viernes, marzo 12, 2010

Alicante

En los primeros días de marzo de 1939, perdida ya Cataluña y empujada una parte relevante de la fuerza militar de la II República española más allá de los Pirineos, la guerra civil ya tenía un ganador claro. Mi opinión personal, que no deja de ser la opinión de alguien a quien la Historia bélica no se le da muy bien, es que la guerra estaba de hecho perdida ya desde el otoño del 37; eran ya demasiadas las carambolas que tenían que ocurrir a la vez para que el signo de la partida pudiese cambiar. Pero por perder la guerra debemos entender, no lo que un observador más o menos avizorado pueda decir siete décadas después, sino la verdadera impresión general del momento.
 Frente a la coalición formada por los militares, iglesia católica, formaciones políticas de derecha social y religiosa y el fascismo español se opusieron casi todas las fuerzas que en febrero de 1936 habían formado el Frente Popular, más el añadido de la CNT y la FAI, que formalmente no formaron parte del mismo. Es cierto que esta adscripción tuvo diferentes niveles de pasión y que las derechas republicanas entraron en el juego más bien de mala gana y las izquierdas burguesas se desencantaron pronto. Con todo, estos grupos no eran los más importantes del Frente Popular, el cual aún tenía apoyos masivos entre los que le garantizaban socialistas, anarquistas, comunistas y nacionalistas catalanes, a lo que hay que unir la alianza táctica de los nacionalistas vascos. 

De todos estos grupos, sin embargo, tan sólo uno y medio no se habían cansado de luchar en marzo de 1939. Ese grupo y medio eran los comunistas y los socialistas negrinistas o, si lo preferís, antiprietistas, anticaballeristas y antibesteiristas. Algunas veces se les llama la izquierda del PSOE, aunque yo creo que la definición ideológica es imperfecta en este caso; dudo mucho que los negrinistas fuesen ideológicamente más de izquierda que Largo y sus seguidores. 

Con la pérdida de Cataluña, buena parte de la nomenklatura política republicana había abandonado el país. Lo había hecho el presidente Azaña, quien además aprovechó el gesto de Francia e Inglaterra de reconocer diplomáticamente a Franco para dimitir como Presidente de la República. Lo había hecho Diego Martínez Barrio, presidente del Congreso y segundo magistrado de la nación. Lo habían hecho diputados, políticos y hasta militares, como el general Rojo, el cual, en un gesto para unos gallardo y para otros cobarde, se negó a regresar a la zona en guerra cuando Negrín se lo ordenó, por considerar la lucha totalmente inútil. La República quedó privada de sus figuras más señeras, con la única excepción del propio Negrín, quien volvió, se instaló en Levante muy cerca de un aeródromo (algo que sus críticos no se cansaron en destacar; vivía a escasos kilómetros de un avión que lo pudiera sacar de España) y trató de aplicar su estrategia de aguantar y aguantar en espera del estallido de la segunda guerra mundial. 

Durante aquellas semanas o días que siguieron a la caída de Cataluña, los rumores fueron constantes en el sentido de que el general José Miaja, el principal militar que aún quedaba en activo en zona republicana, estaba a punto de tomar el poder para negociar con Franco el final de la guerra. Y, probablemente, es lo que pudo pasar, sólo que por esas cosas de quién da la cara y tal, más el hecho de que Miaja era un nenaza, pues se le acabaron adelantando; y es por eso que a ese episodio lo llamamos, no el golpe de Miaja, sino el golpe de Casado, por Segismundo Casado, el jefe del Ejército del Centro que aglutinó a una extraña coalición de militares no comunistas, anarquistas y socialistas moderados (besteiristas), los cuales, en la noche del 4 de marzo, crean un Consejo Nacional de Defensa (que acabará presidiendo Miaja) que toma el control del lado republicano con la intención de ahorrarle a dicho bando de la guerra el final numantino que los comunistas estaban dispuestos a realizar, y al que, probablemente, no pocos anarquistas en la base tampoco le hacían ascos. 

Es lógico que lo más revolucionario de la República quisiera morir matando; pero para entonces, el grueso del ejército que plantaba cara a Franco estaba formado por personas reclutadas obligadamente (de 15 a 45 años, 50 años en el caso de la guarda de fortalezas) y su situación era tan desesperada que durante la inexistente defensa de Barcelona había sido necesario dejar a la policía urbana sin pistolas, porque hasta estas armas fueron necesarias para el frente. 

