miércoles, junio 03, 2020

La Baader-Meinhof (2: Humphrey visita Berlín)

Éstas son todas las tomas de esta serie. Los enlaces irán apareciendo conforme se publiquen.

Benno Ohnesorg
Rudy Dutschke ha caído
La primera violencia
El incendio del Schneider
Al maco
Huidos 
El preso-investigador
Esa chica de escuela católica
La pareja se encuentra
Matrimonio y maternidad
Divorcio y radicalidad
Los últimos pasos
Hagamos que el capitalismo financie su propia destrucción
El traslado al Oeste
Bajo mínimos
El rescate
La escalada
Kaiserlautern
Las bombas de Heidelberg
La caída
Sabihondos y suicidas
Sartre echa un vistazo
Estocolmo
El juicio
Mogadiscio
Epílogo: queridos siperos


La semana entre el 3 y el 10 de diciembre de 1966, la SDS y otros grupos políticos de izquierda montaron una Semana de Vietnam. Fueron días de conferencias, encuentros, posters, lo habitual. El día 10, la movida terminó con una gran asamblea en la que surgió Rudy Dutschke, para entonces un líder estudiantil bastante consolidado, del tipo de ésos que ya no pagaban birras en los bares de las facultades a base de citar obras de Marx que no habían leído. Rudy llevó en volandas, en aquella asamblea, a los muy demócratas estudiantes de izquierdas; y los llevó más allá de la democracia, cosa que, la verdad, suele pasar con los demócratas de toda la vida. El Parlamento de Bonn, le dijo a aquellos centenares de mesmerizados miembros de la edad más autocomplaciente del ser humano, no era representativo (por qué no era representativo un parlamento surgido de las elecciones libres y sí lo era la relación de fuerzas que él había imaginado en su cabeza, no lo explicó; como no lo explicó nunca Daniel Cohn-Bendit ni ninguno de sus colegas y coletas de París). Por ello, había que crear una Oposición Extraparlamentaria que, se supone, debía ser escuchada no porque hubiera suficiente gente que creyese en ella, sino porque decía cosas muy guays.

Así enardecidos por la palabra de su líder, los estudiantes se fueron a la Casa de América, donde dieron los habituales vivas al Vietcong. Se produjeron enfrentamientos muy violentos con la policía, que arrestó a un centenar de protesters. Algunos de los detenidos eran paseantes de la zona, lo cual no ayudó a que la gente tuviese buena imagen de la actuación policial.

Esa misma tarde, la Kommune I celebró uno de sus happenings. El destino de la mayoría de sus movidas era despertar la conciencia de los burgueses; hay que recordar que, en aquella época, el mayoritario marxismo no marxista estudiantil (y digo eso de no marxista porque la inmensa mayoría de sus miembros jamás leyeron a Marx) estaba fuertemente influido por la famosa novela de Aldous Huxley, Brave, brave new World, que les permitía identificar a los seres alienados de la trama, los epsilones, con burgueses o, más concretamente, con pequeños burgueses. En la mayor parte, se trataba de sus padres, esos tipos que se habían roto los cojones y los ovarios durante décadas, algunos de ellos aceptando dos y hasta tres empleos a la vez, para que los putos niños pudieran tener vaqueros de campana; ellos, no obstante, consideraban que sus progenitores eran seres alienados, cuando no nazis emboscados.

La izquierda finisecular, surfeando la ola de una tendencia social tendente a considerar la juventud como la mejor etapa de la vida del ser humano, la etapa en la que es más sabio y equilibrado (teoría que se da de hostias con la lógica y los datos; pero qué le vamos a  hacer; los publicitarios tenían que vender, descubrieron que, con la llegada del bienestar general las personas entre los 13 y los 30 consumían un huevo, y se aplicaron a convencerlos de que eran la pera limonera); la izquierda, digo, apoyada por la teoría según la cual cuando se es joven es cuando se tienen las mejores ideas del mundo mundial, tornó a considerar a los que no pensaban como ella (los pequeñoburgueses), primero como explotadores interesados y, después, ya, directamente como mongolitos soplapollas merecedores de una palabra que les muy cara al izquierdismo, sobre todo maoísta: reeducación. Mediante este extraño retruécano argumental, en Berlín como en París, los estudiantes aspiraban a ser los profesores.

Como digo, fuertemente influidos por la novela de Huxley, los jóvenes de hace sesenta años consideraban que ellos eran los únicos que entendían; porque sus padres, sus tíos y no digamos sus abuelos, los tipos que se escornaban cada día en una oficina (o en dos, o en tres) para pagar su puta matrícula universitaria, eran personas sobre las que había caído un velo que había que rasgar, porque ellos sí que sabían. Un bolchevismo elegante, pues: hay una vanguardia que es la que sabe; y luego el resto del pueblo que, como es gilipollas, lo que tiene que hacer es obedecerla.

