Recuerda que ya te hemos contado los principios (bastante religiosos) de los primeros estados de la Unión, así como su primera fase de expansión. A continuación, te hemos contado los muchos errores cometidos por Inglaterra, que soliviantaron a los coloniales.
Pues sí: efectivamente, la historia que hemos de contar sigue hablando de soberbia y ceguera. Apenas cuatro meses después de la devolución de la Stamp Act, el gobierno Rockingham cayó, siendo sustituido por un enfermo y otoñal Pitt. El primer ministro pronto cayó en causa de incapacidad por razón de su salud, por lo que el gobierno inglés quedó, a todos los efectos, en manos del canciller del Exchequer, Charles Towshend.
Pues sí: efectivamente, la historia que hemos de contar sigue hablando de soberbia y ceguera. Apenas cuatro meses después de la devolución de la Stamp Act, el gobierno Rockingham cayó, siendo sustituido por un enfermo y otoñal Pitt. El primer ministro pronto cayó en causa de incapacidad por razón de su salud, por lo que el gobierno inglés quedó, a todos los efectos, en manos del canciller del Exchequer, Charles Towshend.
Towshend
era un hacendista más que aseado y desde luego para llevar los
asuntos del presupuesto inglés valía mucho; pero tenía el defecto
de demostrar una muy baja opinión de los ciudadanos coloniales.
Estaba convencido, además, de que los podía engañar. Si presentaba
medidas que elevasen los aranceles sobre determinadas importaciones,
pretendiendo ser medidas para el conjunto del país pero en la
práctica aplicadas sobre bienes de especial necesidad en las
colonias, creía que los americanos iban a tragar.
Por
ello, impulsó y consiguió aprobar en el Parlamento un conjunto de
normas que se conoce, claro, como Towshend Acts. Dichas normas
fijaban tarifas nuevas de importación sobre el vidrio, el plomo, el
papel y el té, entre otras cosas. Asimismo, las Acts reafirmaban el
papel de los tribunales americanos de exigir las viejas writs
of assistance,
amén de reafirmar el poder de las admiralty
courts en
la persecución y castigo de los incumplidores de la ley. No contento
con eso, Towshend también impulsó con su paquete legislativo la
creación de un Board of Customs Commissioners, encomendados de
espiar y perseguir cualquier violación de las normas, por pequeña
que fuese. Por si aun queréis más pruebas de que Inglaterra no
había entendido el mensaje, el salario de todos estos encargados de
garantizar el cumplimiento de la ley saldría del resultado de las
demandas judiciales, generando con ello un interés objetivo en
encontrar personas quebrantando las normas. Last,
but not least,
acordándose de que Nueva York se había negado a aplicar la
Quartering Act, Towshend decretó la nulidad de la Asamblea de la
colonia con efecto del 1 de octubre de 1767.
Ni
qué decir que el pueblo de las colonias se enardeció. Un folleto
lacrimógeno y sanguíneo escrito por John Dickinson, Letters
from a farmer in Pennsylvania to the inhabitants of the British
colonies,
se convirtió en un best seller. En un acto de abierta rebeldía,
Samuel Adams, uno de los padres de la nación americana, y que era
representante en Massachusetts, escribió una circular al resto de
las colonias apoyando los argumentos de Dickinson, que básicamente
venía a decir que las leyes de Towshend eran inconstitucionales. El
secretario de Estado para América del Foreign Office montó en
cólera. En una carta enviada a Adams, respondía con esa arrogancia
sobrada que destila el lenguaje posh,
acusándole de haber llevado a cabo a
flagitous attempt to disturb de public peace;
debo confesar que la primera vez que leí esta carta también fue la
primera vez que leí la palabra flagitious.
Además, Londres exigía a los gobernadores coloniales que metiesen
en vereda a las asambleas. Ante la negativa de la asamblea de
Massachusetts de condenar la carta de Adams, su gobernador, sir
Francis Bernard, recibió la orden de disolverla. Paco Bernard
cumplió dicha orden el 1 de julio de 1768 y, para proteger la
decisión, dos meses después dos regimientos ingleses llegaban a la
zona.
La
mayoría de las asambleas coloniales aprobaron declaraciones de apoyo
a Massachusetts. El defensor de la declaración en Virginia fue
George Washington.
Para
cuando lord North llegó a primer ministro en Londres, 1770, era ya
obvio para cualquiera con dos dedos de frente que las Towshend Acts
estaban costando más de lo que recaudaban (entre otras cosas, porque
el boicot americano era casi total). En marzo de aquel año, pues,
propuso al Parlamento eliminar todos los aranceles, salvo el del té.