Casado pensó que tanto él como quienes diesen el golpe con él tendrían la posibilidad de hacer borrón y cuenta nueva con el que hasta entonces había sido su enemigo. De hecho, cuando volvió a España, algo más de veinte años después, trató de reingresar en el ejército. Chocó, sin embargo, con la rigidez del general Franco, que no quería componendas ni rendiciones honrosas ni nada que pudiera parecer un pacto entre iguales. Franco quería vencer, sin condiciones, y por eso las negociaciones llevadas a cabo durante el mes de marzo, una vez que los casadistas o, más propiamente hablando, republicanos no comunistas, consiguieron dominar la reacción del PC y le dijeron bye bye a Negrín, estuvieron abocadas al fracaso. 

En realidad, si la guerra no había terminado antes, lo hizo el domingo, 26 de marzo de 1939. Ese día, a última hora de la tarde, el Consejo Nacional de Defensa, embarcado en negociaciones con el bando nacional en el las que básicamente trataba de conseguir un plazo razonable para que todo aquel que pudiera temer represalias saliera de España, dio la orden a todos los frentes de responder a un eventual ataque franquista izando bandera blanca. Claramente, pues, los representantes del bando republicano se resignaron a la idea de que lo poco o mucho (más bien poco) que habían podido sacar de Franco, ya lo tenían y, por lo tanto, ya no había que hablar de luchar, sino de cómo marcharse. 

Cómo marcharse, sin embargo, era un problema. La República ya no tenía con qué. En esto, es mi opinión, la República, es decir sus gobernantes, tiene mucha culpa. Se hizo, por ejemplo, la celebérrima Batalla del Ebro, que no por casualidad suele ser descrita entre oropeles heroicos por mucha historiografía republicana; quizá, como digo, porque saben que fue una cagada en la que se perdier5on un montón de recursos que habían sido extremadamente valiosos a la hora de blindar el puerto de  Barcelona y así garantizar evacuaciones más ordenadas. Ítem más, en las fantasmagóricas Cortes de Figueras, en un momento en el que la República ya no estaba en condiciones de poner ídem a la paz, se optó por un plan de tres puntos, cuando en realidad debería haber sido uno solo: garantizar la rendición a cambio de garantías de evacuación, que entonces todavía eran posibles. La República había contado, hasta el 5 de marzo, con la flota republicana, surta en Cartagena. Sin embargo, la creación del Consejo de Defensa y, antes, una írrita reunión en Los Llanos de los mandos militares con Negrín, en la que éstos habían sacado la conclusión de que el primer ministro no haría nada por coser una paz mínimamente honrosa, había provocado extraños movimientos en la ciudad murciana. A veces se dice que hubo una sublevación profranquista; yo más bien creo que hubo dos rebeliones paralelas (como poco) de signo distinto: una, efectivamente, franquista; y la otra republicana, en el mismo sentido que el golpe de Casado. 

En medio de una situación muy confusa (algún día tendríamos que contar estos hechos) unidades comunistas llegaron a la ciudad para retomarla, aunque, en realidad, las órdenes que tenían eran ser conciliadores, porque lo principal era conseguir lo que no se consiguió, es decir conservar los barcos. Finalmente, el almirante Miguel Buiza, comandante de la flota, y el socialista Bruno Alonso, comisario político general de la misma, deciden hacerla a la mar y poner proa hacia Bizerta, en el norte de África, donde se entregaron. 

La marcha de la flota republicana fue un golpe durísimo para los planes de evacuación republicanos. Aunque había otros resortes. La República había impulsado la creación de una compañía naviera en Francia, la Mid-Atlantic, básicamente para poder realizar a través de la misma buena parte del comercio de la zona republicana. El diputado socialista besteirista Trifón Gómez fue encomendado de dirigirse en Marsella a las oficinas de dicha empresa para coordinar el envío de barcos (algunas fuentes hablan de que la empresa poseía capacidad de transporte para 150.000 toneladas) hacia los puertos de Valencia y Alicante para allí recoger a esos republicanos que querían huir de España. 

