martes, noviembre 04, 2025

Ceacucescu (12): El calvario uniate




Rumania, ese chollo
A la sombra de los soviéticos en flor
Quiero rendirme
El largo camino hacia el armisticio
Conspirando a toda velocidad
El golpe
Elecciones libres; o no
En contra de mi propio gobierno
Elecciones libres (como en la URSS)
El último obstáculo, el rey
Con la Iglesia hemos topado
El calvario uniate
Securitate
Yo quiero ser un colectivizador como mi papá
Stefan Foris
Patrascanu y Pauker
La caída en desgracia de Lucretiu Patrascanu
La sombra del titoísmo
Gheorghiu-Dej se queda solo
Ana Pauker, salvada por un ictus
La apoteosis del primer comunista de Rumania
Hungría
Donde dije digo…
El mejor amigo del primo de Zumosol
Pilesti
Pío, pío, que yo no he sido
Trabajador forzado por la gracia de Lenin
Los comienzos de la diferenciación
Pues yo me voy a La Mutua (china)
Hasta nunca Gheorghe
El nuevo mando
Yo no fui
Yo no soy ellos
Enemigo de sus amigos
Grandeza y miseria
De mal en peor
Esos putos húngaros
El puteo húngaro
El maldito libro transilvano
El sudoku moldavo
La fumada de Artiom Lazarev
Viva Besarabia libre (y rumana)
Primeras disidencias
Goma
Los protestantes protestan
Al líder obrero no lo quieren los obreros
Brasov
No toques a Tokes
Arde Timisoara
El derrumbador de iglesias y monasterios
Qué mal va esto
Epílogo: el comunista que quiso sorber y soplar a la vez

 

El gobierno redujo las sedes católicas rumanas a dos: Alba Iulia y Bucarest, tras haber establecido por ley que una sede obispal debía de tener 750.000 fieles como mínimo. El obispo de la primera de estas provincias, Aron Marton, trató de negociar con el gobierno haciendo algunas propuestas de convivencia. Pero todo lo que logró fue ser detenido en junio de 1949; el resto de obispos pronto le siguió. El obispo Scheffler fue detenido en marzo de 1949 y, tras un tiempo en un convento franciscano, fue trasladado a la prisión de Sighet, donde moriría al año siguiente. En junio de 1949 fue detenido el ya entonces ex titular de Bucarest, Alexandru Cisar; como lo fue su sucesor, Augustin Pacha, quien fue detenido junto con Marton y Anton Durcovici, obispo de Iasi. Pacha murió poco después; a Cisar lo mantuvieron en un monasterio. Durcovici moriría en la cárcel en 1951, y Cisar fue autorizado a regresar a Bucarest estando prácticamente terminal, el año que murió (1954).

Como ya os he contado, la ley de reforma educativa de 3 agosto de 1948 ilegalizó todas las escuelas confesionales; y un decreto con fecha 29 de julio de 1949 abolió todas las órdenes y congregaciones católicas. El 30 de agosto de 1949 se publicó una orden por la cual todos los monasterios y conventos debían ser abandonados por sus ocupantes antes de la medianoche de aquel mismo día.

Tras todas estas acciones, el Ministerio de Confesiones Religiosas elaboró un nuevo estatuto de la vida religiosa. En dicho estatuto seguía considerando al Francisquito como la mayor autoridad católica en materias de fe y dogma; es decir, en las materias en las que un PasPas, en realidad, no quiere mandar, porque lo que le interesa es la pasta. En todo lo demás, la Iglesia era un actor civil más, sometido a las leyes rumanas. El gobierno, aun así, le conservó al Francisquito el poder de nombrar obispos; pero estatuyó que todo nombramiento debía hacerse a propuesta de la Iglesia católica rumana, que controlaba; y debía de estar sometido a la aprobación del gobierno. El Papa instruyó a su nuncio apostólico, Gerald O’Hara, para que rechazase todas estas condiciones. De esta manera, la relación entre Iglesia y Estado en Rumania se enfrió al máximo, al contrario de lo que pasó en otros países comunistas que le interesaban bastante más al Vaticano, como Polonia.

Por lo demás, O’Hara, de acuerdo en esto con su consejero-delegado, procedió a consagrar en secreto a obispos. En la primera mitad de 1950, el nuncio nombró más de 20 administradores apostólicos, creando además un banquillo igual de nutrido para el caso de que fuesen detenidos. El 30 de junio de aquel año, en la capilla de la Nunciatura Apostólica, consagró a Joseph Schubert como titular de la sede bucarestí. Adalberto Boros fue nombrado titular de la sede de Timisoara y Ion Duma obispo de Iasi. Y ya no pudo hacer más, porque una semana después el gobierno invitó amablemente al nuncio para que se fuese a tomar por culo del país.

