martes, noviembre 18, 2025

Ceaucescu (20): Ana Pauker, salvada por un ictus




Rumania, ese chollo
A la sombra de los soviéticos en flor
Quiero rendirme
El largo camino hacia el armisticio
Conspirando a toda velocidad
El golpe
Elecciones libres; o no
En contra de mi propio gobierno
Elecciones libres (como en la URSS)
El último obstáculo, el rey
Con la Iglesia hemos topado
El calvario uniate
Securitate
Yo quiero ser un colectivizador como mi papá
Stefan Foris
Patrascanu y Pauker
La caída en desgracia de Lucretiu Patrascanu
La sombra del titoísmo
Gheorghiu-Dej se queda solo
Ana Pauker, salvada por un ictus
La apoteosis del primer comunista de Rumania
Hungría
Donde dije digo…
El mejor amigo del primo de Zumosol
Pilesti
Pío, pío, que yo no he sido
Trabajador forzado por la gracia de Lenin
Los comienzos de la diferenciación
Pues yo me voy a La Mutua (china)
Hasta nunca Gheorghe
El nuevo mando
Yo no fui
Yo no soy ellos
Enemigo de sus amigos
Grandeza y miseria
De mal en peor
Esos putos húngaros
El puteo húngaro
El maldito libro transilvano
El sudoku moldavo
La fumada de Artiom Lazarev
Viva Besarabia libre (y rumana)
Primeras disidencias
Goma
Los protestantes protestan
Al líder obrero no lo quieren los obreros
Brasov
No toques a Tokes
Arde Timisoara
El derrumbador de iglesias y monasterios
Qué mal va esto
Epílogo: el comunista que quiso sorber y soplar a la vez

 


El ataque definitivo habría de llegar en la sesión del Comité Central del partido que se llevó a cabo el 29 de febrero y 1 de marzo de 1952. Vasile Luca fue allí severamente criticado por haber permitido gravísimos errores y fraudes en el Ministerio de Finanzas, así como en el banco central nacional, durante la aplicación de la reforma de la moneda de 28 de enero. El pleno del Comité se vio precedido por una reunión del Politburo en la que Ana Pauker y Teohari Georgescu salieron en defensa de Luca, pero no fueron seguidos por nadie.

El Comité Central montó una comisión “independiente” (o así) que tardó exactos ocho días en realizar su investigación. El 9 de marzo, ya estaban los comisionados en disposición de explicar las conclusiones de sus muy sesudas investigaciones. Para sorpresa de todo el mundo (ironía OFF), la comisión informó de que Vasile Luca había nucleado un grupo de derechistas contrarrevolucionarios que habían “erosionado la democracia popular” (oye, que lo mismo tenían razón, y fue por eso que el comunismo rumano fue tan poco democrático). El informe recomendaba el cese de Luca como ministro de Finanzas, cese que fue anunciado ese mismo día por el Pravda rumano, es decir, el diario Scinteia. El 13 de marzo, los cargos fueron formalmente presentados ante el Comité Central. En un segundo plenario, celebrado el 26 y 27 de mayo, Vasile Luca fue expulsado del Partido. En dicha reunión, Pauker fue fuertemente criticada por haber hablado en favor de Luca, con el resultado de que no fue reelegida para el Politburo. Eso sí, se informó de que, dado que se había avenido a reconocer algunos de sus errores, la dejaron seguir siendo ministra de Asuntos Exteriores. Al día siguiente, Scinteia informó de que Georgescu, que llevaba ocho años siendo el Marlaskita del régimen, había sido sustituido por su segundo, Alexandru Draghici.

El 2 de junio, Gheorghiu-Dej dio el último paso para adverar, ante el mundo pero sobre todo ante los comunistas rumanos y soviéticos, su total prevalencia en el Partido. Ese día, Gheorghiu-Dej fue nombrado (aunque lo más exacto sería decir que él mismo se nombró a sí mismo) primer ministro. Una vez que hubo juntado, como algunos años después haría Nikita Khruschev, el poder en el Partido y en el gobierno, intensificó los ataques contra el trío de la bencina (Luca, Pauker y Georgescu).

Era una orden para actuar. El 16 de agosto, Vasile Luca fue detenido y llevado a dependencias policiales para ser amablemente interrogado. Estuvo así, en plan ahora te hago una pregunta ahora te arreo una hostia, hasta el otoño de 1954, cuando los comunistas rumanos consideraron que su antiguo camarada y las personas que se había decidido eran sus cómplices estaban ya lo suficientemente blandos como para llevarlos a juicio. Junto a Luca había 28 personas que habían sido arrestadas más o menos al mismo tiempo, y con la mayoría de los cuales los interrogadores se habían portado con bastantes menos melindres.

