Ladrones de plusvalía
El PIB soy yo
Esto hay que pararlo
La auditoría de 1940 fue impulsada por el Comisariado de Finanzas, ésta es cuando menos mi opinión, con un objetivo mucho más importante que valorar la posibilidad de adelgazar el Gulag. Lo que verdaderamente querían saber los rectores de la política económica soviética era cuánto de largo, y de ancho, era el brazo industrial que controlaba la policía secreta. En 1940, en efecto, todo el mundo sabía que la mano de obra forzada era fundamental para la maquinaria económica soviética; pero nadie, en puridad, sabía a ciencia cierta en qué medida. El tema se hizo más perentorio cuando la NKVD se convirtió en la MVD, es decir, se convirtió, ella misma, en un ministerio.
Cuando el Comisariado de Finanzas solicitó información al de
Interior, recibió respuesta de 42 agencias diferentes de éste. Pero, para que
nos hagamos idea de las proporciones, de ese total sólo dos agencias estaban
directamente relacionadas con las labores del Gulag; el resto eran agencias
económicas e industriales, dedicadas al papel, a la madera, combustible,
agricultura; todo tipo de contenidos económicos.
En el momento en que Hitler lanzó su Operación Barbarroja,
todo este entramado industrial-penitenciario estaba en un punto muy alto que,
de todas formas, tendría la oportunidad de seguir superando. El estallido de la
guerra, puesto que redujo el volumen de la población reclusa, supuso un freno
para el Gulag como actor económico. Muchos internos en prisiones fueron
movilizados en batallones de castigo a los que se encomendaban misiones
especialmente peligrosas; en todo caso, aquéllos que sobrevivían solían ser
rehabilitados de sus culpas, por lo que nunca regresaban al campo de internamiento. De hecho, esta
relativa densidad de soldados que, en realidad, eran ladrones, asesinos o
violadores en la vida civil, explica una parte importante de las brutalidades
que cometieron los soviéticos en aquellos territorios que “liberaron”.
Al terminar la guerra, llegó el momento del Gulag otra vez.
En 1952, el MVD invertía 12.180 millones de rublos, lo que suponía un
impresionante 9% del PIB soviético. Imaginemos, pues, un sistema penitenciario
español, que tuviese a sus reclusos trabajando forzadamente en fábricas
propias, y que movilizase, él solito, unos 100.000 millones de euros anuales.
La estructura económica del MVD era más grande que la que controlaban los
ministerios del petróleo y del carbón juntos. Se estimaba su producción anual en
más de 17.000 millones de rublos, aproximadamente el 2,3% de la producción
total del país. Los presos soviéticos eran el primer productor del país de
cobalto, producían un tercio de todo el níquel y en torno al 15% de toda la
madera.
El MVD era, probablemente, una de las instituciones más rentables del socialismo, Producía grandes cantidades con unos costes muy bajos, ya que los trabajadores no eran retribuidos; en realidad, su problema no era recibir un salario, sino ser adecuadamente alimentados. Algo que ocurría muy pocas veces, porque todo el mundo, y las agencias de suministros fueron las primeras, se acostumbró pronto a la idea de que si había un flanco de la URSS en el que se podían incumplir compromisos de provisión, ése eran las cárceles. Con el tiempo, pues, todo el mundo, no sólo los vigilantes del Gulag, se acostumbró a matar de hambre a los presos.
Y ahí estuvo la contradicción básica que llevó el modelo al colapso. Muchas veces, cuando alguien explica un sistema esclavista, como por ejemplo el romano, o el de los Estados confederados de EEUU, se para mucho en la épica de la agresión, es decir, en el dato de que el amo, como dueño del esclavo, podía hacer con él lo que quisiera: podía pegarle, podía violarlo, podía matarlo. Esto, sin embargo, es un hecho las más de las veces más teórico que práctico, puesto que los esclavos siempre fueron activos económicos; como una máquina cosechadora, por ejemplo. Una persona que ha ahorrado, o se ha endeudado, para comprar una cosechadora, no se levanta una mañana y la quema "porque es mía y hago con ella lo que quiero". Lejos de ello: la cuida, la engrasa, pasa todos los mantenimientos que puede pagar. Trata, pues, de que la máquina no se le estropee. De la misma manera, un esclavista racional trata de que sus esclavos "no se le estropeen". Putear a tus esclavos es la mejor forma de cargarte la rentabilidad de tu plantación de algodón; tanto es así como que hay diversos episodios esclavistas, como la Valencia renacentista, sobre los que existen testimonios sobrados de que, en realidad, eran los esclavos los que mandaban, dada su escasez.
Por todo ello, matar de hambre a tu esclavo es la peor de las opciones, sobre todo cuando no la practicas sobre uno o dos, sino sobre todos. Pero eso mismo es lo que hizo la URSS; y por esa misma razón acabó por colapsar como modelo productivo.
Tan pronto como 1940, un personaje tan poco sospechoso de
ser un empatizador con las desagracias ajenas, no digamos las de los presos,
como Lavrentii Pavlovitch Beria, ya había caído en que existía este problema.
Dicho año, Beria redactó un informe dirigido a Viacheslav Molotov en el que
venía a decir que no terminaba de ver claro que aquello del Gulag como potencia
económica tuviese futuro a largo plazo.
El gasto diario por cada zek, como eran conocidos los
presos, era de 4,86 rublos. Pero el gasto presupuestario proyectado eran 5,38.
En otras palabras, a los presos se les escamoteaba un 10 % de las prestaciones
que estaban previstas para ellos, y que ya de por sí eran magras.