La semana que comenzó el 27 de marzo de 1939 lo hizo con muchas prisas en Madrid. Todo aquél que en la ciudad se creía significado como miembro del Frente Popular, o que simplemente temía la llegada de las tropas de Franco, se marchó de la ciudad en algún momento entre la madrugada y más o menos las dos de la tarde del día 28. Sabemos, por ejemplo, por Eduardo de Guzmán, periodista anarquista que dirigía el periódico Castilla Libre, que los anarcosindicalistas fijaron las once de la mañana de dicho día como hora tope para estar en la sede sindical de la calle de la Luna, prestos a irse. La única persona que se quedó, como es bien sabido, fue Julián Besteiro; moriría en las cárceles franquistas. 

Antes, en la tarde-noche del 27, se produjo lo que estuvo a punto de ser un colapso total de las líneas republicanas. La reacción, a mi modo de ver lógica, de los soldados al anuncio en la noche del domingo en el sentido de que de ser atacados debían izar bandera blanca y entregarse sin luchar, hizo que los soldados, a su bola, abandonaran los frentes y se dirigieran a Madrid para irse a sus pueblos. Esto, sin embargo, no era lo que quería el Consejo Nacional de Defensa, que los necesitaba en sus puestos para seguir teniendo algo con lo que negociar sus pretensiones, que eran una ocupación de la zona republicana por Franco que tomase unos quince días para dejar tiempo a la huida masiva de frentepopulistas. Así pues, en las calles de Madrid, sobre todo las lindantes con la Casa de Campo, se producen encuentros improvisados de los líderes políticos con los soldados, tratando de convencerles de que vuelvan a las trincheras (obsérvese el detalle: poca gente parece pensar que los republicanos que puedan huir estén entre las tropas que todavía luchan; lo cual es una buena prueba de que éstas habían dejado, de mucho tiempo atrás, de ser un ejército popular ideologizado). Sólo con gran esfuerzo, y parcialmente, lo consiguen. 

En la noche del lunes 27, según los indicios, incluso miembros del Comité de Defensa creen que tienen 72 horas para dejar Madrid; creen que los nacionales han dado su placet al plan de evacuación y han prometido no entrar en Madrid hasta el día 30. Al final de la tarde, sin embargo, ya son ciertas las noticias de que van a entrar el 28, pero por la tarde. Se dice que en Valencia, Alicante, Cartagena y Murcia hay barcos de sobra para la evacuación. Ese día 27, hay en Madrid dos madrides. Por un lado, están las personas que se saben o consideran significados frentepopulistas, que preparan frenéticamente su huida de la capital. Y está el resto de la ciudad, que hace su vida. El día 27, de hecho, los comercios abren con total normalidad e incluso circulan los tranvías. 

Durante aquel día, nadie sabía a ciencia cierta por qué las tropas franquistas no aparecían. No había obstáculos para que lo hicieran. Los ejércitos republicanos habían recibido la orden de rendirse y, de hecho, las calles de Madrid seguían, pese a todos los esfuerzos, repletas de soldados, más o menos desharrapados, que emprendían el camino de regreso a sus casas. Entre las últimas horas del 27 y toda la mañana del 28, las diferentes carreteras por las que se podía llegar a Valencia se preñaron de coches y camiones repletos de gente, como si se tratase de la salida de un buen puente. Los huidos, al menos hasta donde yo he leído, no fueron especialmente hostigados por los franquistas. Sin embargo, no faltaron los episodios de enfrentamientos pues para entonces ya en buena parte de la zona republicana, los franquistas, los famosos quintacolumnistas, se mostraban sin recato. 

El domingo 26 y el lunes 27 ya hubo, según los testimonios, vehículos que se pasearon por Madrid agitando la bandera bicolor, y en no pocos pueblos de Guadalajara y Cuenca, al paso de los republicanos que huían el 28, la gente no se recataba en ir colgando de las ventanas enseñas nacionales. En algún caso, estos profranquistas, hasta entonces escondidos, agredieron a tiros a los vehículos que pasaban pero, como digo, al menos que yo sepa no hubo unidades del ejército que como tales trabajasen para impedir el paso de los que huían de Madrid hacia el refugio, considerablemente más seguro, de la provincia de Valencia. 

Valencia fue, durante toda la guerra, un lugar un tanto chirriante para muchos republicanos. No fueron pocos los reproches vertidos por los valencianos, ya que éstos, durante casi toda la guerra, vivieron a distancia respetable de cualquier frente, así pues en Valencia, muchas veces, parecía como si no hubiese guerra. Parte de la propaganda republicana se dedicó precisamente a recordar a los valencianos que debían pensar en el frente. 

