Es esta segunda cohorte de gallegos un grupo mucho más
hecho. En primer lugar, por diferencias en la formación. Personajes como Benito
Vicetto o Murguía tienen formaciones más profundas (aunque ahora veremos para qué las utilizaron...), y mucha más intención a la
hora de usarlas. Además, es una generación, por así decirlo, menos progresista
y más galleguista, lo cual hará mucho por crear las bases de un nacionalismo
que se pueda decir auténtico. Tampoco hay que olvidar que el desarrollo de la
prensa hará que, a pesar de que los periódicos provincialistas siguen teniendo
vidas efímeras y complejas, el altavoz sea algo más estable, sobre todo gracias
a la labor de editores como el vigués Juan Compañel; persona sin la cual el Rexurdimento y, en general, el
galleguismo no se entenderían como fueron, y que sin embargo la mayor parte de
los gallegos han olvidado. Por último, el centro de gravedad de las prácticas
ideológicas se desplaza de Santiago a La Coruña; lo cual, no es por nada, pero
le sentó muy bien.
Ahora, no hay que llevar las cosas más allá de lo
racional. No estamos ante un movimiento político actuante. Estamos ante una
corriente producida entre elites pensantes y, además, urbanas (lo cual, en
Galicia, y hasta hace dos telediarios, ha querido decir socialmente
minoritarias).
Este protogalleguismo se ve afectado, paradójicamente, por
la victoria de sus ideas; porque, ya lo hemos dicho, durante aquellas agitadas
décadas del XIX, el provincialismo gallego, en realidad, no es sino una
expresión local del progresismo español, por mucho que hoy se intente interpretar, a toro pasado y por conveniencias del presente, como un movimiento puramente gallego. En 1868, con La Gloriosa, ese
progresismo llega al machito y eso, paradójicamente, como digo, afecta negativamente a la
idea de un nacionalismo gallego. Las capas progresistas gallegas abrazan con
pasión las ideas republicanas españolas
y, a pesar de notables esfuerzos como el de Valentín Lamas Carvajal al editar La Aurora de Galicia o del grupo formado
por Alfredo Vicenti, Manuel Murguía y Waldo Insúa, que escriben en el Diario de Santiago, el galleguismo se
desdibuja en la corriente general. De hecho, la posibilidad de poder gobernar en Madrid, que es donde hay gobierno, hace que el provincialismo gallego se desangre de algunos de sus elementos más flamantes y capaces, como es el caso de Alejandro Chao.
El pimargalismo, esto es el nuevo federalismo español,
aportará al galleguismo la formulación ideológica que le faltaba, en el marco
de la Federación Ibérica que estos políticos reclaman en Madrid. Sin embargo,
estas ilusiones morirán con la I República; proceso que, no se olvide, casi
coincide en el tiempo con la derrota final del carlismo, lo que hará que muchos
postulados tradicionalistas se acerquen a la hoguera nacionalista. Muerto el
federalismo, el provincialismo gallego evolucionará hacia el regionalismo, al
estilo catalán; mientras que, entre los antiguos carlistas surgirá el
galleguismo, como reivindicador de las viejas tradiciones de la sociedad
gallega. Y un detalle no exento de importancia: es al madurar la Restauración,
a mediados de la octava década del siglo, y no antes, cuando nace la prensa en gallego. Uno
de estos medios, O Tío Marcos da Portela,
editado en Orense por Valentín Lamas, lleva en su portada una declaración de
intenciones que refleja de alguna manera la situación de (in)madurez en que se
encuentra, entonces, el sentimiento de lo gallego:
Os mandamentos do
Marcos fora da eirexa son seis:
facer a todos xustiza,
non casarse con ninguén,
falar o galego enxebre,
cumprir co que manda a lei,
loitar polo noso adianto con entusiasmo e con fe,
vestir calzóns e monteira
facer a todos xustiza,
non casarse con ninguén,
falar o galego enxebre,
cumprir co que manda a lei,
loitar polo noso adianto con entusiasmo e con fe,
vestir calzóns e monteira
Los gallegos decimonónicos concienciados, en efecto, están
muy preocupados con hablar el gallego enxebre,
esto es, el de toda la vida. Recuperar un idioma que reputan en peligro por la invasión secular del castellano y que, ya por entonces, divide a los gallegoparlantes entre los que dicen coello y los que dicen conexo para hablar del mismo segundo plato. Y eso
les llevará a un proceso cultural muy parecido al ocurrido en Cataluña, que en
Galicia llevará el nombre de Rexurdimento.
