Andamos los hispanos, en el tiempo presente, muy revueltos políticamente. La razón es que se nos acercan unas elecciones municipales y autonómicas (aunque no en todas las autonomías). Quizá los que podáis leer esto y no seáis españoles penséis que unas elecciones municipales son elecciones menores. Pero no hay tal, en nuestro caso. Unas elecciones municipales trajeron la II República, por ejemplo. Y, además, ahora mismo se da la circunstancia de que, a pesar de que hay mucha gente que no vota lo mismo cuando el parlamento que está votando es el local, regional o estatal, el hecho de que las municipales se celebren más o menos un año antes que las generales hace que sea bastante cierta la regla por la cual el partido que gana aquéllas, gana después éstas.
A mí nadie me ha preguntado el voto. Pero, aún así, yo contesto. No tengo ningún problema en escribir en público la decisión que tomaré el 27 de mayo, como la he tomado ya muchas veces en los últimos años.
Mi voto será nulo. Más que nada, porque es la única forma que conozco de expresar mi radical desacuerdo con el sistema electoral.
Son varias las cosas que me rayan.
En primer lugar, las listas cerradas. A las pocas horas de comenzar oficialmente la campaña electoral, ya recibí en mi casa las dos primeras cartas invitándome al voto a la Asamblea de Madrid. No sé si es fruto de la casualidad, si van coordinados (lo dudo) o qué, pero el caso es que las dos listas propuestas eran la de Falange Española de las JONS y La Falange, que al parecer hoy en día son cosas distintas (sin ir más lejos, el logo de una es el yugo y las flechas en blanco sobre fondo negro, y el del otro es el yugo y las flechas en negro sobre fondo blanco).
En ambos casos, la papeleta contiene 123 nombres; 120 candidatos, y tres candidatos suplentes.
Una pregunta personal, lector: ¿cuántos amigos tienes? Siempre se dice que los amigos de verdad se cuentan con los dedos de una mano. Pero, sumando a los colegas, no sé, todos tenemos una cuadrilla de, digamos, entre cinco y quince personas, con la que nos iríamos un sábado a cenar y al cine perfectamente. La siguiente pregunta es: ¿y a cuánta gente conoces un poco? O sea, si haces una lista de las personas de las que tienes datos del tipo si están casados o no, si tienen hijos, en qué trabajan, si son más bien ricos o pobres, si del Madrid, del Atleti o del Barça, ¿cuántos te saldrían? Entre compis del curro o del aula, amigos de papá y de mamá, el vecino ése tan cachondo mental… ¿sesenta, setenta personas?
Corolario: si tú, que lees eso, en los quince, veinte, treinta, cuarenta o sesenta y tantos años de vida que tienes, has conseguido acopiar información básica sobre algo más de 50 personas, ¿cómo serás capaz de juzgar la capacidad de 123 desconocidos a la hora de representarte en la Asamblea de Madrid?
Las listas cerradas no sólo son antidemocráticas sino que son absolutamente contrarias a nuestro devenir histórico. Hasta la transición posfranquista, los españoles de toda la vida de Dios, cuando habían podido votar, habían votado listas abiertas. Esto daba para ciertas comparaciones inteligentes; por ejemplo, en el PSOE de la República el candidato más votado era, casi siempre, Julián Besteiro. Y en las elecciones del 36 en Barcelona ciudad, a pesar de que el líder político catalán indiscutido era Lluis Companys, no fue el candidato más votado de la lista.
Las listas cerradas fomentan el deporte del «escaño seguro», ergo del lobby político. O sea: yo soy un líder político que quiero obtener el apoyo de un gran financiero y lo mismo lo consigo si su hijo tiene veleidades políticas: lo pongo de quinto candidato por Murcia, que para mi partido es escaño seguro, y a tirar millas.
