En 1789, los franceses de sangre azul abandonan en masa Francia ante la presión de la Revolución Francesa. Entre esos exiliados forzados se encuentra una mujer, Thérèse Leisnay. Huye, ya lo decimos, de los nuevos tiempos que, por causas que nos son desconocidas, no le van. Como muchos franceses que se han afincado en España, la mejor forma que encuentra de seguir estando un poquito en Francia aunque la haya abandonado es residir en el País Vasco. Así pues, Thérèse se establecerá en Bilbao, donde se unirá a un militar, el coronel Mariano Tristán de Moscoso. Tristán es descendiente de una familia de indianos establecidos en Perú, y tiene mucho dinero. Pero también tiene un espíritu libertino y poco dado a los compromisos, motivo por el cual nunca se casará.
La pareja, todo caso, tiene dos hijos, un niño y una niña. A la niña, que nace en 1803, le ponen Flora de nombre. Un año antes, y puesto que las cosas en Francia se van normalizando imperialmente, la pareja se ha ido a vivir a París. Allí, en la rue de la Vauguillard, el coronel comprará una imponente casa.
El destino de Thérèse y su hija Flora, por lo tanto, era crecer visitando salones y charlando de gilipolleces proustianas. Pero en 1807 cambia el tercio. El coronel sufre una apoplejía, y la palma. Nada más morir, comienza el interminable pleito de Thérèse Leisnay por ser reconocida como Teresa Tristán. Al principio la cosa va bien; se le cede el uso de la casa. Sin embargo, tras la sublevación del 2 de mayo de 1808 y el estallido de la rebelión española, los bienes de los españoles en Francia quedan embargados.
Thérèse, abrumada por la situación, continúa su pleito para recibir la cuantiosa herencia del coronel y se va a vivir al campo, donde morirá su hijo. Desesperada por la absoluta falta de dinero, escribe a los parientes del coronel, en Perú. Llega incluso a contarles la milonga de que la pareja fue casada por un cura emigrado y les envía actas notariales en las que vecinos y amigos juran por su honor haber sido testigos de que ambos han vivido en prolongada coyunda. Jamás llegará carta de Perú. Los parientes peruanos no quieren saber nada con esa loca francesa a la que ni siquiera conocen.
Thérèse Leisnay desarrollará una necesidad imperiosa por transmitirle a su hija la convicción de que es de alta cuna. Conforme Flora crece, su madre le oculta el hecho de que es una bastarda, y le habla maravillas de la estirpe de su difunto padre, al que llega a hacer descendiente directo de Moctezuma (sin que le importe mucho que Moctezuma, de hecho, viviese a bastantes kilómetros del Perú). En 1818, teniendo la hija quince años, vuelven a París con una mano delante y la otra detrás. Se alojan en uno de los peores barrios de París, en una casucha en la que no tienen ni leña para hacer fuego y cuyos vecinos son prostitutas y sirleros. En algún momento de esos años de adolescencia, la madre acaba por confesar a la hija la verdad de su origen. Ser ilegítima causa en Flora un gran trauma, que se manifestará, de una forma o de otra, en varios momentos de su vida.
Un artista de 23 años, el grabador André François Chazal, funda por aquellos años un taller. Flora se coloca en él de estampadora. Por aquel entonces, Flora es una hembra extraordinariamente sexy, así pues ocurre lo normal, esto es que Chazal se prenda de ella. A Flora su jefe le importa una higa, pero hace como que le gusta porque, al fin y al cabo, tanto ella como su madre necesitan la pasta. Se casan en 1821, pero el matrimonio comienza a distanciarse prácticamente desde el minuto 1. A Flora los años de su adolescencia, primero soñándose como la descendiente de un aristrócrata indiano y luego sabiéndose una hija ilegítima, la han construido henchida por una ambición acromegálica. Chazal es poca cosa para ella.
Además, hay otra cosa. Flora Tristán, ahora Chazal, no entiende las cosas que se esperan de la mujer casada. Tiene dos hijos, pero apenas los cuida (esa labor la tendrá que asumir su madre), porque ella considera que la mujer debe ser algo más que la dueña de su casa. En 1825, después de unos años coqueteando con la depresión por su vida mediocre y exenta del tipo de incentivos que ella quiere, la situación estalla cuando Flora se entera de que está embarazada por tercera vez. Con bombo y todo, huye del hogar conyugal. Para cuando, en octubre, de a luz a Aline, su hija, Chazal ni siquiera se enterará.
