miércoles, enero 18, 2017

EEUU (45)

Recuerda que ya te hemos contado los principios (bastante religiosos) de los primeros estados de la Unión, así como su primera fase de expansión. A continuación, te hemos contado los muchos errores cometidos por Inglaterra, que soliviantaron a los coloniales. También hemos explicado el follón del té y otras movidas que colocaron a las colonias en modo guerra.

Evidentemente, hemos seguido con el relato de la guerra y, una vez terminada ésta, con los primeros casos de la nación confederal que, dado que fueron como el culo, terminaron en el diseño de una nueva Constitución. Luego hemos visto los tiempos de la presidencia de Washington, y después las de John Adams y Thomas Jefferson

Luego ha llegado el momento de contaros la guerra de 1812 y su frágil solución. Luego nos hemos dado un paseo por los tiempos de Monroe, hasta que hemos entrado en la Jacksonian Democracy. Una vez allí, hemos analizado dicho mandato, y las complicadas relaciones de Jackson con su vicepresidente, para pasar a contaros la guerra del Second National Bank y el burbujón inmobiliario que provocó.

Luego hemos pasado, lógicamente, al pinchazo de la burbuja, imponente marrón que se tuvo que comer Martin van Buren quien, quizá por eso, debió dejar paso a Harrison, que se lo dejó a Tyler. Este tiempo se caracterizó por problemas con los británicos y el estallido de la cuestión de Texas. Luego llegó la presidencia de Polk y la lenta evolución hacia la guerra con México, y la guerra propiamente dicha, tras la cual rebrotó la esclavitud como gran problema nacional, por ejemplo en la compleja cuestión de California. Tras plantearse ese problema, los Estados Unidos comenzaron a globalizarse, poniendo las cosas cada vez más difíciles al Sur, y peor que se pusieron las cosas cuando el follón de la Kansas-Nebraska Act. A partir de aquí, ya hemos ido derechitos hacia la secesión, que llegó cuando llegó Lincoln. Lo cual nos ha llevado a explicar cómo se configuró cada bando ante la guerra.

Comenzando la guerra, hemos pasado de Bull Run a Antietam, para pasar después a la declaración de emancipación de Lincoln y sus consecuencias; y, ya después, al final de la guerra e, inmediatamente, el asesinato de Lincoln.

Aunque eso no era sino el principio del problema. La reconstrucción se demostró difícil, amén de preñada de enfrentamientos entre la Casa Blanca y el Congreso. A esto siguió el parto, nada fácil, de la décimo cuarta enmienda. Entrando ya en una fase más normalizada, hemos tenido noticia del muy corrupto mandato del presidente Grant. Que no podía terminar sino de forma escandalosa que el bochornoso escrutinio de la elección Tilden-Hayes.


Aprovechando que le mandato de Rutherford Hayes fue como aburridito, hemos empezado a decir cosas sobre el desarrollo económico de las nuevas tierras de los EEUU, con sus vacas, aceros y pozos de petróleo. Y, antes de irnos de vacaciones, nos hemos embarcado en algunas movidas, la principal de ellas la reforma de los ferrocarriles del presi Grover Cleveland. Ya de vuelta, hemos contado los turbulentos años del congreso de millonarios del presidente Harrison, y su política que le llevó a perder las elecciones a favor, otra vez, de Cleveland. Después nos hemos enfrentado al auge del populismo americano y, luego, ya nos hemos metido de lleno en el nacimiento del imperialismo y la guerra contra España, que marca el comienzo de la fase imperialista del país, incluyendo la política asiática y la construcción del canal de Panamá

Tras ello nos hemos metido en una reflexión sobre hasta qué punto la presidencia de Roosevelt supuso la aplicación de ideas de corte reformador o progresista, evolución ésta que provocó sus más y sus menos en el bando republicano. Luego hemos pasado ya a la implicación estadounidense en la Gran Guerra, el final de ésta y la cruzada del presidente a favor de la Liga de las Naciones.

