Rumania, ese chollo
A la sombra de los soviéticos en flor
Quiero rendirme
El largo camino hacia el armisticio
Conspirando a toda velocidad
El golpe
Elecciones libres; o no
En contra de mi propio gobierno
Elecciones libres (como en la URSS)
El último obstáculo, el rey
Con la Iglesia hemos topado
El calvario uniate
Securitate
Yo quiero ser un colectivizador como mi papá
Stefan Foris
Patrascanu y Pauker
La caída en desgracia de Lucretiu Patrascanu
La sombra del titoísmo
Gheorghiu-Dej se queda solo
Ana Pauker, salvada por un ictus
La apoteosis del primer comunista de Rumania
Hungría
Donde dije digo…
El mejor amigo del primo de Zumosol
Pilesti
Pío, pío, que yo no he sido
Trabajador forzado por la gracia de Lenin
Los comienzos de la diferenciación
Pues yo me voy a La Mutua (china)
Hasta nunca Gheorghe
El nuevo mando
Yo no fui
Yo no soy ellos
Enemigo de sus amigos
Grandeza y miseria
De mal en peor
Esos putos húngaros
El puteo húngaro
El maldito libro transilvano
El sudoku moldavo
La fumada de Artiom Lazarev
Viva Besarabia libre (y rumana)
Primeras disidencias
Goma
Los protestantes protestan
Al líder obrero no lo quieren los obreros
Brasov
No toques a Tokes
Arde Timisoara
El derrumbador de iglesias y monasterios
Qué mal va esto
Epílogo: el comunista que quiso sorber y soplar a la vez
El ataque definitivo habría de llegar en la sesión del Comité Central del partido que se llevó a cabo el 29 de febrero y 1 de marzo de 1952. Vasile Luca fue allí severamente criticado por haber permitido gravísimos errores y fraudes en el Ministerio de Finanzas, así como en el banco central nacional, durante la aplicación de la reforma de la moneda de 28 de enero. El pleno del Comité se vio precedido por una reunión del Politburo en la que Ana Pauker y Teohari Georgescu salieron en defensa de Luca, pero no fueron seguidos por nadie.
El Comité Central montó una
comisión “independiente” (o así) que tardó exactos ocho días en realizar su
investigación. El 9 de marzo, ya estaban los comisionados en disposición de
explicar las conclusiones de sus muy sesudas investigaciones. Para sorpresa de
todo el mundo (ironía OFF), la comisión informó de que Vasile Luca había
nucleado un grupo de derechistas contrarrevolucionarios que habían “erosionado
la democracia popular” (oye, que lo mismo tenían razón, y fue por eso que el
comunismo rumano fue tan poco democrático). El informe recomendaba el cese de
Luca como ministro de Finanzas, cese que fue anunciado ese mismo día por el Pravda
rumano, es decir, el diario Scinteia. El 13 de marzo, los cargos
fueron formalmente presentados ante el Comité Central. En un segundo plenario,
celebrado el 26 y 27 de mayo, Vasile Luca fue expulsado del Partido. En dicha
reunión, Pauker fue fuertemente criticada por haber hablado en favor de Luca,
con el resultado de que no fue reelegida para el Politburo. Eso sí, se informó
de que, dado que se había avenido a reconocer algunos de sus errores, la
dejaron seguir siendo ministra de Asuntos Exteriores. Al día siguiente, Scinteia
informó de que Georgescu, que llevaba ocho años siendo el Marlaskita del
régimen, había sido sustituido por su segundo, Alexandru Draghici.
El 2 de junio, Gheorghiu-Dej
dio el último paso para adverar, ante el mundo pero sobre todo ante los
comunistas rumanos y soviéticos, su total prevalencia en el Partido. Ese día,
Gheorghiu-Dej fue nombrado (aunque lo más exacto sería decir que él mismo se
nombró a sí mismo) primer ministro. Una vez que hubo juntado, como algunos años
después haría Nikita Khruschev, el poder en el Partido y en el gobierno,
intensificó los ataques contra el trío de la bencina (Luca, Pauker y
Georgescu).
