Como
es sabido de todos o de casi todos, con la década de los sesenta
periclitó en el mundo un periodo relativamente sostenido de
crecimiento, aparentemente sin desequilibrios; y la URSS no fue una
excepción a este movimiento. Para que nos hagamos una idea, en aquel
entonces el país gobernado por Breznev crecía, cuando menos
teóricamente, a tasas chinas (en el 69 se había previsto un aumento
del 6,1%); y, sin embargo, lo que hizo fue decrecer un 3%, en la
producción agrícola; y en la industrial, aunque la expansión fue
del 7%, era la más reducida desde el final de la guerra mundial.
Una
cosa que tal vez convenga anotar es que la URSS de 1969 era el
paraíso de aquéllos que piensan que en una economía todo se
soluciona aumentando salarios y animando a la gente a consumir.
Porque, de hecho, en la segunda mitad de la década lo único que
creció, incluso más de lo inicialmente previsto, fueron los
salarios, dado que eran de control estatal. Los soviéticos, pues,
tenían más dinero en el bolsillo que nunca; lo cual, como digo, es
el Sangri-la de quienes tienden a ver neoliberalismo hasta en los
gestos de las ardillas al comerse una bellota. Pues bien: aquellos
ciudadanos tenían dinero, pero nada que comprar con él. La economía
soviética estaba gripada, perdía productividad y, además, como
toda economía desde que los griegos abrieron el puerto de El Pireo,
como no dependía sólo de sí misma para abastecerse, y sus graves
problemas le impedían importar, en la práctica, como digo, los
ciudadanos soviéticos tenían dinero para comprar bien poca cosa,
porque bien poca cosa había. En esas circunstancias, lo que hacían
era ahorrarlo, amenazando con sobrecalentar el sector financiero; y,
de paso, se estaban creando unas fortísimas tensiones
inflacionarias.
Todos
los ratios y valores del plan quinquenal 1966-1970 tuvieron que ser
revisados a la baja. Especialmente las del último año, que se
hicieron pastueñas para poder ser plenamente cumplidas: el camarada
Breznev no quería ni oír hablar de un Estado soviético admitiendo
incumplimientos de su planificación en el año centenario de
Vladimir Ilich Ulianov.
Existían
potísimas razones objetivas (climáticas) para explicar el
decaimiento de la producción agrícola de 1969. Pero aun así
Breznev escogió usar las cifras para ahormar un poquito más a su
oposición potencial. En la sesión del Comité Central del 15 de
diciembre de 1969, realizó una intervención secreta (como la de
Kruschev sobre Stalin) admitiendo el estado caótico de la economía,
echándole toda la culpa a Kosigyn (paradójicamente, quien había
intentado reformarla para que esas cositas no pasaran) y exigiendo
medidas draconianas de ajuste.
Lo
hizo, por supuesto, para mandar a tomar Fanta a lo que quedaba de las
reformas económicas. En un ejercicio notable de cinismo,
desconocimiento, o ambas cosas, le echó la culpa de los problemas a
las políticas de incentivos de productividad que se habían
implantado; incentivos que, dijo, debían de ser sustituidos por la
presión ideológica y las apelaciones al patriotismo; el viejo
sistema de los comisarios políticos, pues. Combinaba estos
«estímulos» con un incremento de la disciplina, con su
consiguiente aumento de los castigos contra los pasotas, los vagos, y
los borrachos (esto último, la verdad, tiene mucha coña que lo
dijera él...) De hecho, en aquellas tensas horas de diciembre de
1969, el Partido Comunista de la URSS se planteó una Ley Seca; pero,
lógicamente, finalmente acabaron los miembros del Comité Central
por reconocer, y reconocerse, que tal medida en el Rusia era,
simplemente, imposible. Así pues, se optó por una subida del precio
del alcohol, así como una serie de medidas de reducción de los
puntos de venta. Se reinstaló el subottnik, una odiada
reliquia de los viejos tiempos consistente en trabajar un día al año
sin sueldo, porque la Revolución lo vale. Y, en general, el peso y
el mando del partido en las empresas y en la estructura económica en
general se incrementó.