Esta práctica del escaño seguro es el trasunto moderno del deleznable artículo 29 de la ley electoral de la Restauración, mediante el cual un candidato que no tenía oponentes era automáticamente proclamado; así, los caciques ni siquiera tenían que conseguir que la gente les votase; con amedrentar a todo aquél que osase competir con ellos les bastaba. Estoy hoy ya no pasa; no hay caciques, que se sepa. Pero sí hay diputados que el votante traga sí o sí. Suponiendo que yo conociese de la leche a María del Carmen Fátima González Gutiérrez (número 15 en la lista de FE de las JONS para la Asamblea de Madrid); suponiendo que la conociese y la ponderase como persona de enorme inteligencia y habilidad política, ¿por qué dicha ponderación tendría que llevar aparejado mi apoyo a otros 122 señores y señoras? Más aún: ¿cuál es mi capacidad de reacción si opino que María del Carmen Fátima merecería ser diputada en la Asamblea de Madrid pero, en cambio, albergo la opinión exactamente opuesta sobre Norberto Pedro Rico Sanabria, número 1 de su lista?
Pues esa libertad de decidir, los españoles la teníamos. La teníamos incluso en tiempos que motejamos de caciquiles y poco democráticos.
Un estudio sociológico interesante sería conocer, para cada partido, el nivel de conocimiento por los votantes de los candidatos de la lista. Fijo que por debajo del número seis no los conoce ni Dios.
Lo siguiente que me jode son las circunscripciones electorales. En la República se reinventó la circunscripción provincial como una medida contra el caciquismo. Y estuvo bien porque es cierto que, cuanto menor era la circunscripción electoral, más probabilidad había de que hubiese un mandamás llevándose al huerto los votos o la proclamación directa.
Pero el tiempo ha pasado y, hoy por hoy, me pregunto qué narices hacemos los residentes en Madrid votando candidatos al Congreso por una circunscripción como la muestra, con más de cinco millones de habitantes. Vale, por eso votamos más candidatos. Pero, como las listas son cerradas, eso no hace sino acrecentar el problema. Hay que votar listas abiertas y, además, listas de no más allá de cuatro o cinco candidatos.
Dicho de otra forma: en un sistema realmente democrático, yo quiero tener un congresista. Mi congresista. Un tipo, o tipa, con nombres y apellidos, con una historia, con una trayectoria y unas habilidades. Que haya hecho esfuerzos por hacerse conocer por mí, ya que su escaño depende de mi voto. A quien yo pueda acudir, me haga mucho o poco caso, cuando tengo algo que decir. Que pueda saber que votando a favor de la Ley X se la está jugando, porque yo estoy en contra. Las democracias parlamentarias en las que los parlamentarios votan según la indicación de un jefe de partido son democracias a medias.
Lo de las listas de cuatro o cinco candidatos me lleva a otro asunto, como es el juego de mayorías y minorías y las coaliciones. En el sistema electoral de la II República, los votantes votaban en las papeletas por un número de escaños inferior al total de la circunscripción que se tratase. Este sistema propugnaba la existencia de candidaturas llamadas de mayorías (el partido muy votado que va a al copo) y candidaturas de minorías (el partido de escasa implantación, pero que tal vez cuenta con un personaje de especial relevancia, que lo presenta buscando «rebañar» ese escaño al que no pueden llegar los votantes de los grandes partidos).
Este sistema, sobre todo, tenía una ventaja fundamental: las alianzas y coaliciones debían ser previas, no posteriores. Un sistema de mayorías y minorías favorece enormemente a la formación política que es capaz, a través de coaliciones, de presentarse ante su electorado unida. La izquierda perdió las elecciones del 33 por estar fraccionada, pero en 1936 aprendió la lección y le dio la vuelta a la situación con el Frente Popular. No creo que nadie desmienta la idea de que una coalición ante es muchísimo más democrática que una coalición post. En una coalición post, los líderes políticos de los partidos coligados están haciendo un juicio de intenciones (que sus electores quieren que se coliguen) al que, claramente, no han querido someterse por la vía de los votos; si tan convencidos están de que ése es el deseo de sus votantes, ¿por qué no se aliaron antes?