Era una orden para actuar. El
16 de agosto, Vasile Luca fue detenido y llevado a dependencias policiales para
ser amablemente interrogado. Estuvo así, en plan ahora te hago una pregunta
ahora te arreo una hostia, hasta el otoño de 1954, cuando los comunistas
rumanos consideraron que su antiguo camarada y las personas que se había
decidido eran sus cómplices estaban ya lo suficientemente blandos como para
llevarlos a juicio. Junto a Luca había 28 personas que habían sido arrestadas
más o menos al mismo tiempo, y con la mayoría de los cuales los interrogadores
se habían portado con bastantes menos melindres.
Los interrogatorios fueron
monitorizados por los asesores soviéticos; aunque el responsable directo de los
mismos fue el coronel rumano, Francisc Butyka, a quien los propios rumanos
conocen como “el matón en jefe”, así que ya os digo cómo va la cosa. El
general Vladimir Mazuru era el enlace que utilizaba el interrogador para
recibir las órdenes de Tiganov, el asesor soviético que mecía la cuna.
A base de hostias y presiones,
la Securitate le arrancó a los 29 detenidos confirmación de todas las chorradas
que se les ocurrieron. Una vez que tuvieron las confesiones, los policías
perdieron el interés por aquella gente, y liberaron a 24 detenidos. Uno había
muerto durante la etapa de interrogatorio. Consecuentemente, acabaron por
llevar a tres personas a juicio junto con Luca: Alexandru Jacob, ex
viceministro de Finanzas; Ivan Solymos; y Dumitru Cernicica, ambos altos
funcionarios del departamento. A Jacob le cayeron 20 años de trabajos forzados,
a Solymos 15 y a Cernicica, tres. Todavía a día de hoy no está claro si estas
personas estaban o no estaban, o iban a estar, en el paquete de los acusados en
el juicio de Patrascanu; la opción más probable es que sí lo estuvieron pero,
por medio, a Stalin le dio el apechusque, y los planes cambiaron.
Pauker y Georgescu no fueron
detenidos. Pero eso no quiere decir que su integridad hubiese sido respetada.
La policía secreta comenzó a cebar el rumor de que Pauker estaba en contacto
con potencias occidentales (yo siempre he pensado que para dar credibilidad a
estas teorías es por lo que la dejaron seguir siendo ministra de Asuntos
Exteriores); el enlace para estos contactos sería el propio hermano de Pauker,
que vivía en Israel. También la acusaron de tener dinero en Suiza. El 5 de
julio de 1952, fue finalmente cesada como ministra de Asuntos Exteriores,
aunque mantuvo el puesto de viceprimera ministra hasta el 24 de noviembre,
cuando también la cesaron de ese puesto. Para que quedase claro que no era una
venganza antisemita, los comunistas rumanos se ocuparon muy mucho de sustituir
a Pauker con otro judío: Simion Bughici.
El círculo estaba terminando de
cerrarse. El 20 de febrero de 1953, Ana Pauker fue detenida. Fue acusada de
desviacionismo derechista, acusaciones que ella negó con cajas destempladas.
Comenzó a ser interrogada sobre sus actividades en Moscú durante la guerra, y
sobre sus relaciones con la Komintern. Yo, personalmente, no tengo duda de que
se enfrentaba al mismo destino que, hasta ese momento, habían vivido ya Luca y
Georgescu. Pero a Pauker la salvó la campana, es decir, la roscada de Stalin.
El 20 de abril, después de que Viacheslav Molotov hubiese, literalmente,
asediado a Gheorghiu-Dej con multitud de llamadas de teléfono, Ana Pauker fue
liberada. Eso sí, la otrora poderosísima dirigente comunista rumana había
entendido el mensaje, así que comenzó a llevar una vida de Doña Nadie en
Bucarest, en la que siguió hasta su muerte, ocurrida el 3 de junio de 1960. Se
podría decir que el nuevo poder en Moscú no la quería muerta; pero tampoco la
quería viva.
Dos días antes del arresto de
Pauker, el 18 de febrero de 1953, habían sido secuestrados Teohari Georgescu y
si principal adjunto en el Ministerio del Interior, Marin Jianu. Para Georgescu
no hubo casilla de la vida derivada de la muerte de Stalin. Fue investigado a
fondo por las fuerzas de seguridad durante dos años y medio. Se investigó a
fondo su actividad durante el 23 de agosto de 1944, a la búsqueda de pruebas de
que había hecho cosas para perjudicar al Partido; pero la cosa es que la
Securitate, por mucho que buscó, no consiguió dar las hostias adecuadas encontrar
pruebas suficientes; así que tuvo que escribir, negro sobre blanco, que carecía
de indicios para acusar a Georgescu, como se le había ordenado, de ser un
informador de la Siguranta.