La
lectura interna de esta intervención era clara: Breznev estaba
llevando a cabo su último órdago por el poder, atacando a Kosigyn
en lo fundamental de su poder y responsabilidades. Este
enfrentamiento casi final convirtió el año 1970 en uno de los más
interesantes, sino el que más, de la Historia de la política
interna soviética.
El
año, en realidad, venía repleto de referencias de importancia.
Tres, concretamente: el centenario de Lenin, las elecciones al Soviet
Supremo, y el XXIV Congreso del Partido, inicialmente previsto para
marzo de aquel año aunque finalmente se celebró en abril de 1971.
En
marzo de 1970, Pravda publicó que Breznev había sostenido
una reunión con casi una veintena de ministros de corte técnico de
diferentes repúblicas soviéticas, para discutir sobre la
agricultura. Aquel gesto suponía colocarse declaradamente dentro del
perímetro de actuación de Kosigyn. Acto seguido, se cogió un avión
con su amigo Grechko y se fue a Minsk, a supervisar personalmente
unas maniobras militares que tenían lugar en Bielorrusia. El 1 de
abril, sin la compañía de ninguno de los jerifaltes soviéticos
(sólo Vladimir Scherbitsky, uno de sus turiferarios; y el mariscal
Sajarov) se fue a Budapest a celebrar el XXV aniversario de la
liberación de Hungría tras la guerra mundial.
Casi
al mismo tiempo, una serie de ceses comenzó en los ámbitos del
Partido dedicados a la propaganda. El director de Izvestia, el
kosigynita Vladimir Stepanov, cesó como responsable de propaganda
del Comité Central, y fue enviado a Beijing a comer rollitos de mala
hostia. Nikolai Mijailov, que había sido predecesor de Shelepin como
secretario del Komsomol y ahora era secretario del Comité Estatal de
Prensa, fue cesado de este último cargo. Nikolai Mestasyev, otro
hombre de Shelepin, fue despedido de la presidencia del Comité
Estatal de Radio y Televisión. Aleksei Romanov, que presidía el
Comité de Cine, fue también cesado.
Otra
cosa que pasó es que en la URSS se declaró una grave epidemia de
gripe que, cosa curiosa, sólo pareció afectar a la pirámide del
poder soviético. Podgorny, que tenía un viaje previsto a Japón,
tuvo que cancelarlo por problemas de salud. Kosigyn fue oficialmente
hospitalizado por una gripe que se había complicado. Y también se
reportaron problemas de salud para Shelepin, Suslov y algún otro
alto mando. Fíjese el lector en que Suslov está en la lista: Roma
no paga traidores.
Cuando
Breznev regresó a Moscú, en el andén de la estación de Kievsky
sólo quedaban tres miembros del Politburó (Kirilenko, Mazurov y
Voronov) para recibirlo. El resto estaban oficialmente enfermos. Aun
así, el día 10 de abril Shelepin se atrevió a reaparecer, puesto
que participó en el Día de los Astronautas.
El
11 de abril se anunció oficialmente el ascenso de dos burócratas
del Partido en provincias, ambos, sin embargo, amigos de Breznev.
Tijon Shokolov fue nombrado primer vicepresidente del Gosplan, es
decir la poderosísima Comisión de Planificación Económica; mientras que
Leónidas Yefremov era nombrado primer vicepresidente del Comité
Estatal de Ciencia y Tecnología, donde sería el jefe de, entre
otros, el yerno de Kosigyn, Dzerman Gvishiani.
Tres
días más tarde, Breznev se presentó en Jarkov para otorgar unas
cuantas medallas de Lenin en una fábrica de tractores. Fue un acto
inusual en la vida de la URSS. En un determinado momento, Breznev
agarró a una rubia trabajadora de la fábrica y le plantó dos besos
de tal calibre que la pobre chica quedó como electrizada (este
gesto, sin embargo, sería superado, años después, por Boris
Yeltsin, quien le tocó el culo a una señora delante de las cámaras
del mundo entero). Además, dio dos discursos, y los dos fueron
transmitidos en directo por la televisión soviética. Uno de los
discursos, dedicado a temas exteriores, fue la primera expresión
clara, diáfana y pública, de la política breznevita de moderación
respecto de occidente. En el otro discurso, dedicado a temas
internos, sustantivó su nueva línea de gestión económica,
afirmando que los viejos métodos ya no servían.
