Rumania, ese chollo
A la sombra de los soviéticos en flor
Quiero rendirme
El largo camino hacia el armisticio
Conspirando a toda velocidad
El golpe
Elecciones libres; o no
En contra de mi propio gobierno
Elecciones libres (como en la URSS)
El último obstáculo, el rey
Con la Iglesia hemos topado
El calvario uniate
Securitate
Yo quiero ser un colectivizador como mi papá
Stefan Foris
Patrascanu y Pauker
La caída en desgracia de Lucretiu Patrascanu
La sombra del titoísmo
Gheorghiu-Dej se queda solo
Ana Pauker, salvada por un ictus
La apoteosis del primer comunista de Rumania
Hungría
Donde dije digo…
El mejor amigo del primo de Zumosol
Pilesti
Pío, pío, que yo no he sido
Trabajador forzado por la gracia de Lenin
Los comienzos de la diferenciación
Pues yo me voy a La Mutua (china)
Hasta nunca Gheorghe
El nuevo mando
Yo no fui
Yo no soy ellos
Enemigo de sus amigos
Grandeza y miseria
De mal en peor
Esos putos húngaros
El puteo húngaro
El maldito libro transilvano
El sudoku moldavo
La fumada de Artiom Lazarev
Viva Besarabia libre (y rumana)
Primeras disidencias
Goma
Los protestantes protestan
Al líder obrero no lo quieren los obreros
Brasov
No toques a Tokes
Arde Timisoara
El derrumbador de iglesias y monasterios
Qué mal va esto
Epílogo: el comunista que quiso sorber y soplar a la vez
Como ya os he contado, la ley de reforma educativa de 3
agosto de 1948 ilegalizó todas las escuelas confesionales; y un decreto con
fecha 29 de julio de 1949 abolió todas las órdenes y congregaciones católicas.
El 30 de agosto de 1949 se publicó una orden por la cual todos los monasterios
y conventos debían ser abandonados por sus ocupantes antes de la medianoche de
aquel mismo día.
Tras todas estas acciones, el Ministerio de Confesiones
Religiosas elaboró un nuevo estatuto de la vida religiosa. En dicho estatuto
seguía considerando al Francisquito como la mayor autoridad católica en
materias de fe y dogma; es decir, en las materias en las que un PasPas, en
realidad, no quiere mandar, porque lo que le interesa es la pasta. En
todo lo demás, la Iglesia era un actor civil más, sometido a las leyes rumanas.
El gobierno, aun así, le conservó al Francisquito el poder de nombrar obispos;
pero estatuyó que todo nombramiento debía hacerse a propuesta de la Iglesia
católica rumana, que controlaba; y debía de estar sometido a la aprobación del
gobierno. El Papa instruyó a su nuncio apostólico, Gerald O’Hara, para que
rechazase todas estas condiciones. De esta manera, la relación entre Iglesia y
Estado en Rumania se enfrió al máximo, al contrario de lo que pasó en otros
países comunistas que le interesaban bastante más al Vaticano, como Polonia. 
Por lo demás, O’Hara, de acuerdo en esto con su
consejero-delegado, procedió a consagrar en secreto a obispos. En la primera
mitad de 1950, el nuncio nombró más de 20 administradores apostólicos, creando
además un banquillo igual de nutrido para el caso de que fuesen detenidos. El
30 de junio de aquel año, en la capilla de la Nunciatura Apostólica, consagró a
Joseph Schubert como titular de la sede bucarestí. Adalberto Boros fue nombrado
titular de la sede de Timisoara y Ion Duma obispo de Iasi. Y ya no pudo hacer
más, porque una semana después el gobierno invitó amablemente al nuncio para
que se fuese a tomar por culo del país. 
