miércoles, octubre 19, 2022

La forja de España (17): España como consecuencia

  La macedonia peninsular

El merdé navarro
El enfrentamiento fraternal
Se vende finca catalana por 300.000 escudos de oro
El día que los catalanes dieron vivas a la Castilla salvadora
El lazo morado (o Cataluña es Castilla)
A tocar fados con la cobla
Los motivos de un casorio
On recolte ce que l'on seme
Perpiñán, o el francés en estado puro
La guerra civil
El expediente nazarí
Las promesas postreras del rey francés
La celada de Ana de Beaujeu
El rey pusilánime y su sueño italiano
Operación Chistorra
España como consecuencia  


El 14 de junio de 1484 fue la fecha de la firma del contrato para el matrimonio de Tartás y Catalina. El francés aportó una dote de 100.000 francos en escudos de oro, mientras que su padre, Alain d'Albret, lo instituía heredero de sus Estados: Tartás, Las Landas, el Périgord, el Lemosín y otros feudos. Así pues, no debéis quedaros con la imagen de un matrimonio destinado a controlar Navarra. Era Navarra, y la mitad del Mediodía francés, que se dice pronto.

A los navarros, la verdad, les faltó poco para acabar friendo los huevos con mantequilla y haciendo otro tipo de gilipolleces. Los reyes católicos quedaron bastante decepcionados con la actitud de los pues, abiertamente profrancesa; y, por lo tanto, durante algún tiempo pareció que la suerte histórica del territorio forral estaba echada. Los Beaujeu, esto es, la familia que verdaderamente cortaba el Camembert en la Corte francesa, se convirtieron en el verdadero poder en el reino. Pero como quiera que los franceses no saben estarse quietos, pronto el asunto comenzó a ser problemático. El principal problema de Navarra era que sus reyes, sobre todo él, eran unos sinsorgos. Esto sirvió de acicate para Jean de Foix, quien ya había ambicionado ser rey de Navarra y, cuando vio que sus competidores eran hipotensos, se animó. Gastón IV de Foix y Leonor, los papás de Jean, lo habían apartado del proyecto de gobernar a los chistorra porque en Francia se les estaba concediendo el vizcondado de Narbona, que les hacía más pandán. Sin embargo, Jean volvió a la carga, defendiendo la idea de que tenía prevalencia sobre Catalina, puesto que interpretaba el derecho foral en el sentido de que las mujeres podían reinar, sí; pero sólo en ausencia de varones. Según el francés, habiendo penes dispuestos, los derechos vaginales decaían. Por ello, él, como hijo de Leonor de Navarra, pretendía ser el heredero de Paco Febus, que era su sobrino.

Jean de Foix, además, estaba muy bien casado, francesamente hablando, con María de Orléans, hermana de Luis de Orléans, duque de Orléans y que acabaría siendo el rey Luis XII de Francia. Era, además, a decir de los cronistas, un crush en toda la regla; y no sería el único de la familia, pues su hijo, Gastón de Foix, sería famoso por eso mismo, así como por su actuación en la batalla de Rávena de 1512.

Jean de Foix, por lo demás, no estaba solo. Había formado una gran camarilla de pequeños nobles de la tierra bearnesa, siempre enfrentados a la regente Magdalena y su principal aliado, Alain d'Albret (o sea, el papá de Tartás).

A la larga, pues, los D'Albret y los Foix acabaron a hostia limpia por Navarra. Cuando a Carlos VIII, como ya hemos contado, se le metió entre ceja y ceja eso de meterse en el avispero italiano, y necesitado de paz interior, forzó que la contienda terminase; por lo demás, los reyes españoles no enredaron en aquella pequeña guerra civil, puesto que en ese momento lo que más les interesaba era sacar adelante el tema de los condados catalanes.

Juan y Catalina, pues, conservaron la corona, que recibieron en Pamplona, el 13 de enero de 1494, entre vagas promesas de casar a alguno de sus hijos (aunque hasta entonces no tenían más que hijas) con un o una Foix, y así cerrar la vía de agua. El rey Carlos, además, tuvo la inteligencia de otorgarle a Jean de Foix, tras comenzar su campaña italiana, la gobernación de Milán, con lo que lo mantuvo tranquilo.

La Navarra de Juan y Catalina firmó dos tratados de amistad con Fernando el Católico: el 19 de enero de 1494 el tratado de Pamplona, y el 30 de abril del mismo año el de Medina del Campo; ambos tratados tuvieron como telón de fondo el tratado de Barcelona firmado con los franceses.