En aquella última semana de marzo de 1939, la ciudad se convirtió en un hervidero de refugiados. Allí se residenció el Consejo de Defensa, amén de las distintas fuerzas políticas del Frente Popular, pues el exilio se convirtió también en una discusión entre grupos políticos para lograr sus correspondientes cuotas en los barcos. Hay diversos indicios de que en la ciudad no faltaba lo básico; había, probablemente, mucha comida, lo cual es lógico teniendo en cuenta que cada vez hacía menos falta sacarla de la ciudad para enviarla a unos frentes inexistentes; pero, por lo demás, la ciudad era un caos ingobernable. 

En la noche del 28, el Consejo Nacional de defensa oculta a la opinión pública, que abarrota las calles sin tener propiamente adónde ir, que el general Miaja, que de todas maneras se había extrañado de la labor del Consejo ya en Madrid, ha tomado un avión y ha abandonado España. En el puerto de Valencia hay un barco inglés. Pero las fuerzas militares, a las órdenes del Consejo Nacional de Defensa, no dejan a la gente subirse a él; de hecho, es probable que el propio capitán del barco se negase a ello. 

Los vehículos vuelven del puerto repletos de gentes encabronadas que en casos sospechan del capitán del barco, en casos del Consejo, en casos de los dos. En la tarde de ese día ya se habla en la ciudad de que un barco ha llegado a Alicante, pero no hay confirmación oficial. Con las horas va llegando: en Alicante, donde en ese momento apenas hay gente, hay un barco, el Marítima, que desea zarpar en unas horas. Comienza a darse la orden de que la gente se desplace allí, ante los problemas que plantea el atraque de barcos en Valencia. 

A media tarde de ese día 29, sin embargo, las cosas se ponen muy duras para los republicanos. Ahora ya no es sólo el ejército del Centro es que colapsa; las unidades del de Levante también abandonan sus puestos (porque no se olvide que todo este asunto se asienta sobre el hecho de que haya unos tipos que, formalmente, están haciendo la puta mili, se coman el marrón). Esto convierte el éxodo levantino de los frentepopulistas en angustioso, porque recorta notablemente los plazos. 

Los coordinadores de la evacuación, que primero creyeron contar con ocho o diez días y luego con tres o cuatro, temen que, en realidad, Franco tarde apenas 48 horas, o incluso menos, en respirarles en la nuca. Por todo ello, ya el 29 está claro para todo el mundo que Alicante es el puerto básico de la evacuación; es, simple y llanamente, el que está más lejos de los frentes. Muchas personas hacen ese viaje cantando y de buen humor, convencidos de estar participando en una evacuación reglada y organizada. Pero cuando lleguen a Alicante, el mismo 29, recibirán el primer, aunque no último, jarro de agua fría: el Marítima se ha largado, casi vacío. 

Tanto Casado, que no ha salido de Valencia, como la Comisión de Evacuación que coordina la misma y está presidida por el diputado francés Charles Trillon, aseveran que en la tarde del 30 habrá en Alicante barcos de sobra para que la gente se marche. Es probable que no mientan y que lo crean a pies juntillas, al menos en ese momento. En la noche del 29 ya hay varios miles de personas en el puerto de Alicante esperando la llegada de al menos un buque que, según la Comisión de Evacuación, está a dos o tres horas de allí. Y, de hecho, es así. Hay un barco, que llega más o menos a medianoche. Pero, inexplicablemente, se detiene a 500 metros del puerto, sin entrar, y da la vuelta. 

La Comisión de Evacuación y la formada por los partidos para coordinar la salida se reúne en el consulado francés, en la calle de Castaños, en plena noche. A las dos de la madrugada se conocen noticias optimistas: vendrán más barcos. Durante ese día, la cifra de candidatos que llenan el puerto supera ya probablemente las 15.000 personas. En la mañana, otro buque se acerca al puerto. Pero, igual que el primero, se para antes de llegar a la bocana y luego da la vuelta. 

Estos dos hechos, que son una bomba atómica para la moral de las gentes que se encuentran en el puerto, disparan las acusaciones entre frentepopulistas. Será en esas horas cuando se empiece a hablar de que la famosa Mid-Atlantic está dominada por los comunistas, que, según sus enemigos, no querrían salvar a los exiliados para así incrementar las dimensiones del martirio español, a la conveniencia de su propaganda. Esta especie es difundida tanto por socialistas como por anarquistas. 