Antes de marcharse, O’Hara, a quien podríamos bien conocer
como “El Consagrador”, también hizo uso de la autoridad francisquital para
consagrar varios obispos uniates. Pero éstos no llegaron nunca a dar ni media
hostia. En 1951, todos los obispos católicos y uniates estaban en el maco. Muchas
de las víctimas de esta nueva ola de arrestos, entre los que estaban los
nombrados obispos de Bucarest y Timisoara, fueron objeto de un consejo de
guerra en septiembre de 1951. Fueron inmediatamente acusados de espiar para el
Vaticano; pero el gobierno rumano, rápidamente consciente de que eso de espiar
para unos curas a los que todo lo que les importa es lo que pese el cepillo una
vez hecha la cuestación, era bastante poco, también los acusaron de ser espías
estadounidenses. En las sentencias, Augustin Pacha (que tenía 80 años),
Schubert y Boros recibieron condenas de 18 años. A otros sacerdotes les cayeron
penas de entre 10 y 15 años. 
El Estado comunista rumano había montado aquel juicio
públicamente porque consideraba que sería muy efectivo a la hora de enviarle un
mensaje claro a la sociedad local. Sin embargo, con ello no pudo evitar que el
tema de las condenas de los curas acabase por tener alguna repercusión
internacional. El comunismo rumano siempre ha tenido un ojo puesto en la imagen
exterior, consciente de que su situación geográfica, en las afueras del
comunismo, lo exponía a auditorías muy jodidas. Por esta razón, tras el juicio
los comunistas desarrollaron cierta inquietud por la muerte de sacerdotes en
prisión; por lo que comenzaron a generalizar la práctica de darles la libertad
cuando estaban ya en obsolescencia programada. Es lo que le pasó al obispo
Pasha. Como os he dicho, en 1951, cuando lo enjuiciaron, tenía 80 años. En
prisión perdió la vista y, finalmente, en 1954 los comunistas lo liberaron,
aunque con la obligación de vivir en Timisoara (donde murió dos años después). En
general, sin embargo, la mayoría de los sacerdotes cumplieron casi todas sus
condenas, hasta la producción de las amnistías de 1963.
¿Qué hizo el Vaticano por sus obispos prisioneros? Pues,
básicamente, nada. Mi impresión particular es que Roma perdió el interés por
Rumania. En el verdadero stronghold del catolicismo comunista, Polonia,
había conseguido sus cositas, y con eso ya le llegaba. El propio Domenico
Tardini, miembro de la diplomacia vaticana, terminó por reconocer que el único
preso por el que se preocupaban un poco era Schubert.
Pero, vamos, que, si los prelados católicos lo pasaron
mal, lo de los uniates fue bastante peor. Los católicos griegos pagaron muy
cara su fidelidad al cura Ariel. Justo antes de ser laminados, se estima que
eran un millón y medio de residentes en Rumania, tenían unas 1.700 iglesias y
unos 1.600 sacerdotes y 75 prelados. Ellos también tenían su Concordato, que
les reconocía las sedes de: Alba Iuilia-Fagaras, Oradea Mare, y
Lugoj-Maramures. Los altos cargos de la movida, justo antes de empezar el baile
rojo, eran el obispo metropolitano Ion Suciu (metropolitano quiere decir que es
obispo de la capital, no que sea del Atleti; creo que con las jóvenes
generaciones es mejor dar este tipo de explicaciones), que era administrador
apostólico con sede en Blaj; Iuliu Hossu, obispo de Cluj; Valeriu Traian
Frentiu, obispo de Oradea Mare; Ioan Balan, obispo de Lugoj; y el obispo
Alexandru Rusu, de Baia Mare. En Bucarest había un vicario general, obispo Vasile
Aftenie.
La línea de ataque de los comunistas contra los uniates
fue histórico-política. Según la interpretación de los historiadores orgánicos,
que cual apretada falange de gonzalomirós repitieron en artículos y libros, fue
que la decisión tomada en 1699 de separarse de la Iglesia ortodoxa para irse
con los Francisquitos había sido una decisión “anti nacional”, uséase, anti
rumana. Que lo habían hecho para dividir al pueblo rumano, y que eso era caca.
Así pues, como parte de la campaña iniciada por los comunistas para cargarse el
Concordato, comenzaron a decir que lo que tenían que hacer los católicos
griegos era regresar a la Iglesia ortodoxa (que, como hemos visto, ya
controlaban). 