A partir de ahí, comenzaron a pasar cosas raras. En Navarra, las cosas comenzaron a torcerse y se produjeron protestas, yo personalmente creo que salidas todas de la Bolsa de los reyes castellano-aragoneses.

La jugada fue inteligente. Terminada la guerra de Navarra, apañada la cuestión condal pirenaica, y con el rey de Francia chapoteando en el fangal italiano, los reyes católicos, pretextando que tenían que proteger intereses amigos en Navarra, acumularon tropas en la frontera e incluso se hicieron con algunas villas. Francia, incapaz de reaccionar, tuvo que aceptar que por dos veces: en el tratado de Madrid de 1495 y el llamado convenio de Pamplona del año siguiente, se aceptase formalmente una especie de estatus de protectorado de Aragón sobre Navarra.

Cuando Carlos regresó de Italia, dio en pensar que los españoles habían ido muy lejos y protestó. En ese momento, los católicos le ofrecieron un simple reparto del reino entre Francia y España, por así decirlo. Carlos, sin embargo, moriría pronto sin que se hubiese podido producir el embroque.

El problema, claro, no era Carlos; era Jean. El narbonense había perdido la gobernación de Milán y estaba canino. Así pues, volvió a la carga con que tenía que ser rey de Navarra. Para evitar la guerra, se convino que Ana, la heredera del matrimonio real navarro, se casara con Gastón de Foix, el hijo de Jean. El principal adalid de esta solución fue el ya rey francés Luis XII, que necesitaba que los Albret y los Foix se amigasen. El nuevo rey tenía que casarse con Ana de Bretaña para resolver el sudoku bretón; pero para hacerlo, necesitaba anular su matrimonio con Juana la Coja, hija del rey Luis XI. La anulación, obviamente, pasaba por el Vaticano; y resulta que César Borgia, el hijo del Papa Alejandro IV, se había casado con Carlota, hija de Alain d'Albret. Así pues, el rey Luis XII tenía que quedar bien con Jean de Foix, puesto que era su cuñado; pero también tenía que quedar bien con D'Albret, pues tenía la llave de sus apaños matrimoniales.

Todo parecía indicar que, después de los Evreux y los Champagne, una tercera dinastía francesa: los Foix-D'Albret, iba a acabar reinando en Navarra. Pero eso a los reyes católicos no les molaba nada. Cuando Francia y España se enfrentaron por la cuestión, de Italia, a Fernando de Aragón se le aportó la disculpa ideal para llevar a cabo sus planes.

Una vez que Isabel de Castilla falleció, Fernando se casó con Germana de Foix. En Twitter y en otros templos de la ignorancia se suele sacar este tema para demostrar que Fernando de Aragón quería romper la unión dinástica y que si se casó con Germana fue para parir un heredero que retomase la corona propia de Aragón. En realidad, el matrimonio con Germana tiene más que ver con esto que estamos contando aquí; lo que pasa es que, como para entenderlo hay que estudiar, a mucha gente se le escapa.

Germana de Foix era sobrina de Luis XII, nieta de Gastón IV de Foix y, last but not least, prima de Catalina, reina de Navarra. Una de las claves más importantes de su matrimonio con Fernando de Aragón es que Gastón de Foix, el novio de Ana de Navarra que iba a consagrar la fusión entre los Foix y los D'Albret, había muerto en los campos de batalla de Rávena. Por otra parte, la pareja real navarra había tenido ya un hijo varón, Enrique. Por lo tanto, la perspectiva era no de la creación de una nueva dinastía francesa, sino de la consolidación de los Foix como reyes de Navarra. A los muy influentes Beaumont, sin embargo, esto no les molaba, razón por la cual habían decidido, años atrás, jugar la carta española.

Navarra, un reino demasiado pequeño como para vivir por sí solo, necesitaba una sólida alianza geopolítica para sobrevivir. Tenía la carta francesa, la española y la imperial. Ya en el siglo XVI, en 1512, decidió finalmente, con bastante lógica, apoyarse en París. Por aquel entonces, la llamada Santa Liga se coligaba en contra de Francia, uniendo al Papa Julio II, España, el Imperio y diversos territorios italianos. Luis XII, encabronado con el Papa, patrocinó el concilio de Pisa en contra de los intereses vaticanos.

