diciendo que se hacía por él, cuando era ese mismo pueblo el que hacía en favor de la elite extractiva. Stalin era un hombre que, como buen bolchevique, odiaba a los no proletarios; odiaba a los burgueses, los rusos blancos, los kulaks, y por eso no tenía reparo en masacrarlos. Pero su objetivo era hacer a la URSS grande. El objetivo de Breznev fue, sin embargo, hacer grande a la nomenklatura de la que formaba parte.

La segunda cosa que entendió Breznev es que el poder en la URSS se resumía en el patronaje. Todo tenía que ver con la cantidad de personas que tenías más o menos a tu cargo, dependiendo de ti, y dispuestas a apoyarte. Nada de peleas ideológicas, nada de eficiencia real. La URSS no iba de llegar a la cumbre del poder a base de generar bienestar, riqueza o progreso; iba de conseguir que mucha gente dijese que lo estabas haciendo de coña, a cambio, claro está, de sus propias coimas. En este entorno, el trabajo formalmente ideológico era fundamental, porque quien decía estar educando al pueblo, quien decía estar explicando a la plebe los objetivos de la Vanguardia Obrera, era quien mecía la cuna de los mensajes que daban el Poder.

En este entorno, un hombre como Breznev siempre necesitó a su alrededor a personas que compartiesen su cosmovisión y fuesen compatibles con ella. Su principal fuente de apoyo fueron siempre las Fuerzas Armadas, interesadas en mantener sus privilegios en una nación embocada a una lucha por la prelación armada mundial; y el grupo de colaboradores que el secretario general fue consolidando a lo largo de su vida política; la conocida como Mafia del Dnieper. Chernenko no pertenecía a esta Mafia; llegó a la vida de Breznev más tarde, cuando éste fue destinado al Partido Comunista Moldavo. Pero, sin lugar a dudas, en Breznev, un Konstantin Chernenko que comenzaba a ser una estrella roja en las últimas etapas de su vida, con cuarenta años y sin haber follado de verdad con el Poder, encontró el referente que buscaba. Y Breznev entendió que aquel tipo de obediencias perrunas, siempre dispuesto a ser el primero de la manifestación, sin preguntas, sin peros, amigo de los métodos en el fondo violentos como los del estalinismo, le sería enormemente útil a la hora de realizar trabajos de ésos en los que tú, por una razón o por otra, no te quieres manchar las manos. Uno entendió que había encontrado la escalera al poder; y el otro comprendió que había dado con un perro fiel como encontraría pocos en el mercado.

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