Quizás el primer mojón de este camino sea un libro de
1853, obra de Juan Manuel Pintos, que se llamó A gaita gallega; aunque el propio título ya está dejando bastante
claro que el gallego de aquella obra era más bien una mezcla entre dicho idioma
y el español.
En 1860, la producción más o menos masiva de literatura en
gallego comienza en la Coruña con la publicación, de la mano de los hermanos De
la Iglesia, de O vello do Pico Sacro.
El 2 de junio de 1861 se celebran en la misma ciudad en la que nadie es
fontanero los primeros juegos florales de poesía; competición que hoy suena a
cursi que lo flipas, pero que en el siglo XIX fue de gran importancia tanto
para gallegos como para catalanes. En 1861, sin embargo, todavía la inmensa
mayoría de los creadores se presentan con composiciones en español y, de hecho,
sólo un poeta en gallego (Francisco Añón) recibe premio.
Dos años después, 1863, Rosalía de Castro publica sus Cantares gallegos, obra con la que se
considera plenamente inaugurado el Rexurdimento.
Es más o menos el tiempo en el que Francisco Mirás publica la primera gramática
gallega moderna. Más o menos quince años después, la literatura en gallego, y
el gallego literario (no confundirlo con el que hablan muchos gallegos y no
digamos con el gallego de habla actual cuyo limpia, fija y da esplendor es ejercido por colleras por la televisión autonómica y el sistema educativo, que son bastante distintos) quedarán
fijados por el gran tridente de la literatura galaica: la propia Rosalía, que
se sale en 1880 con su Follas novas,
que a un castellano le sonará lúbrico pero a un gallego no tanto; Eduardo
Pondal y su muy descriptiva Queixumes dos
pinos (1886); y Manuel Curros Enríquez, que el mismo año que las follas de
Rosalía publica Aires da miña terra,
libro que, en opinión de este amanuense, sobrepuja al de su compañera poeta de
la misma manera que el Sil al Miño. Antonio de la Iglesia publicará en 1886 una
antología, El idioma gallego, donde,
merced a su buen conocimiento de los escritores gallegos, quedan reflejados
casi todos los que son. Es libro fácil de encontrar, pues ha sido reeditado.
Donde el nacionalismo gallego desbarra dubidú es en la
historiografía. Hemos de comprender, en este sentido, que aquellos galleguistas
son galleguistas románticos; y que la tendencia cultural romántica, por lo
general, no fue en ningún lugar muy respetuosa con la literalidad de los hechos
históricos. Se puede decir, sin temor a ser demasiado exagerado, que, entre
1860 y fin de siglo, los regionalistas gallegos inventan un pasado para
Galicia. Un pasado que justifica sus reivindicaciones en la existencia de un histórico ente nacional gallego, ente que fuera asoballado comilfó por Castilla. Pasado que, no obstante, en buena parte no transcurrió salvo en la imaginación de quienes lo concibieron, y lo conciben. La neohistoriografía gallega se
basará, sobre todo, en el celtismo («Galicia», dirán estos galleguistas, «es la
Irlanda de España»; un argumento que en el siglo XX les han robado los vascos)
y en la búsqueda de unas raíces remotas que distingan a su pueblo del resto de pueblos que se asentaron en el suelo ibérico.
