lunes, mayo 23, 2016

Estados Unidos (29)

Recuerda que ya te hemos contado los principios (bastante religiosos) de los primeros estados de la Unión, así como su primera fase de expansión. A continuación, te hemos contado los muchos errores cometidos por Inglaterra, que soliviantaron a los coloniales. También hemos explicado el follón del té y otras movidas que colocaron a las colonias en modo guerra.

Evidentemente, hemos seguido con el relato de la guerra y, una vez terminada ésta, con los primeros casos de la nación confederal que, dado que fueron como el culo, terminaron en el diseño de una nueva Constitución. Luego hemos visto los tiempos de la presidencia de Washington, y después las de John Adams y Thomas Jefferson



Luego ha llegado el momento de contaros la guerra de 1812 y su frágil solución. Luego nos hemos dado un paseo por los tiempos de Monroe, hasta que hemos entrado en la Jacksonian Democracy. Una vez allí, hemos analizado dicho mandato, y las complicadas relaciones de Jackson con su vicepresidente, para pasar a contaros la guerra del Second National Bank y el burbujón inmobiliario que provocó.

Luego hemos pasado, lógicamente, al pinchazo de la burbuja, imponente marrón que se tuvo que comer Martin van Buren quien, quizá por eso, debió dejar paso a Harrison, que se lo dejó a Tyler. Este tiempo se caracterizó por problemas con los británicos y el estallido de la cuestión de Texas. Luego llegó la presidencia de Polk y la lenta evolución hacia la guerra con México, y la guerra propiamente dicha, tras la cual rebrotó la esclavitud como gran problema nacional, por ejemplo en la compleja cuestión de California. Tras plantearse ese problema, los Estados Unidos comenzaron a globalizarse, poniendo las cosas cada vez más difíciles al Sur, y peor que se pusieron las cosas cuando el follón de la Kansas-Nebraska Act. A partir de aquí, ya hemos ido derechitos hacia la secesión, que llegó cuando llegó Lincoln. Lo cual nos ha llevado a explicar cómo se configuró cada bando ante la guerra.

Comenzando la guerra, hemos pasado de Bull Run a Antietam, para pasar después a la declaración de emancipación de Lincoln y sus consecuencias; y, ya después, al final de la guerra e, inmediatamente, el asesinato de Lincoln.

El paisaje que dejó la guerra civil americana en el Sur fue desolador. Los Estados escindidos habían perdido un quinto de su población activa masculina blanca, por no mencionar quienes murieron de hambre y de enfermedades, y siguieron haciéndolo durante años después de la contienda. Sólo en inversiones directas de posguerra, los EEUU gastarían 4.000 millones de dólares de aquella época.


Con todo, quienes peor parados salieron de la contienda, paradójicamente, fueron los negros. William Faulkner escribió algunas de sus mejores páginas describiendo oleadas de ex-esclavos, abruptamente liberados en sus plantaciones mediante la simple y pura forma de echarlos del lugar donde vivían, agrupados en grandes manadas de hombres silenciosos, vagando de un lugar a otro ante la indiferencia de quienes fueron sus amos, y también de sus libertadores.

El Norte no se portó mejor con ellos. Durante la guerra, cada vez que un territorio esclavista era ocupado por las fuerzas del Norte, los negros de la zona huían en masa hacia la zona yankee, convencidos de que no se iban a quedar allí a esperar a ver si volvían los confederados. En consecuencia, en el territorio del Norte se fue creando un gran problema con toda aquella gente, que no hizo sino agravarse cuando ya fue de todo el Sur de donde podían llegar. En consecuencia, todos aquellos negros fueron hacinados en eso que hoy llamaríamos campos de refugiados. Ya en marzo de 1865, el Congreso creó el Freedmen's Bureau, cuyo objetivo fundamental era poder dar a cada negro (hombre) al menos cuarenta acres de tierra (embargada en el Sur, claro) y una mula.

Sin embargo, como rápidamente averigua cualquiera que se acerca al problema de los huidos de una guerra desde la gestión de un presupuesto público, pronto la magnitud del problema fue muy superior a la de la solución. En el verano de 1865, terminada la guerra y liberado todo el Sur, lo que se vivió fue una auténtica y literal marea negra; decenas de miles de esclavos liberados que no tenían dónde ir. En algunos de los campos de refugiados donde fueron alojados, un tercio de ellos moriría en los siguientes dos años, lo cual da la medida de que, en realidad, las ciudades y Estados abolicionistas, la Unión en sí, fue totalmente superada por el reto. Todo esto, ojo, teniendo en cuenta que, además, el Freedmen's Bureau hubo de utilizar casi un tercio de sus recursos en alimentar a los blancos del Sur que habían caído en una situación de pobreza en nada mejor a la de los negros.