Se ha escrito sobradamente que este sistema electoral de mayorías fue uno de los grandes problemas de la República, porque favoreció la victoria de posiciones radicales. Yo no estoy de acuerdo. Hubiera sido el sistema electoral en la República el que hubiera sido, la situación se habría radicalizado igual, porque el problema de la República, además del sistema electoral, fue la inexistencia de un centro político. La deplorable situación de las clases humildes españolas, especialmente en el campo que era el principal motor de empleo, unida a la polarización política de aquellos tiempos (binomio marxismo-fascismo), hizo que las opciones de centro no existiesen. La Confederación Estatal de Derechas Autónomas de Gil-Robles, que viene a ser, en situación en el espectro sociológico, como nuestro PP de hoy, le hacía decir a su jefe en los mitines cosas como que había que construir un nuevo Estado y si el Parlamento no entendía eso, habría que someterlo; si a Rajoy se le ocurre decir la mitad de un cacho de un 10% de esto, lo echamos de España. Y qué decir de la izquierda. Ya no del PSOE, que entonces era un partido marxista de libro; la propia izquierda burguesa, es decir los radical-socialistas y los azañistas, mantenían políticas bastante alejadas del centro político.
En 1933 y en 1936, ganar era alejarse del centro; hoy en día, gana quien más se acerca a él. Pero el problema de las coaliciones estriba en que deberían ser casi ilegales a voto pasado. ¿Fomenta eso el frentepopulismo? Pero, ¿quién ha dicho que el frentepopulismo es malo? El Frente Popular se presentó a las elecciones de febrero de 1936 con un programa electoral (manifiesto electoral se llamaba entonces) muy interesante, a la par que moderado e integral. No faltaron las declaraciones de los políticos de dicho Frente en sentido integrador y Azaña, tras la victoria, así lo aseveró en el Parlamento: quería dirigir un gobierno para todos los españoles. De la deriva que después tomaron las cosas tuvieron la culpa algunas personas, pero no el Frente Popular como estrategia.
Pero, ¿cuál sería el juicio de la Historia si hubiese transcurrido de otra manera? Pongamos que en la España de 1936 el sistema electoral hubiera sido otro, digamos el que tenemos hoy nosotros: enormes circunscripciones electorales, ley D’Hont y listas cerradas. Pongamos que en febrero que 1936 se presentan cinco grandes fuerzas políticas a las elecciones: la derecha monárquica antidemocrática (el Bloque Nacional de Calvo-Sotelo, y los tradicionalistas); la derecha republicana (CEDA); la izquierda burguesa (Unión Republicana e Izquierda Republicana, digamos que en coalición o en un solo partido político, más las candidaturas portelistas); el PSOE y los comunistas, también en coalición o bajo las siglas del PSOE; y los nacionalistas.
¿Cuál habría sido el resultado de esas elecciones? Es imposible saberlo, pero mi apuesta es que, sobre un Parlamento de unos 350 escaños, el nacionalismo vasco y el catalán obtendrían representaciones similares a las que tienen, algo más elevadas en el caso del nacionalismo catalán; los monárquicos tendrían una minoría del tamaño de la que tiene hoy en día Izquierda Unida; los partidos de centro tendrían unos 50 o 60 diputados; y la CEDA y el PSOE-PC serían las grandes minorías, con más escaños para la segunda, digamos unos 160-170 para el PSOE, 120-130 para la CEDA. Lógicamente, habría en el grupo mixto pequeñas minorías, como los partidos más de izquierdas como el POUM.
En estas circunstancias, el PSOE, la izquierda burguesa, los partidos extremos y el nacionalismo catalán podrían recomponer el Frente Popular. Pero el juicio de la Historia ya no sería el mismo; estaría trufado de reproches, sobre todo hacia los partidos burgueses, por coligarse con formaciones más extremas después de las elecciones. Hoy en día, se habrían escrito páginas y páginas discutiendo hasta el fondo la cuestión de si quienes votaron en el 36 a los partidos burgueses eran o no partidarios de que éstos se aliasen con partidos marxistas; cuestión que hoy no existe en nuestro debate histórico, por el simple hecho de que la coalición existió y existió antes de las elecciones.