Durante el tiempo de Harding, además, comenzó a ponerse en marcha una triste maquinaria que hoy en día sigue moviéndose en los Estados Unidos y que se suele anotar en su debe: el maltrato de las minorías.


En la Historia de los EEUU siempre ha habido minorías, y siempre han sido maltratadas. Por mucho que el mito diga que el país fue una vez una tierra de promisión donde todo el mundo era bienvenido, no es verdad. Los chinos que construyeron kilómetros de vía de ferrocarril y que fueron tratados como esclavos atestiguan que eso no es cierto. Como los italianos que murieron a capazos levantando algunas de las infraestructuras que hoy son emblemáticas en ciudades como Nueva York. Por no mencionar, claro está, a los indios nativos, en torno a los cuales se podría construir una leyenda negra de grandes proporciones. Dicho esto, también es verdad que ese sentimiento americano, que deja a los no americanos al margen y los cosifica de alguna manera, difícilmente se desarrolló en el siglo XIX, pues en dicha época bastante tenían los estadounidenses con aclararse sobre lo que quería decir ser eso.

Ese sentimiento nació, fundamentalmente, con la implicación del país en la Gran Guerra. Un hecho que sirvió para que la sociedad estadounidense tomase conciencia de tres cosas: la primera, de su poder en el mundo; la segunda, de su especificidad; la tercera, que la consecuencia de la primera y de la segunda es que había gente en el mundo, colectivos sobre todo, que era su enemiga.

Durante los años de la guerra, el Congreso aprobó diversas normas contra la sedición y las opiniones contrarias a la guerra; normas que se redactaron en términos suficientemente vagos como para poder arrearle zascas a quien apeteciese (los frikis de la Historia de España pueden inspirarse en la Ley de Defensa de la República a la hora de imaginar dichos términos).

La guerra terminó, pero dejó una consecuencia: el bolchevismo en el poder en Rusia. Al temor por las agresiones del enemigo bélico vino a sustituirle, pues, lo que podríamos denominar pre-Guerra Fría, esto es, el temor al radicalismo. Teniendo en cuenta que el brusco cambio de la situación económica nada más terminar el conflicto produjo un rosario de huelgas, no ha de extrañar que mucha gente sumase dos más dos a su manera.

1919 fue una fecha muy violenta en muchos lugares del mundo (sin ir más lejos, España, o más bien deberíamos decir Cataluña); y en Estados Unidos ocurrió exactamente lo mismo. Lo conocemos como bomb scare. En septiembre de 1920, una bomba estalló en Wall Street, que afectó fundamentalmente a la casa Morgan y mató a 38 personas. Otros artefactos estallaron en sedes de grandes empresas, en lo que se interpretó como una especie de ofensiva terrorista roja.

El 2 de enero de 1920, el Fiscal General nombrado por Wilson, Alexander Mitchell Palmer, comenzó la primera caza de dirigentes comunistas de la Historia de los Estados Unidos. A la detención de dirigentes del Partido Comunista en los Estados Unidos se siguió la detención y deportación de mucha gente, en la mayoría de los casos sin una base probatoria clara. Al año siguiente de comenzar los Palmer raids, fueron detenidos los dos anarquistas italianos Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti, acusados de un asesinato presuntamente cometido en el marco del robo de la nómina de una empresa.

El juicio de Sacco y Vanzetti, junto con el de Bruno Hauptmann, el presunto secuestrador y asesino del hijo de Lindbergh, son los dos grandes ejemplos existentes en la Historia judicial de los Estados Unidos en los que cabe más que sospechar que el veredicto no lo dictaron ni los jueces ni siquiera el jurado, sino la calle. La calle, que no pocas veces rodeó las sedes donde se celebraban los juicios como si los americanos del siglo XX fuesen el supersticioso pueblo de Salem siglos atrás, quería sangre, y la tuvo. Sacco y Vanzetti fueron condenados, básicamente, por ser italianos, y por ser anarquistas. Fueron fritos en la silla eléctrica en 1927 ante el escándalo del mundo entero.