Como la Kommune I quería que la viesen los burgueses, era común que hiciese cosas en la calle más pija de Berlín, esa calle que es una puta tortura para todo aquél que trate de aprender a hablar alemán: la Kurfürstendamm (mi profesor de alemán me solía decir: el día que sepas pronunciar Kurfürstendamm y decir quincuagésimo quinto como Goethe, hablarás alemán). Esa calle es la calle Serrano de los alemanes, aunque muchos de ellos, conscientes de que su idioma no hay quien lo pronuncie aunque no coma polvorones, la llaman la Ku-Damm. Allí, en el Café Kranzler, todo un icono berlinés, los comuneros montaron un happening navideño. Montaron un árbol de Navidad con la bandera de los Estados Unidos y un cartel que decía: “¡Burgueses del mundo, uníos!” ¿Veis cómo la cosa iba de lo que iba?

En el árbol colocaron un retrato de Lyndon B. Johnson, el matarife de Vietnam; aunque en un gesto que trataba de equilibrar las cosas, supongo que forzado por los elementos anarquistas que tampoco faltaban en la comuna, también colocaron otro de Ulbritch. La cosa iba de quemar los retratos, fundamentalmente.

Estaban, como digo, en la acera delante del Kranzler que, si habéis estado en la Ku alguna vez, sabréis que es relativamente cómoda. Estaban en lo del fuego, aunque al parecer tenían el problema de que el único retrato que se mostraba inflamable era el de LBJ, cuando apareció la pasma. Los polis se quedaron con el árbol y detuvieron a sesenta personas, algunas, de nuevo, meros paseantes que, sin embargo, eran jóvenes y llevaban barba (hoy se habrían puesto las botas). El alcalde de Berlín (que era pastor protestante y teólogo), Henrich Albretz, criticó muy duramente a los estudiantes, pero eso sólo sirvió para que el apoyo social a sus movilizaciones se hiciese más evidente. Espoleados, los estudiantes decidieron realizar una nueva protesta, el día 17. Esa vez, sin embargo, se limitarían a caminar por la Ku-Damm llevando pancartas y cantando, en grupos pequeños; si se les acercaba la policía, plegaban los carteles, dejaban de cantar, y se separaban, para volver a reunirse en otro lugar de la calle.

A pesar de que la manifestación se montó de forma menos problemática que la anterior, la policía se la tomó muy en serio. Las habituales unidades se reforzaron con miembros de la Bepo (la Bereitzschafts Polizei, algo así como unidades de reserva); acordonaron la zona alrededor del Café Kranzler y practicaron detenciones, de nuevo demasiado indiscriminadas (incluso detuvieron a dos periodistas). También detuvieron, inconstitucionalmente, a Rudy Dutschke, pues en el momento de detención estaba paseando y, en Alemania, en ausencia de pandemias, pasear no es un crimen.

Pocos días después, el gran campeón legal de los estudiantes en ese momento, el abogado Horst Mahler, denunció a la policía en los tribunales alemanes. Mahler es un nota de cojones. En esta serie lo encontraremos a menudo, pues su papel en la Baader-Meinhof no es pequeño. No nos dará tiempo, eso sí, para contar cómo, ya en este siglo, acabó en el partido neonazi alemán…

Sin embargo, para entonces el tema de las manifas de izquierda estaba en manos de la Popo, la Policía Política. Los Popo entraron en las oficinas de la SDS en la Ku-Damm y se hicieron con los archivos de sus miembros. Horst Mahler llegó a toda prisa para exigir que los archivos se sellasen. La acción provocó al día siguiente una manifestación de protesta contra la policía. En dicha manifa estuvo Mahler, claro, además de los típicos miembros de la clase cultural alemana que ya empezaban a oler las delicias de la buena prensa a cambio de su solidaridad, como el escritor Günter Grass. Grass, sin embargo, se guardó de contarle a sus amiguitos su historia de juventud en las SS, claro. Al día siguiente, los archivos le fueron devueltos a la SDS, pero con los sellos rotos. La organización decidió un cambio de estrategia en favor de la movilización permanente.

En marzo, la SDS decretó la Semana Santa contra la bomba atómica. Hubo una manifa que pasó delante de la casa de América, sobre la que los manifestantes tiraron bolsas llenas de pintura (un trasunto de los huevecillos duros pintados que son tradicionales en Europa Central). Era, en todo caso, un calentamiento antes de abril, pues en dicho mes el vicepresidente de los Estados Unidos, Hubert Humphrey, tenía previsto visitar Berlín. La policía alemana detuvo a varios estudiantes, algunos ellos miembros de la Kommune porque, dijo, estaban realizando acciones en el apartamento de dicha comuna para atentar contra HHH. 

