Hablando en plata, los enemigos de
Nikita Kruschev en el aparato administrativo soviético intentaron
llevárselo por delante en 1957, pero no lo consiguieron. De aquella
derrota aprendieron muchas personas, entre ellas, Leónidas Breznev;
y, por eso, cuando llegó el momento no cometieron los mismos
errores.
El primer punto y fundamental era
separar a Kruschev de Moscú en el momento del palo. Por eso se las
arreglaron para enviarlo de vacaciones a Sochi, donde su capacidad de
llamar a la Legión eran mucho más limitadas.
En realidad, Breznev no estaba en el
centro de la movida. Esto lo podemos decir porque sabemos que, tras
la salida de Kruschev hacia Sochi el 30 de septiembre, los conjurados
estuvieron mareando la perdiz y no decidieron actuar hasta el 10 de
octubre. Sin embargo, el 5 de dicho mes, Breznev mismo se había
ausentado de Moscú, y de la URSS, en un viaje a la RDA (que
celebraba su décimo quinto aniversario), lo que nos viene a indicar
que no estaba en las technicalities del
golpe: si lo hubiera estado, jamás habría abandonado su puesto.
Esto,
sin embargo, no quiere decir que Leónidas no supiese nada de lo que
se estaba cociendo. Su discurso en Berlín el día 6 de octubre
parecía prácticamente escrito por Suslov. Un discurso de más de
una hora en el que citó a Kruschev apenas una vez.
El 11
de octubre, cuando el avión de Breznev tomó tierra en el aeropuerto
de Vnukovo, la comitiva de recepción no era la misma que la de
despedida unos días antes, hecho éste notablemente inusual en el
protocolo soviético. Una de esas personas inesperadas en la
delegación era Suslov. Breznev y Suslov regresaron a sus dachas
juntos en el mismo coche. Es prácticamente seguro que fue en ese
momento cuando el futuro secretario general del PCUS fue informado de
los detalles de la conspiración.
El
lunes, 12 de octubre, una expedición espacial soviética de tres
astronautas fue lanzada. A las 10,30 horas de la mañana, Nikita
Kruschev hizo una llamada oficial a Baikonur para saludar y desear
suerte a la tripulación. Pero un detalle en el que casi nadie cayó
en ese mismo momento es que, pocos minutos después, Leónidas
Breznev hacía exactamente lo mismo. Fue un gesto milimétricamente
calculado para aconsejar a muchos altos funcionarios soviéticos cuál
era la sombra del árbol que debían buscar.
Algo
más tarde, cuando se hizo la hora de que Kruschev llamase a la
cápsula espacial para ver qué tal iban las cosas, apareció junto a
Anastas Mikoyan. Tras unos minutos de conversación con Vladimir
Komarov, comandante de la expedición, de repente dicho: «Camarada,
le voy a pasar el micrófono a Anastas Ivanovitch Mikoyan. Me lo está
literalmente quitando de las manos.» Desde entonces, han sido muchos
los analistas que han querido ver en estas palabras, del todo
inusuales, una especie de llamada de atención por parte de un
secretario general que se sabía perdido.
El 13
de octubre, martes, en la mañana, fue el día de la entrevista con
Gaston Palewski y la inopinada desaparición de quien hasta ese
momento era el hombre más poderoso de la URSS. Se supone que, tras
salir de la sala de la entrevista, un Kruschev fuertemente escoltado
fue trasladado a Moscú, adonde llegó a eso de las dos y media de la
tarde. Fue recibido, todo un síntoma, por dos hombres del KGB:
Vladimir Schemichastny, jefe de la policía secreta; y su antecesor,
y también mentor, Alexander Shelepin. Los dos le llevaron al
Kremlin, a la sede del Presidium, donde éste ya estaba esperándole.
Una vez allí, Suslov tomó la palabra para atacarlo.
Como
hemos dicho, los golpistas de 1964 habían aprendido de los de 1957.