A
pesar de que fue una medida sabia y en la dirección correcta, los
hechos para entonces se obstinaban en no trabajar por la
pacificación. El 5 de marzo de 1770, es decir más o menos cuando el
gobierno inglés estaba dando marcha atrás, un grupo de soldados
ingleses, que estaba siendo hostigado por la gente, perdió la
presencia de ánimo y mató a cinco bostonianos, además de herir a
otros cuantos. En 1772, en Providence, Rhode Island (a dos pasos de
Quahog), un grupo de gente tomó un barco que vigilaba contra el
contrabando y lo quemó.
Todo
eso era juego de tabas que se hacía para entretener el tiempo hasta
1773, que es cuando, probablemente, la dinámica revolucionaria
alcanzó una velocidad angular imparable. Fue en dicho año cuando el
parlamento inglés decidió suicidarse como imperio americano al
aprobar la East India Act, más conocida como Tea Act.
Vamos
llegando al punto que explica a quien no lo sepa por qué quienes en
EEUU se quieren ver como defensores de las viejas libertades (por
ejemplo, de llevar armas, diga el Estado lo que diga) se juntan en
una cosa que se llama Tea Party. La Compañía de las Indias
Orientales o East India Company era un gigantesco monopolio que, en
realidad, gobernaba la India. Como siempre ocurre cuando a algo se le
otorga un monopolio (por ejemplo, el Estado), no tardaron en llegar la ineficiencia, las tarjetas black, y la bancarrota. A finales del siglo XVIII, una EIC en
horas bajas volvió su jeto hacia Londres para pedir que la
rescatase. En ese momento, los almacenes de la compañía en
Inglaterra estaban literalmente petados con unas 8.000 toneladas de
té, que no tenían quien se lo tomase. Así las cosas, la Tea Act de
mayo de 1773, concedía a la compañía el derecho de embarcar su té
hacia América y venderlo allí a través de sus agentes propios. En
suma: América iba a ser literalmente inundada de té barato, pero a
costa de que los importadores locales no viesen un mango. O, si lo
preferís: era pasarle al commoner
americano
la patata caliente de unos tipos que habían quebrado su negocio por
venales. El rescate de cualquier banquito, pero a lo bestia.
En
diciembre de aquel año, el té de la East India comenzó a llegar al
puerto de Boston, donde fue almacenado bajo la estricta protección
de tropas inglesas. Fueron Samuel Adams y algunos de sus conocidos
quienes inventaron la idea de vestirse de indios, subirse a los
barcos, y tirar el té al mar. Esto fue lo que hicieron el 16 de
diciembre de 1773. La fecha mágica para muchos estadounidenses,
mayoritariamente republicanos, para los cuales el gobierno federal
sigue siendo la misma hidra cabrona que era cuando se llamaba
gobierno de Su Majestad.
La
reacción de Londres no se hizo esperar. A principios de 1774, el
parlamento inglés aprobó una serie de leyes, que fueron conocidas
en las colonias como las Coercive o Intolerable Acts. Decían:
primero, que el puerto de Boston quedaba cerrado hasta el que el
gobierno inglés y la East India fuesen reparados económicamente por
las pérdidas sufridas; todo representante británico que fuese
acusado en los tribunales de cualquier delito cometido en el acto de
defender la legislación sería juzgado en casa, no en las colonias;
tercero, el rey, y en su representación el gobernador de
Massachusetts, era investido del poder para nombrar puestos hasta
entonces electivos; cuarto, quedaban prohibidas cualesquiera
reuniones en Boston que no hubiesen sido aprobadas por el gobernador,
quedando además obligadas a discutir sólo los temas que éste
permitiera; y quinto, se impuso a todas las colonias una nueva
Quartering Act.
Haciendo
gala de su tradicional incapacidad para entender los tiempos, en mayo
del mismo año de 1774 el parlamento inglés aprobó la Quebec Act,
que venía a reconocer ciertos elementos de la vieja legislación
francesa sobre el Canadá, beneficiando con ello a los viejos
ciudadanos franceses de la colonia. Entre las previsiones legales
introducidas se encontraban ciertos juicios sin jurado y la igualdad
de derechos para los católicos; aspectos ambos que dispararon todas
las alarmas en la muy puritana Massachusetts. Por último, pero desde
luego no menos importante, la Quebec Act concedía a esta colonia
terrenos en el norte del río Ohio y al este del Mississippi que
habían sido largamente reclamados por Massachusetts, Connecticut y
Virginia.
La
Asamblea de Massachusetts llamó a una asamblea de delegados de las
colonias para responder a estas iniciativas. La asamblea se celebró
en Filadelfia en septiembre de 1774, convirtiéndose en lo que los
libros que aprenden los alumnos en las escuelas de los EEUU conocen
como First
Continental Congress,
en el cual únicamente faltó Georgia (aunque cabría hacer el chiste fácil de que el resto de las colonias tenía a Georgia on its mind).