La tirria contra lo no americano hizo nacer otro sentimiento que es muy importante en la Historia social de los Estados Unidos en el siglo XX: el sentimiento antiinmigración. El Congreso aprobó en 1921 una nueva política de inmigración que le establecía a cada país europeo una cuota de inmigrantes equivalente al 3% de los nacionales de cada país residentes en los EEUU. De esta manera, pues, se trataba de evitar, primero, la eclosión de nuevas inmigraciones masivas, como las de irlandeses o italianos; y, en segundo lugar, se pretendía mantener quieto el fenómeno de la inmigración, pues un 3% de nuevos inmigrantes al año, contando con fallecimientos, mantenía los números más o menos en su sitio. En 1924, viendo que aun así el número de extranjeros aumentaba, el Congreso dio otra vuelta de tuerca rebajando la cuota al 2% y retrotrayendo el año base a 1890. Esto redujo la inmigración europea, literalmente, a su milésima parte.

En este ambiente, el Ku Klux Klan se renovó, y en 1920 tenía ya cuatro millones y medio de adheridos. Lo que poca gente sabe es que, en esa época y sobre todo hasta 1924, cuando diversos escándalos rebajaron su nivel de apoyo, el Klan sostuvo la teoría de que los negros, su habitual objetivo, no eran un problema para la identidad americana, que en realidad estaba amenazada por los judíos y lo que denominaban europeos católicos. Así pues, durante esos años era a estos blanquitos a los que recetaron sus palizas y eso.

El ataque de las minorías también se produjo en el ámbito intelectual. Así, los protestantes radicales iniciaron una cruzada contra los defensores del darwinismo. En este caso, el principal objetivo no era amedrentar a los intelectuales personalmente, sino prohibir la enseñanza de estas teorías en la escuela pública. El Estado de Tennessee, de hecho, aprobó una ley en este sentido, y en 1925 llevó a los tribunales a un joven profesor, John T. Scopes, por violarla. En el juicio su abogado defensor, Clarence Darrow, se las arregló para demostrar las enormes lagunas culturales y científicas del fiscal, William Jennings Bryan. El tribunal condenó a Scopes a pagar una multa simbólica de 100 dólares, pero el ridículo se sintió en todo el país.

Así las cosas, hemos llegado a las elecciones de 1924. Debemos volver un momento al periodo de inmediata posguerra con su rosario de huelgas. Entre todas las que se produjeron, de pocas se habló tanto en todo el país como la realizada por la Policía de Boston en 1919. Fue un típico pulso entre unos trabajadores que saben que realizan un servicio público esencial y un patrón público que creen que acabará doblando la cerviz porque, al fin y al cabo, el dinero que se ha de gastar no es suyo. De vez en cuando, sin embargo, en la Historia uno se encuentra con casos de éstos en los que al patrón le da por encastillarse y a veces, incluso, gana la partida. Esto fue lo que pasó en la huelga de los polis de Boston, que tuvieron que volver al trabajo ante la intransigencia de gobernador. Ese gobernador, de nombre Calvin Coolidge, se ganó con ello un perfil positivo ante la opinión pública de todo el país. Por esta razón, en las elecciones de 1920 había sido nominado para vicepresidente.

Coolidge, pues, heredó la gestión del país cuando Harding murió. Silent Cal, como era conocido a causa de su inveterado laconismo, heredó, por lo tanto, un país con serios problemas económicos, pero tuvo la suerte de que, pronto, la economía rebotó. A partir de 1924, se comenzó a producir lo que se conoció como Coolidge prosperity, una razón de peso para que los republicanos se planteasen nominarlo.