Así las cosas, abrieron una
segunda línea de investigación en la que “encontraron” que, en el tiempo en que
había sido ministro, se condujo “contra los intereses del Partido y del Estado,
traicionando a su sentido de clase y relacionándose con elementos corruptos y
hostiles”. En otras palabras, fue acusado de haber mantenido, por instilación
de Pauker, reuniones con miembros de la oposición, con el objetivo de generar
un golpe de Estado.
Georgescu fue, además, acusado
de mantener una diversidad de relaciones extra maritales con diversas mujeres;
él mismo llegó a confesar, en los interrogatorios, haberse frotado con 46 tías,
una marca que ni Fermín Trujillo; la mayoría de esas amantes, concluyó la
policía, eran peligrosos elementos burgueses (ya se sabe que, de toda la vida,
las pijas han estado más buenas que las comunistas). La mayoría de aquellas
relaciones, concluyó la policía, eran contraprestaciones sexuales que Georgescu
exigía de las mujeres y las hijas de presos políticos, a cambio de su
pretendida liberación. Que uno, cuando lee estas cosas, no hace sino
preguntarse de dónde pusieron sacar los policías comunistas rumanos una cosa
así, estando como estaban asesorados por los soviéticos, que tenían una figura
en casa tan virtuosa y respetuosa de la mujer con Lavrentii Beria. Por último,
a Georgescu también se le “encontraron” sumas de dinero y joyas que habría
recibido de ricos hombres de negocios rumanos a cambio de extender pasaportes
que les permitiesen salir del país.
Las “pruebas” contra Georgescu
y Jianu eran abrumadoras. Pero, sin embargo, ninguno de los dos fue llevado a
juicio. En un caso casi único, fueron finalmente liberados. Es probable que el
mucho tiempo que tomó la investigación de su caso les jugase a favor. En 1956,
el año en que terminó la investigación, las cosas habían cambiado de forma
radical en la URSS, y estaba claro que el padrecito soviético ya no era nada
amigo de los juicios sumarísimos por traición política; cabe recordar que los
propios sucesores de Stalin, casi lo primero que habían hecho había sido
desmontar la conspiración de los doctores y apiolarse a Beria. Además, en 1956
Gheorghiu-Dej ya no tenía nada que temer de aquellos tipos, y sabía bien que,
si los liberaba, se hundirían en una existencia sin importancia.
Georgescu, de hecho, fue
enviado, tras su liberación, con un empleo de corrector de pruebas justo en la
imprenta en la que había tenido su primer trabajo, como cajista, en 1923.
Gheorghiu-Dej incluso lo nombró director de la imprenta con el tiempo.
Como os acabo de decir, la
muerte de Stalin, pero, sobre todo, la desaparición de Beria en diciembre de
1953, supusieron que el Partido de los Trabajadores de Rumania dejó de sentir
la exigencia soviética de un gran juicio político. Eso sí, lo que los
soviéticos parecían tener claro era que Gheorghiu-Dej debía hacer un gesto de
cogobernanza, y renunciar a su doble condición de jefe del Partido y del
Gobierno. El secretario general, sin embargo, no tenía ni puta gana de atender
esa petición, y se resistió a ello con denuedo hasta 1956. Tenía razones para
ello.
Gheorghiu-Dej temía al nuevo
liderazgo soviético. No sabía por dónde podía salir el nuevo poder; y él no
podía olvidar que Lucretiu Patrascanu seguía vivo. El otrora principal líder
comunista rumano estaba acabado; pero mejor haríamos en decir que parecía acabado;
pues no habría sido, ni de coña, el primer caso en el cual el comunismo, con el
mismo desparpajo que había arrastrado a alguien por los suelos, de repente lo
encumbraba. Porque sabía que mientras Patrascanu fuese una teórica alternativa
a él mismo no podía estar tranquilo fue por lo que Dej, aunque como he dicho ya
no percibía desde Moscú la demanda de un juicio político, decidió abrir el
juicio contra Patrascanu.
Los cargos contra Patrascanu se
habían presentado el 22 de febrero de 1948 en el I Congreso del PTR. Había sido
denunciado por ser un “exponente de la ideología burguesa”; y para que se vea
lo petado que está el comunismo de coincidencias miserables, su acusador había
sido Teohari Georgescu.
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