Benito Vicetto, uno de los dos grandes exponentes de esta
corriente, comienza echando mano de ese género donde todo es posible y que
solemos llamar novela histórica a pesar de que no pocas veces, en el pasado
como en el presente, más debiera merecer el calificativo de histriónica.
Vicetto, de hecho, es de éstos últimos, pues su producción literaria, digamos, sólo es analizable desde el principio general de que se trata de una enorme, vasta, e ideológica, licencia poética.
En 1865 y siguientes años, sin embargo, dará el salto cualitativo pasando de la ficción a la no ficción, escribiendo una Historia de Galicia que tiene páginas en las que uno tiene la sensación de que, en lugar que sobre Galicia, le están hablando del planeta Alderaan. En esa época, y con el mismo título, publicará Manuel Murguía su propia versión histórica del devenir de Galicia, en un gesto que dividirá el nacionalismo gallego en dos bandos, los murguistas (como Pondal, o los Valle-Inclán) y los vicettistas (sobre todo, los hermanos De la Iglesia).
En 1865 y siguientes años, sin embargo, dará el salto cualitativo pasando de la ficción a la no ficción, escribiendo una Historia de Galicia que tiene páginas en las que uno tiene la sensación de que, en lugar que sobre Galicia, le están hablando del planeta Alderaan. En esa época, y con el mismo título, publicará Manuel Murguía su propia versión histórica del devenir de Galicia, en un gesto que dividirá el nacionalismo gallego en dos bandos, los murguistas (como Pondal, o los Valle-Inclán) y los vicettistas (sobre todo, los hermanos De la Iglesia).
En el fondo de la cuestión yace la difícil relación entre Vicetto y la pareja Murguía-De Castro (ya que, para quien no lo sepa, Manuel Murguía era el costillo de La Chorona de Padrón), que fue muy buena durante mucho tiempo pero que comenzó a deteriorarse el año que el matrimonio antes citado se fue a Madrid; momento que viene a coincidir con una serie de aceradas críticas escritas por Murguía sobre las novelas de Vicetto. Si Murguía hizo eso no es porque las obras del ferrolano le pareciesen malas. Lo hizo, básicamente, porque entre ambos se estaban dirimiendo cosas mucho más terrenales que la histórica misión de reivindicar el lugar de Galicia bajo el sol de la Historia. Competían, ambos, por ser el Gran Manitú de la religión de lo galaico. Sabido es, ya lo hemos contado en este blog, que muchos siglos antes la Humanidad había evolucionado lenta, pero segura, hacia el monoteísmo y, a partir de ese momento, en el Cielo ya sólo cabe un Dios. Así pues, el Dios del provincialismo gallego habría de ser, o Murguía, o Vicetto; uno de los dos sería quien vendiese su Historia de Galicia como churros (como churros enríquez, se podría decir, en un chiste fácil) mientras el otro se quedaría a vestir santos. Y esto es lo que estaba en disputa, una disputa de tamaño suficiente como para merecer que una amistad se fuese a tomar por culo, como se fue. Tan fuerte fue la polémica, tan aleves los bajonazos del navajeo, que Vicetto, el perdedor final de la contienda, anunciará, campanudo, el abandono de su tarea literaria y de su colaboración con la pluma en la causa de lo gallego.