Sólo
después de estos discursos pudieron el resto de líderes recuperarse
de sus dolencias y volver a aparecer en público.
El
21 de abril, los líderes de los partidos comunistas del mundo se
reunieron en Moscú para celebrar el centenario de Lenin. Allí
estaban todos, resucitados, escuchando el discurso de Breznev, quien recordó la honda preocupación de Lenin por mantener
unido al partido bolchevique; por lo que, añadió, veía los
fraccionalismos y las divisiones dentro del Partido como el principal
peligro a que se enfrentaba éste. Suslov, en una costumbre que
entonces no tenía nadie aunque hoy se ha hecho norma, se llevó a la
reunión unas enormes gafas de sol con las que, durante toda la
ceremonia, escondió sus ojos de la visión del mundo.
A
finales del mes de mayo, en medio de las «elecciones» al Soviet
Supremo, Breznev dio otra vuelta de tuerca. Realizó dos grandes
discursos a los consejos de ministros de la URSS y de la Federación
Rusa, a pesar de no ser miembro de los mismos. Esto suponía poner
conscientemente un pie en los predios de Kosigyn y de Gennady
Voronov. Los discursos nunca fueron publicados. Lo importante es que
los había dictado. Porque yo lo valgo.
El
12 de junio, dos días antes de las votaciones, todavía dio Leónidas
un tercer discurso, en el distrito moscovita de Baumanski, esto es
donde él vivía.
El
2 de julio, coincidiendo con una reunión del Comité Central, un
periódico occidental, el Evening News de Londres, publicó
una crónica de Viktor Louis, una auténtica rara avis de los
tiempos de la guerra fría, pues era ciudadano soviético y, aun así,
se le permitía escribir para medios occidentales. Hombre reputado
como estrechamente relacionado con la KGB, Louis anunciaba la
inminente producción de una crisis de cambios en el Kremlin. Según
su crónica, una hipertensión rebelde ha hecho a los médicos
recomendarle a Breznev pasar a un segundo plano; lo cual podría
suponer, especulaba el cronista, faltar en unos días a una cita en
Bucarest.
Lo
cierto es que la información resultó ser parcialmente cierta.
Contra lo que había especulado Louis, Breznev sí que acudió en
esos días a un pleno del Comité Central monográfico sobre
agricultura, que ya hemos visto. Pero, al contrario, no fue a Bucarest, pretextando un
problema catarral, y envió a Kosigyn y Suslov. La cosa es rara,
porque, de todas formas, el mismo día que estos dos enviados
firmaban el acuerdo de amistad ruso-rumano, Breznev no estaba en la
cama pasando la gripe, sino en el fútbol, ya que, junto a Podgorny y
al presidente de la República Centroafricana Bokassa, estaba viendo
el directo un enfrentamiento entre Torpedo de Moscú y el Dinamo de
Kiev (que el equipo del alma de Breznev, al fin y al cabo medio ucraniano, perdió).
El
14 de julio fue la sesión inaugural del nuevo Soviet Supremo. El
principal orden del día era la reelección de Kosigyn como primer
ministro y la elección de su gobierno de más de noventa ministros.
Si
Kosigyn había sido reelegido era, obviamente, porque la pelea por el
poder había terminado, con la victoria de Breznev. Lo que en el
verano era una teoría más que plausible se confirmó el 31 de
diciembre, con un gesto sin precedentes en la Historia de la URSS.
Para
entonces, era tradición en la noche del viejo año que Yuri Levitan,
entonces con mucho el más famoso presentador de la televisión,
hiciese un mensaje de felicitación del nuevo año para todos los
soviéticos. Pero en la noche de aquel 31 de diciembre de 1970,
Levitan tuvo un papel menor, puesto que se limitó a presentar a
Breznev quien, con un mapa de la URSS detrás de él, leyó, por
primera vez en la Historia de la Unión, un mensaje del camarada
primer secretario.
Si
a alguien le quedaban dudas de quién mandaba en la URSS, se le
disiparon.
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