martes, mayo 21, 2024

Stalin-Beria. 2: Las purgas y el Terror (24): Los fascistas son ahora alemanes nacionalsocialistas

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La purga Tukhachevsky
Un macabro balance
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El Gran Proyecto Ruso
El juicio de Los Veintiuno
El problema checoslovaco
Los toros desde la barrera
De la purga al mando
Los poderes de Lavrentii
El XVIII Congreso
El pacto Molotov-Ribentropp
Los fascistas son ahora alemanes nacionalsocialistas
No hay peor ciego que el que no quiere ver
Que no, que no y que no  

     



Tras haber firmado el primero y más famoso de los pactos con Moscú, Ribentropp regresó a Moscú y, con fecha 28 de septiembre, se firmó un tratado de Frontera y Amistad germano soviético. Stalin propuso un acuerdo por el cual la provincia de Lublin y parte de la provincia de Varsovia, pese a estar al este de la línea demarcada el 24 de agosto, pasaran a Alemania; a cambio de que la URSS se quedase Lituania. Esto se firmó en un nuevo codicilo secreto.

Una vez que Hitler le firmó a Stalin un papel en el que le regalaba los países bálticos, Stalin no se hizo esperar. En un primer estadio, concluyó unos tantos pactos de asistencia mutua que incluían la implantación de tropas soviéticas y el establecimiento de bases navales en los países bálticos. Bueno, acuerdo, acuerdo, no hubo mucho. El ministro de Asuntos Exteriores estonio, que fue el primero, fue invitado a ir a Moscú a negociar un acuerdo comercial. Una vez allí, estando en el Bolshoi, lo sacaron de allí y lo llevaron al despacho de Molotov, quien le informó, fríamente, de que tenía que firmar un acuerdo para el establecimiento de tropas soviéticas en Estonia. El ministro replicó que la cifra de tropas que querían estacionar en su país, 35.000, era más alta que todo el Ejército estonio. En ese punto, entró Stalin en la sala y preguntó qué problema había con eso. Entonces, se ofreció graciosamente a reducir el contingente a 25.000. De esta manera, los estonios se sintieron como si se hubiesen librado de algo.

Stalin ocupó rápidamente toda la Polonia que le tocaba salvo la ciudad entonces conocida como Wilno, la que le cedió a Lituania (y hoy se llama Vilna, la de ábreme la puerta). Los ocupantes organizaron rápidamente unas elecciones a los parlamentos de Ucrania Occidental y Bielorrusia Occidental. Ambos parlamentos graciosamente solicitaron a la URSS incorporarse a la Unión formando parte de Ucrania y Bielorrusia, respectivamente. En su reunión del 31 de octubre al 2 de noviembre, el Soviet Supremo dijo claro que sí, guapi.

En ese punto Stalin, creyendo que todo el monte era orgasmo, se fue a por Finlandia. Pero ahí pincharía en hueso. Los altos representantes políticos fineses, convocados a Moscú a principios de octubre, le dijeron a Stalin que firmase un pacto de no agresión con su puta madre. Stalin respondió exigiéndoles el desplazamiento de su frontera al norte de Leningrado en el istmo de Karelia para eliminar la proximidad a la ciudad donde había muerto Kirov. También exigió el desmantelamiento de la línea defensiva conocida como Línea Mannerheim; que se le facilitase territorio a la URSS para plantar una base naval al norte de Hanko; y acceso soviético al norte del golfo de Finlandia. Más tarde, con el pretexto de que los finlandeses habían bombardeado terreno soviético, el 28 de noviembre de 1939 Stalin denunció el pacto de no agresión con Finlandia y, en la noche entre el 30 de noviembre y el 1 de diciembre, sin haber declarado la guerra, atacó al país por tierra, mar y aire. Los aviones soviéticos bombardearon Helsinki y otras poblaciones, matando a muchos civiles.

El 1 de diciembre, el ciudadano soviético y miembro de la Komintern Otto Ville Kuusinen se convirtió en representante del pueblo finés y ministro de Asuntos Exteriores, en cuya calidad proclamó el establecimiento de la República Democrática Finesa. Después de eso, Moscú anunció que los fineses que habitaban la provincia de Terioken, en poder de los soviéticos, habían creado un gobierno revolucionario que tomaría Helsinki con sus propias tropas. En Ginebra, la Liga de las Naciones, siguiendo un llamado del Estado finlandés, llamó a la URSS a una solución negociada en la que mediara el alto el fuego. Molotov declinó la invitación, arguyendo que la URSS no estaba en guerra con Finlandia. El 14 de diciembre, la Liga expulsó a la URSS (hasta que Roosevelt le volvió a dar boleta, y con derecho de veto).