Los demócratas, mientras tanto, estaban divididos. Una facción se agrupaba en torno al candidato William G. McAdoo, yerno de Wilson y secretario del Tesoro, y estaba formada sobre todo por votantes protestantes de zonas rurales. La otra facción, apoyada sobre todo por las ciudades, se agrupaba en torno al Happy Warrior, Alfred E. Smith, católico y gobernador de Nueva York. La convención demócrata se celebró en Nueva York en medio de la canícula veraniega y se centró en una discusión cainita sobre si el partido debía condenar al KKK (se votó que no); y, a la hora de elegir un candidato, se enfangó en un empate entre McAdoo y Smith que duró 16 días. Ante una situación emputecida, los demócratas hubieron de optar por una tercera vía, y eligieron al abogado de Wall Street John W. Davis.

Todavía hubo un tercer candidato, ya que los progresistas presentaron al eterno Robert La Follette. La Follette sacó 5 millones de votos, Davis 8,4 millones en números redondos, y Coolidge más de 15 millones y medio.   

En buena medida, la victoria de los republicanos en 1924 tiene que ver con la buena prensa de sus medidas económicas y la prosperidad que causaron. Figura central en aquella política, y por lo tanto principal proveedor de votos para Coolidge, es Andrew Mellon. Mellon era eso que llaman en su tierra un tycoon, esto es, un multimillonario que poseía un imperio del aluminio, amén de empresas petrolíferas y en otros sectores. Como en EEUU las puertas giratorias no sólo se les dan una higa sino que las consideran buenas, mire usted, Mellon fue secretario del Tesoro de 1921 a 1932. Su principal objetivo fue cargarse los elevados impuestos aprobados durante los años de la guerra (qué cosas, un ministro presupuestario que quiere bajar impuestos... va a ser que el liberalismo no es un personaje de ficción). Impulsó la aprobación de cinco leyes entre 1924 y 1929 que redujeron la carga impositiva. Aunque también tendría la consecuencia de fabricar con ello burbujas especulativas, que no son ajenas a una cosa que llamamos la crisis del 29.

Cabe recordar, en todo caso, que si los impuestos bajaron, los aranceles hicieron lo contrario. La Fordney-McCumber Act (1922) los elevó a máximos históricos, lo que hizo que los países aliados tuviesen más dificultades para pagar en especie las deudas por provisiones de guerra que tenían con los EEUU, amén de provocar un rosario de subidas de aranceles en todo el mundo.

Con todo, el principal problema al que debió enfrentarse la presidencia electa de Coolidge fue el sector primario. Como ya hemos insinuado en estas notas, cuando terminó la guerra muchas sobreproducciones se quedaron sin mercado, llevando a muchos agricultores a la ruina. Los republicanos decidieron atacar el problema con el catón decimonónico, esto es, subiendo aranceles. Pero no se dieron cuenta de que el sector agrícola estadounidense era fuertemente exportador, así pues subir aranceles (provocando las correspondientes subidas de otros países) no hizo sino echar gasolina a la hoguera. En el Congreso, de hecho, se creó todo un grupo de congresistas agrícolas, por así decirlo. Pero las medidas que propusieron fueron vetadas por el presidente.

A pesar de estos problemas, el país llegó a las elecciones de 1928 feliz y contento. El país era próspero y mucha gente vivía mejor. Coolidge decidió no ir a por un nuevo mandato y, en ese contexto, la nominación de su secretario de Comercio, Herbert Hoover, aparecía como totalmente lógica. Los demócratas optaron por Albert Smith. Fue un error mayúsculo. Hoy en día se puede aspirar a conseguir que un personaje nacido y crecido en el ambiente liberal urbanita de Nueva York pueda ser atractivo para todo el país. Pero no en aquel entonces, máxime teniendo en cuenta que Smith, como ya hemos dicho, era católico. La campaña contra él en los Estados rurales y del Sur fue feroz, y en ella, por cierto, colaboró activamente el KKK. Muchos votantes rurales iletrados llegaron a creer incluso que Smith pretendía poner al Papa al frente de los destinos de América. Hoover ganó por 21,4 millones de votos contra 15.

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