La democracia moderna, sin embargo, está repleta de multipartitos, tripartitos, bipartitos, tetrapartitos, pentapartitos y lo que caiga, a los que nadie ha votado como tales. Son los políticos los que prejuzgan la actitud de su electorado y, además, no le dan a ese mismo electorado la ocasión de que mostrar su desacuerdo mediante listas abiertas.
Iré, pues, a mi colegio electoral, pues para mí votar es, más que un derecho, una obligación. Pero para votar a 123 señores a los que no conozco de nada, que no me conocen a mí de nada tampoco y, aún así, se han arrogado la capacidad de hacer un juicio de intenciones sobre lo que yo quiero o dejo de querer votándoles, para eso, ya digo, haré lo que todos los años, en todas las elecciones: meteré en el sobre varias papeletas de varios partidos e iré señalando con círculos y flechas a aquellos candidatos de cada papeleta que deseo votar.
Siempre me ponen cara rara (salvo en las votaciones al Senado) por lo voluminoso de mi sobre. Una vez, una sola vez, un interventor electoral, no diré de qué partido, trató de averiguar, muy educadamente, la razón de tal volumen.
Se la expliqué, pero siempre he dado por hecho que no lo entendió.
Me alegra encontrar otra coincidencia más contigo. Aprovecho para felicitarte por la calidad del contenido y la claridad de la escritura. ¡Por muchas lunas!
ResponderBorrarBueno, siempre que cuento lo que cuento a continuación acabo escaldado, pero no escarmiento. En el fondo me va la marcha.
ResponderBorrarSoy abstencionista anónimo. Mi opción como desencantado siempre ha sido la abstención. Soy consciente, depues de oirlo miles de veces, en prosa y en verso, de que la opción de la abstención es mas un problema que una solución. También se que no es una opción políticamente correcta, nunca mejor dicho. "El que no vota no tiene derecho a exigir", se me ha repetido cienes y cienes de veces. Algunos tienen una curiosa idea de la democracia. Mis razones para tomar esta opción parten del convencimiento de que el voto nulo, o el voto en blanco, no tiene utilidad. Jamás he oido, tras unas elecciones, comentar cual ha sido el porcentaje de voto nulo. El voto nulo es invisible porque es participativo. Tu ya has votado como buen y conforme ciudadano. Quizá te hayas equivocado al meter en el sobre cuatro papeletas, o al no meter ninguna. Seguro que a miles de abuelitas también les pasa. Pero tu espíritu, y el de las abuelitas, era participar de acuerdo a las reglas del juego. La abstención es radicalmente diferente en cuanto a que implica un rechazo a participar que tiene dos causas: 1)pasotismo, o 2)desencanto. Ambas son la pesadilla del político, y envian un claro mensaje de descontento, de que algo no ha ido bien. La abstención plantea muchos problemas, es cierto. Puede interpretarse al revés, es cierto. Pero creo que es una de las pocas formas efectivas de hacer reflexionar a nuestros queridos dirigentes.
Solo es mi inconsciente, inconsecuente e irresponsable opinión. :)
No creo que el sistema político quiera cambiar nunca a un formato de listas abiertas. Ellos no tienen nada que ganar, y sí mucho que perder. ¿Para qué van a hacer algo que solo les puede perjudicar?
ResponderBorrarDe acuerdo en casi todo. Nunca he entendido porqué el voto en blanco no se traduce en escaños vacíos. Es evidente que esa es la intención del votante, ¿no?. Y sí tendría su sentido: dificultaría el gobierno que es lo que debe pasar cuando lo votantes no confían en ningún candidato.
ResponderBorrarY respecto a los caciques, sí que existen:
Movida de las elecciones municipales de mi pueblo, Galapagar
Aviso de que es un tema local en el que explico porqué no voy a votar a mi partido habitual por estar dominado por un cacique.
No te quepa la menor duda: el caciquismo existe. Y a menudo representado por aquellos que llegaron al poder criticándolo. Las características se repiten: clientelismo, concentración de poder político y económico, utilización fraudulenta del sistema, arbitrariedad, amedrentamiento.