La
primera propuesta de aquella reunión la hizo Joseph Galloway de
Pennsylvania, quien quería que se formase un gran consejo colonial
que compartiese el poder en materias coloniales con el parlamento
londinense. Era una medida relativamente moderada (de hecho,
Galloway era un representante bastante conservador, no muy enfrentado
con los ingleses). Sin embargo, justo antes de la votación llegaron
a Filadelfia rumores de que el general inglés Thomas Gage había
bombardeado Boston, y que Nueva Inglaterra estaba en pie de guerra.
Encendidos por las noticias, los delegados tumbaron la propuesta de
Galloway por un voto y aprobaron un programa bastante más radical,
con varios puntos: en primer lugar, la creación del ejército
colonial; en segundo lugar, la suspensión de todo tipo de comercio
con Inglaterra y la India. Para controlar el boicot,
el Congreso creó una serie de comités en las diferentes colonias
que en la práctica se convirtieron en auténticos gobiernos
paralelos, al estilo de las juntas españolas durante nuestra propia
guerra de la Independencia.
La
Asamblea se disolvió acordando reunirse en un año, pero lo haría
mucho antes. En abril de 1775, ante la enorme presión de las
personas que acudían a los puertos a garantizar el cumplimiento del
boicot, el general Gage envió una dotación de tropas para que
destruyese un importante almacén de viviendas y municiones que los
colonialistas tenían en la ciudad de Concord. Esta acción provoca
una de las escenas más queridas de la Historia de los Estados
Unidos. Paul Revere, William Dawes y Samuel Prescott son enviados
desde Boston para avisar a los patriotas en los pueblos del camino.
La imagen de Revere montado en su caballo y gritando por las calles
English are
comin'! es,
como digo, uno de los más ricos camafeos de la imaginería
americana. Es un hecho, además, que el aviso, lo hiciese Revere o no, funcionó. A cinco
millas de Concord, en Lexinton Green, las tropas inglesas, que tal
vez pensaban que iban allí a pasearse, se encuentran con una sólida
línea de tropas civiles. Los ingleses se enfrentaron con ellos y,
tras causarles seis bajas, siguieron avanzando. Consiguieron, de
hecho, neutralizar a Dawes y Revere, pero el doctor Prescott llegó a
Concord, logrando avisar a los habitantes de la ciudad para que
vaciasen el almacén. Los ingleses no sólo no encontraron nada, sino
que en su regreso fueron constantemente hostigados por los llamados
minutemen,
que les causaron casi 275 bajas.
El
segundo congreso continental se reunió, al calor de estos hechos, en
mayo de 1775, en Filadelfia, esta vez con representación de todas
las colonias. Si alguien les iba a decir, cuando entraron, que
aquella reunión iba a permanecer abierta catorce años, tal vez se
habrían carcajeado. Una de las primeras decisiones que tomaron fue
poner al mando de la primera fuerza militar colonial, de unos 10.000
hombres, al representante de Virginia George Washington.
A
pesar de esta decisión, lo más cercano a la realidad es decir que
los congresistas no tenían intención de hostiarse con nadie. El 6
de julio de 1775 aprobaron la Declaration
of the causes and necessity of taking up arms,
en la cual, tras asegurar que preferían morir libres que vivir como
esclavos, recordaban que los recursos de que disponían eran ingentes
pero, al fin y al cabo, aseveraban: “no hemos convocado ejércitos
para separarnos de Gran Bretaña”.
Más
o menos por ese tiempo, el Congreso adoptó también la Olive
Branch Petition,
un documento impulsado por los más conservadores, que pedía al rey
que impidiese al parlamento tomar más decisiones hasta que se
alcanzase un acuerdo. El rey, sin embargo, cuando recibió el
documento, en agosto, no le hizo caso alguno. Muy al contrario, hizo
una declaración apelando de rebeldes a las colonias, y recordando a
todos sus ciudadanos que su deber era no prestarles ayuda. La verdad
es que en la metrópoli no faltaron voces, como la de Edmund Burke,
que llamaron a la negociación. Aunque sus gestiones fracasaron, lord
North logró sacar adelante un plan de concesiones; concesiones, eso
sí, que si podían haber funcionado diez años antes, en 1775 eran
ya bien poca cosa.
No
obstante, para cuando el plan North llegó a Filadelfia, la sangre de
la guerra ya había corrido. Concretamente, había manado en Breed's
Hill, cerca de Boston, en lo que la Historia americana conoce, y la
verdad es que ignoro por qué, como la batalla de Bunker's Hill. El
17 de junio el general Gage, contando con las tropas que habían ido
a Concord y otras unidades frescas, decidió atacar a los patriotas.