Ése fue el momento en el que Fernando de Aragón, quien mediante su segundo matrimonio se había ganado el “derecho” a intervenir en ese tipo de cosas, decidió darle a Francia una patada en el culo de Navarra. El duque de Alba entró en territorio de la comunidad autónoma el 21 de julio de aquel 1512, marchó sobre Pamplona, el 22 se hizo con el desfiladero de Osquiate. Juan d'Albret, el rey de Navarra, desamparado por los franceses, juyó hacia Lumbier, por lo que los pamploneses no vieron razón de resistir y el 24 rindieron la plaza. Mientras D'Albret se refugiaba en Béarn, Fernando okupaba toda Navarra.

Una vez dueño real de Navarra, hacía falta ser dueño a los ojos del Derecho. Pero ahí Fernando tenía una trump card: el Papa Julio, que estaba bien mosca con los franceses por la jugadita de Pisa. Instigado por los españoles, el PasPas redactó la bula Pastor Ille coelistis (21 de julio de 1512), confirmada en otra bula, Exigit contumacian, de 18 de febrero de 1513. En ambas se dictaba la excomunión de los reyes de Navarra. Como consecuencia, el reino de los excomulgados fue transferido a quién lo había conquistado en nombre de la Santa Madre Iglesia. O sea, Nando. Fue una jugada de pícaro: Luis XII, el hombre que realmente había ofendido a la Iglesia, nunca fue castigado por ello; fueron castigados sus empleados en Navarra.

Los hijos de Juan y Catalina siempre se quisieron considerar reyes de Navarra y así se intitularon, incluso cuando llegaron a la cumbre del poder en Francia. Mientras tanto, sin embargo, Fernando fue armando su golpe desde un punto de vista legal, basándose en el hecho de que era hijo de un rey de Navarra, pues su padre Juan lo había sido sin tener la condición de consorte; y, de nuevo, toda la legitimidad que le goteaba a partir de su matrimonio con Germana de Foix. En todo caso, en todo aquel montaje que, la verdad, tenía poco pase, el principal elemento siempre fue la defensa de que la donación de Blanca de Navarra tenía prevalencia sobre los derechos de su hermana Leonor; algo que se daba de hostias con la realidad de la corona Navarra en las últimas décadas. Pero lo cierto es que Blanca de Navarra, como hemos visto, repudiada por la preferencia sobre su hermana Leonor, había hecho donación de sus derechos dinásticos a su marido, el rey de Castilla Enrique IV, quien la repudió; pero Fernando era, por la vía de su matrimonio con Isabel el Castilla, el teórico heredero de esa donación. El matrimonio con Germana de Foix no fue sino el intento de introducir un elemento de legitimidad más; una especie de Plan B si la reivindicación derivada de la donación de Blanca de Navarra no cogía momento. Pero vamos, si queréis pensar que todo lo que quería Fernando al casarse en segundas nupcias era tirarse a la Germana para hacerle un queco y bombardear la unión dinástica, podéis pensarlo; pero, no es por nada, para mí un tipo que durante su reinado echó a los musulmanes de España, recuperó los condados pirenaicos catalanes y se anexionó Navarra, más bien parece que lo que estaba intentando era forjar la unidad peninsular, más que romperla. Pero, vamos, que para gustos hay colores, y licenciados de Historia, a patadas.

El tema navarro estuvo abierto durante bastante tiempo. Francia no lo olvidaba. Lo que pasa es que, cuando pasaron las décadas y España pasó a estar bajo el control del emperador y señor de las tierras de Borgoña, ése que conocemos como Carlos I de Alemania y V de España, Navarra cayó varios puestos en la lista de prioridades. Francia y el Imperio pelearon fundamentalmente por el teatro italiano y, de todas formas, Francia, de una forma geográficamente bastante lógica en mi opinión, entre los dos agravios que tenía con España: Navarra y el Rosellón, tenía muy claro que su ambición fundamental era el segundo. Tanto, que acabaría por recuperarlo.



Y éstos son, en suma, de forma bastante esquemática, los pasos definitivos que se dieron para la creación de la unidad política y social española. Evidentemente, en el mismo momento en que esto estaba ocurriendo, estaba ocurriendo otra cosa, que aunque quede fuera del ámbito de estos posts no deja de estar íntimamente ligado con ellos, que es el cambio radical de viabilidad económica que se produjo con el descubrimiento o encuentro, como se lo quiere llamar ahora, de los territorios americanos.

¿Tenían los actores de esta performance la intención de hacer esto mismo: forjar una nación española? Esta pregunta tiene tantas respuestas como idiotas se la planteen. Personalmente, yo creo que los actores de esta historia hicieron lo que hicieron, las más de las veces, impulsados por intereses de corto plazo, intereses ligados a su permanencia en el poder o la obtención de éste. Yo no creo que hubiese muy altos designios en sus actos, salvo, quizás, en el caso de Juan II de Aragón, que es el tipo más listo de esta patota.