ResponderBorrarY el nuevo cacique no es exclusivo de ningún partido en concreto.
Mi primer comentario pero te leo hace tiempo. Felicidades por el blog desde las Ínsulas de Bananaria.
Muy interesante el artículo. Te felicito por el blog, creo que es la primera vez que comento aquí, pero llevo leyendote varios meses.
ResponderBorrarUn cosa que nunca he podido comprender es la razón de ser de la Ley de D’Hont. No me refiero a como se calculan los valores y se asignan los escaños, etc... Eso es el cómo, y lo entiendo, lo que se me escapa es el porqué.
Perdon por el off-topic, pero ¿Alguna idea?
La idea de la ley D'ont es que facilita la aparicion de uno o dos partidos fuertes como mucho y casi imposibilita la fragmentación del parlamento en una miriada de pequeños partidos.
ResponderBorrarBuen artículo, bien razonado y justificado, como siempre, y trufado de "historicidad", que es de lo que va el blog.
ResponderBorrarUn comentario técnico. El Voto Nulo, por definición, se anula. Solo sirve para disminuir la abstención.
El Voto Blanco, por definición, se computa, y, por ahora, solo sirve para disminuir el % de aceptación de las candidaturas "validas".
Hasta ahora se ha dado la situación en España (en el actual periodo constitucional), que nunca los votos en blanco (votos válidos) han superado el úmbral oficial de cómputo.
¿Que pasaría si en un municipio importante el voto blanco superase el 5%? Conozco alguna persona de Junta Electoral que tendría muchas ganas de "proclamar" una candidatura vacía.
El procedimiento para el Senado es similar al que explicas que funcionaba en la República.
Y un último comentario. Se achaca a la ley d'Hont todos los males posibles, cuando es realmente uno de los sistemas más justos y proporcionales en caso de voto único a una lista (después del proporcional puro y el sistema de Jefferson). El problema son las medidas de las circunscripciones, y la asignación de un numero de candidatos no proporcional a la población.
En síntesis, la Ley d'Hont dice que en una circunscripción de listas, se proclaman candidatos de forma proporcional, pero por defecto, la lista más votada (afecta al último candidato de la circunscripción).
El modelo de Jefferson es casi igual, pero por defecto asigna el último candidato de la circuscripción a la lista menos votada (de las válidas).
Ambos modelos penalizan la dispersión en candidaturas muy minoritarias, que tienen amparo en el proporcional directo (Israel, por ejemplo).
Hay otros muchos sistemas de votación (voto multilista abierta, doble vuelta, etc.), el debate viene de siglos.
Sería interesante algún ameno artículo del tema. (por pedir que no quede).
De acuerdo contigo.
ResponderBorrarAunque eso si, yo, de preferir, me gusta mas el sistema de Voto Personal Transferible (que tambien es de listas abiertas).
Se puede leer como funciona aqui: http://www.demopunk.net/sp/sp/pool/stv01.html
Saludos.
Si no recuerdo mal, en una de las últimas elecciones en el Pais Vasco se alcanzó un porcentaje significativo de votos nulos, procedentes de la protesta contra la ilegalización de partidos abertzales.
ResponderBorrarCompletamente de acuerdo.
ResponderBorrarEl sistema de listas cerradas favorece a los líderes de los partidos ("el que se mueva en la foto, va de último por Cáceres"). Una consecuencia es que dentro de los partidos políticos han desaparecido los debates verdaderos. Lo que hay una lucha entre barones por colocar a sus clientes en las mejores posiciones de las listas.
El sistema D'Hont introduce una injusticia electoral a mi parecer: durante años el CDS, con más votantes que el PNV, apenas conseguía representación parlamentaria por la sencilla razón de que sus votantes estaban dispersos por todo el territorio nacional.
Termino con una sugerencia que leí una vez en "Le Monde": ¿qué necesidad hay de que se cubran todos los escaños? ¿Y si la abstención contase? ¿Que sólo ha votado la mitad de la población? ¡Perfecto! Sólo se cubren la mitad de los escaños. Eso haría a los políticos más responsables y ahorraríamos dinero.