En medio de aquella disensión, el editor vigués Juan Compañel, socio habitual de Murguía en sus aventuras, comenzó a editar la Historia de Manuel, mientras que el ferrolano Vicetto ya estaba preparando la suya. Lo que siguió se parece bastante a una pelea entre videoconsolas de consumo masivo. El editor Castor Mínguez, oliendo la tostada del negocio, llegó a un rápido acuerdo con Vicetto y comenzó a sacar los folletines de la Historia de éste. Los intereses particulares estaban tan presentes en todo aquello que los murguistas, a pesar de lo mucho que había escrito y escribiría su mentor sobre el celtismo de Galicia y la etapa goda y tal, saludaron la salida de un libro dedicado a los reyes suevos (del que, siglo y medio después, siguen bebiendo quienes de nacionalismo quieren saciarse) calificando la dominación sueva de Galicia de «pasajera», así como «árida y desprovista de interés». Vamos, que a Murguía lo coge el BNG, y lo exilia a Guinea…
No le faltaba razón a estos críticos. Pero lo mismo
podrían haber dicho de la historia murguista. Ambas tienen un valor
historiográfico rayano a cero y excesivamente entregado a la demostración del
origen celta de la población gallega y de la existencia de un espíritu
nacional, ideas ambas que cuando menos Murguía había sacado de su elevada (y confesada)
admiración hacia lo vasco, probablemente inducida por su relación de parentesco
con Pedro Egaña, senador y, se dice, el primer hombre que habló de nacionalidad
vasca en sede parlamentaria.
La táctica de esta pareja de amigos, que cuando escribieron
sus historias ya no lo eran, era bastante sencilla: dar por buenas las
versiones contenidas en las leyendas populares. Con su metodología, por lo
tanto, deberíamos creer que el cadáver de Santiago llegó a Galicia en una barca
de piedra hasta que un monje encontró la tumba en el monte y bla, bla,
bla. Todo muy científico.
Murguía y Vicetto abrazaron con pasión el mito (porque es
un mito) de que existe una diferencia racial entre los gallegos y el resto de
los habitantes de la península ibérica, basada en su origen celta. Origen
celta, en España, tienen muchos pueblos, no sólo el gallego. El poeta latino
Marcial dice varias veces en sus escritos que su padre era medio celta; y era
de Bílbilis, de donde son los bilbilitanos, no los gallegos.
Más aun, no existen, ni siquiera ahora, en el siglo XXI,
argumentos sólidos que sostengan la idea de que los celtas que poblaron partes
de la península ibérica tuviesen alguna relación con los celtas que lo hicieron
en lugares como Irlanda. El hermanamiento entre Galicia e Irlanda,
etnográficamente hablando, equivale, más o menos, a aceptar barco como animal
acuático. Numancia, la valiente ciudad soriana que resistió hasta la muerte
contra los romanos, era una ciudad celtíbera, y de origen celta fueron las familias
que se suicidaron dentro de ella para no ser capturados. En otras palabras,
hubo celtas en Galicia; pero de ahí a decir que la Galicia fue la quintaesencia
de la sociedad y la civilización celtas va un abismo por el que casi cualquier
posición mínimamente soportada se despeña; pero que los provincialistas gallegos
de finales del siglo XIX cruzaron sin un suspiro.
La vinculación entre Galicia e Irlanda era especialmente
importante para la creación de estos mitos, pues es en una de la fuentes
legendarias de la cultura gaélica, el Leabhar
Gabhala, donde puede encontrarse, con un poco de imaginación, el sustento
para historias que son tan importantes para el galleguismo que han sido
grabadas en piedra en su himno. Es este documento el que habla de un héroe llamado
Breogán. Irlanda, según este manuscrito, habría sido varias veces invadidas por
hombres procedentes de Hispania, gracias a lo cual acaba por tener noticia de
un rey llamado Breogán, que ha conseguido tener al resto de los habitantes de
la península fuera de Galicia. A Breogán se lo supone en estas leyendas
fundador de La Coruña y constructor de la torre de Hércules, afirmaciones ambas
que, afortunadamente, son hoy colocadas al nivel de la que narra el
descubrimiento de la tumba de Santiago. Mil, nieto de Breogán, habría sido el
conquistador final de Irlanda, lo que «explicaría» la raíz común de gallegos
(sólo gallegos) e irlandeses.
Murguía y Vicetto, con la compañía de estas fuentes tan
fiables y de carácter casi (o sin casi) mitológico, construyeron la idea de que
una identidad gallega, céltica, que existiría desde antes de los romanos y que
desde los romanos está luchando por conseguir su libertad. Hablaba Murguía, en
unos tonos que hoy, la verdad, suenan un tanto nazis, de «una raza gallega
distinta y perfectamente acusada»,
esto es, abrazando teorías como la de cierto nacionalismo vasco sobre distintos
RH en la sangre y todo eso.