En el ámbito económico, la prioridad para Washington era doble y conectada: por una parte, que volviesen a funcionar los transportes; y, por otra, que el Sur recuperase su capacidad exportadora. Todas las restricciones comerciales entre el Norte y el Sur fueron levantadas, y las líneas de ferrocarril de la zona esclavista fueron devueltas a sus dueños en mejores condiciones que antaño. Por supuesto, el bloqueo de los puertos sureños se levantó.

Esta política, sin embargo, no excluyó medidas de dudosísima legalidad. Al final de la guerra, muchos plantadores sureños tenían sus almacenes petados de algodón. En realidad, la cosa tenía lógica, porque no habían podido comerciar con él y, además, tenían incentivos para acapararlo para así poder venderlo una vez terminase la guerra (el algodón, además, soporta muy bien largos periodos de almacenaje). El gobierno de la Unión decretó el embargo de los activos del Gobierno confederado, pero lo cierto es que, al amparo de esta medida, se apropió de muchos, si no todos, de aquellos almacenes privados. Al final del proceso, el gobierno acabó destinando unos 30 millones de dólares para compensar a los cerca de 40.000 productores que habían visto su género robado por esta medida; pero esa cantidad no era sino el chocolate del loro de lo que realmente se habían llevado (es el problema que hay siempre con el actor público, puesto que en estos procesos es juez y parte; él comete el delito pero, al tiempo, es él, también, quien fija la compensación. Es como un reo de homicidio que pudiese elegir los años que va a pasar en la trena). A todo esto hay que unir que los impuestos federales subieron de forma dramática en el Sur. De esta manera, en los primeros años de la reconstrucción, las agencias estatales encargadas de la misma gastaban unos 50 millones de dólares al año en la labor, pero recaudaban 70 con el impuesto sobre el algodón. Lo que se dice invitarte a cañas con tu propio dinero.

Otro problema para la reconstrucción del Sur fue el hecho de que el Norte llegó a estos territorios con la intención de aplicar sus recetas económicas, lo cual siempre es un error, pues cada terreno tiene sus cositas. Muy especialmente, los yankees del Norte creían a pies juntillas en la virtud del share-cropping. Mediante este sistema, un plantador dividía su tierra en una serie de minifundios, que serían trabajados, fundamentalmente, por negros liberados. Ni el plantador pagaba salarios ni el negro renta; ambos compartían la cosecha.

Sin embargo, en las circunstancias en las que estaban ambos, ni el blanco ni los negros estaban en condiciones de poner la cosecha en marcha si alguien no les adelantaba las semillas y el equipamiento. El vendedor de estas cosas, para poder tenerlas, necesitaba crédito, y el crédito estaba en el Norte. Pero los banqueros del Norte veían un lógico riesgo en prestar su dinero a un área que estaba descojonada y, por lo tanto, pedían intereses desorbitados. Y, en consecuencia por dicho precio del dinero, el vendedor de las semillas y equipamiento exigía una prenda sobre la cosecha. Al final del proceso, pues, había que pagar unos intereses muy elevados y, sobre todo, la cosecha tenía que ser tal que diese para el plantador, los negros, y los comerciantes que hacían negocios con ellos.

Estos comerciantes, además, presionaban para que los plantadores se dedicasen tan sólo a “lo seguro”, esto es el algodón, pues es lo que siempre se había plantado con éxito en la zona. Esto generó un monocultivo brutal que acabó derrumbando los precios. Si el algodón comenzó la posguerra a 15 centavos la libra, pronto estaba a la tercera parte de ese precio. En esa situación, muchos agricultores resultaban aplastados por sus deudas. Primero hipotecaron sus tierras y luego, simplemente, las perdieron.

Cuando los blancos se vieron apartados de los campos que habían sido su modo de vida, volvieron la vista hacia las grandes ciudades y las industrias. Fue la creencia en un Nuevo Sur, cuyos habitantes (por supuesto, blancos) prosperarían como industriales. Pero el plan falló. Aquellos hombres acabaron trabajando en fábricas que tenían economatos en los que les resultaba obligatorio comprar, y con los que acabaron acumulando deudas tan impagables como cuando eran plantadores.

Washington, pues, fracasó bastante reconstruyendo el Sur. Pero, en todo caso, tenía un problema mayor, que era reconstruir la Unión en sí. En realidad, esta estrategia ya había comenzado conforme diferentes Estados habían ido cayendo en poder del Norte, y muy especialmente a partir de finales del 63, cuando cayó Arkansas. En esos momentos, Lincoln comenzó a aplicar su política de reconstrucción, normalmente conocida como el Plan del 10%.

El plan de Lincoln tenía que ver con sus ideas de reconciliación, por las cuales cualquier ciudadano confederado podía ser perdonado y retornar a la normal vida civil, con la única excepción de los altos funcionarios y mandos militares. Para todos los demás, mediando un juramento de fidelidad, prometía amnistía y la devolución de las propiedades embargadas (pero no, como hemos visto, el algodón que tenían dentro). Tan pronto como el 10% del electorado de un Estado en 1860 (de ahí el nombre) estuviese de acuerdo con el acervo normativo del Norte, y muy especialmente la Emancipation Act, dicho Estado podía pasar a redactar una nueva constitución, elegir una legislatura y comenzar a enviar representantes al Congreso y al Senado.