Si es por ahorrar dinero, yo abogo por la sustitución del congreso por una mesa de representantes con voto ponderado.
ResponderBorrar¿Para qué quiero a 300 ganapanes borregando lo que les diga el jefe de partido? Que vaya uno y vote por todos, mira la de sueldos que nos ahorramos.
Aunque a mi tampoco me gusta mucho el sistema de listas cerradas, he tratado de entender por qué se han implantado en España y si lo piensas tiene algo de sentido.
ResponderBorrarLa finalidad es evitar la corrupción política: si se vota a la persona en lugar de partido (que al final es lo que propones) no habría una disciplina de partido y eso puede ser malo para unas cosas y bueno para otras.
Malo en cuanto a que el partido no podría pedir explicaciones a un parlementario (por ejemplo) por una determinada actuación en una votación parlamentaria. Eso, si lo piensas, en un país como el nuestro, pues posiblemente acabaría en muchos escándalos, denuncias, maletines etc. Mira, sin ir más lejos, lo que pasó con Tamallo y Sáez: se le pidireon explicaciones porque tenían disciplina de partido, en otro caso siempre podrían alegar "tenemos nuestra propia opinión y no coincide con la de nuestro partido" y nunca sabrías si están siendo honestos o se aprobechan del sistema.
Lo que tu dices:
Las listas cerradas fomentan el deporte del «escaño seguro», ergo del lobby político. O sea: yo soy un líder político que quiero obtener el apoyo de un gran financiero y lo mismo lo consigo si su hijo tiene veleidades políticas: lo pongo de quinto candidato por Murcia, que para mi partido es escaño seguro, y a tirar millas.
Posiblemente sea un mal muy pequeño, piensa que corrupciones mucho más escándalosas se podrían dar con listas abiertas.
Aunque sea una serie y no sea real (desde luego nadie puede negar que es muy educativa), en "El ala oeste de la casa blanca" se ven todos estos tejemanejes que hay con las listas abiertas, por ejemplo pactos entre parlamentarios: "tu votas a favor de esta ley que me interesa y a cambio yo voto a favor de esa que te interesa a ti, etc"
Lo que hay que tener claro es que no hay soluciones mágicas y a decir verdad, he sido abogado del diablo.
Continuo...
ResponderBorraruna de las grandes deficiencias de nustro sistema, por otra parte, es que no hay democracia dentro de los partidos, o por lo menos yo no la acabo de ver clara.
Por poner un ejemplo la lista cerrada parece siempre confencionada "a dedo" empezando por el cabeza de lista.
Se ganaría mucho con unas primarias dentro de cada partido, simplemente con esto evitarías los casos de corrupción como el que comentas.
Es cierto lo que dices, Apachito. Aunque, siempre que se habla del sistema estadounidense, parece que olvidamos cosas como que en Estados Unidos los lobbys están públicamente inscritos como tales y que las aportaciones dinerarias a las campañas de los políticos son también públicas. Y a mí eso me parece una ventaja para la democracia.
ResponderBorrarEn el fondo de la cuestión subyace una pregunta: ¿a quién pertenece el escaño, a la persona o al partido? Yo, como ciudadano, prefiero que pertenezca a una persona, porque se me hace más manipulable. A una persona le puedo decir: no te doy mi voto, y hacerle daño. A un partido, no.
Sobre la Ley D'Hont. Todo el mundo la critica porque dice que favorece a las mayorías. Yo no. Yo considero, y lo he puesto en el post, que las mayorías deberían estar incluso más primadas en el sistema electoral, para propugnar las coaliciones ex ante, no ex post. En mi opinión, por ejemplo, tiene toda la razón Esperanza Aguirre cuando dice que quien vota al PSOE en Madrid no sabe exactamente qué programa electoral está votando. Esto, en un sistema que forzase las mayorías, no ocurriría, porque PSOE e IU, para aspirar al resultado al que aspiran, deberían presentarse unidos (y, si no, apuntarse al destino de las derechas en febrero del 36, elecciones en las cuales, por los mosqueítos tontos entre Gil-Robles, los radicales, los agrarios, los monárquicos y José Antonio, fueron a las urnas convencidos de que iban a ganar y se quedadon como el PP en el 2004, con un palmo en las narices).