Ese mismo día 30, la Comisión de Evacuación ofrece una plaza en el avión francés que hace la ruta entre Casablanca y Marsella, con escala en Alicante, para que alguien vaya a Francia a comprobar en la Mid-Atlantic qué narices está pasando. El motivo de esta medida es que la propia Comisión cree que ha sido el armador el que ha dado la orden a los barcos de no entrar en el puerto. Este enviado, sin embargo, no servirá para nada. 

A la una de la tarde, otra bomba: la Comisión de Vigilancia informa de que el general italiano Gambara y sus tropas, la división Littorio, están a la entrada de Alicante, y quieren parlamentar. El acuerdo ofrecido es: que se les deje entrar sin lucha en Alicante, a cambio de que los italianos dejen a la gente del puerto permanecer allí hasta que se puedan marchar. Muchos no creen al italiano; recuerdan el asunto de Santoña. Pero lo cierto es que los huidos poco margen de decisión tienen. Así pues, se llega a un acuerdo. Acuerdo que provocará una escena completamente surrealista, digna de filmarse en una película: las tropas italianas entrando en Alicante y pasando junto al puerto, en formación; mientras los que han sido sus enemigos les miran desde los muelles, con desconfianza. Dos enemigos en la misma ciudad, y ni un tiro. 

En el atardecer del día 30, Radio Macuto asegura que el mismísimo Estado francés está dispuesto a garantizar la evacuación y, más aún, que un barco está a punto de llegar; de hecho, se realiza, no sin dificultades, la selección de las 150 personas que embarcarán en un crucero francés que se supone presto a llegar, y que nunca embarcarán. A esas mismas horas llega a Alicante la noticia de que del puerto de Gandía ha salido un barco-hospital inglés, con unos 200 españoles a bordo, entre los cuales están los integrantes del Consejo de Defensa. 

A la una y media de la mañana del día 31, el muelle de Alicante hierve. Se dice que llegan barcos. En efecto, en la noche se distingue lo que parecen ser siete u ocho. A las dos de la mañana, tres de estos barcos parecen tomar rumbo hacia el puerto. Pero, una vez más, el barco que va por delante se para a unos 300 metros de la bocana y luego vira y se va. Los dos mercantes que lo acompañan le imitan. A las seis de la mañana, nueva conmoción: tres barcos más. La historia es exactamente la misma: las embarcaciones bailan un rato la yenka, y se largan. 

Por lo que yo sé, es tras esta nueva decepción cuando comienza en el muelle el goteo de suicidios. Personas que aún conservan sus armas se vuelan la cabeza; otros que no saben nadar se tiran al agua y se ahogan. Un alcalde frentepopulista se corta la yugular y se sienta para vivir los últimos segundos de su vida con un puro en la mano. 

Trillon anuncia la llegada de un nuevo barco, pero ya nadie le cree. Según las explicaciones que aporta, el crucero francés que tenía que recoger a los 150 elegidos dio media vuelta al saber que muchas de las gentes que están en el muelle están armadas; ha temido la posibilidad de un pandemonium generado por el deseo de todos de poder subir al barco. Los tres buques que llegan detienen sus máquinas a respetable distancia de la costa. En ese momento, el Comité de Vigilancia convoca en el mismo puerto una reunión con los representantes de todos los partidos, reunión que despierta la angustia de las gentes del puerto.

Finalmente, tras la conferencia, se hace público el resultado: se trata de barcos franceses que podrían llevarse refugiados. Pero no entrarán en el puerto a menos que todos los que tienen armas las entreguen. El general italiano Gambara asegura que no se inmiscuirá. No sin dificultad, los inquilinos del puerto son desarmados, y a mediodía los camiones se van con lo que quizá son las últimas armas en manos de combatientes republicanos. Y, sin embargo, a la una de la tarde, los barcos arrancan sus máquinas, viran y se van, como todos los anteriores. 