Con todo, en aquel auténtico dream team decimonónico del provincialismo galleguista destaca
especialmente Eduardo Pondal. Pondal, al contrario de Murguía o Vicetto, no
tenía ningún interés en construir un entorno intelectual sobre lo gallego. Él
se limitaba a ser un poeta, y, por lo tanto, su labor se centró en utilizar
todos esos mitos que sus amigos escribían en sesudos manuales para convertirse
en el poeta más popular del galleguismo con gran diferencia, mientras que
Rosalía se trabajaba, por así decirlo, los ambientes más literarios y Curros
permanecía in between.
En el número 30 de la calle Real de La Coruña, en la trastienda
de un conocido comercio, hicieron tertulia muchas veces Manuel Murguía y el
propio Pondal; así pues, éste conoció las peripatéticas teorías del galleguismo
de primera mano. A aquel lugar le llamaban La
Cova Céltica, la cueva celta, así pues poco hay que dudar sobre cuál era el
orden del día de sus reuniones.
Pondal, en versos vibrantes, deja bien claras cuáles son
las diferencias que ve, construyendo una identidad gallega basada en un
pastiche racial bastante curioso, en el que aparecen hasta pueblos de origen
iranio (obsérvese, por cierto, que este poema de encendido sentir galaico
contiene algunas cosas que, tal vez, harían que su autor no aprobase la
oposición para ser funcionario de la Xunta):
Nos somos alanos
e celtas e suevos.
Mas [sic] non castellanos[sic],
nos somos gallegos[sic].
Seredes iberos.
Seredes do demo.
Nos somos dos celtas,
nos somos gallegos [sic].
e celtas e suevos.
Mas [sic] non castellanos[sic],
nos somos gallegos[sic].
Seredes iberos.
Seredes do demo.
Nos somos dos celtas,
nos somos gallegos [sic].
Y vuelve muchas veces sobre los mitos básicos que, como
decía, acabarán destilados en el propio himno gallego:
Galegos, sedes fortes,
prontos a grandes feitos.
Aparellade os peitos
a glorioso afán;
fillos dos nobres celtas,
fortes e peregrinos,
loitade polos destinos
dos eidos de Breogán.
De esta manera, puede decirse que en un periodo bastante breve y consecuentemente intenso, apenas los veinte años que van desde 1850 a 1870, el sentimiento nacionalista gallego, muy basado en el approach vasco a la cuestión, esto es basarse en supuestas evidencias históricas y etnográficas referidas a periodos del devenir de la Humanidad sobre los que las certezas son más bien escasas; en ese periodo, digo, se construyen las bases de un argumentario que permite a quien lo abrace sostener la diferencia histórica de lo gallego; argumentario notablemente exitoso pues, al correr de medio siglo, cuando llegue en España la hora de anunciar la salida de la estación de España del tren de las nacionalidades llamadas históricas, Galicia podrá, con eso que se dice pleno derecho, subirse a él.
prontos a grandes feitos.
Aparellade os peitos
a glorioso afán;
fillos dos nobres celtas,
fortes e peregrinos,
loitade polos destinos
dos eidos de Breogán.
De esta manera, puede decirse que en un periodo bastante breve y consecuentemente intenso, apenas los veinte años que van desde 1850 a 1870, el sentimiento nacionalista gallego, muy basado en el approach vasco a la cuestión, esto es basarse en supuestas evidencias históricas y etnográficas referidas a periodos del devenir de la Humanidad sobre los que las certezas son más bien escasas; en ese periodo, digo, se construyen las bases de un argumentario que permite a quien lo abrace sostener la diferencia histórica de lo gallego; argumentario notablemente exitoso pues, al correr de medio siglo, cuando llegue en España la hora de anunciar la salida de la estación de España del tren de las nacionalidades llamadas históricas, Galicia podrá, con eso que se dice pleno derecho, subirse a él.
