Recuerda que de esta historia hemos escrito ya un prólogo, y que te hemos dado una primera visión muy general de la situación del Paraguay y sus vecinos. Además, te hemos explicado la situación y papel básico en la zona del Imperio brasileño. Luego hemos seguido con los dimes y diretes de la Confederación Argentina, y hemos contado la guerra del Uruguay. Una vez pasado este escalón, ha «comenzado» la guerra del Paraguay propiamente dicha, desarrollada inicialmente en el teatro argentino.
El 17 de agosto,
Duarte toma posiciones defensivas en Yatay, una vez que ha pedido
refuerzos a Estigarribia y éste se los ha negado. Su situación se
podría calificar de desesperada, puesto que carece de artillería y,
además, los uruguayos de Flores tienen la ventaja de dominar las
lomas altas de la zona. De hecho, Flores le intima la rendición, a
lo que Duarte replica que no tiene órdenes superiores en tal
sentido.
A las 11 de la
mañana comienza el bombardeo, y luego la carga de las tropas al
frente del caudillo oriental León Pallejas. A pesar de la bravura de
los paraguayos, fueron apisonados. Más de mil soldados paraguayos
fueron degollados tras haberse rendido. Por lo que respecta a Duarte,
fue llevado prisionero ante Flores. Sin embargo, a pesar de la
actitud chulesca de Flores, Duarte salvó la vida, probablemente por
la mediación de otros mandos.
Tras el desastre de
Yatay, Estigarribia se da cuenta de que él, en Uruguayana, es el
siguiente de la lista, y por ello resuelve dejar la ciudad. Sin
embargo, al encontrarse con las tropas del general brasileño David
Canabarro, vuelve grupas hacia la ciudad. El 21 de agosto, Flores
cruza el Uruguay y se sitúa muy cerca de la población. Sin embargo,
antes había llegado ya el conde de Porto Alegre, Manuel Marques de
Sousa, quien toma el mando de las fuerzas.
El 2 de septiembre,
Estigarribia rechaza una oferta de rendición. Está rodeado 18.000
tropas de tierra en un auténtico asedio. Trata de romperlo cruzando
el río de noche, pero se lo impide la escuadra brasileña. Los
aliados, mientras tanto, discutían. Flores quería ser el comandante
de la operación, pero aquello era demasiado para alguien como el
conde de Porto Alegre, que nunca aceptaría ser mandado por un
caudillo sin entorchados de academia militar. Finalmente, se llegó a
la solución diplomática de que se le otorgaba el mando supremo de
las tropas a Flores; quien, inmediatamente, lo delegaba en Porto
Alegre para la acción pendiente.
El día 18,
señalado para el ataque, y una vez que Estigarribia haya rechazado
la rendición otra vez más, el jefe paraguayo decide ofrecerla. La de Uruguayana se convierte así en la primera acción
de esta guerra en la que el ejército aliado procede a incorporar a
sus filas a los paraguayos que hasta entonces habían luchado contra
él, en una acción que se repetiría muchas veces y que provocaría
las violentas protestas de los paraguayos. Pero lo realmente
importante es que el fracaso del avance hacia el sur y las acciones
bélicas que se habían resuelto de forma poco halagüeña para los
guaraníes resolvieron a López a cambiar de estrategia, y plantear
la guerra como defensiva en su propio territorio.
Esto, sin embargo,
es mucho más fácil de hacer que de decir. Paraguay había situado
en la otra orilla del Paraná, un río navegable con tres kilómetro
de anchura, a 27.000 hombres con todas sus armas y bagages, entre
ellas 100.000 cabezas de ganado; y todo eso, ahora, tenía que
regresar. El llamado repaso del Paraná le fue encomendado al
entonces teniente coronel José Eduvigis Díaz, sin duda uno de los militares más capaces del bando pagaguayo, quien consiguió completar
la operación, sin pérdidas, en apenas cinco días.
El 25 de noviembre,
López deja Humaitá para ponerse al frente de sus tropas. Mientras
tanto, Mitre, en su condición de comandante en jefe de las tropas
aliadas, diseñaba una operación basada en la invasión del Paraguay
por dos puntos: él, al frente de una parte de las tropas, lo haría
por Itapirú; mientras que la otra mitad de los efectivos, al mando
de Porto Alegre, lo haría por Villa Encarnación. El problema para
los aliados es que estaban en tal modo descoordinados que todo lo
hacían con exasperante lentitud. De hecho, a principios de 1866,
casi un año después de haber comenzado las hostilidades, Mitre,
quien al comienzo de las mismas había anunciado campanudamente que
estaría en Asunción en tres meses, todavía no había ni conseguido
pasar la raya del Paraguay.
