Si suenan disparatados todos estos
proyectos de conquistar Indochina a partir de las Filipinas, ¿qué no diremos de
la idea de apoderarse de China? Manel Ollé ha dedicado el libro “La empresa de
China” a describir todos los delirios hispanos de finales del XVI sobre cuál
sería la mejor manera de hacerse con el Imperio del Medio.
El primero de los iluminados fue el
agustino Martín de Rada, quien en 1569 dirigió una carta a Felipe II, en la que
le venía a decir que conquistar China no sería mucho más difícil que conquistar
el imperio azteca, que unos cuantos hombres bragados podían conseguirlo ya que
“la gente de China no es nada belicosa (…) mediante Dios, fácilmente
y con no mucha gente, serán sujetados.” Cinco años después el escribano
real Hernando Riquel cifró el número de combatientes necesarios para la
conquista: “menos de sesenta buenos soldados españoles”. No está mal la
proporción: cada soldado español tendría que ocuparse de domeñar a tres millones
de chinos. Por su parte, el Cabildo de México se dedicaba a soñar como la
lechera del cuento. En una carta que dirigió a Felipe II en 1567 le pidió “repartir
la tierra de las dichas Islas del Poniente (Filipinas) y de la China,
perpetuándola entre los descubridores y pobladores.”
En 1576 el gobernador de Filipinas
Francisco de Sande propuso un plan de conquista de Filipinas marginalmente más
realista: harían falta entre cuatro y seis mil hombres armados de pica y
arcabuz. Bien esto ya era una proporción más factible: un español por cada
30.000 chinos. El plan propuesto consiste en empezar conquistando una provincia
china. A partir de ahí, se conquistará el resto del imperio con ayuda de los
propios chinos que verán a los españoles como libertadores. Eso a menos que se
encontrasen con un inca o un azteca y les contase su propia experiencia. La
argumentación de Sande no ofrece desperdicio y merecería figurar en una
antología de la chulería y desprecio del extranjero. La conquista sería
sencilla porque los chinos son cobardes, ineptos para cabalgar y usar armas,
ladrones, haraganes, preferirían vender a sus hijos antes que ponerse a
trabajar y es un país sin ciencia ni saber.
De Sande podría ser un iluminado, pero
no estaba solo en sus desvaríos. En 1578 el oidor de la Audiencia de Guatemala,
Diego García de Palacios, propuso que se reclutasen 4.000 hombres en América y
se les embarcase en seis galeras rumbo a China.
Curiosamente, la Corte a miles de
kilómetros de distancia, era mucho más realista sobre las posibilidades de una
empresa tan descabellada. El Consejo de Indias le hizo notar a García de
Palacios que China era un país inmenso y que “para la defensa y amparo de
este tan extendido reino (hay) casi cinco millones de hombres de
guarnición, los cuales de arcabuces, picas y carceletes, espadas y flechas y de
las demás armas, máquinas e instrumentos bélicos que se usan en esta Europa.”
Renunciar a un sueño es lo más
difícil. El jesuita Alonso Sánchez, que había recorrido China entre marzo de
1582 y marzo de 1583, escribió una relación en la que decía que la
evangelización de China tendría que hacerse a punta de arcabuces. Dados los
beneficios espirituales que los chinos podrían extraer de la evangelización,
todo estribaba en calcular el número de arcabuces que serían necesarios. En un
ejercicio de “realismo”, Alonso Sánchez los calculaba en 10.000. Adviértase que
a cada memorial que se dirigía a la Corona se iba elevando el número de fuerzas
necesarias. Empezamos con menos de 60 buenos soldados españoles en 1564 y
veinte años después ya estamos en 10.000. Aun en 1586 Juan Bautista Román
volvió a elevar la cifra de combatientes necesarios: unos 15.000 entre soldados
españoles, cristianos que se reclutarían en Japón e indios filipinos. Eso sí
Román contaba con un arma secreta: “no consiste en la multitud del ejército
la victoria, que del cielo nos ha de venir fortaleza”.
En 1586 se celebraron en Manila las
juntas generales de los estados de Filipinas, para debatir cuestiones de
interés general para las islas. El partido belicista volvió al ataque con sus
planes para la conquista de China. El encargado de redactar la estrategia de
ataque fue Alonso Sánchez, que propuso que la empresa la acometiesen juntos los
castellanos de Manila y los portugueses de Macao. Los primeros atacarían por
Fujien y los segundos por Guangdong. En cuanto a los contingentes necesarios,
Sánchez volvió a incrementar las cifras: entre 10.000 y 12.000 hombres de todos
los reinos de España, 6.000 indios de las Visayas y 6.000 japoneses, a los que
habría que sumar los hombres que aportasen los portugueses.