Pero esto era Lincoln. El Congreso yankee no estaba ni de coña dispuesto a un plan así. Sucintamente, los republicanos, que eran o habían sido el verdadero backbone de la guerra en el bando ganador, ahora temían que los demócratas del Norte y del Sur hiciesen piña, y acabasen por tirar al fregadero muchos de los avances de dicha guerra; y no se trata del tema de la libertad de los negros, sino del armazón de un Estado federal fuerte, con suficientes poderes centralizados. Los republicanos radicales sostenían que estos objetivos eran más importantes incluso que la reconstrucción.

De la mano de los dos líderes republicanos del Congreso y el Senado, Thaddeus Stevens y Charles Sumner respectivamente, las cámaras elaboraron su propio plan para responder al 10%: se trata de la denominada Wade-Davis Bill, aprobada el 8 de julio de 1864. Esta ley elevaba el umbral de ciudadanos dispuestos a jurar fidelidad a la Unión, desde el 10% hasta la mayoría.

Lincoln reaccionó considerando que el cumplimiento de la ley Wade-Davis podría ser voluntaria por parte de los Estados pero no obligatoria, y de hecho la vetó; personalmente considero que el barbado abogado de Illinois tenía razón: si, al final del proceso, para regresar a la Unión se le exigía a un Estado que una mayoría de los ciudadanos acatasen el orden yankee, ¿para qué coño se les había hecho la guerra?. 

Los radicales respondieron con una toma de posición pública, el conocido como Wade-Davis Manifesto, en el que le decían al presidente que el Congreso estaba por encima de él en autoridad (y vuelta la burra al trigo con el problema sempiterno de los Estados Unidos, esto es, quién manda más).

Para estatuir con más claridad su autoridad, el Congreso aprobó, en enero de 1865, la trigésimo tercera enmienda constitucional (la abolición de la esclavitud). En diciembre, había sido ya ratificada por 27 Estados, de los cuales 8 pertenecían al antiguo bando secesionista. En febrero de 1865, el Congreso rechazó la integración como Estado de Luisiana, a pesar de que había sido uno de esos ocho y de que Lincoln lo había declarado reconstituido.

A la muerte de Lincoln, como parece ser que es obvio (aunque no lo estanto), su vicepresidente, Andrew Johnson, tomó el bastón. Johnson era un sastre de Greenville, Tennessee. Autodidacto y enemigo de los grandes plantadores de algodón, había sido nombrado por el propio Lincoln como gobernador militar de su tierra cuando fue invadida en la guerra. Los radicales lo tenían por uno de los suyos; y más que creció la sensación cuando dejó incorrupta buena parte del equipo de gobierno del presidente anterior, en el cual había conspicuos republicanos radicales, como el secretario de Guerra, Edwin Stanton.

Los estirados políticos del Norte, sin embargo, nunca habían hecho grandes esfuerzos por entender a las gentes del Sur, y mucho menos habían caído en la cuenta de que Johnson, en el fondo, era uno de ellos. O sea: puedes estar en contra de los independentistas catalanes, pero eso ni de coña quiere decir que renuncies a tu condición de catalán (más bien, todo lo contrario). En mayo de 1865, cuando Johnson apenas llevaba un mes en la Casa Blanca y las cámaras estaban cerradas, el presidente sorprendió a propios y extraños al reconocer los gobiernos surgidos a la sombra del plan del 10% en Luisiana, Tennessee, Arkansas y Virginia, y nombró gobernadores militares en los siete Estados que aun quedaban por cumplir. El 29 de aquel mes, amnistió a la mayoría de los ciudadanos de los Estados rebeldes, siguiendo las intenciones de su predecesor. Estos ciudadanos amnistiados votarían ahora para constituir convenciones que aprobarían la décimo tercera enmienda y abrirían un proceso electoral de normalización. Para sorpresa de los republicanos, Johnson incluso dejó en manos de los Estados, y no del Congreso, la definición del censo electoral. Blanco y en botella: los negros no iban a votar ni hartos de rebujitos.

Cuando el Congreso se puso manos a la obra de nuevo en diciembre de 1865, todos los Estados sudistas menos Texas habían cumplido con los términos de Johnson y enviado representantes a las cámaras. Se habían elegido gobiernos en aquellos Estados que, no es por nada, pero se habían apresurado, recién elegidos, para elaborar Black Codes. Eran cuerpos legislativos que le reconocían a los negros el derecho a ir a los tribunales, a ir a la escuela, a ser propietarios y a que sus matrimonios se santificasen. Pero en muchos de estos códigos se les prohibía trabajar en cosas en las que pudiesen competir con los blancos, e incluso tenían prohibido abandonar sus trabajos. En ninguno de estos códigos se les admitía para votar, para tener responsabilidades públicas, o para ser jurados.


Y ya tenemos montada la tangana de nuevo.

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