A pesar de haber
cruzado el Paraná, los paraguayos mantenían una estrategia de
guerrillas o pequeñas unidades que solían pasar a Corrientes, para
dar un rato por el culo. El 30 de enero de 1866, una pequeña fuerza
de menos de 300 hombres al mando del teniente Celestino Prieto se
topó inesperadamente con un destacamento de caballería correntina.
Les dieron una mano de leches y los pusieron en huida, cosa que le
sentó muy mal a Mitre cuando fue informado. Así pues, el general
argentino preparó una celada con unas tropas que emplazó en un
monte, cerca de 5.000 hombres esperando a los paraguayos, escondidos,
en un lugar por el que solían pasar. El 3 de enero, efectivamente,
Prieto y su gente avanzaban hacia San Cosme.
En
este punto, se produce una de estas escenas que más parecen de la
guerra de Gila, y que nos demuestran que la realidad muchas veces
supera a la ficción e, incluso, al chiste. Ya hemos dicho que los
argentinos eran muchos, 5.000, y que estaban escondidos.
No les sería fácil pasar inadvertidos siendo tantos; así pues, si
realmente querían ejercitar el factor sorpresa, lo lógico es que
guardasen una serie de cautelas para no ser descubiertos; entre
ellas, la más importante, desde luego, estar calladitos. Pero no fue
esto lo que hicieron. Al general Emilio Conesa, al mando de las
tropas, no se le ocurre otra cosa que soltarle una arenga a sus
tropas; y las tropas arengadas, es bien sabido, no responden lo que se
diga con susurros, sino, normalmente, con bramidos de aprobación.
Esto fue lo que hicieron los argentinos, con el lógico resultado de
que los paraguayos, que ya estaban cerca, les oyeron.
Advertidos éstos,
pues, el teniente Prieto ordena el repliegue hacia un monte, en Los
Corrales. A las dos de la tarde, tras un desconcierto por parte de
los argentinos, se inicia el primer ataque, que a las cinco es ya una
lucha cuerpo a cuerpo. Al caer la noche, los argentinos se dan por
vencidos. Alguno de los participantes en esta acción tiende a
exculpar a Conesa de una derrota tan ilógica, a pesar de su cagada
de principio con la arenga famosa. Según estas versiones, el error
estuvo en atacar de frente a unos paraguayos que estaban bien
situados en una posición ventajosa; pero esa orden, parece ser, no
partió de Conesa, sino de Mitre; quien, además, a pesar de estar
relativamente cerca, no hizo nada por reforzar a los atacantes. Mitre
y Conesa, al parecer, estaban distanciados desde la lucha del arroyo
Cepeda.
El
broche de oro de aquella batalla de Gila, conocida como la acción de
Pehuajo, lo prende Mitre en su parte del día, en el que, tras
felicitar a los supervivientes de la batalla, les conmina para que
«en los próximos combates sean menos pródigos de su ardor generoso
y de su valor fogoso». Ya lo sabes, soldado argentino: tú, lo que
tienes que hacer, es pelear con un punto de indiferencia, y de
cobardía. En realidad, hay más. Aquella división argentina, puesto
que era correntina, estaba petada de gauchos, que se contaron
mayoritariamente entre las bajas de este lado; no falta quien
recuerda la opinión que tenía Mitre de estos argentinos de
provincias, y las, tal vez, intenciones ocultas en la orden de que
atacasen de frente a un enemigo bien fortificado.
Aun tendría Mitre
más ocasiones en los primeros meses de 1866 de demostrar su
importante impericia en la guerra real. Compulsivo devorador de
libros franceses de estrategia, da la impresión de que este general
nunca tuvo muy claro que los principios reseñados en los libros no
son directamente traspasables a esa cosa llamada realidad.
En el paso del
Paraná aparecían, como pequeñas islas, los lugares llamados de
Tuyutí y Paso Pucú. El paraguayo López, en un movimiento
aparentemente estúpido, había concentrado sus fuerzas en Pucú,
dejando Tuyutí franco para los atacantes. No fueron pocos los
oficiales que trataron de convencer a Mitre de que todo indicaba que
podía tratarse de una trampa. Los brasileños, de hecho, mejor que
tomar Tuyutí, proponen una acción envolvente, avanzando por el
Chaco.