Los interrogatorios fueron monitorizados por los asesores soviéticos; aunque el responsable directo de los mismos fue el coronel rumano, Francisc Butyka, a quien los propios rumanos conocen como “el matón en jefe”, así que ya os digo cómo va la cosa. El general Vladimir Mazuru era el enlace que utilizaba el interrogador para recibir las órdenes de Tiganov, el asesor soviético que mecía la cuna.

A base de hostias y presiones, la Securitate le arrancó a los 29 detenidos confirmación de todas las chorradas que se les ocurrieron. Una vez que tuvieron las confesiones, los policías perdieron el interés por aquella gente, y liberaron a 24 detenidos. Uno había muerto durante la etapa de interrogatorio. Consecuentemente, acabaron por llevar a tres personas a juicio junto con Luca: Alexandru Jacob, ex viceministro de Finanzas; Ivan Solymos; y Dumitru Cernicica, ambos altos funcionarios del departamento. A Jacob le cayeron 20 años de trabajos forzados, a Solymos 15 y a Cernicica, tres. Todavía a día de hoy no está claro si estas personas estaban o no estaban, o iban a estar, en el paquete de los acusados en el juicio de Patrascanu; la opción más probable es que sí lo estuvieron pero, por medio, a Stalin le dio el apechusque, y los planes cambiaron.

Pauker y Georgescu no fueron detenidos. Pero eso no quiere decir que su integridad hubiese sido respetada. La policía secreta comenzó a cebar el rumor de que Pauker estaba en contacto con potencias occidentales (yo siempre he pensado que para dar credibilidad a estas teorías es por lo que la dejaron seguir siendo ministra de Asuntos Exteriores); el enlace para estos contactos sería el propio hermano de Pauker, que vivía en Israel. También la acusaron de tener dinero en Suiza. El 5 de julio de 1952, fue finalmente cesada como ministra de Asuntos Exteriores, aunque mantuvo el puesto de viceprimera ministra hasta el 24 de noviembre, cuando también la cesaron de ese puesto. Para que quedase claro que no era una venganza antisemita, los comunistas rumanos se ocuparon muy mucho de sustituir a Pauker con otro judío: Simion Bughici.

El círculo estaba terminando de cerrarse. El 20 de febrero de 1953, Ana Pauker fue detenida. Fue acusada de desviacionismo derechista, acusaciones que ella negó con cajas destempladas. Comenzó a ser interrogada sobre sus actividades en Moscú durante la guerra, y sobre sus relaciones con la Komintern. Yo, personalmente, no tengo duda de que se enfrentaba al mismo destino que, hasta ese momento, habían vivido ya Luca y Georgescu. Pero a Pauker la salvó la campana, es decir, la roscada de Stalin. El 20 de abril, después de que Viacheslav Molotov hubiese, literalmente, asediado a Gheorghiu-Dej con multitud de llamadas de teléfono, Ana Pauker fue liberada. Eso sí, la otrora poderosísima dirigente comunista rumana había entendido el mensaje, así que comenzó a llevar una vida de Doña Nadie en Bucarest, en la que siguió hasta su muerte, ocurrida el 3 de junio de 1960. Se podría decir que el nuevo poder en Moscú no la quería muerta; pero tampoco la quería viva.

Dos días antes del arresto de Pauker, el 18 de febrero de 1953, habían sido secuestrados Teohari Georgescu y si principal adjunto en el Ministerio del Interior, Marin Jianu. Para Georgescu no hubo casilla de la vida derivada de la muerte de Stalin. Fue investigado a fondo por las fuerzas de seguridad durante dos años y medio. Se investigó a fondo su actividad durante el 23 de agosto de 1944, a la búsqueda de pruebas de que había hecho cosas para perjudicar al Partido; pero la cosa es que la Securitate, por mucho que buscó, no consiguió dar las hostias adecuadas encontrar pruebas suficientes; así que tuvo que escribir, negro sobre blanco, que carecía de indicios para acusar a Georgescu, como se le había ordenado, de ser un informador de la Siguranta.

Así las cosas, abrieron una segunda línea de investigación en la que “encontraron” que, en el tiempo en que había sido ministro, se condujo “contra los intereses del Partido y del Estado, traicionando a su sentido de clase y relacionándose con elementos corruptos y hostiles”. En otras palabras, fue acusado de haber mantenido, por instilación de Pauker, reuniones con miembros de la oposición, con el objetivo de generar un golpe de Estado.