El problema para los soviéticos es que pensaban reproducir la Blitzkrieg en Finlandia; pero el país, con sus muchos lagos y sus muchas polladas orográficas, no sirve para eso. Los soldados, en realidad guerrilleros, finlandeses, comenzaron a batallar contra los tanques rusos usando botellas llenas de gasolina, que comenzaron a conocerse como “cócteles Molotov”. A pesar de la resistencia, los finlandeses acabaron pidiendo un acuerdo de paz en marzo de 1940. Su primer ministro voló a Moscú y fue recibido por Molotov como representante del gobierno finlandés; con ello, pues, los soviéticos dejaban a Kuusinen con el culo al aire sin problema alguno. Las conversaciones empezaron el 8 de marzo y terminaron en un tratado de paz que incluía el cese de las hostilidades el 13. Entre el 8 y el 13, las tropas finesas comenzaron a abandonar sus posiciones. En ese momento, varias divisiones soviéticas atacaron la ciudad de Vipuri, lo cual fue el comienzo de una guerra total, casa por casa, hasta que llegó la hora de la tregua.

En el tratado de paz, Finlandia perdió el istmo de Karelia, la orilla del lago Ladoga y otros territorios. Sin embargo, en el terreno que le quedó, siguió siendo un país libre.

La corta guerra finesa fue el teatro en el que se comprobó el colapso definitivo de Voroshilov. Nunca había sido un tipo muy listo, y no especialmente en temas militares. Pero para cuando la guerra estalló, estaba moralmente deshecho, y le costaba tomar la más mínima decisión. Stalin, tras una discusión personal con él en la que Voroshilov perdió completamente los papeles, lo sustituyó por el mariscal Semion Konstantinovitch Timoshenko.

El 31 de octubre, Viacheslav Molotov se dirigió al Soviet Supremo en un discurso que es un discurso, amigo lector, que ningún comunista admitirá nunca que se produjo. Es, la verdad, y a la luz de los hechos, un discurso vomitivo. Molotov atacó a Inglaterra y a Francia por tratar de caracterizar la guerra contra Alemania como una guerra ideológica en defensa de la democracia. Dejémosle hablar: “Uno puede aceptar o rechazar la ideología del hitlerismo, como puede hacer con cualquier otro sistema político. Es una cuestión de visiones políticas. Pero cualquiera puede entender que una ideología no puede ser destruida por la fuerza, que no se puede acabar con ella mediante una guerra. Por lo tanto, no sólo carece de sentido, sino que resulta criminal calificar una guerra como guerra para “destruir el nazismo” bajo la falsa bandera de la defensa de la democracia”.

Las relaciones exteriores de la URSS, continuó, se basarían a partir de ese momento en intereses mutuos. Y la URSS siempre había sostenido que una Alemania fuerte era necesaria para una Europa fuerte.

En un lejano campo del Gulag de Kolyma, en el Ártico, donde Eugenia Ginzburg estaba presa, los internos fueron informados de que ya no debían hablar de “fascistas”, sino de “alemanes nacional socialistas”.

Molotov no fue el único. El 5 de julio de 1940, Pravda publicó extractos amplios de los llamados “Libros Blancos” alemanes que contenían documentación incautada en Francia, entre ellos planes anglofranceses para la intervención en Rusia en defensa de los fineses. Los documentos “demostraban” que los aliados habían intentado implicar a Bélgica y los Países Bajos en esta estrategia, lo cual “justificaba” la invasión alemana de ambos países.

Evidentemente, quien peor lo pasó con el cambio de opinión de Stalin fue el comunismo internacional y, muy particularmente, el español, que ahora tenía que hablar bien de los tipos que habían ayudado a Franco a exiliarlos. Los partidos comunistas, en cada país, tenían la obligación, comunicada ahora por la Konmintern, de no apoyar las soluciones pacíficas. Los frentes populares dejaron de ser posibles (justo a tiempo en España, hay que decirlo) salvo en los países coloniales. La Komintern dejó de hablar de fascismo y de fascistas.

En diciembre de 1939, el régimen soviético celebró con gran alegría el sesenta aniversario de su camarada secretario general. El día 21, el del cumpleaños, Iosif Stalin recibió 10.150 felicitaciones de organizaciones y departamentos, 5.155 de personas individuales, y 1.508 de niños. Se le concedió la condecoración de Héroe del Trabajo Socialista, y el Sovnarkom instituyó los Premios Stalin. Pravda publicó las felicitaciones recibidas del exterior. La primera que publicó fue la de Adolf Hitler.

Antes de entrar en la harina de la guerra, recordemos que, en los prolegómenos de la misma, verano del 1940, Stalin cantó bingo con uno de sus principales objetivos, si no el principal: finalmente, tras diversas intentonas, un enviado suyo, Ramón Mercader, había conseguido terminar con la vida de León Trotsky en México. El pueblo soviético fue informado por Pravda el 22 de agosto de que el asesino se llamaba Jacques Mortan Vandendraish, y que era un miembro del entourage del propio Trotsky. En la URSS, pues, la muerte del revolucionario se vendió como un ajuste de cuentas entre bandas latinas.