Efectivamente, consiguió sacarlos de la colina, pero a causa de
sufrir 1.000 bajas, más del doble que las de los coloniales.
Washington llegó a Boston dos semanas después.
La
lucha se extendía al norte. Antes incluso de Bunker's Hill, en mayo
de 1775, Ethan Allen se había hecho con el control de los fuertes
británicos de Crown Point y Ticonderoga, ambos situados en la
colonia de Nueva York. Asimismo, tras controlar Boston, Washington
envió al general Benedict Arnold a hacer lo propio con Quebec,
aunque fracasó.
En
este ambiente, es lógico que el Congreso rechazase las propuestas de
North, y que de hecho tanto éste como el rey estuviesen convencidos
de que tenían que conducir la guerra hasta sus últimas
consecuencias.
El
gran problema de Londres era su incapacidad de conseguir soldados en
las propias colonias. De hecho, las tropas de la metrópoli que
pelearon contra el actual Estados Unidos estaban petadas de Hessians,
como se conocía a los muchos mercenarios alemanes, así llamados por
proceder en su mayoría de Hesse-Kassel y Hesse-Hanau. Mientras la
guerra se desplegaba, los habitantes de las colonias se apuntaban, de
forma cada vez más mayoritaria. Muchos de ellos leyeron el texto
probablemente más importante para la propaganda secesionista, que es
el titulado Common
sense,
escrito por Thomas Paine. Muy famoso es el pasaje de este opúsculo
que nos dice que “no deja de ser absurdo pensar que todo un
continente deba ser perpetuamente gobernado por una isla”. El 6 de
abril de 1776, el Congreso abrió todos los puertos americanos al
comercio con cualquier nación, salvo Gran Bretaña. Este gesto
generaba una independencia de
facto.
Los congresistas lo sabían bien, y apenas un mes después instaron a
todas las colonias a formar gobiernos independientes. El 2 de julio,
el Congreso votó una proposición por la que se declaraba
completamente libre de Gran Bretaña y el 4 de julio, Independence
Day,
adoptó la declaración de independencia que había sido, en buena
parte, redactada por Thomas Jefferson.
Años
más tarde, con la nación consolidada y consolidadas también las
envidias entre los padres de la nación y sus descendientes, el
siempre maledicente John Adams habría de intentar quitarle mérito
al trabajo de Jefferson insinuando que el documento no tenía nada de
original, pues se había limitado a recoger lo que muchas personas
llevaban tiempo diciendo. En realidad, probablemente esté
precisamente en eso su gran virtud. La declaración de Jefferson es,
efectivamente, básicamente un florilegio de conceptos que resumen
ese common sense
del que hablaba Paine y sobre el que se asienta la nación americana.
La
declaración de independencia debe ser comprendida adecuadamente en
su contexto. Es, por encima de todo, una declaración liberal en el
sentido más estricto de la palabra. Cuando dice aquello tan famoso
de que all men
are created equal,
lo que está diciendo es que todo hombre (y, consiguiente, toda
reunión de hombres, por ejemplo los habitantes de las colonias)
retiene por naturaleza una serie de derechos políticos que no hay
gobierno que pueda invadir, matizar o pisotear. Este concepto, que
tampoco tiene nada de nuevo porque está ya en John Locke, es el que
anima la nación estadounidense e impide que su sociedad pueda
aceptar fácilmente esquemas mucho más estatalistas como los que se
estilan en Europa. No entender esto, a mi modo de ver, es no entender
los Estados Unidos.
Pues lo que dice la wiki de Bunker's Hill es: "The battle is named for Bunker Hill, which was peripherally involved in the battle, and was the original objective of both the colonial and British troops, though the vast majority of combat took place on the adjacent Breed's Hill."
ResponderBorrarUno entiende ahora mejor esos chistes de las series de animación en que Massachusetts es siempre presentada como la ciudad de las propuestas más revolucionarias.
ResponderBorrarel general Gage envió una dotación de tropas para que destruyese un importante almacén de viviendas y municiones que los colonialistas tenían en la ciudad de Concord
A lo mejor estoy tonto, pero, ¿un almacén de viviendas? ¿No será de víveres? ¿o quieres decir que suministraba munición a varias viviendas?
Dos cosicas que menciono sólo porque sí las conocen hasta los alumnos más refractarios norteamericanos: Paul Revere galopó gritando "The British are coming! The British are coming!" Y, no es Bunker's Hill, sino Bunker Hill - de toda la vida, como se dice en España.
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