Esta vez, no le permitieron a Kruschev convocar un Comité Central en
el que refugiarse. Todo lo contrario; en los días anteriores, los
sublevados habían ido recabando los apoyos necesarios en este
órgano, así para cuando celebró sesión, aquel mismo día 14,
apenas lo hizo para escuchar las acusaciones de Suslov y aprobar la
propuesta de aceptar la dimisión de Kruschev, «a causa de su
avanzada edad y salud deterioriada». La misma sesión eligió al
camarada Leónidas Illich Breznev como primer secretario general del
PCUS.
Lo
primero que hizo Breznev en su nuevo puesto fue cauterizar la única
herida que todo aquel proceso podría ponerle en problemas: el resto
de los países comunistas. Los jerifaltes de la conspiración sabían
bien que en occidente nada se movería en favor de Kruschev, puesto
que ni Washington ni las principales capitales europeas tenían, en
puridad, nada que agradecerle. Era en los propios países satélite
donde podía estar el problema.
Antonin
Novotny, líder del partido en Checoslovaquia y kruschevita
convencido, protestó diciendo que le había visto apenas unos días
antes y que estaba perfectamente de salud. Los líderes polaco y
húngaro, Vladislav Gomulka y Janos Kadar, estaban juntos cerca de
Cracovia, en el país del primero de ellos. Gomulka estaba a punto de
comenzar un acto cuando fue sacado de la tribuna y llevado a un
teléfono, a través del cual habló con Breznev. Después volvió,
susurró algunas palabras al oído de Kadar, y suspendió el acto.
En
Moscú, la única señal aparente de que pasaba algo fue el hecho de
que un almuerzo en honor del ministro de Comercio Exterior italiano,
de visita en la URSS, fue retrasada dos horas sin explicación
alguna. Pero, a primera hora de la tarde, una cuadrilla de operarios
comenzó a descogar el retrato monstruo de Kruschev que se había
colocado en la fachada del Hotel Moscú, para la fiesta de regreso de
los astronautas. A las seis de la tarde llegó otro indicio:
Izvestia, periódico
gubernamental dirigido por el yerno de Kruschev, Alexsei Adzhubey,
falló en los quioscos.
Dos
días después de los hechos, el 16 de octubre, el Pravda
despachó el asunto con 36 líneas insulsas más sendos retratos de
Breznev y Alexsei Kosygin (quien, el día antes, había sido
designado por el Presidium para sustituir a Kurschev como primer
ministro). Eso mismo, 36 líneas, fue todo lo que se informó sobre
el cambio de gobierno. Eso sí: nada más salir el periódico a la
calle, comenzaron a desaparecer de las calles los cienes y cienes de
retratos del ucraniano; en apenas unas horas, era como si jamás
hubiese sido secretario general.
Todo
lo que tuvieron los soviéticos y el mundo entero para saber que
Kruschev no había dimitido sino que había sido depuesto fue un
editorial de Pravda,
publicado el 17 de octubre, que se titulaba La
inquebrantable línea leninista del PCUS;
texto en el que no se citaba al ucraniano, pero se criticaba
abiertamente su política. El discurso de Suslov contra Kruschev
nunca fue publicado, y ahora no parece ya que a nadie le importe una
mierda.
En la
mañana del 19 de octubre de 1964, el coronel Vladimir Komarov y los
astronautas Konstantin Feoktistov y Boris Yegorov regresaron a la
Tierra. Pero cuando aparecieron en el Hotel Moscú, impecablemente
vestidos de civiles, se llevaron, tal vez, la sorpresa de que quien
estaba allí para abrazarlos era Leónidas Breznev, no quien les
había despedido cuando abandonaron el planeta.
Tal
vez pensaron que, de alguna manera, como en El planeta de
los simios, habían hecho un
viaje en el tiempo. En realidad, si lo hicieron, fue al pasado.
Porque aquel golpe palaciego que terminó con el liderazgo de Nikita
Kruschev, más que una acción de moderna política, se asemeja a una
movida urdida en los angostos pasillos de cualquier castillo
medieval. Así era la URSS, Faro del Progresismo Mundial según
muchos que la cantaban mientras ocurrían todas esas cosas, y
siguieron cantándola durante décadas.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario