El día que Leónidas Nikolayev fue el centro del mundo
Los dos decretos que nadie aprobó
La Constitución más democrática del mundo
El Terror a cámara lenta
La progresiva decepción respecto de Francia e Inglaterra
Stalin y la Guerra Civil Española
Gorky, ese pánfilo
El juicio de Los Dieciséis
Las réplicas del primer terremoto
El juicio Piatakov
El suicidio de Sergo Ordzonikhidze
El calvario de Nikolai Bukharin
Delaciones en masa
La purga Tukhachevsky
Un macabro balance
Esperando a Hitler desesperadamente
La URSS no soporta a los asesinos de simios
El Gran Proyecto Ruso
El juicio de Los Veintiuno
El problema checoslovaco
Los toros desde la barrera
De la purga al mando
Los poderes de Lavrentii
El XVIII Congreso
El pacto Molotov-Ribentropp
Los fascistas son ahora alemanes nacionalsocialistas
No hay peor ciego que el que no quiere ver
Que no, que no y que no
Por supuesto, la muerte de Kirov y el correspondiente lanzamiento de las purgas también tuvo su réplica en la Georgia de Lavrentii Beria. En primer lugar, hay que decir que la historiografía no descarta ni de coña que Beria tuviese algo que ver en el asesinato. En primer lugar, durante todo el año 1934 las visitas de Beria a Yagoda en Moscú se hicieron inusitadamente frecuentes. El segundo detalle que inquieta a los historiadores es que quien quizás era el mejor amigo de Kirov en la cúpula comunista, el georgiano Sergo Ordzonikhidze, visitó su tierra en noviembre de 1934, y adquirió una extraña enfermedad que lo sacó del circuito justo en las jornadas en las que Kirov la espichó. El 6 de noviembre, Ordzonikhidze, Beria y Bagirov cenaron en el apartamento de éste último en Bakú. 48 horas después, estaba sufriendo de graves hemorragias estomacales. Así las cosas, teniendo previsto regresar a Moscú a mediados de noviembre, tuvo que quedarse en Tibilisi, por orden de Stalin, hasta finales de mes. Ordzonikhidze no formó parte del grupo de dirigentes comunistas que viajó a Leningrado para esclarecer el asesinato de Kirov. Los doctores nunca supieron explicar qué le había pasado.
El año 1935 fue
testigo de lo que normalmente se ha llamado “Terror silencioso”. En esos meses,
efectivamente, lo que se hizo, fundamentalmente, fue proceder a arrestar,
encarcelar y, en muchos casos, ejecutar, a la mayoría de los cargos medios del
Partido que habían sido expulsados en las semanas o meses anteriores a todo lo
largo y ancho de la Unión. Fue un proceso que apenas tocó a las grandes figuras
partidarias, ni en los comunismos territoriales ni en el Comité Central. Así
pues, se trató de un proceso que permitió que los mandamases desarrollasen el
proceso básico de todo socialdemócrata: la convicción de que los esfuerzos los
va a tener que asumir otro.
El 18 de enero de
1935, el Comité Central, es decir Stalin, emitió una nueva circular a todas las
organizaciones del Partido. En esa circular, Stalin informaba de que, con fecha
15 y 16 de enero de 1935, se había producido un nuevo juicio contra Kamenev,
Zinoviev y otros cinco miembros del Partido por haber formado un centro de
Moscú al estilo de que en Leningrado habría organizado el asesinato de Kirov. A
partir de aquí, el Comité Central consideraba sobradamente probada la
existencia de nidos de contrarrevolución en el Partido, y exigía de la
estructura su extirpación inmediata.
Los procedimientos
del juicio no se publicaron. Sólo se publicó el acta de acusación, firmada por
Vyshinsky, y el fallo, en el que se decía que todos los acusados se habían
declarado culpables de conocer los sentimientos contrarrevolucionarios del
centro de Leningrado y de haberlos excitado; pero negaron tener relación con el
asesinato de Kirov. Más que suficiente para Stalin quien, de esta manera, pudo
dar por demostrada la existencia de una red zinozievista que asistía a todo
aquél que quería atentar contra el régimen.
El 1 de febrero de
1935 se reunió el Comité Central. Yezhov recibió definitivamente el puesto de
secretario del Comité que había dejado vacante Kirov. Mikoyan y Vlas Chubar
avanzaron desde el estatus de miembros suplentes del Politburo al de miembros
titulares, tomando pues los sitios de Kirov y de Kuibyshev. Sus puestos como
candidatos fueron para Zdhanov y Robert Indinovitch Eikhe. A finales de
febrero, Yezhov fue colocado al frente de la Comisión de Control del Partido.
Eso sí, consciente
de que siempre hay que tener una zanahoria para todo burro, Stalin se presentó
ante el Comité Central decidido a quedar como el campeón de la reconciliación.
Por eso hizo la propuesta, que el Comité aprobó encantado, de hacer cambios en
la Constitución de la URSS para hacerla más democrática. Razón por la cual,
durante aquel año de 1935, dentro y fuera de la URSS, mientras estaba
comenzando a masacrar a miles de personas por haber hecho, básicamente, nada, Stalin
fue saludado por sus turiferarios como lo más de lo más de la democracia
mundial. Tócate las nalgas, María Remigia.
En febrero de
1935, la reforma constitucional se puso en marcha mediante la creación de una
comisión o ponencia para estudiar dicha reforma, bajo la presidencia de Stalin,
claro. En julio se reunió dicha comisión y creó doce subcomisiones, dos de las
cuales las presidió Stalin: la que estudiaba las grandes cuestiones
constitucionales, y la que se encargaba de elaborar el borrador de nuevo texto.
En abril de 1936 los tres técnicos de la subcomisión del borrador: A. Yakovlev,
Stetsky y B. Tal (quizás, Boris Markowicz Tal, aunque no puedo asegurarlo),
tenían terminado uno. Este borrador fue discutido durante cuatro días con
Stalin y Molotov. Stalin introdujo tres cambios. En la definición de la URSS,
“un Estado de trabajadores libres de la ciudad y el campo”, quiso que dijese
“un Estado socialista de obreros y agricultores”, porque consideraba que la
Constitución debía dejar claro que el socialismo se había construido. Las otras
dos modificaciones van muy en consonancia con el tiempo en el que estaba y su
voluntad de aparecer como un hombre capaz de entenderse con no comunistas:
introdujo el derecho de los pequeños agricultores y comerciantes de poder
desplegar su actividad; así como el derecho a poseer y dejar en herencia,
ganancias, ahorros, casas, pequeñas parcelas de tierra y posesiones personales
en general. El 15 de mayo, tanto la comisión constitucional como el Politburo
estudiaron el borrador revisado. Dos semanas después lo aprobó el Pleno del
Comité Central, y el 12 de junio el proyecto se publicó “para la discusión por
parte de la nación”.
Con la de 1936,
Stalin quería, y ese es un objetivo que nunca escondió, batir el récord de la
Constitución formalmente más democrática del mundo. La nueva carta magna
santifica el sufragio universal directo y secreto (aunque no, claro, la
presentación de listas competitivas; eso sí, los candidatos podían ser
presentados por organizaciones no integradas en el Partido aunque, en realidad,
estaban controladas por él).
La Constitución de
1924, es decir la anterior, había establecido un sistema por el cual, en cada
escalón de mando del Partido, los que habían resultado elegidos para un soviet
elegían a los miembros del escalón superior, con una ventaja de uno a cinco de
los obreros sobre los agricultores, y carencia de provisiones para el voto
secreto. Lenin había resuelto los obvios problemas a la hora de mostrar un
sistema así como democrático por la vía de argumentar que, como todo se
mamoneaba entre obreros y el obrero, según idea que ha sobrevivido a los
tiempos y a los sistemas y alcanza al día de hoy, por el hecho de ser obrero y
modesto, resulta que ya es honrado por defecto; al ser un sistema entre
obreros, digo, por definición era más democrático que el sistema liberal
parlamentario. En realidad, alguien que se precie de ser un comunista de
verdad, un bolchevique con pedigree, tiene que ser alguien para quien
los colegios electorales, las cabinas, la votación secreta, los partidos
políticos de cualquier ideología presentándose a las elecciones, le tiene que
parecer un sistema retrógrado. Algo que, por cierto, también pensaba ese
bolchevique vocacional llamado José Antonio Primo de Rivera.
La necesidad de
Stalin de purgar en su Constitución sus pecados comunistas internacionalistas,
y aparecer como el blando demócrata de izquierdas que líderes estrechitos como
Roosevelt llegaron a creer que era, le llevó a disolver en la Constitución de
1936 la dictadura del proletariado. El obrero, dijo, había quedado subsumido
dentro del conjunto general de la población soviética. La Constitución, ahora,
era una Constitución para todos, todas y todes.
En la práctica,
Stalin consiguió lo que quería. En la URSS no fueron pocos los que creyeron que
se avecinaba una ola de democratismo; pero más que las gentes de dentro, lo
creyeron los típicos singermornings exteriores de siempre, como el
eterno Louis Fisher, que saludó la nueva ley como si fuera la extensión de la
libertad total entre el pueblo soviético.
Si los
“intelectuales” hubiesen sido un poco más listos, que ya sé que es mucho pedir,
con sólo hacer una lectura de la nueva Constitución con un boli de subrayar en
una mano se habrían dado cuenta de que todo aquello era farfolla. Estaba, desde
luego, el problema de que incumplir la Constitución, en la URSS, nunca fue
problema, ni para Stalin, ni para Breznev, ni para nadie que mandase. Pero eso,
claro, en 1936 estaba aún por ver. Aun así, sin embargo, estaba el pequeño
detalle, que ninguno de los turiferarios de Stalin pareció ver, de que para
llenar el Soviet Supremo, nuevo nombre que recibía el Congreso de los Soviets,
no había competición alguna. El artículo 126 del texto constitucional elevaba a
la categoría de ídem el monopolio del Partido Comunista al estipular que era “el
núcleo y guía de todas las organizaciones de trabajadores, tanto públicas como
estatales”. Esto, en la práctica, sacralizaba la dependencia del gobierno sobre
el Partido. A partir de ese momento, si había que nombrar, por ejemplo, un
gerente en un hospital, el candidato elegido tenía que obtener el nihil
obstat del Partido; no servía con que el departamento administrativo de
Sanidad lo considerase el mejor candidato posible. Las altas autoridades del
Partido (Politburo) serían quienes decidirían si en cada puesto del Soviet
Supremo habría candidatos competitivos (todos comunistas) o no.
La Constitución
más democrática del mundo.
La Constitución,
eso sí, incluía importantes elementos formales. La comisión de derechos civiles
había sido presidida por Bukharin, y los historiadores suelen coincidir en que
hizo un trabajo bastante aseado. El artículo 125 garantizaba la libertad de
expresión, información, reunión y manifestación; aunque, eso sí, sólo “de
acuerdo con los intereses de los trabajadores y con la intención de robustecer
el sistema socialista”. Se trata, pues, de un artículo muy comunista, pues,
como se puede comprobar, dice una cosa, también la contraria, y ambas son
verdad.
El artículo 112,
al parecer redactado por Vyshinsky, lo que no deja de ser intolerable de puro
absurdo, afirmaba que “los jueces son independientes y no sirven sino a la
ley”; para continuar, acto seguido (recordad: una cosa, la contraria, y todas
son verdad) que, siendo la Administración de Justicia parte de las
instituciones estatales, los jueces estaban constitucionalmente obligados a
seguir las directrices del Partido. Este artículo 112 de una constitución
escrita hace casi noventa años pervive hoy en día en la mente de esas personas
que te dicen que los jueces son independientes, pero que hay que darles
cursillos para que sentencien como es debido en temas feministas, de
inmigración, etc.
El artículo 127
(que, no lo olvidéis, iba justo detrás de aquél que establecía la norma general
de que all is comunism) establecía la inviolabilidad de la persona (sic)
y su consecuencia fundamental: nadie podía ser arrestado salvo por orden de
un tribunal; pero, eso sí, teniendo en cuenta que antes iba el artículo
126, esto es: todo el sistema estaba sujeto al control del Partido.
La discusión del
borrador constitucional después del 12 de junio de 1936 fue ampliamente masiva:
los propagandistas del Partido ya se encargaron de que fuese así. 40 millones
de ciudadanos participaron en 458.441 reuniones en las que hicieron 83.571
propuestas; más 3.471.864 personas más que participaron en 164.893 reuniones de
soviets de diverso nivel, e hicieron 40.619 propuestas de cambio. El 5 de
diciembre, la Consti fue adoptada en los términos que le parecieron bien a
Stalin. Aceptó, de las propuestas, la creación de un Comisariado para la
Industria de Defensa, y la extensión del sufragio universal directo al Consejo
de Nacionalidades, no sólo al Soviet Supremo.
En medio de la
discusión constitucional, el 26 de mayo de 1936, se publicó el borrador de una
nueva legislación familiar para la discusión general de la nación. Entre otras
cosas, ilegalizó el aborto salvo grave peligro para la vida de la madre, además
de una extensa red de subsidios y ayudas para madres, sobre todo de muchos
niños. Fue una legislación directamente influida por las políticas profamilia
en Alemania e Italia, que Stalin quería superar.
La discusión
nacional de este borrador de ley insufló un inesperado soplo de democracia en
la URSS. Para el ciudadano soviético, que vivía en una dictadura donde la
expresión estaba limitada según las necesidades del Partido y por el hecho de
que todo lo contrario a la construcción del socialismo no se podía decir, la
posibilidad de quejarse por pequeñas esquinas de la vida del país era
fundamental; y su medio de expresión más habitual, las cartas. La discusión de
la legislación familiar provocó una cascada de cartas, la mayoría de ellas
criticando la ilegalización del aborto, a causa del acceso casi imposible a los
contraceptivos en el sistema soviético. Las críticas sobre el aborto pronto se
convirtieron en críticas sobre la desastrosa disponibilidad de viviendas;
muchos ciudadanos argumentaron que la razón final de realizar un aborto era la
ausencia de espacio vital.
Las cartas
finalmente publicadas, tanto en Pravda como en Izvestia, fueron,
sin embargo, mayoritariamente las que estaban a favor de la ilegalización. Por
otra parte, tampoco había que ser muy listo para fijarse que la inmensa mayoría
de estas cartas apoyando el texto preparado por el Partido venían de zonas
rurales, y estaban firmadas por dirigentes del Partido.
Cretino.
ResponderBorrarCretino malicioso, que es peor.
Cretino volcado a un lado del campo, que se atreve a hablar de la parcialidad de otros.
No te metas tanto con Stalin, que ya no se puede defender.
BorrarSantiago armesilla está empeñado en que fueron los nacionalismos periféricos el principio del fin del comunismo. Yo creo que no conoce el masivo desplazamiento de pueblos que hizo el padrecito de una punta a otra de la URSS.
ResponderBorrarLos nacionalismos periféricos fueron el fin del sistema comunista. El principio del fin del sistema comunista fue el sistema comunista.
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