Más o menos media hora después, el puerto bulle de nuevo. Los barcos regresan. Hay incluso cierto júbilo. Hasta que, conforme se acerca el buque de guerra que comanda la pequeña flota que navega hacia el puerto, se dan cuenta de que es un barco de Franco: el minador Vulcano. Éste sí que entra en el puerto. En la cubierta, los soldados comienzan a cantar el himno de la Legión; en el muelle, grupos de republicanos cantan A las barricadas, la Internacional. Ellos no lo saben, pero pasarán muchos años antes de que esas tonadas vuelvan a oírse en suelo español. Los soldados de Franco anuncian a los inquilinos del muelle que, si a las cinco no se han entregado, comenzarán a disparar. 

Entre los del muelle se discute, sin acuerdo. Finalmente, los legionarios disparan una ametralladora, al menos dos veces, por encima de las cabezas de los republicanos. Eso es el fin. Hartos, muertos de miedo, engañados por todos, abandonados, los republicanos del puerto de Alicante comienzan, poco a poco, a sacar pañuelos blancos y agitarlos. El puerto, que de todas formas está desarmado, se rinde. Las tropas nacionales han alcanzado sus últimos objetivos. 

Tengo la sensación, pero claro es una sensación limitada por las lecturas que la vida me ha dado para tener hasta el momento, de que este episodio, el final del final del final de la guerra, el último punto de rebelión o si se quiere de huida de la República, no ha sido suficientemente estudiado a día de hoy. El juicio de lo ocurrido en Alicante es enormemente vidrioso porque los testigos del mismo son testigos de cargo y, por lo tanto, están teñidos de sus propias filias y fobias. 

La primera cuestión que cabe plantearse es la actitud del Consejo Nacional de Defensa. Sus miembros se quedaron en Valencia cuando todo el mundo se iba a Alicante, en un gesto que se valoró como de heroísmo; pero, por esas cosas que tiene la vida, fueron ellos, los que se quedaron sacrificándose presuntamente por los demás, los que consiguieron salir, gracias al providencial barco inglés de Gandía. ¿Qué sabían los miembros del Consejo Nacional el día 29, cuando comienzan a dirigir a la gente a Alicante? ¿Traicionaron quizás a toda esa gente indicándoles una salida equívoca; o tal vez creían sinceramente que Alicante era la mejor opción pero se equivocaron? ¿Fueron ayudados por Inglaterra, con o sin la permisividad de Franco, para abandonar el país? ¿Lo reclamaron ellos? 

¿Y la inasistencia de los barcos en Alicante? ¿Se debió, como se dijo en aquellas horas en el muelle, a que los capitanes no quisieron entrar en un puerto donde había 300 candidatos para cada puesto de salida en un barco; candidatos que, además, tenían pistolas y sabían usarlas? ¿Se debió a que Franco jugó un macabro juego con ellos, dejando que los barcos llegaran y haciéndoles saber luego que los bloquearía o atacaría si subían un solo republicano a bordo? ¿Se debió a algún tipo de conspiración por parte de alguna de las formaciones del Frente Popular, buscando una masacre de civiles que le hiciese pandán a su propaganda? 

¿Traicionó alguien a alguien? Eso parece seguro. Pero, ¿quién, a quién, cuándo, cómo, por qué? Quizá alguno de vosotros, conspicuos lectores, contéis con referencias mejores de las mías. Mejor: donde escribí «quizá», leed «ojalá».

1 comentario:

  1. Prieto en su día estuvo concencido de que la República había perdido la guerra con la caída de Bilbao. Pienso que Prieto tenía razón: con Bilbao perdido, la República perdía la ventaja en industria que tenía sobre los nacionales. No es que la República hubiese sabido bien qué hacer con la ventaja en medios productivos que tenía desde el inicio de la guerra. Lo malo es que los nacionales sí que lo sabían. Otra cuestión es que la caída del Frente Norte liberó tropas de forma que los nacionales pudieron constituir unas reservas importantes que podían servir tanto para cubrir huecos en caso de una ofensiva republicana, como para emprender ofensivas.

    Un tío de mi madre hizo los últimos meses de la guerra en el bando republicano. Le habían reclutado a la fuerza y le habían mandado al frente de la Sierra de Madrid. Los meses que estuvo allí fueron bastante tranquilos. Me contaba que en su unidad no había ningún espíritu guerrero y que bastantes estaban allí a la fuerza. En marzo ya eran conscientes de que la cosa se acababa. Un buen día a finales de marzo el capitán les dijo que se fueran a casa y se fueron a casa.

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