Antes de marcharse, O’Hara, a quien podríamos bien conocer como “El Consagrador”, también hizo uso de la autoridad francisquital para consagrar varios obispos uniates. Pero éstos no llegaron nunca a dar ni media hostia. En 1951, todos los obispos católicos y uniates estaban en el maco. Muchas de las víctimas de esta nueva ola de arrestos, entre los que estaban los nombrados obispos de Bucarest y Timisoara, fueron objeto de un consejo de guerra en septiembre de 1951. Fueron inmediatamente acusados de espiar para el Vaticano; pero el gobierno rumano, rápidamente consciente de que eso de espiar para unos curas a los que todo lo que les importa es lo que pese el cepillo una vez hecha la cuestación, era bastante poco, también los acusaron de ser espías estadounidenses. En las sentencias, Augustin Pacha (que tenía 80 años), Schubert y Boros recibieron condenas de 18 años. A otros sacerdotes les cayeron penas de entre 10 y 15 años.

El Estado comunista rumano había montado aquel juicio públicamente porque consideraba que sería muy efectivo a la hora de enviarle un mensaje claro a la sociedad local. Sin embargo, con ello no pudo evitar que el tema de las condenas de los curas acabase por tener alguna repercusión internacional. El comunismo rumano siempre ha tenido un ojo puesto en la imagen exterior, consciente de que su situación geográfica, en las afueras del comunismo, lo exponía a auditorías muy jodidas. Por esta razón, tras el juicio los comunistas desarrollaron cierta inquietud por la muerte de sacerdotes en prisión; por lo que comenzaron a generalizar la práctica de darles la libertad cuando estaban ya en obsolescencia programada. Es lo que le pasó al obispo Pasha. Como os he dicho, en 1951, cuando lo enjuiciaron, tenía 80 años. En prisión perdió la vista y, finalmente, en 1954 los comunistas lo liberaron, aunque con la obligación de vivir en Timisoara (donde murió dos años después). En general, sin embargo, la mayoría de los sacerdotes cumplieron casi todas sus condenas, hasta la producción de las amnistías de 1963.

¿Qué hizo el Vaticano por sus obispos prisioneros? Pues, básicamente, nada. Mi impresión particular es que Roma perdió el interés por Rumania. En el verdadero stronghold del catolicismo comunista, Polonia, había conseguido sus cositas, y con eso ya le llegaba. El propio Domenico Tardini, miembro de la diplomacia vaticana, terminó por reconocer que el único preso por el que se preocupaban un poco era Schubert.

Pero, vamos, que, si los prelados católicos lo pasaron mal, lo de los uniates fue bastante peor. Los católicos griegos pagaron muy cara su fidelidad al cura Ariel. Justo antes de ser laminados, se estima que eran un millón y medio de residentes en Rumania, tenían unas 1.700 iglesias y unos 1.600 sacerdotes y 75 prelados. Ellos también tenían su Concordato, que les reconocía las sedes de: Alba Iuilia-Fagaras, Oradea Mare, y Lugoj-Maramures. Los altos cargos de la movida, justo antes de empezar el baile rojo, eran el obispo metropolitano Ion Suciu (metropolitano quiere decir que es obispo de la capital, no que sea del Atleti; creo que con las jóvenes generaciones es mejor dar este tipo de explicaciones), que era administrador apostólico con sede en Blaj; Iuliu Hossu, obispo de Cluj; Valeriu Traian Frentiu, obispo de Oradea Mare; Ioan Balan, obispo de Lugoj; y el obispo Alexandru Rusu, de Baia Mare. En Bucarest había un vicario general, obispo Vasile Aftenie.

La línea de ataque de los comunistas contra los uniates fue histórico-política. Según la interpretación de los historiadores orgánicos, que cual apretada falange de gonzalomirós repitieron en artículos y libros, fue que la decisión tomada en 1699 de separarse de la Iglesia ortodoxa para irse con los Francisquitos había sido una decisión “anti nacional”, uséase, anti rumana. Que lo habían hecho para dividir al pueblo rumano, y que eso era caca. Así pues, como parte de la campaña iniciada por los comunistas para cargarse el Concordato, comenzaron a decir que lo que tenían que hacer los católicos griegos era regresar a la Iglesia ortodoxa (que, como hemos visto, ya controlaban).