Flora Tristán, hemos de suponer que a base de coquetear y seducir lo suficiente como para obtener al menos alguna modesta financiación, viaja por Europa, incluida España, e incluso más allá, pues llega hasta la India. En 1829, durante una estancia en París, conoce a un marino llamado Chabrié que cubre el trayecto de Europa con Perú. Ese encuentro despierta en ella todas las historias que le han contado. Así pues, ni corta ni perezosa, le escribe una carta a Pío Tristán, el hermano menor de su padre, en la que le hace el memorial de todos los agravios de su vida. Pío Tristán, al recibir la carta, se acojona; es muy mal momento para que aparezcan presuntos herederos, pues su madre (y de Mariano) está procediendo a la partición de la herencia. Así pues, para tapar el escape de agua, contesta la carta y le manda a Flora una modesta renta.
El resultado es el contrario del buscado.
En 1833, Flora Tristán se embarca en Burdeos y se planta en América. Durante la travesía, y puesto que no cuadra con su planes, rechaza la oferta de matrimonio de Chabrié. A la llegada a Perú, Pío Tristán la trata con gran deferencia, pero cuando llega el momento de aceptar una parte de la herencia para su sobrina, se niega en redondo. Flora Tristán vuelve a Francia como había ido y, a su regreso, publica un libro, que lleva el sugestivo título de Peregrinaciones de una paria.
En 1828, durante su etapa loca viajera, Flora, entre las acciones llevadas a cabo para conseguir pasta, le ha puesto una demanda de separación de bienes a Chazal. La contingencia litigosa ha terminado por amargar al marido, que se desentiende de su negocio y se arruina. Pasados los años, todo lo que le interesa ya al desdichado Chazal es recuperar a sus hijos, y especialmente a la pequeña, Aline, a la que apenas conoce. Lo que ocurre es digno de una novela romántica. Chazal prácticamente secuestra a la niña de un internado y la encierra en la buhardilla de su casa de Montmartre. De allí Aline se escapará, pero para entonces las gestiones de Chazal para que la ley le conceda la custodia han dado algunos frutos, así que la recuperará, esta vez con el concurso de la policía. No obstante, cuando ya lo ha ganado todo, lo pierde: una noche, trata de violar a su hija, que entonces tiene doce años, así que Aline vuelve con su madre. En 1838, con Chazal ya libre por falta de pruebas, se produce el juicio por el cual Flora reclama la custodia exclusiva de la niña. Durante esas jornadas, un día Flora llega a su casa de la calle Bac, cuando un hombre se le acerca en el portal. Es Chazal, y su pistola. Le dispara una bala en el pecho y la hiere gravemente. El marido despechado y probablemente pederasta es condenado a veinte años, y Flora autorizada a imponerle el apellido Tristán a sus hijos.
A partir de aquellos sucesos, Flora Tristán se convertirá en una mujer convendida de que la mujer debe tener más derechos. Entre otras cosas, comienza una cruzada para el restablecimiento del divorcio (que había sido ilegalizado en Francia en 1816). Asimismo, toma contacto con círculos fourieristas, lo que hace derivar su pensamiento hacia el obrerismo.
En 1839, Flora se va a Inglaterra, para estudiar las condiciones de vida de los obreros en aquel país. Durante una visita a un manicomio en Bediam, y para gran sorpresa suya, se encuentra allí, interno, a un loco que se cree Dios y que resulta ser Chabrié, el único hombre que, en realidad, amó sinceramente. El contacto con ese hombre, que está alienado y se porta como una especie de profeta mesiánico, le influirá hasta el punto de creerse ella misma una especie de mensajera de los derechos del proletariado oprimido. En 1840 publica un libro sobre las penalidades de los obreros ingleses, y en 1843 otro sobre la unión obrera. En 1844 comienza una serie de viajes por toda Francia para explicar sus ideas. Se somete a un ritmo prohibitivo para su salud, ya delicada. Y lo pagará. En noviembre de aquel año, en Burdeos, sufre un ictus cerebral, y morirá el 14.
Ese año de 1844, Aline Tristán tiene 19 años y, lo dejará escrito la mismísima George Sand, la apariencia de un ángel. La famosa escritora amiga de Chopin será la principal muñidora del matrimonio de Aline, pues a mediados del siglo XIX una mujer huérfana y de escasos posibles (toda la formación de la chica ha sido aprender a coser), es necesario un matrimonio. Finalmente, los amigos de Aline encuentran a un pretendiente llamado Clovis, y ambos se casan el 15 de junio de 1846. Tuvieron dos hijos: Fernande Marceline Marie, y Paul.
Pues Flora Tristán siempre soñó con ser grande e inmortal, pero no lo consiguió. Sin embargo, su nieto Paul, el hijo de Aline Tristán y Clovis Gauguin, sí lo será por ella.
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