Georgescu fue, además, acusado de mantener una diversidad de relaciones extra maritales con diversas mujeres; él mismo llegó a confesar, en los interrogatorios, haberse frotado con 46 tías, una marca que ni Fermín Trujillo; la mayoría de esas amantes, concluyó la policía, eran peligrosos elementos burgueses (ya se sabe que, de toda la vida, las pijas han estado más buenas que las comunistas). La mayoría de aquellas relaciones, concluyó la policía, eran contraprestaciones sexuales que Georgescu exigía de las mujeres y las hijas de presos políticos, a cambio de su pretendida liberación. Que uno, cuando lee estas cosas, no hace sino preguntarse de dónde pusieron sacar los policías comunistas rumanos una cosa así, estando como estaban asesorados por los soviéticos, que tenían una figura en casa tan virtuosa y respetuosa de la mujer con Lavrentii Beria. Por último, a Georgescu también se le “encontraron” sumas de dinero y joyas que habría recibido de ricos hombres de negocios rumanos a cambio de extender pasaportes que les permitiesen salir del país.

Las “pruebas” contra Georgescu y Jianu eran abrumadoras. Pero, sin embargo, ninguno de los dos fue llevado a juicio. En un caso casi único, fueron finalmente liberados. Es probable que el mucho tiempo que tomó la investigación de su caso les jugase a favor. En 1956, el año en que terminó la investigación, las cosas habían cambiado de forma radical en la URSS, y estaba claro que el padrecito soviético ya no era nada amigo de los juicios sumarísimos por traición política; cabe recordar que los propios sucesores de Stalin, casi lo primero que habían hecho había sido desmontar la conspiración de los doctores y apiolarse a Beria. Además, en 1956 Gheorghiu-Dej ya no tenía nada que temer de aquellos tipos, y sabía bien que, si los liberaba, se hundirían en una existencia sin importancia.

Georgescu, de hecho, fue enviado, tras su liberación, con un empleo de corrector de pruebas justo en la imprenta en la que había tenido su primer trabajo, como cajista, en 1923. Gheorghiu-Dej incluso lo nombró director de la imprenta con el tiempo.

Como os acabo de decir, la muerte de Stalin, pero, sobre todo, la desaparición de Beria en diciembre de 1953, supusieron que el Partido de los Trabajadores de Rumania dejó de sentir la exigencia soviética de un gran juicio político. Eso sí, lo que los soviéticos parecían tener claro era que Gheorghiu-Dej debía hacer un gesto de cogobernanza, y renunciar a su doble condición de jefe del Partido y del Gobierno. El secretario general, sin embargo, no tenía ni puta gana de atender esa petición, y se resistió a ello con denuedo hasta 1956. Tenía razones para ello.

Gheorghiu-Dej temía al nuevo liderazgo soviético. No sabía por dónde podía salir el nuevo poder; y él no podía olvidar que Lucretiu Patrascanu seguía vivo. El otrora principal líder comunista rumano estaba acabado; pero mejor haríamos en decir que parecía acabado; pues no habría sido, ni de coña, el primer caso en el cual el comunismo, con el mismo desparpajo que había arrastrado a alguien por los suelos, de repente lo encumbraba. Porque sabía que mientras Patrascanu fuese una teórica alternativa a él mismo no podía estar tranquilo fue por lo que Dej, aunque como he dicho ya no percibía desde Moscú la demanda de un juicio político, decidió abrir el juicio contra Patrascanu.

Los cargos contra Patrascanu se habían presentado el 22 de febrero de 1948 en el I Congreso del PTR. Había sido denunciado por ser un “exponente de la ideología burguesa”; y para que se vea lo petado que está el comunismo de coincidencias miserables, su acusador había sido Teohari Georgescu.

Cuando Malenkov le hizo llegar a Gheorghiu-Dej mensajes sobre la demanda soviética de una cogobernanza comunista en Rumania, el secretario general vio el Infierno abierto, y decidió acabar con el tipo al que tenía en custodia desde hacía 8 años. En enero de 1954, cuando en algunos rincones de Moscú todavía estaban descolgando retratos de Beria, estuvieron en la capital soviética Gheorghiu-Dej, Miron Constantinescu, Alexandru Barladeanu y Dumitru Petrescu. A aquella reunión los rumanos llevaron un dosier de 50 páginas, escrito en ruso, explayando los cargos contra Patrascanu y proponiendo su condena a muerte. Aparentemente, Malenkov dio su bendición al veredicto (porque así, querido amigo, es como se comportan los comunistas; esos mismos que luego tienen los cojonazos de acusar a otros de lawfare o de ser jueces franquistas).

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