Alonso Sánchez era un hombre con una
misión y no dudó en realizar el arriesgado viaje a España para defender el
proyecto. El 28 de junio de 1586 embarcó en Cavite, rumbo a Acapulco, adonde
llegó el 1 de enero de 1587. Sánchez permaneció en México hasta mediados de 1587. A mediados de
septiembre de ese año llegó a Sanlúcar de Barrameda y finalmente en diciembre
pudo tener audiencia con Felipe II y presentarle su memorial. Sánchez no podía
saber que su memorial llegaba en un momento muy inconveniente, ya que Felipe II
tenía toda su atención puesta en la preparación de la Armada Invencible.
Durante toda la primera mitad de 1588
se discutieron en Madrid las distintas propuestas de las juntas generales de
Filipinas. La empresa de China, que ya había tenido sus detractores tanto entre
quienes la consideraban irrealizable como entre quienes dudaban de que España
tuviese títulos legítimos para apoderarse de China, quedó definitivamente enterrada
cuando llegaron a la Corte las noticias del desastre de la Armada Invencible.
A la postre, la empresa de China sería
redimensionada al objetivo infinitamente más modesto de establecer un enclave
comercial en la costa, similar al que tenían los portugueses en Macao. En 1598
el gobernador Francisco Tello de Guzmán autorizó a Juan Zamudio a viajar a
China para obtener alguna concesión que pudiera servir para el comercio.
Zamudio obtuvo El Pinal, una isla cerca de Cantón, así como el uso de unos
almacenes en dicha ciudad. La factoría, aunque prometedora, fue abandonada al
cabo de dos años. En su abandono influyó sobre todo la inquina de los
portugueses de Macao, que no querían competencia y le pusieron todos los palos en
las ruedas que pudieron. A ello se sumó
el desinterés de Felipe III, que prefería mantener las paces entre sus súbditos
portugueses y castellanos y más ahora que los holandeses habían empezado a
penetrar en los mares asiáticos. Finalmente hay que hacer notar la dejadez de
los españoles de Manila, que se habían acostumbrado al sistema del Galeón de
Manila y tampoco presionaron por defender el establecimiento de El Pinal.
Hasta ahora he hablado básicamente de
fracasos y empresas descabelladas, pero también hubo momentos en los que
Filipinas mostró que podía ser una base estratégica clave para que España fuera
un actor a tener en cuenta en Asia.
El 15 de enero de 1606 Pedro de Acuña
partió de Manila con una flota y más de 3.000 hombres con la misión, que
consiguió, de conquistar las islas Molucas. Nueve años después el Gobernador
Juan de Silva concibió la operación estratégica más osada que los españoles
intentarían nunca en Asia. Se trataba de dirigir una armada hispano-portuguesa
contra Java, Banda y las Molucas para limpiarlas de holandeses. Casi tan
importante como ese objetivo estratégico sería el hecho de que por primera vez
portugueses y españoles colaborarían en Asia, en lugar de ponerse zancadillas. La
empresa prometía y desde un punto de vista estratégico era razonable, pero tal
vez estuviera por encima de las posibilidades reales de Filipinas. Para
organizar su armada, de Silva prácticamente tuvo que dejar desguarnecidas las
islas y al final, esa armada que había costado tanto organizar y en la que se
habían depositado tantas esperanzas, acabó regresando a Manila destartalada,
víctima de las fiebres y sin haber pegado un solo tiro.
En 1626 salió de Filipinas una
expedición bajo el mando de Antonio Valdés con rumbo a Formosa, donde los
españoles se instalaron. Formosa representaba una importante escala en las
rutas comerciales entre China y Manila. Inexplicablemente, los españoles
perdieron interés en la isla a los pocos años, desguarneciéndola para hacer la
guerra a los moros de Mindanao. En 1642 los holandeses, aprovechándose de esta
incuria española, se la arrebataron a los españoles.
Para mediados del siglo XVII los
españoles ya habían adoptado una clara actitud defensiva y estaba claro que
Filipinas no serviría de plataforma estratégica para conquistar nada. A lo más
que llegábamos era a darnos de tortas con los moros de Mindanao, que se negaban
a dejarse conquistar.
... ese Hernando de Riquel era de Bilbao - Bilbao, o sea, del mismo Bocho.
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