Pero he dicho en el párrafo anterior que, en mi opinión, ésa es una pregunta para idiotas. Y, sinceramente, lo pienso. Es una idiotez preguntarse si los reyes católicos creían en España, porque es una mega idiotez lo que viene detrás: considerar que, si tu respuesta es negativa, entonces la idea de España misma es una ful. Este tipo de planteamientos, repito, son de una imbecilidad digna de mejor fin. Me acuerdo mucho, cuando pienso en estas cosas, en una viñeta doble del genial Quino. En una aparecía Isaac Newton, presuntamente reflexionando profundamente mirando una manzana caída del árbol, generando la Ley de la Gravitación Universal. En la otra se veía al “real” Newton, durmiendo la siesta debajo de un manzano después de una brutal cuchipanda. Y me acuerdo de esta viñeta porque es la puta verdad jodida. La gente que hace grandes cosas, desde Pericles hasta Fernando el Católico, desde Recaredo hasta Espartero, rara vez está pensando en su puta cita con la Historia. Eso son cosas que elaboramos después nosotros para explicar no tanto los fenómenos como sus consecuencias.

España se creó en un entorno tardomedieval en el que reinos que hasta entonces habían sido viables en el marco de una Europa dispersa, una Europa siempre nostálgica de sus dos momentos de concentración (Roma y el imperio carolingio), se dan cuenta de que ya no lo son. En este fenómeno tiene mucho que ver la evolución supersónica que tienen en el Renacimiento las tecnologías militares: se crea la guerra-masacre, relativamente poco frecuente en la Edad Media. Los territorios expuestos a otros territorios comienzan a tener un problema con ésto: Francia con Borgoña, el Imperio con el Turco, España con Francia; Italia con todos. Ésta es una de las razones por las que con el Renacimiento comienza a molar el modelo inglés.

Caballo grande, ande o no ande. Éste es el gran grito de guerra del siglo XV. En muy poco tiempo histórico, se irán a tomar por culo las pretensiones soberanistas de los navarros, de los galeses, de los irlandeses, de Italia toda, de los navarros, de los catalanes, de los sardos, de los sicilianos, de los napolitanos... Europa se convierte, toda ella, en un campo de sumo; ese deporte en el que cuenta ser un buen luchador, pero cuenta, sobre todo, estar gordo de cojones. Se salvarán Escocia y Portugal, por ejemplo; pero acabará muriendo un proyecto como el de Borgoña; y yo os aseguro, amigos, que si pudiésemos viajar en el tiempo y le dijésemos esto mismo a un borgoñón de mediados del siglo XV, se hubiera descojonado de nosotros a la cara y luego nos habría hecho ejecutar.

Isabel de Castilla y Fernando son monarcas de su tiempo. Personas conscientes de que estos temas que tanto nos refocilan hoy a nosotros, que si aquí hablan catalán y allá bable, eran absolutamente menores al lado del argumento mayor: en esta partida sobrevivirá quien sea capaz de reclutar las lanzas necesarias para ser respetado. Y si los infantes hablan catalán o serbocroata, eso, la verdad, se la infla; las mesnadas de su hijo Carlos son una buena prueba de ello.

Sin embargo, la lógica conclusión del dominio administrativo es el dominio nacional. Piénsese en el Rosellón, mismamente. Cógete la máquina del tiempo y viaja a finales del siglo XV, y cuéntale a quien te encuentres en Perpiñán que sus tataranietos acabarían votando a Eric Zemmour, cantando baladas de Jacques Trenet y comprándose bufanditas del Olympique de Marsella.

Pecado habitual del ignorante conceptual es confundir los hechos y sus consecuencias. Las naciones no son hechos; son consecuencias. Lo que he intentado en estas notas no es otra cosa que describir España como consecuencia. Lo de hablar de España como hecho, o discutirlo, como decía, se lo dejo a los idiotas.

2 comentarios:

  1. Buena serie de artículos. Podrias elaborar un poco más sobre "Se salvarán Escocia y Portugal" especialmente Portugal

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    1. Anónimo6:16 p.m.

      Bueno, creo que en ambos casos, a pesar de la unión dinástica, lograron mantener su idiosincrasia nacional. Otros. Como Irlanda o Italia, tuvieron que esperar mucho más

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