La muerte de Trotsky dio al traste con las intentonas, más o menos ambiciosas, que se habían venido produciendo en el seno del Politburo a la hora de buscar a su tema una solución pacífica y que comportase el regreso a la finca del hijo pródigo, tal vez asumiendo algún papel secundario. Asimismo, también supuso el inicio de una política masiva, coordinada por Beria, de asesinato en los campos de concentración de los prisioneros que eran destacados trotskistas. En Pechora, Vorkuta, Kolyma o Solovki, todos esos lugares cuyos toponímicos no nos conocemos de memoria tan sólo por la acción de la intelectualidad occidental, para la cual no ha habido más nombres que Treblinka o Dachau, se comentó a matar en modo experto.

Stalin llevaba mucho tiempo detrás de aquella pieza, por mucho que, la verdad, Trotsky, conforme fueron avanzando sus años de exilio y su contacto real con la URSS se fue perdiendo, se fue asimismo convirtiendo en un enemigo cada vez menos temible. Sus escritos estaban, cada vez más, basados en suposiciones y ucronías más que en datos, y eso se notaba. Aun así, cuando llegó a México tanto la Confederación de Trabajadores Mexicanos como el propio Partido Comunista local, liderados por Lombardo Toledano, protestaron por su presencia en el país. El propio Trotsky pronto se dio cuenta de que allí las posibilidades de ser asesinado eran bastante altas. Así las cosas, redujo muy notablemente sus salidas, y comenzó a filtrar a lo bestia las visitas con las que tenía contacto directo. Su círculo se fue disolviendo, aunque con él se quedaron Alfred y Margarita Rosmer, un matrimonio que había conocido a Trotsky y a su mujer, María Sedova, de décadas atrás.

Los trotskistas mexicanos colaboraron con el gobierno local para encontrarle a su líder una villa en Coyacán. La casa se convirtió en una fortaleza que ríete tú de Pablo Iglesias. Trotsky salía a la calle, casi siempre, llevando un chaleco antibalas. Comenzó a dar entrevistas en las que vaticinaba que Alemania ganaría la guerra y Stalin caería.

Asimismo, en abril Trotsky publicó un manifiesto dirigido a los trabajadores soviéticos diciéndoles la verdad: que su clase gobernante era una elite extractiva que sólo estaba ahí por el vodka y las putas. Aquel manifiesto acabó con la paciencia de Stalin, quien llamó a Beria y, de muy malos modos, le vino a decir que empezaba a dudar de que la NKVD fuese capaz de montar una operación para cargarse a Trotsky. Aparentemente, Beria decidió, tras esa reunión, que la solución para acabar con un Trotsky mexicano era explotar la decepción del comunismo local, que, hay que decirlo, había comprado en su totalidad la teórica de que el trotskismo había estado en la guerra civil española a favor de los sublevados, y conspirando a su favor.

El 24 de mayo de 1940, un grupo de personas disfrazadas de policías y lideradas por el pintor mexicano David Alfaro Siqueiros (un nota de cojones), entró en el dormitorio de Trotsky y lo sembró de balas; pero tanto el revolucionario como su mujer lograron refugiarse en una esquina de la habitación. Inmediatamente, desde la URSS se creó el relato de que el atentado lo había preparado el propio Trotsky para desacreditar a Stalin; y, la verdad de las cosas, medio mundo lo creyó, porque la gente, y muy particularmente los intelectuales, son así.

Para entonces, ya estaba en México Jacques Mornard. Mornard había hecho amistad con Silvia Agelof, una de las secretarias de Trotsky. Ya en 1939, Mornard/Mercader había estado visitando la casa, aunque no vio personalmente a Trotsky hasta mayo de 1940. Era un hombre que se dedicaba a los negocios haciéndose pasar por canadiense bajo el nombre Frank Jackson. Tras mucho trabajo, consiguió ganarse la confianza de Trotsky.

A mediados de agosto, Mornard apareció en el despacho de Trotsky con el borrador de un artículo, que le pidió que revisase. A la caída de la tarde del martes 20 de agosto, se presentó en la villa con el borrador. Trotsky estaba revisando él mismo un manuscrito. Mornard se quitó la gabardina, la colgó en una silla, sacó de dentro un pequeño piolet y golpeó a Trotsky con toda su fuerza en la cabeza. El revolucionario tardaría más de 24 horas en morir.

En poder de Mornard se encontró una carta de él mismo en la que se definía como un trotskista decepcionado, que había ido a México con otros objetivos pero, una vez allí, había ido desarrollando la idea de matar a su otrora líder. En realidad, todo había sido un atentado cuidadosamente preparado por la NKVD, a las órdenes de Nahum Isaakovitch Eitingon. Ramón Mercader, el ejecutor finalmente elegido, había sido teniente del ejército republicano en la Guerra Civil.

El asesinato de Trotsky benefició directamente a Beria, quien fue nombrado comisario general de la Seguridad del Estado.

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