Al
tiempo que pasaba todo esto, los barcos brasileños permanecían
surtos en la rada de Corrientes y su almirante, Tamandaré, se paseaba
por Buenos Aires, lozano y altanero,
como canta María Nekane Pradera. Mitre lo llama al Paraná, donde
llega el 21 de febrero; dos días después anuncia que ya esta todo
dispuesto para no permitir el paso de un solo paraguayo por el río.
El 25 se reúne el Estado Mayor en Corrientes, en el cual Tamandaré
anuncia que va a remontar el río Paraguay para descangalhar
Humaitá (don Joaquín, ésta es
la verdad, nunca llegaría a esta población, así pues difícilmente
la pudo dejar, ni fané,
ni descangallada).
El 17 de marzo, la
flota abandona puerto y sube hacia Paso de la Patria. El 22, otra
reunión de Estado Mayor resuelve que suba el río y destruya
Itapirú, para así facilitar el desembarco (recuérdese que Itapirú
es es lugar elegido por Mitre para pasar el río con sus tropas).
En la
mañana del 23 de marzo, un pequeño barco paraguayo, el Gualeguay,
remolca un lanchón pequeño hasta la punta de Itapirú, y lo deja en
la costa. En la barca está el sargento Francisco López y cinco
soldados más. Esta barca se enfrenta a la escuadra brasileña, que
les dispara con sus bocas de fuego como si fuesen el USS
Nimitz, con el resultado de que,
lógicamente, los paraguayos salten por la borda y ganen la orilla a
nado. Por la tarde, los paraguayos repiten la jugada del lanchón,
esta vez al mando del sargento José María Fariña.
El día
25, ya son tres días de lanchones, es el aniversario de la
constitución imperial brasileña, así pues los barcos cariocas se
engalanan y disponen para la fiesta. Sin embargo, aparece un tercer
lanchón, que comienza a cañonear la nave almirante. Para entonces
los paraguayos, a base de disparar, han aprendido bastante de sus
objetivos, y disparan con bastante ojo. Tamandaré ordena que un
acorazado que lleva su nombre y una cañonera, la Henrique
Martins, se lancen a por Fariña.
El sargento tira con su lancha hacia la orilla, pone pie en tierra y
se pierde en la selva, donde se encuentra un batallón de paraguayos
escondidos. Los brasileños, envalentonados, tiran tres botes con 25
hombres para hacerse con la barca, pero son recibidos con un fuego
que les obliga a retirarse. Furiosos, los brasileños bombardean la
selva, sin causar daños.
Al día
siguiente, 26, la barca está de nuevo preparada. A mediodía, Fariña
vuelve a avanzar, y Tamandaré manda tres acorazados contra él. Los
paraguayos, no sin haber destrozado de un cañonazo el mástil de uno
de sus perseguidores, el Bahía,
acaban tirándose al agua.
De esta manera, los
paraguayos detuvieron el avance de toda una escuadra hacia Itapirú,
usando un solo lanchón.
Tras este combate,
sin embargo, los brasileños comienzan a bombardear la punta de
Itapirú. Para poder dominar la posición, los brasileños deciden
hacerse dueños de un banco de arena llamado Purutué. Ocupan el
banco el 6 de abril de 1866, al mando del uruguayo Juan Carlos
Villagrán Cabrita. López decidió que los brasileños debían ser
desalojados del banco, por lo que dio instrucciones al teniente José
Eduvigis Díaz para que reuniese una fuerza de 1.200 hombres,
distribuidos en tres cuerpos de 400 efectivos cada uno. Díaz se
queda en Itapirú con uno de estos tres cuerpos de reserva, mientras
que los otros dos embarcan en una treintena de canoas en la madrugada
del 10 de abril. Sin embargo, los atacantes fueron advertidos por los
brasileños, quienes los recibieron con fuego artillero. Los
paraguayos, sin embargo, acaban llegando a las trincheras, donde se
produce una lucha cuerpo a cuerpo. A pesar de enviar, en la mañana,
la reserva de Díaz al combate, los brasileños consiguen resistir.
La acción costó a los paraguayos un elevado número de bajas que ha
hecho preguntarse a muchos estrategas si esta acción no fue un error
de López, que perdió mucho a cambio de haber obtenido, caso de
ganar, más bien poco.
Las tropas aliadas
están a punto de pasar el río.
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