Lo de la utilidad del escaño vacío por los votos en blanco lo encuentro una idea filosóficamente válida, pero difícil de llevar a la práctica, porque modifica el sistema de mayorías. Por ejemplo: si la legislación dice que la Constitución tiene que cambiarse con una mayoría creo que de dos tercios de los diputados, ¿cómo operaría en un Congreso en el que, por decir algo, de 350 diputados, sólo se ocupasen 275 escaños? ¿Cuál es la mayoría, dos tercios de 350 o dos tercios de 275? Si la respuesta es la segunda, hay ahí una antesala de fascismo: en situaciones de amplio descontento y con suficiente propaganda, habría como para hacerse con una minimayoría suficiente como para dar un golpe de Estado legal. Y letal.
Por muy edificante que sea desde el punto de vista moral, el denodado afán de la incapacidad física para superarse mediante exhibiciones de su impotencia, solo puede ser reconocido por la sociedad con premios de consolación. Denunciar la tristeza de este espectáculo sería tomado por impiedad, cuando no por injusticia, pues los “discapaces” tienen, como los atletas, el derecho de exhibir olímpicamente el grado de sus limitaciones.
ResponderBorrarComo todas las personas están igualmente contentas de su inteligencia (Descartes y Hobbes lo dijeron respecto del sentido común), no ha sido difícil de organizar y de mantener, para la competición política, una verdadera para-olimpiada de discapaces, en condiciones de absoluta igualdad mental, donde disminuidos votantes de listas creen que eligen algo más que al disminuido jefe de partido que las hace.
De esta forma tan quimérica como alienante, los pseudos-ciudadanos se consideran representados, con más adecuación de lo que ellos mismos suponen, por la incapacidad cultural de los directores del Estado de Partidos. Dotados ellos, nadie se lo puede negar, de un gran talento para explotar el negocio de la política como medio de vida profesional. Y la sociedad civil se contenta con vivir las ilusiones de progreso material, recibiendo las grandes migajas que se desprenden del fabuloso festín del Estado de las Autonomías. La utopía del auto-gobierno se puede alcanzar si, y solo si, la debilidad mental se gobierna a sí misma. Esa es la clase de democracia directa que realiza el Estado de Partidos.
La Gran Revolución de 1789, pese a su fracaso final, rompió la concepción de la historia universal de la humanidad y la mentalidad política de todo el mundo occidental. Por el solo hecho de haber ocurrido, por la trascendencia exterior de lo que sucedió en Francia, los pueblos europeos aprendieron de repente que su condición de súbditos de la Realeza no era una imposición divina. Y abismados ante la maravillosa, pero inquietante, perspectiva de poder contemplarse como agentes de su propia historia, inauguraron el drama de la moderna libertad: seguir siendo súbditos de un Estado, monárquico o republicano, pudiendo ser conciudadanos libres.
La tragedia de la esclavitud comenzó cuando terminó la creencia de que era un estado natural de los pueblos bárbaros cautivados por los civilizados. El drama de la libertad termina cuando los súbditos se creen ciudadanos libres en una ciudad sin conciudadanos. Originalmente lo cívico no era la ciudadanía griega, sino la conciudadanía romana. ¿Quién osa pensar que bajo la Monarquía existe conciudadanía española?
Una observacion sobre la Ley D'Hont y las mayorias.
ResponderBorrarUn sistema que favorezca a los partidos mayoritarios no es necesariamente malo. En Israel existe un sistema proporcional y el resultado son parlamentos absolutamente fragmentados y en esa fragmentacion los partidos ultrarreligiosos consiguen ejercer una influencia desproporcionada con relacion al numero de escanos con los que cuentan, ya que suelen aportar los votos que les faltan a los partidos mas grandes para formar gobierno.
Para mi, lo que Espana deberia replantearse no es tanto la Ley D'Hont, que no me parece mala, como la circunscripcion electoral.