Para que nos hagamos una idea de la racanería con que el
sistema soviético se portaba con sus presos, en el mismo momento en que el
Estado soviético se estaba gastando 4,86 rublos en un preso, se gastaba 34
diarios en cada uno de sus guardias. Un múltiplo de seis, pues. De donde hemos
de deducir que vendría a ser como si un funcionario de prisiones español ganase
2.500 euros al mes mientras en toda la manutención de cada preso se estuviesen
gastado 13 euros diarios. Y eso, con los presos teniendo que rendir en jornadas
de trabajo interminables.
Mola el marxismo, ¿eh?
Esta situación totalmente desesperada generó muchísimos
problemas a los que apenas nos podemos acercar porque, las cosas como son, esta
ideología que se pasa el día reclamándole transparencia a todo el mundo no es
lo que se dice muy dicharachera cuando de sus “logros” se trata. Sabemos, sin
embargo, que los problemas en las cárceles y campos fueron muchos, y
frecuentes. Lo lógico cuando abocas a tanta gente a una muerte a cámara lenta,
con cero expectativas de cambiar su suerte. Hubo crimen, y está por escribir la
Historia del sexo en aquellos lugares; sexo, en ocasiones, buscado y
consentido, pero en otras muchas bastante lejos del concepto de sexo aceptable
que defendería una feminista siquiera epidérmica. Por la razón que sea, sin embargo, cada vez que el feminismo se dedica a hacer notaría de los tiempos en los cuales la mujer fue especialmente menospreciada y repugnantemente penetrada sin consentimiento, nunca se acuerdan de la URSS ni del Gulag.
Exactamente igual que ya he escrito en el caso de Rumania,
los campos soviéticos tuvieron un gran problema con los llamados dokhodiagi:
los presos que, por efecto del tiempo, las privaciones, la falta absoluta de
esperanzas y, en no pocos casos, el hecho de no tener ni puta idea de por qué
estaban allí, unido a las agotadoras jornadas que debían trabajar a cambio de
una patada en los cojones y un vaso de agua, simplemente colapsaban. Auténticos
zombies en vida, comían mierda, bebían meados, se humillaban más que las
cucarachas y, si podían encontrar una escalera lo suficientemente empinada, por
ahí que se tiraban. Nunca sabremos a ciencia cierta cuántos de éstos pudo
haber, porque ni los que podrían saberlo quieren contárnoslo; ni nosotros, en
puridad, queremos saberlo. Como diría Loles León: "¡Los comunistas no hacen esas cosas, y punto en boca, hombre ya!"
Lo más humillante del Gulag, por lo demás, es la asimetría,
el contraste. Ser un huésped del Gulag suponía descender a las últimas
categorías de repugnancia que puede soportar un ser humano. Pero, al mismo
tiempo, ser un miembro de la administración del Gulag era morir e ir al Cielo
en vida; era alcanzar una de las variadas cúspides del Estado mafioso del vodka
y las putas que fue la Unión Soviética. El Gulag era un Estado dentro del
Estado; un entramado que tenía sus propios intereses económicos, que manejaba
con mano larga, con todas sus corruptelas normalmente cubiertas bajo un espeso
sudario de silencio. Además, nadie en la URSS olvidaba que, aunque el Gulag
era, propiamente hablando, una mezcla de Dirección General de Instituciones
Penitenciarias y de Instituto Nacional de Industria, sus papás eran los
policías secretos; ésos que te podían cagar la vida en cero coma. A más a más,
como dicen los catalanes, el MVD, para no dejar hilo sin puntada, también se
hizo con el control de la policía normal de toda la vida y la guardia
fronteriza.
En la práctica, esto acabó por generar una situación en la
cual cualquier órgano de la Administración soviética, se dedicase a lo que se
dedicase, acababa por encontrarse al Gulag en algún punto del camino. El Gulag
tenía prisiones, tenía minas, tenía fábricas, tenía granjas, tenía
responsabilidades en materia de educación y propaganda… Como digo, cualquier
cosa que hicieses en la URSS dependiendo de cualquier ministerio u oficina del
Comité Central, lo normal es que acabases por encontrarte con un miembro del
Gulag que tenía las mismas misiones y responsabilidades que tú; y que, además,
te venía a decir que, si le tocabas los cojones, más te valía tener un padrino
poderoso que te protegiese.
El Gulag, por lo demás, se sabía tan poderoso que se dejó
ir. Poco a poco, los casos de robo, de corrupción, la elaboración de informes
falsos, el maltrato o incluso asesinato impune de presos, fueron siendo tan
frecuentes que las alcantarillas de detritus del
comunismo soviético comenzaron a hacerse imposibles de esconder. Este proceso,
sin embargo, fue muy lento, y costó muchas vidas inocentes antes de hacerse ni
medio patente. La gran ventaja del Gulag es que la inmensa mayoría de sus
latrocinios se cometían en lugares a los que ningún ciudadano soviético en sus
cabales querría viajar; y luego estaba el manto de secretismo que, por
definición, cubría toda la acción del Directorio.
Por lo demás, el sistema soviético, sobre todo en los
mejores años de Stalin, no tenía ningunas ganas de hacer preguntas. En aquel
país que estaba por construir, si había alguien capaz de poner en apenas unos
días 10.000 obreros en un valle para construir un tramo de carretera, ése era
el Gulag; y eso es todo lo que el régimen defensor del proletario quería saber.
El sueño de los hombres del MVD en aquellos tiempos, recién
acabada la guerra, era el mismo que el de todos los demás soviéticos: ser lo
suficientemente valorados por Stalin como para que Stalin no se plantease
matarlos. Por eso, el Ministerio del Interior se ofreció, sin ambages, para ser
el “constructor del socialismo”; el agente capaz de levantar todos los
edificios e infraestructuras que el camarada secretario general quería ver
construidos y epatando al mundo.
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