El 31 de marzo de 1948, en este ambiente, la Gran Asamblea
Nacional, es decir el parlamento de cartón piedra de los comunistas, se reunió
para tomar una decisión que fue totalmente arbitraria: jubilar forzadamente a
todos los sacerdotes de más de 60 años. Una orden que fue desobedecida tanto
por el Vaticano (un lugar en el que antes de los 70 palos eres un niño de teta)
como por la jerarquía uniate. El Estado redobló las llamadas a los católicos
griegos para que regresasen a la Iglesia ortodoxa; llamamiento que fue apoyado
por el recientemente nombrado patriarca orto, es decir, Justiniano; un tipo que
tenía muy claro cuál era la mano que le daba de comer, y que era la misma mano que un día podía darle de hostias.
La cosa es que existía un precedente. Los católicos
griegos de la región de Galitzia ya habían sido forzados a fusionarse con la
Iglesia ortodoxa rusa. Así las cosas, los comunistas trataron de repetir con
esta Iglesia la jugada que habían hecho con los ortodoxos, infiltrando
militantes en los concilios diocesanos. Se convocó una reunión para decidir el
regreso el 1 de octubre, en Cluj.
Monseñor O’Hara protestó vivamente por esta reunión, pero
el gobierno rumano le dijo que no exagerase. Así las cosas, el regreso de los
uniates fue celebrado el 21 de octubre en su catedral de la Santísima Trinidad
en Alba Iulia. Unos días después comenzó la persecución de todos los que se
negaban a dicho regreso. Sólo en la noche del 27 al 28 de octubre, monseñor
Suciu, sus obispos auxiliares y hasta 600 sacerdotes más fueron apresados. La
operación incluso tuvo una baja: la del padre Ieronim Susnam.
Susnam había estado oficiando en un pueblo llamado Asinip.
Cuando fue localizado por la policía, trató de huir; y lo pararon por la vía
rápida, ya sabéis, bang bang. 
Los seis obispos (Suciu, Hossu, Frentiu, Balan, Ruso y
Aftenie) fueron llevados a una residencia que tenían los ortodoxos en Dragoslavele,
Valaquia. El 29 de febrero de 1949, los movieron al monasterio de Caldarusani,
al norte de Bucarest.
El Vaticano reaccionó a estas detenciones instruyendo a
O’Hara, en 1950, para que consagrase seis obispos en la clandestinidad en las
personas que recomendasen los arrestados. Estos seis obispos fueron Ioan
Ploscanu, Ioan Chertes, Alexandru Todea, Ioan Dragomir, Iuliu Hirtea y Liviu
Chinezu. Los comunistas estaban muy cerca de la pista de todos ellos, y pronto
los detuvieron.
Los comunistas cerraron los monasterios y conventos
uniates, y las iglesias se las entregaron a los ortodoxos. El 1 de diciembre de
1948, el parlamento rumano aprobó el decreto 358, que disolvía la Iglesia. Aun
así, intentaron captar para el redil a algunos de los obispos presos, como
Aftenie. Éste, de hecho, fue interrogado por Gheorghiu-Dej en compañía del patriarca
Justiniano. Como quiera que se negó a adaptarse a la situación, le dieron tal
paliza que murió el 10 de mayo de 1950.
En realidad, de los seis obispos uniates que fueron para
adelante, sólo dos: Ioan Balan y Alexandre Rusu, sobrevivieron a los cinco
primeros años de su confinamiento. Éste, de hecho, fue tan duro que hubo casos
como el del padre Chinezu que, pese a ser relativamente joven (no tenía ni
cincuenta años) murió en prisión, literalmente, de frío.
Los uniates, por otra parte, se convirtieron en uno de los
objetivos prioritarios de la Secutitate después de la rebelión húngara. En
octubre de 1957 se celebró un juicio masivo contra un grupo de sacerdotes,
acusados de intentar reinstaurar la iglesia católica griega.
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