Sabes como dicen en mi pueblo: "do que che digan (non creas) nada, e do que vexas a metade" (de lo que te digan no te creas nada y de lo que veas la mitad) y este refran popular vale para todo: tanto para creer que Murguia y cia. se inventaron una historia a su medida por las razones que fueran como para discutir que no se inventaron nada y que efectivamente somos celtas.
ResponderBorrarLo que quiero decir, es que yo, y creo que no seré la unica por eso te lo cuento; crecí estudiandome la historia de Galicia de Murguia, que somos un pueblo "asoballado" y todo eso, y que como soy bastante esceptica y desconfiada, puedo llegar a dudar y creer que sea mentira...pero necesitaria argumentos más solidos que: "lo dice Jdj" y ademas, necesito otra version de los hechos. Si no estabamos "asoballados" como era? Espero que entiendas mi pregunta. No soy en absoluto nacionalista, ni ninguna otra cosa, no me gustan las etiquetas...pero es que lo tengo tan interiorizafo que me cuesta ser crítica. Si ne estoy adelantando a un post posterior ya te leeré. Y me encanta esta serie, porque me hace darle vueltas al coco.
Bueno, la cuestión del asoballamiento es, desde luego, interpretativa. Mi planteamiento es que una cosa es que un determinado territorio se haya visto de alguna forma olvidado por un Estado central a la hora de hacer inversiones y tal; y otra muy distinta es que ese olvido se produzca por un desprecio hacia el pueblo que vive en dicho territorio. O sea: una cosa es que el Estado soviético fuese rácano a la hora de invertir en áreas de Siberia (porque le resultaba muy caro); y otra que no lo hiciese, por ejemplo, en Ucrania, por considerar que dicha república había sido demasiado pronazi durante la segunda guerra mundial y, además, existiese un odio racial de los rusos hacia los ucranianos.
BorrarLo primero, en mi opinión, paso con Galicia. Lo segundo, no. Y los nacionalistas más equilibrados (así, Chao) se quejan de lo primero; mientras que los más, por así decirlo, manirrotos, como Murguía, se quejan también de lo segundo (léase el "seredes do demo" de Pondal).
Sobre el tema celta, poco más hay que decir que, dado el importantísimo papel que lo céltico juega en el desarrollo de algunas naciones, como Irlanda, son sobrados los estudios sobre esta materia que se han hecho. Mírate, si quieres, el Atlas de los celtas (http://www.amazon.es/Atlas-Celts-Clint-Twist/dp/155297541X/ref=sr_1_1?ie=UTF8&qid=1385460421&sr=8-1&keywords=atlas+of+the+celts) y léete lo que dice sobre la supuesta condición céltica de los gallegos (página 48, por poner un ejemplo).
Lo que a mi me llama la atención del debate céltico es que, casi siempre se centra en la población prerromana y suele ignorar una particularidad celta del norte de Galicia (y del oeste de Asturias, pero para los "Bos-e-Xenerosos" eso forma parte de la Galicia Irredenta) que fueron los Celtas de Bretoña.
BorrarAh! Vale! Estamos de acuerdo entonces en el punto de vista y lo que pasa es que yo he mezclado cosas. Porque tampoco yo creo, ni nadie me enseñó, que hubiera un "odio racial" o una discriminación por cuestiones racistas especifica hacia los gallegos, si no que fue ocurriendo por diferentes cuestiones que se conjuntaron aqui. Miedo me dá llevarte la contraria que es evidente quien está más al tanto.
BorrarAsiq que lo que tengo es que ponerme al día para no liarme...y no marearte a ti de paso. Gracias por los links, lo miraré.
Lo que pasa es que como tampoco tengo todo el tiempo que me gustaría no sé si podré profundizar mucho...pero bueno, intentaré no marear por lo menos :) Gracias.