El 31 de marzo de 1948, en este ambiente, la Gran Asamblea Nacional, es decir el parlamento de cartón piedra de los comunistas, se reunió para tomar una decisión que fue totalmente arbitraria: jubilar forzadamente a todos los sacerdotes de más de 60 años. Una orden que fue desobedecida tanto por el Vaticano (un lugar en el que antes de los 70 palos eres un niño de teta) como por la jerarquía uniate. El Estado redobló las llamadas a los católicos griegos para que regresasen a la Iglesia ortodoxa; llamamiento que fue apoyado por el recientemente nombrado patriarca orto, es decir, Justiniano; un tipo que tenía muy claro cuál era la mano que le daba de comer, y que era la misma mano que un día podía darle de hostias.

La cosa es que existía un precedente. Los católicos griegos de la región de Galitzia ya habían sido forzados a fusionarse con la Iglesia ortodoxa rusa. Así las cosas, los comunistas trataron de repetir con esta Iglesia la jugada que habían hecho con los ortodoxos, infiltrando militantes en los concilios diocesanos. Se convocó una reunión para decidir el regreso el 1 de octubre, en Cluj.

Monseñor O’Hara protestó vivamente por esta reunión, pero el gobierno rumano le dijo que no exagerase. Así las cosas, el regreso de los uniates fue celebrado el 21 de octubre en su catedral de la Santísima Trinidad en Alba Iulia. Unos días después comenzó la persecución de todos los que se negaban a dicho regreso. Sólo en la noche del 27 al 28 de octubre, monseñor Suciu, sus obispos auxiliares y hasta 600 sacerdotes más fueron apresados. La operación incluso tuvo una baja: la del padre Ieronim Susnam.

Susnam había estado oficiando en un pueblo llamado Asinip. Cuando fue localizado por la policía, trató de huir; y lo pararon por la vía rápida, ya sabéis, bang bang.

Los seis obispos (Suciu, Hossu, Frentiu, Balan, Ruso y Aftenie) fueron llevados a una residencia que tenían los ortodoxos en Dragoslavele, Valaquia. El 29 de febrero de 1949, los movieron al monasterio de Caldarusani, al norte de Bucarest.

El Vaticano reaccionó a estas detenciones instruyendo a O’Hara, en 1950, para que consagrase seis obispos en la clandestinidad en las personas que recomendasen los arrestados. Estos seis obispos fueron Ioan Ploscanu, Ioan Chertes, Alexandru Todea, Ioan Dragomir, Iuliu Hirtea y Liviu Chinezu. Los comunistas estaban muy cerca de la pista de todos ellos, y pronto los detuvieron.

Los comunistas cerraron los monasterios y conventos uniates, y las iglesias se las entregaron a los ortodoxos. El 1 de diciembre de 1948, el parlamento rumano aprobó el decreto 358, que disolvía la Iglesia. Aun así, intentaron captar para el redil a algunos de los obispos presos, como Aftenie. Éste, de hecho, fue interrogado por Gheorghiu-Dej en compañía del patriarca Justiniano. Como quiera que se negó a adaptarse a la situación, le dieron tal paliza que murió el 10 de mayo de 1950.

En realidad, de los seis obispos uniates que fueron para adelante, sólo dos: Ioan Balan y Alexandre Rusu, sobrevivieron a los cinco primeros años de su confinamiento. Éste, de hecho, fue tan duro que hubo casos como el del padre Chinezu que, pese a ser relativamente joven (no tenía ni cincuenta años) murió en prisión, literalmente, de frío.

Los uniates, por otra parte, se convirtieron en uno de los objetivos prioritarios de la Secutitate después de la rebelión húngara. En octubre de 1957 se celebró un juicio masivo contra un grupo de sacerdotes, acusados de intentar reinstaurar la iglesia católica griega.

Los grandes ganadores de esta represión fueron los ortodoxos. En puridad, pues, en el caso de Rumania no se puede hablar exactamente de un comunismo antirreligioso, sino de un comunismo sectario, claramente a favor de una confesión. La razón para ello es, sin lugar a dudas, el natural pastueño del patriarca Justiniano. Justiniano jamás le hizo ascos a la pasta que recibía de otras iglesias, y desde luego hizo bien poco por interceder por los sacerdotes que, a decenas, se pudrían en las cárceles rumanas. Lejos de ello, se ocupó de cosas tan edificantes como tratar de encontrar conexiones lógicas entre la creencia ortodoxa y el materialismo histórico. Convirtió los monasterios en cooperativas. Para él, el socialismo era una parte integral de la creencia cristiana (una afirmación, hay que reconocerlo, que también podría hacer Bergoglio); y, en consecuencia, no tenía lógica oponerse al régimen. 

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