Por su parte, la SDS convocó una reunión estratégica, a la que fueron ochenta delegados, en su local de la Ku-Damm, para discutir acciones durante la visita del vicepresidente estadounidense. En medio de la reunión, algunos estudiantes, muy nerviosos, entraron para decir que, justo enfrente de la sede, había unos extraños coches aparcados con antenas muy grandes. Los ochenta salieron como un solo hombre a la calle, se fueron a por los vehículos, rompieron las antenas, les pincharon las ruedas y pintaron esvásticas en los mismos. La verdad es que no se equivocaban, porque todos los vehículos estaban petados de Popos. La policía política, temerosa de salir de los coches, no fuese que aquellos jovencillos algo alterados les fueran a decir algo, llamó a la Shupo (la Schutzpolizei, o policía municipal). Los pitufos llegaron fuertemente dotados y arrestaron a los miembros del comité de la SDS.

El panorama de la prensa berlinesa estaba dominado por el grupo Springer. Axel Springer, un magnate muy conservador, era el hombre más leído en la ciudad. La mayoría de sus medios eran muy sensacionalistas y tenían a la Alemania Oriental como principal objetivo. De hecho, Axel Springer no paró hasta que construyó un gran rascacielos para sus medios a tiro de lapo del muro: quería que la prosperidad occidental fuese bien visible desde el otro lado.

La estrategia de los periódicos de Springer era decir poca cosa de las acciones policiales pero convertir los descubrimientos prácticamente circunstanciales en el piso de la Kommune I en pruebas irrefutables de una actitud terrorista. Los medios Springer rebautizaron la Kommune I como La Comuna del Horror, y publicaron titulares como La embajada de Mao en Berlín Este provee de bombas para atentar contra el vicepresidente Humphrey. Para cuando esas noticias se publicaron, la Kripo ya sabía que todo lo que  había encontrado era… un púdin de yogur, pintura, harina y otros elementos inofensivos.

Mahler se apresuró a pedir la inmediata liberación de los miembros del comité de la SDS, que se verificó en horas. Horas después de que Humphrey llegase a Berlín, un par de miles de manifestantes estaban delante del palacio de Charlotemburgo, donde se encontraba el americano. Allí le tiraron al coche las peligrosísimas bombas de harina y pintura que la Kripo había descubierto en Kommune I. Surgió una contramanifestación proamericana y se rifaron varios muestrarios de hostias entre el amable público. Luego, cuando Humphrey se marchó de Charlotemburgo, los manifestantes, o algunos de ellos, lo siguieron hasta la sede central del Grupo Springer, donde tenía una recepción. Como no les dejaban pasar, la tomaron con los coches aparcados de la caravana; hubo que pedir otra nueva. 

La policía hizo 24 detenciones. Los comuneros detenidos, sin embargo, fueron liberados al día siguiente, y dieron una rueda de prensa indicando que sus bombas de harina permitían ser provocadoras. En Konkret, una revista política de izquierdas de la que volveremos a saber en estas notas, una de sus escritoras elaboró un artículo muy crítico con la actitud de aquellos tipos, a los que acusaba de no haber sabido explotar su momento. La escritora se llamaba Ulrike Meinhof y, por supuestísimo, volveremos a hablar de ella.

El vicepresidente Humphrey, en todo caso, se marchó sin demasiado problema. Las cosas, creo yo, hay que situarlas en su lugar más exacto posible. Aunque la intención de muchos ha sido durante mucho tiempo convencer al mundo de que Berlín vibraba en ese momento con las protestas antiamericanas, lo cierto es que los datos que se pueden obtener sobre el nivel de seguimiento que tenían las protestas y, sobre todo, fuera de la universidad, no confirman mucho esa impresión de la vibración berlinesa. Quien se manifiesta y desfila detrás de la batucada de turno a menudo olvida que la sociedad está mayoritariamente compuesta por elementos que no suelen estar presentes en esas manifestaciones. El movimiento estudiantil alemán estaba todavía lejos de poder ser un movimiento comúnmente aceptado, respetado e incluso, por qué no, admirado por otros. Pero estaba en ello.

Ahora, además, tenía una oportunidad, en realidad, mucho mejor que la visita de Humphrey que, al fin y al cabo, fue breve y muy pautada. En unas semanas, quien tenía que visitar Berlín era el gran aliado de los EEUU en Oriente Medio: el sha de Persia.

Caza mayor.

4 comentarios:

  1. Imposible respetar a una organización que se llame "La PoPó".

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    1. No sólo eso. Sino que la Popo, la Bepo, la Kripo y la Schupo parecen una mala copia de los hermanos Marx.

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  2. Estoy terminando la trilogía de Richard Evans sobre el Tercer Reich, y este tema de ahora me va mucho.

    El penúltimo párrafo se lo daría a leer a la fauna de Menéame para que comprendiera que su mundo no es el Mundo. A ver si conseguíamos que no se llevaran un soponcio en las elecciones.

    Y como siempre, mi más rabiosa y española envidia por su capacidad de trabajo.

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  3. PeroPero qué rayos... no creo que el capitailsmo sea perfecto; pero si, tanta hambre de comunismo tenían, les hubiera bastado con emigrar a la Alemania oriental... ddd

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